consumo relacional

por wuwei (natàlia)

en català aquí.

 

Últimamente en entornos feministas, críticos y/o en espacios vinculados a los movimientos sociales se habla un poco sobre el consumismo relacional y los problemas que genera en maneras poco críticas de ver las relaciones (que son las que utilizamos por defecto). Muchas veces hacemos crítica de éste sin pararnos a pensar, explicar o definir en qué consiste exactamente el consumo relacional, cayendo siempre en la suposición por defecto de que las relaciones de consumo son aquellas de corta duración o bien las que se comparte “solamente” sexo. Ésta visión poco trabajada reproduce una visión estructural muy limitada y borra muchos de los consumos relacionales de los que no se habla. Creo que para poder seguir hablando sobre las consecuencias y de cómo hace falta evitar el consumismo relacional, sería necesario pararnos todes a escribir qué consideramos consumos cuando hablamos de relaciones.

Por defecto, cuando se habla y se presenta el tema del consumismo de relaciones se suele definir “relación de consumo” como una relación que no tiene mucha duración en el tiempo. ¿Son todas las relaciones de corta duración relaciones de consumo? No lo creo, todo depende de cómo nos acerquemos y nos alejemos de la persona con la que tenemos esta “corta” interacción o relación. A menudo se confunde “corta” con una relación “utilitarista” que dejas al cabo de poco porque ya has satisfecho el objetivo por el cual te acercaste. Pero nos olvidamos de muchas relaciones que pueden ser cortas por muchos motivos y que no son utilitaristas: alguien que conoces durante un evento y con la que no te vuelves a relacionar, por ejemplo. Además, haciendo esta relación estamos escondiendo las relaciones de larga duración que son utilitaristas, objetificadas y a través del consumo propio para alguna satisfacción personal, como muchas relaciones de maltrato.

También se suele relacionar el consumo de relaciones con relaciones con “solamente” sexo, cayendo en la idea de que el sexo de por sí es objetificador. Esto borra muchos otros tipos de consumo que no son sexuales (que pueden ser emocionales o intelectuales) y a la vez nos hace creer que tener una relació con “solamente” sexo es consumista, una idea sexófoba. Esto no quiere decir que no se consuma ni se objetifique mucho a través del sexo en nuestra sociedad, especialmente a aquellas personas a las que el patriarcado nos objetifica sexualmente. No obstante, no es el sexo en sí, es por como lo utilizamos socialmente para generar poder sobre otras personas. Si se tiene una relación “solamente” sexual pero se respetan los consentimientos, las voluntades de le otre o se le escucha en cada momento si tiene o no alguna molestia, no es consumista porque se están teniendo en cuenta las voluntades, deseos y necesidades de la otra persona.

Yo prefiero definir el consumo de relaciones a través de la motivación y la forma de acercarnos a la otra persona, no con la duración de la relación en sí misma, ni con lo qué se comparta. Una relación de consumo (desde mi punto de vista) sería una relación objetificada (donde le otre es un objeto, no un sujeto) donde te acercas para satisfacer alguna cosa que tú quieres pero sin tener en cuenta lo que quiere la otra persona (si quiere o no lo mismo que tú, o si incluso estás saltándote su consentimiento), y quitándole la voz en todas las cosas que le afectan, y no pensando en las consecuencias  de cómo afecta esto en su vida ni sus relaciones.

A veces la definición por defecto que se hace del consumismo de relaciones (relaciones de consumo sexual cortas en el tiempo) borra muchas de las experiencias de consumo que he vivido: relaciones largas (de años) que me han consumido emocionalmente. Aún la importancia de tener en cuenta el consumo relacional que se hace a través del sexo, especialmente por parte de hombres hacia mujeres y personas femeninas y en entornos de fiesta o en ambientes sexuales, o también de cómo muchas personas se acercan a otres y al cabo de nada dejan la relación sin ningún cuidado porque ya han satisfecho sus necesidades, no tenemos que obviar tampoco el resto de consumos en los que nos vemos sometides.

Share

la vulnerabilidad de las mujeres bisexuales o no monógamas

por wuwei (natàlia)

en català aquí.

 

Cada estructura de poder tiene sus formas de afectar al grupo al que está oprimiendo. Una de las (muchas) características del machismo es la objetificación sexual (entre otros tipos de objetificación) de las mujeres. Esto no implica solamente una hipersexualización (consecuencia de la objetificación), sino también de una disposición de nuestro consentimiento: nuestro consentimiento no es reconocido como existente, y se nos anula la posibilidad de poder o no consentir. Este borrado se hace y se construye a través de normas sociales (muchas de ellas implícitas), como por ejemplo el hecho de creer que la opinión de las mujeres es menos que la de los hombres (y por tanto, que los deseos de cualquier hombre pasen por encima de lo que pueda pensar, sentir o desear una mujer), o de la creencia de que los hombres pueden disponer y apropiarse de nuestros cuerpos, deseos, emociones o voluntades (que no solamente se traduce en objetificación sexual, sino también en explotación en las tareas del hogar, o en el consumo emocional).

 

Las intersecciones entre opresiones suelen complicar las cosas. Cuando, por ejemplo, hablamos de cómo se combina ser mujer con la bisexualidad, esta objetificación de la que hablábamos aumenta. En el patriarcado se ha establecido actualmente un tipo de ‘norma’ implícita que dice que todas las mujeres tenemos que ser bisexuales para el placer de los hombres, mientras que a la vez se nos obliga a ser heterosexuales. ¿Qué quiere decir esto? Que nuestra orientación “real” y obligatoria tiene que ser heterosexual (solamente nos tienen que gustar y atraer los hombres, y son con los que tenemos que tener vínculos románticos exclusivos), pero que tenemos que performar (representar, jugar a) la bisexualidad para que los hombres heterosexuales puedan disfrutar de sus fantasías sexuales. Esto hace que por un lado se niegue la orientación de las que seamos bisexuales (nuestra orientación no es “real”, es solamente un juego) y que se apropie por parte de los hombres (no es solamente un juego, es un juego para los hombres). Una de las consecuencias de todo esto es la cantidad de agresiones sexuales que padecemos las mujeres bisexuales debido a, no solamente ser mujeres, sino también bisexuales. Unos estudios estadísticos que se hicieron en Estados Unidos, mostraban que casi la mitad de las mujeres bisexuales habían padecido una violación, frente el 15% de mujeres monosexuales (heterosexuales o lesbianas).

 

Un aumento de la objetificación también ocurre a las mujeres no monógamas. A ojos de los hombres, las mujeres no monógamas somos “mujeres más fáciles”, cosa que nos pone en una situación más vulnerable delante de hombres que especialmente buscan relaciones sexuales objetificadas, donde creen que nuestro consentimiento es más fácilmente ignorable porque ‘ya somos no monógamas’ (cómo si esto diera luz verde a cualquier hombre que quisiera disponer de nosotras). Además, dependiendo del tipo de no-monogamia la vulnerabilidad puede aumentar: las mujeres que practiquen un tipo de no-monogamia que se vean desde fuera como más “flexibles” y que más rompan con el amor romántico y el concepto de pareja suelen ser vistas e interpretadas a ojos de un hombre machista como “mujeres que solamente quieren tener sexo y a las que no tengo porque dar explicaciones de nada” o, por decirlo más resumido “mujeres más accesibles”.

 

Finalmente, también está el mito del unicornio, aquellas mujeres bisexuales no monógamas buscadas especialmente por parejas hombre-mujer para su placer sexual o como ‘compañera’, donde existe una jerarquía entre la “pareja” y esta mujer (la pareja es la que tiene el poder en la “relación” y por tanto son las componentes de la pareja las que ponen las normas y las que tienen voz). Las mujeres que son tratadas como unicornios, además, se les suele exigir una serie de elementos, como si de un producto de catálogo se tratara: atractiva, joven, que sepa “dar” igual a casa uno de los componentes de la parejas, que no monte “dramas”, y que sepa aguantar cualquiera de los problemas o celos de la pareja (e incluso hacerse responsable, sin exigir ninguna responsabilidad de “vuelta”). Y cuidado, que no se enamore más del unicornio uno de los componentes de la pareja que el otro porque entonces podrá devenir el nuevo objeto de celos mientras a la vez se le tratará como culpable de todo.

 

Cuando yo era adolescente padecí ciertas situaciones de vulnerabilidad y de agresiones sexuales donde tanto mi supuesto comportamiento poco monógamo (no me planteaba la idea de tener una pareja ni el tema de la exclusividad) como también el hecho de ser bisexual jugaron un papel muy importante. Tanto es así que finalmente (y de forma muy inconsciente) me acabé encerrando en una relación monógama con un hombre por protección (relación que acabé dejando hace más de siete años). Llegué a sentir que la razón por la cual había padecido aquellas agresiones había sido tanto mi orientación sexual como mi forma de relacionarme poco monógama. Una sensación de culpa constante me perseguía (una cosa muy ligada a como nos tenemos que sentir siempre las mujeres). Pero el problema no fue ni mi orientación ni ningún tipo de no-monogamia, sino los hombres machistas que utilizan estos factores como excusa para apropiarse de nuestros cuerpos y de nuestras emociones. Cualquier mujer tiene todo el derecho de explorar su sexualidad, de tener el tipo de relaciones que desea, como también de decidir no querer pertenecer a ningún hombre.

Share