el compromiso como acto revolucionario

por wuwei (natàlia)

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El compromiso, juntamente con otros conceptos en nuestra cultura, se puede intuir y definir de muchas maneras diferentes. Es uno de estos conceptos que por un lado nos viene impuesto de una manera concreta por las estructuras de poder, pero que a la vez desprenderse de éste también beneficia a estas estructuras (como el patriarcado o el capitalismo, entre otras). Pero se pueden intentar construir nuevas maneras de acercarnos de una manera que ayude a romper con los sistemas de privilegios y opresiones.

En la monogamia, por ejemplo, este compromiso está relacionado con todas aquellas ideas sobre como tiene que ser una pareja (formas de pensar que definen qué es una pareja y todas las normas implícitas que la rodean). Este tipo de compromiso se conecta con las exclusividades, no solamente exclusividad sexual o romàntica, sino también en proyectos o cualquier cosa que se decida hacer o compartir: todo lo que se quiere hacer fuera de la relación de pareja tendrá que pasar por la conformidad de la pareja. Si no se hace así, se suele dar la sensación de que no nos queremos comprometer y que por tanto la relación no es importante para nosotras o que no sabemos querer. Este tipo de compromiso acaba reforzando todo el resto de ideas que se imponen como nrmas de lo que ‘tiene que ser una pareja’: proyecto de convivencia, de crianza, de pertenecer a las mútuas familias de origen, o bien de compartir finanzas. Al final, cualquier cambio que una de las dos quiera hacer en su vida (como cambiar de trabajo) tiene que pasar por todo el ritual de presentación del tema con la pareja, discusión, aceptación y otorgamiento de derecho o no derecho a poderlo hacer por parte de la otra.

El compromiso que nos viene definido sistemáticamente está construido para beneficiar las estructuras de poder. De hecho, es un compromiso que suele beneficiar a las personas con privilegios y viene de forma muy implícita: no es hablado, ni pactado, ni sensible a las situacioes de cada una o de las necesidades y voluntades, sino que proviene de un arrastre a través de las normas estructurales que benefician a las personas con más privilegios mientras explota a las personas oprimidas. El ejemplo que he puesto anteriormente cuando he hablado de compromiso en la monogamia beneficia a todas las normas que rodean a la monogamia y privilegian a las relaciones de pareja frente al resto de relaciones, como las de amistad. Además, en los casos de parejas hombre-mujer tampoco se suele repartir de la misma manera el compromiso, ya que se ha educado a las mujeres para que el compromiso sea siempre más fuerte por parte de ellas (con todo el sacrificio que comporta) y que sean los hombres quien más se benefician (los hombres suelen tener muchas más vía libre para decidir algunas cosas sobre su vida fuera de casa y les permitirá tomar cierto tipo de decisiones sobre su trabajo, o para salir con los amigos). Y, finalmente, para poner un ejemplo diferente a la monogamia, la idea con la que nos han educado a la clase trabajadora para comprometernos con las empresas por las que trabajamos es también un ejemplo de que el compromiso beneficia al privilegio y a las estructuras. En todos estos ejemplos podemos ver que este tipo de compromiso siempre va de abajo a arriba como un ideal que ayuda a la explotación (tanto sea laboral como emocional, como de otras formas).

Muchas veces, debido a ver que el compromiso que nos viene por defecto es opresor, se propone como alternativa el ‘no compromiso’, como si el problema fuera comprometerse en sí mismo y no el tipo de compromiso que se nos impone. Esto acaba poniendo a las personas con menos privilegios en situaciones de vulnerabilidad. Siguiendo el ejemplo de la clase trabajadora: aunque sepas que estás en unas condiciones precarias, romper tu compromiso de forma general con trabajar para una empresa puede colocarte en una situación todavía más vulnerable (sin un trabajo que pueda darte un sueldo a final de mes). El problema es que seguimos moviéndonos en un sistema que beneficia por defecto a las personas que tienen más privilegios.

Una alternativa que rompería con el compromiso sistemático presentado antes sería la de generar compromisos conscientes para cooperar de forma colectiva y más sensibles a los privilegios y opresiones de cada una, intentando romper con estas jerarquías. Comprometernos a cuidarnos, a tener en cuenta nuestras necesidades y vulnerabilidades, escucharnos para no quitarnos voz en procesos que nos afectan, hacer los compromisos también flexibles (que puedan cambiarse o dejarse), y a la vez explícitos, sensibles a todo el resto de relaciones que tengamos y que no sean incompatibles con compromisos que tengamos con otras personas y proyectos. Una idea de compromiso que nos sirva para que podamos saber y entender para qué estamos para las otras, podernos mover en las relaciones, pero no para atraparnos.

Es curioso que cuando se han dado situaciones donde se ha hablado de compromiso de forma más explícita y consciente quien más esquiva el comprometerse son las personas con más privilegios: estas personas estan tan acostumbradas a obtener sus necesidades por defecto sin depender (conscientemente) de nadie que no encuentran la necesidad de ningún compromiso y a la vez tienen miedo a la pérdida de privilegios que esto podría comportar, ya que el compromiso consciente podría revertir el propio sistema privilegios/opresiones.

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yo sí tengo miedo

por wuwei (natàlia)

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El grito de ‘no tinc por’ (no tengo miedo) resonaba por Barcelona y las redes sociales después del atentado del pasado 17 de agosto en Las Ramblas. Un grito que no dejaba duda de que se quería dar una respuesta contundente hacia todas las partes: al atentado y a la esperada reacción racista que se podría dar después. Un grito que algunas, asustadas en nuestra casa, intentábamos sacar de dentro sin éxito; un grito que parecía que provenía de todas aquellas que podían permitirse el lujo de gritar que no tienen miedo: porque aunque vivan en una ciudad que acababa de ser vulnerabilizada por el terrorismo pertenece a la Europa blanca y no tienen que padecer situaciones similares día tras día, porque posiblemente han podido ver la noticia de lejos y no con el corazón latiendo mientras corría por los alrededores de Las Ramblas, porque su cuerpo y mente tienen la gran ‘suerte’ de no reaccionar más de lo que es estipulado como ‘normal’ a estímulos externos tan violentos, o simplemente porque acumula un montón de privilegios. Un grito que a algunas nos hacía sentir culpabilidad o vergüenza por no estar suficientemente a la altura, o por hacernos sentir cómplices de la violencia de cualquier bando. Simplemente porque teníamos miedo. Y no nos engañemos, es el sistema (patriarcal, racista, colonial, capitalista) el que provoca tanta violencia, desviando su atención y estigmatizando todo aquello que no forma parte de la masculinidad hegemónica, como es el ‘miedo’.

¿Por qué no tenemos que tener miedo? ¿Por qué, delante de una demostración de los valores de la masculinidad, como es un atentado, una guerra, una conquista de nuestros cuerpos, mentes y emociones, tenemos que reaccionar sin miedo (otro valor más de la masculinidad)? Pero no es sólo el miedo lo que se nos veta, es también la rabia, tenemos que mostrarnos ‘normales’. ‘Normales’ para una situación así, claro, tampoco caigamos en mostrarnos ‘demasiado despreocupadas’ o ‘poco sensibles’. No sólo ‘normales’, lo que se espera de una persona ‘normal’, sino también ‘normales’ en cuanto la medida de nuestras emociones: sensibles, pero fuertes; emotivas, pero sin pasarse; dando muestras de apoyo y afecto, pero manteniendo la calma y manteniendo a ralla el miedo. Más allá de esto se estigmatiza a todas las que no podemos vivir en la medida de lo que se ha estipulado que es ‘normal’.

Nos han hecho creer, a través de expresiones, de que quien es violento es porque es un cobarde, o quien ejerce un maltrato también es cobarde. A la vez también han señalado el miedo como el causante de violencia estructural, como por ejemplo el racismo. En este caso en muchos escritos, o en redes sociales, se señala al miedo como el causante de la reacción islamófoba de culpar a las personas musulmanas por el atentado. Haciendo esto se desvía totalmente la atención de que son las ideas previas al miedo las que nos conducen a un lugar u otro; es el racismo y nuestros privilegios blancos los que hacen que delante de una acción como la del pasado 17 de agosto reaccionemos con islamofobia. Ya éramos islamófobas antes. ¿O nos pensamos que las personas nos convertimos en racistas simplemente porque tenemos miedo? El miedo se utiliza como excusa para hacer creer que nuestro racismo no es un racismo ‘real’ sino un odio fundado.

El hecho de que se utilice como responsable de toda violencia estructural también se puede observar en como el propio sufijo ‘fobia’, que originalmente significaba ‘miedo’, ha acabado transformándose en también un sinónimo de odio y utilizándose para señalar estas violencias: homofobia, transfobia, gordofobia, y un largo etcétera. Una vez más, se borran las ideologías que hay detrás de estas violencias y a la vez se estigmatizan a muchas personas que somos diagnosticadas con fobias, o con trastornos y a todas aquellas con un funcionamiento diferente del que se estipula que tiene que ser ‘normal’.

Estoy muy cansada de que instrumentalicen mis miedos para desviar la atención del verdadero problema: el sistema (patriarcal, racista, colonial, capitalista). Precisamente todas estas estructuras, que son las que provocan muchas de las violencias que tenemos que vivir cada día, son las que estigmatizan el miedo (a parte de provocarlo) y ponen a la ‘valentía’ en un pedestal. Y sí que es cierto que el sistema se aprovecha de nuestras emociones, pero no solamente lo hace con el miedo, también lo hace con la ‘valentía’, o manipulando hacia donde tenemos que dedicar nuestros afectos o amores. El problema es que el miedo a muchas nos hace menos útiles o ‘capacitadas’ por un sistema que nos quiere productivas, y por eso molestamos.

Yo tengo miedo. Tengo miedo de la violencia policial que vivimos en nuestras calles, manifestaciones, en los desalojos, y que violenta cada día a personas que son atravesadas por el racismo o por cualquier otra estructura que también vulnerabiliza. Tengo miedo de volver sola de noche por la calle, ya que he vivido más de una vez agresiones sexuales. Tengo miedo de salir del armario en muchos entornos. El miedo en muchos casos me ha enseñado a protegerme, a cuidarme, a decir delante de situaciones de violencia ‘basta’. No quiero gritar que no tengo miedo. No soy valiente, ni quiero serlo, ni quiero tenerlo que ser.

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después de romper con la monogamia

por wuwei (natàlia)

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Este artículo lo escribí como resumen (muy resumido) de una charla que di en las II Jornades d’Amors Plurals y se publicó en el número 422 de la Directa. Podeis ver el artículo original (en catalán) aquí.

(**) He añadido al final una aclaración a raíz de algunos comentarios que se hicieron cuando se publicó el artículo.

La versión extendida (‘no resumida’) de la charla la publicaré más adelante en este blog dividida en diferentes secciones.

 

La manera que tenemos de relacionarnos forma parte de un sistema o estructura de poder muy ligada a la estructura monógama. La monogamia no sólo es un recuento de relaciones, es también un sistema: está en el lenguaje, en la lógica construída socialmente, en la forma de pensar. Y va más allá de la normatividad entorno a las relaciones de pareja, ya que nos dice también como nos tenemos que relacionar en general con las personas, es un sistema relacional.

La monogamia nos aisla en unidades familiares no permitiendo generar redes solidarias, afectivas y sensibles a las estructuras que nos atraviesan. La no-monogamia tiene un gran potencial, no sólo para romper el propio sistema relacional, sino también otras estructuras de poder ya que éstas se elimentan de la estructura monógama y también porque te permite construir relaciones que rompen con los sistemas de privilegios y opresiones. Ahora bien, es necesario un punto de vista crítico en las propuestas que se plantean, sino se reproduce el mismo pensamiento.

Individualismo, dominación y objetivización

Nuestra forma occidental de ver el mundo se basa en la idea de que somos individuos externos al mundo que nos rodea (no formamos parte de nuestro entorno) y accedemos a nuestro entorno para cubrir nuestras necesidades a través de la dominación. Esta visión fomenta la creación de estructuras de poder que permiten a quien domina obtener lo que necesita sin tan siquiera tener que comprender que las está obteniendo de su entorno: sus necesidades quedan cubiertas de forma sistemática a través de las estructuras. Se crean, por tanto, privilegios hacia estas personas de grupos dominantes y les da un falso sentimiento de independencia.

En nuestros entornos no monógamos a menudo se intenta romper con la idea de la dependencia total a una sola persona (que proviene de la estructura monógama y que genera relaciones de poder) diciendo que las personas somos independientes y no tenemos necesidad de nada o nadie. De esta manera se estigmatiza la dependencia, se invisibiliza la dependencia con el entorno de las personas con privilegios y se crea un discurso de la no-monogamia a la que sólo pueden acceder personas con más privilegios.

Tratamos nuestro entorno como un objeto debido a verlo como una cosa externa a nosotres donde accedemos para cubrir nuestras necesidades. Las personas con las que nos relacionamos también forman parte de este entorno-objeto, y por tanto nos acercamos teniendo en cuenta las propias necesidades y deseos però no los de les demás. Este es un proceso de objetivización. Para resumirlo un poco, objetivizar es tratar a las personas como si no tuvieran voluntades o deseos propios, o bien no permitiendo que tengan un espacio para consentir u oponerse a una cosa, o también que no puedan expresar emociones ni opiniones al respecto de cosas que les afectan. Esta última es bastante común en las realciones no monógamas jerárquicas, donde a menudo personas que se ven afectadas por decisiones que se toman en las relaciones primarias no pueden opinar, o expressar emociones, o plantear alternativas, o ni siquiera se les informa de que se han tomado. En definitiva, objetivizar es no tener en cuenta a la otra persona, quitarle voz.

Compromiso e implicación

La monogamia suele llevar una carga muy grande de compromiso implícito y de expectativas relacionadas con la escalera de las relaciones. Este tipo de compromiso no suele ser un compromiso que se haya pactado, hablado o que se pueda cuestionar por ninguna de las partes. Además, suele implicar el hecho de no poder compartir compromisos, proyectos o afectos con otras personas y que además recaiga sobre una persona generar todo lo que necesita la otra.

Muchas personas delante de esto reaccionan planteando como alternativa no tener que comprometerse y no generar ninguna expectativa. Esto da una ventaja a las personas que tienen más privilegios, ya que estas tienen sus necesidades más cubiertas y no necesitan del compromiso para obtener nada. Por otro lado, las personas con menos privilegios, se verían la mayoría de veces arrastradas a vivir situaciones de vulnerabilidad. Normalmente quien rechaza el compromiso son las personas con más privilegios, ya que el sistema no les cubre sus necesidades y necesitan el compromiso para enteder como cubrirlas y poder acceder a aquello a lo que no pueden acceder sin privilegios.

No querer implicarse es una forma de no querer aceptar las cosas que obtenemos de nuestro entorno y no querer aceptar que el entorno nos afecta y nosotres lo afectamos. La implicación es necesaria para generar relaciones no objetivizadas donde las personas puedan tener voz en las cosas que las afectan. Las relaciones se tienen que construir a través de compromisos e implicaciones explícitas y que no vengan dadas por normas sociales estructurales ni que nos imposibiliten generar otros compromisos.

Responsabilidad compartida

La monogamia te da la idea de que una persona es totalmente responsable de tu felicidad o infelicidad. Para romper con esta idea que genera relaciones de poder se acostumbra a decir que cada persona es totalmente responsable de sus emociones, incluídas aquellas emociones que se generan a través de una relación y de lo que se comparte. Esta es una visión individualista, y no muy diferente a la anterior: o las responsabilidades son totalmente separadas o recae toda en una sola persona. En este paradigma la relación se borra completamente.

La responsabilidad en una relación tendría que ser responsabilidad compartida: tendría que ser de las personas que generan el espacio y la relación, no de forma separada (cada una la suya), no de forma vertical (toda la responsabildiad es solo de una persona), sino como combinación, teniendo en cuenta los contextos de cada persona y lo que se está compartiendo. Tener en cuenta el contexto de la persona significa que cuando tenemos una relación con una persona sobre la cual tenemos un privilegio, queramos o no nos beneficiamos de este privilegio y por tanto, tenemos una responsabilidad sobre la violencia etructural que podamos generar en esa relación. La responsabilidad compartida nos permite, además, reconocer explícitamente todas aquellas cosas que nos aporta la relación y lo que la otra persona está compartiendo.

Cuidados y el significado de ‘cuidar’

Ser conscientes de que cubrimos nuestras necesidades a través de nuestro entorno y, por tanto, a través de nuestras relaciones, nos permite tratar el tema de los cuidados desde un punto de vista crítico. Las tareas de cuidados siempre han recaído en las mujeres. No obstante, las tareas de cuidados de las cuales siemrpe hablamos en el contexto del feminismo se limitan sólo a la diferencia de género. Hay muchas más necesidades que tenemos que no recaen en las tareas que se han definido como cuidados (tareas del hogar, cocinar, o cuidar cuando le otre está enferme), así como necesitamos ser conscientes de las diferencias que van más allá de las de género, ya que hay muchas más estructuras o tipos de relaciones (no todas las relaciones las trabajamos en un contexto heterosexual, binario, romántico y sexual).

Cuidar implica entender qué necesita le otre, no para sentirnos obligades a cubrirle las necesidades, sino para tenerlas en cuenta y ser sensibles a ellas. Tampoco tenemos que obligar a que le otre tenga que entender cuáles son sus necesidades, sino dejarle espacio para que lo pueda expressar cuando quiera y se de cuenta de cuáles son. Y, sobre todo, no se tiene que obligar a tener necesidades que no se tienen. Debido a que los cuidados son un tema recurrente en nuestros espacios a veces caemos en el error de realizar tareas hacia otres que no necesitan para sentir que le estamos cuidando, y a menudo utilizamos estas tareas innecesarias como excusa para no tener que escuchar las verdaderas necesidades de le otre o no reconocer una necesidad cuando la expresa. Vivimos en lo que yo llamo la ‘cultura del tupper’: preparar tuppers a les compañeres sin pararnos a reflexionar qué queremos decir con ‘cuidar’, y mientras no dejamos a les demás expressarse cuando algo les afecta. Esto es un acto de objetivización.

(**) Añado una aclaración a raíz de algunos comentarios al respecto del artículo diciendo que lo que publiqué es aplicable también a relaciones monógamas. No creo que el tema de los cuidados pueda realmente aplicarse en relaciones monógamas ni relaciones no monógamas jerárquicas, ya que la monogamia implica jerarquía, y en ninguna jerarquía los cuidados son reproducibles, solo sucedáneos de cuidados, que no son cuidados. Estoy hablando de todas aquellas personas que no forman parte de la relación principal. Mi discurso quiere enfatizar el hecho de que estamos tratando a todes les demás muy mal y de forma muy objetivizada, tanto en responsabilidades, como en compromisos, como en cuidados. Por eso ni la monogamia ni la no-monogamia jerárquica nos salvarán nunca de todos los sistemas de opresión, sólo los seguirán reproduciendo, además a través de sus propios baremos.

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