Aviso de contenido: monosexismo, heterosexismo, bifobia, lesbofobia, machismo, competitividad, jerarquías
Estamos viviendo una época dentro de muchos activismos que parece más bien una lucha para ver quien está más oprimida. Nos repartimos carnets con puntos, donde se suman y se restan puntos según cada estructura de forma totalmente simplista y poco contextual. Entiendo que muchas veces haya personas un poco hartas sobre estas temáticas e, incluso, escépticas sobre el propio concepto de las estructuras de poder. Las estructuras son complejas, los privilegios y las opresiones también, y no se pueden ver como una colección de suma de puntos como muchas veces se presentan. Es muy probable, por ejemplo, que aunque a mí me afectan el machismo, el heterosexismo, el monosexismo y el capacitismo, pueda tener una vida más fácil que una persona que solamente es atravesada por el racismo en el mismo contexto que el mío. No estoy diciendo que tenga que ser siempre así, es, como ya he dicho, complejo, y el clasismo también juega un papel importante aquí.
Hace unos
años una persona argentina que estaba dando una charla sobre gordofobia,
después de explicar cómo esta estructura le afectaba, añadió que aunque le
afectaba mucho, dependiendo del contexto había otras estructuras que podrían
afectar más, o hacer que la gordofobia no afectara tanto en comparación. Por
ejemplo, cuando te para la policía en un aeropuerto y no eres europea hay
estructuras que serán más importantes o tendrán más relevancia en aquel
contexto. En cambio cuando, por otro lado, vas al médico es probable que la
gordofobia, juntamente con el hecho de ser una mujer, sea lo más relevante.
Sabemos que cuando no se tiene en
cuenta la existencia del monosexismo, a las personas plurisexuales se nos borra
parte de la opresión que vivimos. Normalmente, cuando esto pasa, se considera que solamente
vivimos heterosexismo, homofobia, con “mitad intensidad” o “mitad frecuencia”,
o sea, que solamente nos vemos afectadas cuando tenemos relaciones con personas
del mismo género. Y es cierto que el heterosexismo nos afecta, y nos afecta
especialmente cuando esto pasa. No obstante, existe otra estructura, el
monosexismo, que nos atraviesa específicamente por el hecho de sentirnos
atraídas por más de un género, que no se suele tener en cuenta. No tener en
cuenta esto es no tener en cuenta la alta vulnerabilidad que padecemos las mujeres
plurisexuales a la violencia sexual (que también padecen lesbianas, pero que en
las plurisexuales se suele disparar más), o bien no tener en cuenta como se nos
borra y nos estereotipa en todo contexto monosexual.
Pero en el proceso de aceptación de
la existencia del monosexismo en las comunidades plurisexuales se ha generado
una tendencia a repetir que las mujeres bisexuales estamos, en general, mucho
más oprimidas que las lesbianas. Esto es la simple consecuencia de ver, como he comentado,
las estructuras de poder como una suma y colección de puntos. Si eres una mujer
plurisexual, te ves atravesada por el machismo, el monosexismo, y también el
heterosexismo. Por tanto, según esta lógica, nos vemos afectadas por una
estructura más (el monosexismo) que las lesbianas, y, en consecuencia, estamos
mucho más oprimidas.
Ver las estructuras de esta manera y
llegar a conclusiones como esta me parece, no solamente peligroso, sino también
una forma de banalizar y simplificar la violencia estructural. Es obvio que el monosexismo nos
afecta a personas plurisexuales, y que por esta estructura las personas
monosexuales tienen un privilegio. Pero este privilegio y esta opresión no se
viven ni se expresan igual siempre. Una mujer que, por ejemplo, sea bisexual y
esté teniendo una relación monógama con un hombre, el heterosexismo que
padecerá será mucho menor que el que padezca una lesbiana. Es más, es probable
que, en algunos casos, no siempre, también el monosexismo que padezca no sea
tan alto como el de una mujer bisexual no monógama y que mantenga diferentes
relaciones con personas de diferentes géneros, o incluso con solamente mujeres.
El contexto, como llevo comentando
desde el principio, siempre es importante.
Creo que es importante que comencemos
a contextualizar las estructuras, sin el miedo a perder por el camino la
politización de nuestros activismos y nuestras luchas. El contexto también es
político, tanto como las estructuras, porque las estructuras son contexto. Nuestro contexto. Ni las bisexuales
estamos, en general, más oprimidas que las lesbianas, ni tiene porque ser al
revés. Habrá casos, habrá contextos, y habrá más estructuras que, posiblemente,
puedan llegar a afectar mucho más que todas estas, o que su intersección sea
mucho más compleja. No hemos venido aquí a pelearnos, a sumar o a restar
puntos, ni a jugar al bingo. O al menos, yo no he venido a esto. Nuestra lucha
tiene mucho en común. Pero para poder compartirla, antes tenemos que empezar a
dejar ciertos tipos de competitividades a banda, sin tampoco olvidarnos de que
la bifobia y la lesbofobia, obviamente, existen.
Este texto lo escribí y se publicó en El Salto el 21 de octubre. Podéis ver el original aquí .
Aviso de contenido: monosexismo, estereotipos, machismo, heterosexismo
Mi cuerpo, mi mente, y todo mi sentir, llevan desde que nací cambiando, mudando. No quiero imponer qué es más natural y qué no. Todo lo que pueda ocurrir y ocurra, es natural. Las cosas “buenas” y las “malas”. Lo que está bien o no está bien no tiene nada que ver con lo que sea más o menos natural, tiene que ver con la ideología de cada cual. Mucha gente cree que los cambios tienen más tendencia a producirse, y a ser más “naturales”, cuando eres pequeña, y que cuando nos hacemos mayores tendemos a ser más rígidas, menos cambiantes.
Esta no ha
sido mi experiencia. Yo siempre he sido consciente de mis cambios, y gracias a
ellos he sobrevivido y he podido salir de momentos complicados de mi vida. La
vida para mí es cambio. Siempre me he sentido yo misma como una especie de
proceso. No hace falta que nadie me diga que me estoy poniendo filosófica, yo
ya sé que me pongo así muy a menudo, puede que sea una de las pocas cosas que
no han cambiado en mí desde que tengo consciencia, y desde que con cinco años
mi gran preocupación era comprender si todo lo que veía y sentía era real o no
y qué era el “yo” y esa voz que retumbaba en mi cabeza. Pero con todo esto
tampoco quiero dar la impresión de que soy un ser que sabe mucho o que se conoce
mucho y sabe bien lo que quiere o siente. Al contrario. Simplemente soy una
rallada de la vida, sin más. Cada una tenemos lo nuestro.
Yo salí del
armario como bisexual de forma muy confusa. De hecho, salí del armario con una
amiga y conmigo misma a la vez. Le dije a mi amiga “oye, quiero decirte una
cosa”, y ella me contestó “¿el qué?”. En ese momento no sabía ni lo que le iba
a decir. “Que soy bisexual”, le dije. Y mientras lo dije la sorprendida fui yo.
Seguramente más que ella. No hubo un razonamiento anterior, ni una crisis
existencial, ni una duda mientras veía el mundo pasar. Nada, salió, así. Pero a
partir de ese momento sí empecé a rayarme, como siempre, intentando entenderme
un poco. También empezó una época muy complicada en mi vida, porque es lo que
tiene la adolescencia, y más siendo una persona femenina, bisexual y autista.
Pero hasta entonces mi vida había sido supuestamente heterosexual. O no. No lo
fue. Me di cuenta en ese momento, rebuscando en mi pasado, que yo cuando era
preadolescente era más lesbiana que otra cosa.
Sí, de eso
me di cuenta en ese momento. O sea, cuando empecé a fijarme en personas de una
forma más consciente, lo hacía básicamente con chicos. Y me atraían. Pero antes
de empezar a experimentarme sexualmente, mi atracción era hacia chicas
solamente. Y permitidme que sea así de binaria, no tenía más opciones en ese
momento. Yo no tenía ni idea de que lo que sentía era atracción, o excitación.
Obviamente aquí estaban el machismo y el heterosexismo bailándole a mi vida.
Pero no solamente esto, también estaba el problema de ser autista, y muchos
sentires míos me fueron vetados desde pequeña, algo que ha hecho que a lo largo
de mi vida haya tenido que enmascarar demasiadas cosas de mí e imitar todo lo
que me rodeaba, más que una persona neurotípica.
No quiero
que eso se lea como que mi orientación “verdadera” y “natural” es la lésbica y
que después con toda la presión social me volví más heterosexual y/o me quedé
en medio. No es eso. Tampoco quiero que se lea que pasé una fase sin
importancia. Las fases existen, son importantes, tanto como lo que
interpretamos como “no-fases”. A mí me gustan y son partes importantes de mi
vida. Pero vaya, tampoco nos pensemos, porque mi bisexualidad en ese momento
terminó por ser una fase también. La violencia a la que estuve sometida los dos
siguientes años hizo que me cerrara en una relación monógama con un hombre.
Creía que así estaba más segura. Al menos eso es lo que sentía. Y allí se
acabó. Temporalmente, claro.
Muchas
activistas bisexuales se obsesionan en decir que si tienes una relación
monógama con una persona de un género concreto esto no te convierte en
monosexual, o sea en heterosexual o en lesbiana, que sigues siendo bisexual,
sin matices, sin contextos. Yo era una de estas personas que no paraban de
repetirlo. Pero creo que depende de cada una, qué queréis que os diga. O sea,
lo que creo es que no tiene por qué, y tampoco tenemos que obligar a la gente a
que sí siga siéndolo. Las personas cambiamos y nuestras experiencias también. También
las estructuras que nos atraviesan. Las experiencias y los contextos son
distintos para cada una. Habrá que sientan que sí, habrá que sientan que no, y
habrá que no lo saben o que sientan que tal vez.
Para mí esta
retórica tiene una fuerte base monógama, con todo el rollo de que la
bisexualidad solo parece poderse demostrar fuera de la monogamia, parece que a
todas nos asuste tanto esta idea que queremos aferrarnos a esa identidad fija
de nuestro ser. En mi caso, durante esos once años de relación monógama con un
hombre pasé por varias fases: en algunas de esas fases seguía sintiéndome
atraída por mujeres, pero tampoco me importaba y no lo expresaba, y tampoco
sentía ser bisexual, así que el monosexismo no me afectaba; en algunas otras
fases sí que me afectaba y sí sentía necesidad de expresar cierto sentir; y en
otras fases simplemente me sentía heterosexual. Es así. Y estoy segura de que
no he sido la única.
Pero esas
múltiples fases pasaron también. Dejé esa relación. Y mi atracción, o al menos
como yo la percibo, se complicó. Los ejes de mi atracción no son el género.
Pero para no hacerlo simple, que sería demasiado fácil, tampoco quiero decir
que el género no cuenta para nada en mi atracción. Digamos que no filtro
totalmente ningún género, y me puedo llegar a sentir atraída por una persona de
cualquier género. Pero sí que es verdad que hay géneros que filtro más que
otros. Eso no empezó siendo así hace casi diez años cuando dejé esa relación.
En realidad, no filtraba nada en el género. Pero hay ciertas cosas que fui
aprendiendo, y ciertas experiencias que también cambiaron mis atracciones. Me
volví selectiva con algunas cosas, y mi propio cuerpo también. De hecho, una de
mis fases fue la asexualidad. Durante dos años dejé de sentir atracción. Y creo
que fue una bendición, realmente necesitaba eso. Necesitaba dejar de sentir
ciertas cosas para curarme de muchas otras. Ahora soy alosexual. Y bisexual.
Actualmente, mis ejes de atracción son más complejos que el género, y se
dibujan y desdibujan a través también de posiciones políticas, activistas e
ideológicas. No es solamente mi mente quien decide esto, es también todo mi
cuerpo. Y me gusta ser así.
Me flipa
mucho cuando hay gente que afirma con total rotundidad que la bisexualidad no
es una fase. O que cualquier otra des/orientación tampoco lo es. Parece como
que necesitamos ponerle énfasis a eso, ya que las fases y los cambios en
nuestro contexto social no valen nada. Pero es irónico, este contexto social y
estructural no nos permite cambiar según nuestras necesidades y contextos, es
algo prohibido, quiere fijarnos en algunas de las cajas para jerarquizarnos,
estigmatizarnos, colocarnos en algún lugar, sea el de productiva, sea el de
“ser despreciable”.
Pero a la
vez nos obliga a un constante fluir cambiante que nos inestabiliza,
especialmente en lo económico y relacional. Una especie de fluir que es más
bien un arrastre estructural que nunca sabes dónde te llevará.Y a las más
vulnerables suele arrastrarlas a los lugares más precarios. Es verdad que hay un
discurso en pro de las fases y de los fluires que es bastante liberal, que
borra totalmente las estructuras que nos afectan y que simplemente se suman a
una confusión apolítica intencionada. Pero lo contrario no tendría que pasar
por negar nuestros cambios. Delante de todo esto prefiero pensar en otras vías.
Vuestra bisexualidad podrá no ser una fase, pero la mía lleva siendo un gran
desfase desde el primer día.
Aun siendo
bisexual, aun siendo activista, aun considerándome “activista bisexual”, y aunque
casi cada año acabo escribiendo en un día como hoy, me cuesta muchísimo identificarme con el día de la visibilidad bisexual.
Y casi siempre acabo escribiendo algo porque creo que es seguramente el día en
el que a lo mejor puedo captar más interés o porque utilizo también esta
plataforma para lanzar algunos mensajes alternativos a los mensajes mainstream que suelen llenar todo el
día. La mayoría de los mensajes intentan
dar visibilidad a la bisexualidad y a la vez instaurar un tipo de identidad
bisexual que acaba definiéndonos, encerrándonos y otorgándonos unas
características que se alejan de lo que creo que es un verdadero empoderamiento.
Sabemos que el monosexismo se basa en el borrado de
todo aquello que no sea heterosexual ni homosexual, y que, además, aunque nos
borre, lo que hace es otorgarnos una imagen concreta. Porque en realidad no es
que no existamos socialmente, no nos hemos “inventado” ningún tipo de cosa que
no se haya mencionado a través del discurso médico y social. La historia lleva
mencionándonos desde que se inventó la orientación sexual para poder separar géneros
y apartar todo aquello que no encajaba en lo que supuestamente tenía que
perpetuar el binario de género: les
bisexuales somos primitives, somos socialmente inconsistentes, somos
inestables, somos niñes que todavía no hemos crecido ni escogido. Más bien
estamos prohibides y encajades en un imaginario asocial casi mágico. Se
crea una imagen de nosotres fuera de todo aquello que es social, que ni si
quiera es un error, desviación o enfermedad, como se acostumbra a señalar sobre
la homosexualidad. Es por este motivo por el que normalmente el activismo bisexual se basa en la visibilización y en la
negación de esta imagen creando una idea “contraria” a la impuesta, socialmente
aceptable y cerrando así una identidad totalmente basada en contra-estereotipos
y la visibilización.
Pero el
peligro de reivindicar nuestra propia existencia de esta manera es que seguimos perpetuando monosexismo y
heterosexismo haciéndole un altar a la creación de las propias orientaciones
sexuales. No quiero caer tampoco en la idea de “todes somos personas, no
veo orientaciones”, borrando a la vez privilegios, opresiones, violencias y
estructuras. Obviamente todes somos personas, pero las estructuras no nos
colocan a todes en el mismo sitio. En realidad para las estructuras no todes somos
igualmente personas. No, esto es la misma mierda de siempre. Lo que quiero es
que reflexionemos qué estamos re-creando, una y otra vez: bisexuales visibles,
bisexuales tranquilas, bisexuales existentes y estables, esencialmente
bisexuales, naturales; bisexuales que estabilizamos a una sociedad que violenta
a muches más, no solamente a nosotres. ¿Queremos formar parte de esto?
¿Queremos estabilizar la estructura de orientaciones sexuales? ¿Qué queremos
ser y hacer con todo esto?
Nos
encontramos muchas veces que delante de la crítica a la propia existencia de la
orientación sexual se nos intenta encajar en otras identidades no
heterosexuales, pero monosexuales. Y si no contemplamos nada más allá del
heterosexismo y del machismo podríamos creer que esto es suficientemente poco
esencialista y un poco menos identitario (aunque esto lo pongo en duda muchas
veces según el discurso de la persona que tengo delante). Y esto también nos
trae problemas, porque borra experiencias estructurales de muches, borra el
monosexismo. Seguimos siendo les mismes inestables de siempre, les mismes
cuestionades de siempre. Seguimos siendo les traidores, aquelles con les que no
se puede confiar, pero utilizando palabras que no nos permiten señalarlo para
acabar siendo expulsadas al grito de “no sois suficientemente queer”, haciéndonos entender que no
tenemos lo que hay que tener para poder pertenecer a la comunidad LGBTI+, o
bien no ser suficiente para formar parte de algunos ambientes feministas.
Sigo sin
entender muy bien cómo moverme entre discursos que me duelen e identificaciones
que no sé cómo llevar. Para mí no es
esencial llamarme de alguna forma, sino entender cómo funciona una estructura
que me afecta a mí y a muches más, como es el monosexismo. Nombrarse, no
obstante, a veces, forma parte de poder explicar aquello que me atraviesa.
Tampoco es una carrera para ver quien está más oprimida, ya que las estructuras
se expresan de forma contextual, y no me pondré a decir que me siento o que
estoy más oprimida que una lesbiana o bollera, porque depende del contexto de
cada una y del momento. Es más, considero a las lesbianas y bolleras
compañeras. No obstante, lo que pretendo es no borrar todo lo que me ha llevado
a la pérdida de trabajos, a la pérdida de relaciones de todo tipo, a la
violencia en relaciones sexoafectivas, a la violencia sexual, y al
empeoramiento de mi salud mental o el cuestionamiento constante de toda relación
y del valor o peso de toda esta violencia. Y esto no sólo me ha pasado por el
hecho de no ser heterosexual, sino también específicamente por el hecho de no
ser monosexual.
Las orientaciones, al fin y al cabo,
han sido creadas por estructuras como el heterosexismo, el monosexismo, el
sexismo, el cisexismo o la monogamia. Caer en mensajes normativistas y asimilacionistas
es reproducir todas estas estructuras. Aferrarnos al propio concepto de
orientación como si fuera un concepto esencial y no estructural, también. No
obstante, de momento sigo sintiendo la necesidad de nombrar todo aquello que me
atraviesa, y por tanto, seguiré en este tipo de posición extraña, donde soy
bisexual y a la vez reniego de todo lo que a veces algunas formas de ver y
expresar la bisexualidad supuran.
A veces he reclamado estereotipos, o
derivados como la desorientación, y algunas me han acusado de perpetuar el rollo este de “todas
somos personas, las orientaciones no existen”: mi desorientación es también
estructural, es el propio monosexismo que reclama que me decida, que me
oriente, hacia opciones estructuradas, jerárquicas y poco sensibles. Lo que
hacen muches como respuesta es orientar también la propia bisexualidad. Yo
prefiero mirar hacia otros lados. Pero no para mirar hacia cualquier lado,
ignorando todo aquello que hacemos a través de nuestras decisiones, relaciones
y no/orientaciones. La orientación es estructural y me reapropio de mi
desorientación como un acto político y sensible hacia todas mis relaciones y
hacia todo aquello que pretende encajarme por un lado, y también por el otro.
En vez de escoger la no-sensibilidad que todas estas estructuras quieren que
siga, construyo otras opciones, conscientes, escogidas, no orientadas hacia
donde sistemáticamente “tendría que ser”, y sensibles a como nos atraviesan
estas estructuras. Mi desorientación es una forma de resistir, no sólo a la
orientación sexual, sino también a todas aquellas formas con las que se nos
pretende orientar sobre cómo nos tenemos que relacionar con todas las demás.
Antes de empezar, y para contextualizar un poco, para aquelles que no estén familiarizades con el término, los cazadores de unicornios suelen ser parejas hombre-mujer que buscan a una mujer bisexual, a menudo con algunas características más (guapa, joven, sin compromisos, que reparta los afectos de forma igual a los dos miembros de la pareja, etc) para tener con ella una relación sexual más bien continuada y también, en muchos casos, afectiva. Normalmente, existirá una jerarquía y la relación de la pareja “original” estará por encima en la toma de decisiones sobre la relación de las tres personas, sea el tipo que sea. Depende de la pareja la pueden buscar con más o menos características, pero esta es más o menos la idea. A veces he visto definirlo también como parejas que no son hombre-mujer, pero yo prefiero ceñirme más a las parejas hombre-mujer, que es donde se suele reproducir más el machismo y la bifobia características de la caza de unicornios. Se puede hablar con más profundidad sobre el tema, pero no quiero tampoco alargarme mucho aquí. Os dejo un link en inglés. El resto de cosas que he encontrado en catalán o castellano no me han gustado suficiente. Creo que donde hay la mejor información al respecto es sobre todo en los debates que se comparten en comunidades no monógamas con una perspectiva feminista, o bien en grupos donde solamente se debate sobre esto mismo. Y releyendo la carta que he escrito también creo que a través de ella se puede aprender un poco más el concepto.
No-queridos cazadores de unicornios,
empezaré
presentándome, más que por cortesía, para contextualizarme. Me llamo natàlia,
también wuwei. Soy bisexual y no soy monógama. Soy, por tanto, una de vuestras
posibles “víctimas”. Escribo “víctimas” para visibilizar el consumo que hay
detrás de lo que hacéis, ya que no son compañeras lo que buscáis, son
productos/objetos; a la vez uso las comillas para empoderarme y no sentirme
tampoco una víctima de nada, no tengo ninguna intención de seguiros el juego.
Podría
seguir con una lista de muchas de mis cualidades, de las que soléis poner
vosotros que buscáis cuando estáis
intentando encontrar vuestro unicornio: si soy “limpia”, si soy o no dulce, si
sé repartir o no los afectos correctamente, cuanto mido, si soy guapa o no,
delgada o no, si soy joven o más bien pasadita, si mis ojos son de color, si
tengo o no compromisos, si tengo hijes, etc. Supongo que dependiendo también
de cuáles son vuestros estatus, soléis
rebajar un poco el listón, ya lo sé. Es el mercado de la oferta, la demanda y
de lo que se puede pagar. Pero no os daré más información sobre mí, porque no
tengo ningún interés en conoceros.
Permitidme
también que utilice el masculino genérico para referirme a vosotros. Teniendo
en cuenta las jerarquías relacionales que devienen en este tipo de relaciones,
prefiero no utilizar ni el femenino ni el neutro para referirme a vosotros. Los
señores mandan, a veces muy sutilmente, pero es lo que hay cuando sois
cazadores de unicornios, la crítica a las jerarquías es bastante nula. Creedme,
sé de lo que hablo.
También me
gustaría enfatizar que no tengo nada en contra de las relaciones grupales, de
tres, de cuatro, cinco, cincuenta personas, sean románticas, sexuales,
afectivas, de co-crianza, o que comparten algún proyecto en común. No solamente
no tengo nada en contra, sino que me encantan. Me encanta la idea de las
relaciones de más de dos personas, en muchos sentidos. Tampoco tengo nada en
contra de los tríos sexuales o de las orgías, al contrario. Tampoco es
necesario que te guste todo esto para poder hacer una crítica de lo que hacéis.
Te puede gustar y seguir teniendo un discurso inclusivo con estas prácticas. El
problema no son todas estas prácticas de por sí, el problema es lo que hacéis
vosotros, así como muchas otras prácticas objetificadoras que también se mueven
en algunos ambientes sex-positive sin discurso crítico (que no son todos, pero
son bastantes), pero ahora no entraré en esto, no nos desviásemos del tema.
También
quiero añadir que no tengo nada en contra de aquellas que, teniendo una
relación sexoafectiva previa, conocen a una persona/chica y empiezan una
relación sexoafectiva con ella porque así ha surgido. No es esto lo que muchas
criticamos. Lo que criticamos es otra cosa, son aquellas parejas que nos
buscan, nos catalogan, nos exigen, y nos imponen unas jerarquías; aquellas que,
básicamente, nos utilizan y nos consumen. Y no quiero ahora que como inicialmente
no sentís que estéis utilizando ni consumiendo a nadie no os paréis a hacer
autocrítica, es posible que ni siquiera os estéis dando cuenta de que lo
hacéis. Pero creedme, seguramente lo estáis haciendo. Paraos un rato, o unos
cuentos ratos, y pensad qué estáis haciendo y por qué. También podéis consultar
a personas con más experiencia en debates sobre el tema; incluso, si puede ser,
a otras mujeres bisexuales no monógamas que hayan pasado por esto. Escuchadlas.
Escuchadnos.
Las mujeres
bisexuales no monógamas no somos vuestros productos de consumo; no estamos aquí
para satisfacer vuestras fantasías de pareja sin tener en cuenta qué queremos
nosotras, ni para repartiros los afectos a partes iguales y cuidaros, ni para
arreglar vuestros problemas de pareja. Merecemos tener voz, ser cuidadas
también (y no de la forma que más os convenga a vosotros), ser tenidas en
cuenta y no ser tratadas como un producto más. Merecemos tener voz en la
relación y no tener que someternos a unas normas impuestas desde la pareja.
Merecemos tener otros compromisos, así como vosotros lo tenéis entre vosotros,
siendo este muy superior al que tenéis con nosotras, porque, creedme, hay otras
personas en el mundo también merecedoras de nuestro afecto: no somos no
monógamas para vuestro placer, nuestra no-monogamia, así como nuestra
bisexualidad, es nuestra, y la compartimos, no es para apropiarse de ella.
Merecemos no
ser expulsadas sin ningún tipo de explicación a la mínima que uno de vosotros
os cansáis de nosotras, padecéis demasiado de celos o no somos exactamente lo
que buscabais. Merecemos que no se nos haga responsables de vuestra relación,
de vuestras emociones, de vuestros celos, ni de vuestres hijes, a través de una
imposición jerárquica que muchas veces es sutil porque recae en normas
socialmente aceptadas. Merecemos poner nosotras también límites y normas sobre
lo que nos afecte a nosotras, y merecemos formar parte de los procesos de tomas
de decisiones en la relación: sino, no lo llaméis tríadas, porque no lo es, es
solamente una relación exótica a la que llamáis así. Merecemos también ser
tratadas con respeto y consideración, incluso cuando no queréis salir del
armario y en el exterior nos tratáis como si no existiéramos. Merecemos todo esto,
y mucho más. ¿Sabéis por qué? Porque todes merecemos esto.
Espero que
todo esto os sirva de reflexión. Y si no al menos os puedo asegurar que yo me
he quedado muy a gusto.
Este texto lo escribí y se publicó en El Salto el 28 de junio. Podéis ver el original aquí .
En mi época universitaria, pronunciar la palabra “bifobia” en cualquiera de los colectivos LGTB en los que participaba o estaba era asegurarse malas miradas o comentarios incómodos. “Bifobia” era una palabra prohibida que tenías que pronunciar en voz baja y a menudo la respuesta que escuchabas era “¡la bifobia no existe!”. Este fue uno de los principales motivos por los cuales me alejé de estos colectivos, ya que no sentía que pudiese hablar de ninguno de los problemas que me atravesaban y la mayor parte de los esfuerzos, energías y tiempo solían destinarse a solucionar los problemas de los hombres gays.
Con el tiempo, la existencia de la
bifobia ha ido ganando un poco de reconocimiento. No obstante, pocas veces se
reconoce lo que realmente representa en nuestras vidas. A menudo se suele
confundir la bifobia con aquella violencia que padecemos las personas
bisexuales cuando tenemos relaciones con alguna persona de nuestro mismo
género, pero que no padecemos cuando tenemos relaciones leídas como
“heterosexuales”. O sea, según este punto de vista padeceríamos un tipo de
homofobia partida por la mitad en intensidad y cantidad, algo que ha hecho que
se nos coloque muchas veces en algunos colectivos más como aliadas que como
verdaderas pertenecientes al colectivo LGTB. Esta reducción de la bifobia en un
tipo de medio homofobia invisibiliza la violencia diferenciada que padecemos
por la especificidad de sentirnos atraídas por más de un género (aparte de la
homofobia o lesbofobia que podamos padecer también cuando tenemos relaciones
con personas del mismo género).
El monosexismo —del cual la bifobia es un caso concreto— coloca a las personas que nos sentimos atraídas por más de un género en una posición de borrado continuo. Una de las consecuencias de este borrado es que nos dificulta muchísimo poder describir nuestras experiencias, emociones o relaciones, ya que la forma que tenemos de expresar nuestras relaciones y emociones pasan por el filtro del monosexismo. Este filtro, que nos borra, coloca lo que expresamos y lo que vemos en una de las dos cajas monosexuales más reconocidas (heterosexual u homosexual).
Nuestra forma de analizar y describir
aquello que estamos viendo está construido sobre lo mismo, como cuando vemos
una pareja, que solemos catalogar automáticamente la orientación de las dos personas
que vemos según los géneros que estamos interpretando que tienen aquellas dos
personas (añadiendo también una suposición de que son pareja, de que
seguramente son monógamas y de lo que supone todo esto en su conjunto). Esto
hace que las personas plurisexuales (pansexuales, polisexuales, bisexales, etc)
acaben viviendo una disociación entre lo que sentimos-vivimos y lo que se puede
expresar o lo que las demás interpretan y las lecturas que imponen cuando se
refieren a nosotras.
Todo esto, que es muy simbólico, nos
hace sentir en una continua necesidad de escoger entre opciones entre las
cuales no tendríamos porqué escoger. Nos obliga a hacernos encajar
constantemente en ambientes dualizados sin sentir pertenecer a ellos. Nos hace
sentir presionadas para tenernos que demostrar continuamente que somos aptas
para nombrarnos a través de alguna plurisexualidad, intentando analizarnos a
nosotras mismas el grado de atracción hacia cada uno de los géneros, o bien la
cantidad de personas con las que hemos mantenido ciertos tipos de relaciones de
cada género, como si de un concurso con puntuación se tratara. Nos colapsa una
necesidad muy grande de estar continuamente intentando entender si realmente
nos estamos sintiendo atraídas, si tenemos que contar, sumar o restar cosas o
tenemos que dar siempre mil explicaciones (también a nosotras mismas). De esta
manera, el estereotipo que nos persigue y que dice que somos personas confusas,
confundidas e indecisas se materializa en nuestras vidas, mientras a la vez
parece que necesitamos huir de todo ello para que no se nos siga señalando como
portadoras de algún problema bajo la mirada capacitista que nos obliga a saber
siempre qué somos, qué queremos o qué necesitamos.
¿Cómo no tenemos que estar
confundidas bajo este prisma de constante vigilancia? ¿Cómo no tenemos que
estar indecisas si no tendríamos porqué, de entrada, tener que decidir nada, si
se nos impone desde fuera la elección, la decisión, la constante definición?
Este es uno de los motivos por los cuales hay una elevada cantidad de personas
no monosexuales con ansiedad, depresión y otros problemas de salud mental (que
es algo que compartimos todas las letras del colectivo LGTB, pero que en el
caso de las plurisexualidades se dispara más que en otras orientaciones, así
como también pasa con las personas trans). Unos índices que a veces nosotras
mismas queremos negar para que no se nos catalogue como enfermas por el hecho
de no funcionar bajo la norma (algo también compartido en todo el colectivo,
obviamente). El mismo hecho de que se nos catalogue como personas indecisas o
confusas e incluso confundidas, mezclándose con los propios problemas de salud
mental, son también los que hacen que podamos tener más problemas con las
relaciones o laborales (aumentando así los índices). ¿Quién confía en nosotras
dentro de un sistema donde la estabilidad es más valorada, aun cuando es el
propio sistema el que constantemente nos inestabiliza?
Cómo de complicado es nadar en este
mar cuando, además, ya eres una persona a quien le cuesta decidir y saber lo
que quiere, como me suele pasar a mí. Soy una persona indecisa. Soy una persona
que a menudo se siente muy confundida. Saber lo que siento y necesito me cuesta
un tiempo, un proceso, que a menudo no me permite el ritmo frenético al que
estamos sometidas. Estamos constantemente forzadas a tomar decisiones, deprisa,
sin tener en cuenta nuestros ritmos, nuestros contextos, sin más referencias
que unas definiciones de lo que está bien o mal basadas en moralidades y en un
sistema de castigo sutil, pero a veces letal. En este contexto, el sistema a
algunas nos discapacita, especialmente en ciertos ambientes laborales o
relacionales forzados y de poder.
Recuerdo incluso con dolor terapias
donde mi expresión de la confusión era motivo para que se me dijera que uno de
mis problemas era mi indecisión en cuanto a la sexualidad o también con la
monogamia (escoger géneros, escoger relaciones, escoger amores). Y todo esto
cuando no se me monosexualizaba directamente, aun expresando ser plurisexual.
Por esto, creo que la mejor lucha
contra la bifobia y, en general, contra el monosexismo, no tiene que pasar por
crear una imagen de nosotras como personas que tienen muy claro lo que quieren
y que nunca se confunden. No necesitamos demostrar a nadie que podemos ser
igual o más productivas que el resto. Es más, no podemos obligar a nuestra
comunidad plurisexual a tener que pasar por los estándares que nos precarizan
emocionalmente. Nuestra confusión y nuestra indecisión pueden ser reales porque
son sistemáticas. Negarlas es una trampa. Y reapropiarnos de ellas es un acto
de cuidado hacia nuestra salud mental.
Aviso de contenido: monosexismo, bifobia, ejercicio de poder, dominación
Hace tiempo que inicié un proceso de reflexión sobre el activismo LGTB, básicamente me hice activista al salir del armario (la primera salida) y resultó en un proceso de construcción y análisis sobre dónde estaba, en presencia y esencia, y sobre qué bases podía construir una vida más digna de acuerdo a los derechos y al derecho a ser diferente, contribuir a la equidad e inclusión como bases de un grupo, comunidad o movimiento. Después de muchos años colaborando activamente en espacios LGTB institucionalizados he vivido un proceso que ha supuesto emplear un ejercicio enorme y agotador de crítica como análisis de todo aquello que buscaba construir. La realidad ha supuesto una serie de reflexiones que he estado compartiendo en espacios que anteriormente consideraba como seguros y que han supuesto exclusión, acoso, borrado, instrumentalización y apropiación de discursos, hasta acabar fuera del espacio que otrora consideraba el camino al empoderamiento y el cambio.
El ejercicio de la crítica me ha
servido para analizar afirmaciones y conceptos totalizadores de un modelo de
activismo que se ha convertido en sinónimo de la única verdad, la autocrítica
respecto a acciones totalitarias y de homogenización evidencian la construcción
de un discurso que solo imita estrategias del dominador sin poner en duda que
sean reproducciones de un mismo sistema heteropatriarcal y heteronormativo. En
la práctica las voces que hacen un ejercicio de autocrítica son apartadas ya
que evidencian las reproducciones de opresiones, exclusiones y discriminaciones
sistémicas en una “comunidad” (que prefiero llamar movimiento), evidencia la oposición
a estereotipos, desarrollo de políticas y una construcción comunitaria basadas
en las estrategias y estructuras del mismo sistema que se pretende subvertir,
cambiar, o contra el que se pretende luchar.
Esta forma de activismo genera
inevitablemente relaciones de subordinación ya preestablecidas en la sociedad,
donde aquellos que detentan determinada raza, clase social, formación académica,
privilegios, contactos, entre otras cosas, son los que subordinan el discurso y
reivindicaciones a sus propias necesidades, generando inevitablemente
exclusiones, censura, alienación y apropiación. Estas diferentes
subordinaciones coexisten en un eje vertical que podemos evidenciar por ejemplo
a través de la ausencia de las personas subordinas en las posiciones de poder,
dirección u coordinación en una coalición (LGTB racializadas, LGTB con
diversidad funcional y neurodiversidad, bisexuales que nunca han alcanzado
presidencias de la federación o de asociaciones, bisexuales poliamorosas,
ausencia de otras plurisexualidades, etc).
Este modelo vertical es conflictivo
y problemático ya que hace imposible priorizar de manera equitativa las
reivindicaciones, otorgando poder a aquellos sujetos que reproducen el sistema
contra el cual luchan, así se nos exige no hablar de temas que son polémicos o
subversivos del sistema, no podemos hablar de poliamor en espacios de
empoderamiento, de triejas, de la monogamia y el matrimonio como herramientas
de control y opresión, de los conceptos de promiscuidad, de promiscuidad
responsable, de construir parejas abiertas donde los cuidados de la relación y
el autocuidado sean eje primordial, del ejercicio responsable y libre de la
sexualidad o de cualquier otra forma de relaciones sexuales, románticas y
sociales que sean diferentes a las ya establecidas y estructuradas por un
sistema patriarcal, capitalista y de moral judeo-cristiana.
Continuamos insistiendo en una cohesión y unidad absoluta de
diferentes realidades e identidades para adherirlas a una sola política de
reivindicaciones, esto niega las opresiones diferenciadas a la que cada
identidad está sometida obviando también las intersecciones culturales,
sociales, de raza, entre muchas otras en cada identidad miembro imponiendo las
necesidades políticas de aquellas que ostentan las cuotas de poder. Es evidente
que no podemos negar el valor y fuerza de una política de coalición de
identidades minoritarias frente a un sistema hegemónico de otra, sin embargo
construir esa coalición ignorando las reproducciones de clasismo, capacitismo,
bifobia, monosexismo, machismo, etc genera en exclusiones e inevitablemente en
una construcción de personas que se erigen como soberanas de la verdad, del verdadero
activismo y de las políticas a reivindicar, una actitud mesiánica y estática
que no asegura el éxito de un cambio sustancial de paradigmas, opresiones y
exclusiones para los más invisibilizados o menos empoderados.
Esta insistencia anticipada en la unidad como objetivo principal
o base de toda acción política grupal implica que la solidaridad a todo precio
es condición previa para la acción política, y que esta no puede ser
cuestionada aun suponiendo que pueda violentar a miembros de dicha unidad. Pero
cabe preguntarnos ¿a qué acción política nos referimos? ¿Es preciso para una
acción política eficaz mantener la unidad aunque esta suponga la exclusión e
invisibilidad de los miembros menos empoderados o minoritarios? ¿No es contradictorio que la acción conjunta
suponga reproducir violencias y estructuras de opresión en beneficio del bien
común? Y, ¿quiénes definen ese bien común?
Si tomamos las nociones del poder desde un punto de vista de
facauldiano podemos decir que los sistemas de poder forman y regulan a los
sujetos opuestos al sistema a través de diferentes mecanismos como por ejemplo
el sistema jurídico de poder. Estas nociones de poder se construyen únicamente
en términos de prohibición, reglamentación y control restringiendo o limitando
la propia elección de los sujetos, así a partir de esa construcción los sujetos
se agrupan y definen sus políticas y reivindicaciones de acuerdo a las
imposiciones y exclusiones de dichas estructuras, derivando en una política
inversa, de representación excluyente donde las voces de los miembros son
representadas por sujetos que no detentan la identidad, orientación o realidad
de aquellos a los cuales dice representar, por lo tanto niegan la existencia de
opresiones diferenciadas entre ellos
participando así de las estructuras que perpetúan la exclusión de esos
otros. Así cuando digo que detecto, observo, siento y sufro Bifobia y
monosexismo como hombre bisexual en la coalición LGTB, nunca falta un hombre
gay, cis, y con ciertos otros privilegios que niegue que sea real lo que
detecto, observo, siento y sufro, afirmando incluso tajantemente que es
mentira, que eso no pasa, no ha pasado, ni pasará. Esto evidencia que las políticas
construidas en una coalición muchas veces se sitúan en un eje diferencial de dominación
donde personas que supuestamente representan a todas niegan la realidad de las
otras porque estas evidencian reproducciones de opresión y exclusión en los
sujetos que construyen esas políticas.
A lo largo de esta experiencia he podido identificarme
con algunas de las razones de por qué más activistas bisexuales en el activismo
LGTB se identifican más como “activista bisexual”. Yo creo en que es una
necesidad que se debería hacer condición para hacer activismo, identificarnos también
como activistas de nuestra orientación, para mí es la primera herramienta que
tenemos para luchar contra el monosexismo y la invisibilidad de la
bisexualidad, decirlo, se es bisexual y luego se hace activismo, no al revés.
Recientemente un activista LGTB, casualmente gay,
blanco de clase media, que ocupa cuotas de poder y representación me sentenció
lo siguiente “El colmo del individualismo y de la exclusión es decirse a sí
mismo que se es activista
“Bi”, “les” o “gay”. Cuando unx dice activista LGTBI hace una declaración de
intenciones. Lucha por todxs, independientemente de que uno sea gay, bi o les.”. No es la primer vez en más de 10 años de activismo
que escucho esa afirmación, que esconde una construcción visible y palpable en
el activismo LGTB la homogenización de los discursos y las identidades, un interés
por la alienación de aquellos que tienen menor representación y aquellos que
evidencian las contradicciones y reproducciones de exclusión y poder dentro de
la coalición. Se nos acusa de individualistas y exclusionistas si nos
identificamos como activistas bisexuales, más claramente, se nos acusa de
malvadas enemigas por identificarnos políticamente con nuestra orientación,
como si hacer uso de la palabra Bisexual como etiqueta política restase poder
de acción a las luchas contra las discriminaciones que tenemos en común y que
siempre han sido también primer objetivo de las bisexuales: el heterosexismo,
la heteronormatividad, la igualdad de derechos civiles de todas las personas.
Identificarnos como activistas LGTB tiene su valor e importancia
en la unión de identidades minoritarias para hacer frente a opresiones y
discriminaciones comunes, sin embargo parece que por el camino olvidamos que LGTB
no es una identidad en sí, no es una orientación en sí misma, es una etiqueta política
común, que está integrada por orientaciones e identidades que tienen sus
propias opresiones diferenciadas, que están expuestas a diferentes realidades
sociales aunque compartan opresiones, LGTB se ha convertido en una identidad
superior que con solo nombrarla nos convierte en dueños de la verdad, soberanos
de la tolerancia y los seres más inclusivos de este planeta, borra la identidad
propia de las personas que integran la coalición y nos impide pasar de la
sombra de aquellas que están más aceptadas, reconocidas, toleradas y conocidas
como orientaciones, dejando sin posibilidad a que otras visibilicen sus
intersecciones relacionas con su orientación.
Me identifico como activismo bisexual no por desmarcarme del
activismo LGTB, que lo leo y no sé cómo me siguen diciendo eso ya que desmarcar
la bisexualidad del activismo LGTB sería empezar a eliminar la historia del activísimo
LGTB desde sus inicios; me identifico de esa forma porque es la primera opción
que veo para luchar contra la invisibilidad, segundo porque esto, LGTB, es una
coalición, no una identidad u orientación propia y si nos sumergimos en un análisis
estructural podríamos decir que es contraproducente e indudablemente problemático
para aquellas activistas de otras orientaciones e identidades menos empoderadas
y termina por absorber las reivindicaciones propias de esas identidades con
menos representación y poder, termina por desdibujar las intersecciones y las
discriminaciones diferenciadas así como las estructuras de opresión específicas,
homogenizándonos en un discurso marcado por aquellas que ostenta las cuotas de
representación y poder. Me complace ver que muchas más bisexuales que hacen
activismo LGTB comparten estas conclusiones y ven la importancia que hay detrás
de estas construcciones y forma de hacernos visibles, nos invita a discutir,
estudiar y reflexionar sobre la importancia o las posibilidades de contribución
que tiene identificarse como bisexual, a tener siempre presente que hablar de
nuestras necesidades específicas como bisexuales, del monosexismo como opresión,
señalar y denunciar las reproducciones de exclusión, control y opresión dentro
de la coalición y que identificarse políticamente como activista bisexual no
invalida ni tampoco nos aparta de la lucha contra las discriminaciones comunes
o por los derechos comunes que tenemos compartimos sino que nos aparta y
restringe a solo hablar de ello, nos restringe al “bien común” y al “aquí
estamos, existimos y somos válidas” por encima del éxito de un cambio sustancial de paradigmas, opresiones y
exclusiones como personas bisexuales.
Este texto es el sexto y último de un conjunto de textos que he escrito alrededor de los estereotipos asignados a las personas bisexuales y plurisexuales como herramientas de empoderamiento y reapropiación. El primero lo podéis encontrar aquí, el segundo aquí, el tercero aquí , el cuarto aquí y el quinto aquí.
Aviso de contenido: monosexismo, monogamia, sexismo y cisexismo
Este es el sexto y último texto que escribo para hablar sobre los estereotipos de que asignan a las personas bisexuales y de otras plurisexualidades. He dejado para el final el estereotipo de la traición porque creo que es un estereotipo del que es muy difícil reapropiarse y del que poder sentir cierto orgullo. Cuando menos, ¿a quién le gusta que le digan que es une traidore? No obstante, a la vez, es un estereotipo que puede ser muy potente y empoderante y es por esto que cierro esta serie con este estereotipo: la traición. Las personas bisexuales (juntamente con el resto de plurisexualidades) somos consideradas traidoras. La traición es una característica que constantemente se nos impone allí donde estemos: por parte de nuestras relaciones afectivas, familiares o en el trabajo. Incluso se extiende a través de los movimientos LGBTI+ donde también se nos considera traidoras del propio colectivo. Allí donde vayamos, da igual, la carga de la traición siempre viene con nosotres: siempre se cree que engañaremos, que no sabremos llevar a cabo compromisos, sean los que sean.
¿Pero por qué se tiene tanta obsesión en atribuirnos la traición? Este estereotipo no se nos asigna al azar. Las personas plurisexuales podemos representar una amenaza para el patriarcado y para muchas estructuras, de la misma manera que lo son otras alternativas a la heterosexualidad o al cis-tema. Es una amenaza al heterosexismo, al sexismo, al cisexismo, a la monogamia, y también, incluso, al capacitismo (por el hecho de ser consideradas personas confundidas, como ya he tratado en anteriores textos, como aquí). Podríamos decir que, en consecuencia, el miedo que se nos tiene es porque podemos suponer una traición al sistema: somos seres que contaminamos barreras que se han impuesto para separar los mundos más privilegiados (como son la heterosexualidad y la masculinidad) de los excluidos (la no heterosexualidad y la feminidad y otras alternativas a la masculinidad), para que se pueda seguir perpetuando el privilegio.
Uno de los motivos por los cuales representamos una amenaza es por la
supuesta posibilidad de escoger que tenemos. Normalmente a las personas plurisexuales se nos dice
que podemos escoger entre ser heterosexuales u homosexuales. Lo que me hace más
gracia es por qué no se nos dice que también podemos escoger ser plurisexuales,
que es lo que finalmente la mayoría escogemos ser. Pero el problema no es la
elección en sí misma (si escogemos una cosa u otra, aunque obviamente las
consecuencias de escoger una u otra son muy diferentes), el problema principal
en nuestro caso es tener la posibilidad de escoger, esto se ve que molesta.
¿Por qué poder escoger supone un
problema? El discurso mayoritario que pretende hacernos aceptar la
no-heterosexualidad nos dice que la orientación no se puede escoger, que es una
cosa innata que no se puede cambiar, y que por tanto se tiene que aceptar. Pero
así solamente reproducimos la idea de que la homosexualidad es en sí un
problema, y que el único motivo que tenemos para aceptarla es porque no se
puede cambiar. Básicamente es resignación, no aceptación. La posibilidad de elección a quien más daño hace, por tanto, es a la
heterosexualidad ya que se cuestiona directamente su privilegio: según el
pensamiento heterosexual y patriarcal, si pudieras escoger, escogerías la
heterosexualidad sin duda, y la posibilidad de elección se acabaría aquí. Que
existan seres que aunque puedan escoger no escojan este lado es poner la
heterosexualidad y su privilegio en una posición totalmente cuestionable.
Por otro lado, también, las plurisexualidades pueden cuestionar la
construcción de los dos géneros impuestos: la estructura sexista y
cisexista establece un modelo de dos géneros, forzando a las personas a ser de
un género concreto según una asignación determinada al nacer, y a ser
heterosexuales. Los dos géneros dictan una estructura opuesta de deseo y
mutuamente excluyente. Dentro de este marco la posibilidad del deseo hacia más de un género se hace poco
comprensible y supone una amenaza a esta construcción binaria en la que el
género siempre tiene que ir ligado a la elección del objeto sexual y opuesto.
Y, de paso, también amenaza y pone en
peligro la cultura monógama impuesta. Siguiendo la línea anterior, la
construcción de la idea de que necesitamos a una persona de un género concreto
para completarnos, hace que la atracción
hacia más de un género complique la monogamia impuesta ya que existiría la
necesidad de tener relaciones con más de una persona.
Sí, las personas plurisexuales
podemos ser unas traidoras. No digo que lo seamos solamente por el hecho de
existir, todo depende de cómo nos situemos, claro está, pero tenemos entre
nuestras manos el poder de elección; un poder de elección de traición a un
sistema que jerarquiza, violenta y discrimina. Podemos contaminar la barrera,
podemos saltarla, podemos cuestionarla, podemos poner en entredicho qué
privilegios otorga y podemos destruirla. Sí, somos plurisexuales y podemos escoger ser traidores al sistema
patriarcal.
El domingo día 17 de febrero estaré en Madrid participando de un evento organizado por el grupo de bisexuales de COGAM. A las 14h haremos un encuentro/comida informal para hablar sobre activismos bisexual y plurisexual (¡tráete comida!) y después a las 18h participaré en una mesa redonda con otres 3 activistes (Joss, Esdras y Manuel). ¡Nos vemos en Madrid!).
Dirección: Calle Puebla, 9 (Local), Madrid (Metro Callao)
Este texto es el quinto de un conjunto de textos que he escrito alrededor de los estereotipos asignados a las personas bisexuales y plurisexuales como herramientas de empoderamiento y reapropiación. El primero lo podéis encontrar aquí, el segundo aquí, el tercero aquí, el cuarto aquí y el sexto y último aquí.
Este texto lo escribí y se publicó en El Salto el 7 de Enero. Podéis ver el original aquí .
Las personas bisexuales (y de otras plurisexualidades, como las pansexuales) estamos en constante lucha contra un montón de estereotipos que se nos asignan. De hecho la violencia que solemos recibir es bastante simbólica y rodeada de muchos misterios a resolver; muchas veces imposible de detectar, y por tanto muy difícil de luchar contra ella. Una violencia que, aun siendo simbólica, acaba afectando mucho nuestras vidas, como por ejemplo a nuestra salud mental, a la pérdida de relaciones afectivas, a la inestabilidad laboral (y por tanto económica) y/o, en el caso específico de las mujeres y personas femeninas, a una exposición más grande a la violencia sexual.
Uno de estos muchos estereotipos es
el de la promiscuidad (juntamente con la inestabilidad, la indecisión, la
infección o la traición). Muchas reaccionamos delante de un estereotipo como
éste negando la posibilidad de que las personas bisexuales podamos ser
promiscuas (también llamándolo “mito”, como si fuera irreal), e incluso lo
hacemos aquellas que lo podríamos ser o que lo hemos sido. Negando la
posibilidad de la promiscuidad en las plurisexualidades estamos negando una
buena parte de personas de nuestra comunidad, o a nosotras mismas. Y no
solamente las negamos, sino que muchas veces las responsabilizamos de la
violencia que recibimos y de la propia asignación de un estereotipo como éste,
especialmente si eres mujer: “por culpa de las mujeres bisexuales promiscuas,
al resto se nos señala también como promiscuas y acabamos padeciendo un montón
de violencia sexual”. Una gran estrategia del patriarcado para desviar la
atención de quien realmente es responsable del machismo y las violaciones: la
culpa, como siempre, de la víctima.
Todos los estereotipos de las
plurisexualidades se han construido alrededor de la mirada monosexual: según
esta mirada solamente existen dos estados posibles, el heterosexual y el
homosexual, y todo lo que salga de estas dos posibilidades se expresará como
combinación de ellas. Mirada dual, mirada monosexista. De esta manera, entre
todas las combinaciones posibles, las personas bisexuales somos vistas como el
doble de sexuales, ya que somos la suma de la sexualidad de cada uno de los
estados considerados como existentes: somos la suma de la sexualidad de una
persona heterosexual y la de una persona homosexual, somos el doble de
sexuales. De aquí proviene el estereotipo de nuestra promiscuidad.
Vista de esta forma, ¿no parece la
orientación sexual una herramienta de consumo sexual? Si siendo heterosexual
consumes X y siendo homosexual Y, es obvio que siendo bisexual consumirás X+Y
(además suponiendo una mirada totalmente binaria del género). El capitalismo
relacional ha tenido también influencia en la construcción conceptual de una
cosa como es la orientación sexual (como lo ha tenido con el género, la raza,
las capacidades, etc).
A través de su mirada, las personas
nos convertimos en objetos que tienen que ser deseados y utilizados para la
satisfacción de quien nos mira (tanto sea para convertirla en una pareja, como
simplemente en un consumo de otro tipo, en este caso sexual). Dentro de esta
visión, la orientación sexual es la herramienta a través de la cual nos dirigimos
a las demás para consumirlas. Y si no, ¿de dónde salen expresiones como “te
gusta tanto el pescado como la carne”? (Expresión que no solamente denota
consumo, sino además es extremadamente especista).
Quiero, no obstante, diferenciar el
consumo sexual de la promiscuidad o del hecho de tener relaciones sexuales con
personas con quien no se mantienen relaciones afectivas de ningún tipo; el
consumo tiene que ver con el proceso de objetificación y de no consideración de
la otra persona como un ser que también desea y que puede tener voluntades
propias que se tienen que tener en cuenta más allá de las nuestras, tiene que
ver con el respeto de los consentimientos y con el cuidado y responsabilidad de
cómo nos relacionamos con alguien o como nos alejamos de alguien. Se pueden
tener relaciones “sólo” sexuales y/o de corta duración sin que sean de consumo
(igual que se pueden tener relaciones no sexuales y de larga duración que sean
de consumo emocional o intelectual). Es muy fácil caer en la trampa sexófoba de
culpar a las personas que tienen relaciones sexuales fuera de lo que se ha
estipulado como una cantidad “normal” y señalarlas como responsables del
consumo sexual, de la misma manera que querer culpar a las bisexuales
promiscuas de la violencia sexual ejercida sobre todas las mujeres bisexuales.
El consumo relacional y sexual va muy
ligado a la monogamia, otra estructura muy paralela al monosexismo y que
también pone la mirada a unas formas muy concretas de relacionarnos. La
monogamia nos dice que solamente nos podemos sentir atraídas por una persona;
el monosexismo por un género. La monogamia nos dice que cuando nos sentimos
atraídas por una persona esta atracción y este tipo de relación tiene que
cumplir todas nuestras necesidades: románticas, afectivas, sexuales, etc. El
monosexismo nos dice que tenemos que sentir atracción romántica, afectiva,
sexual, estética, etc, hacia un solo género. La monogamia nos dice que si nos
“gustan” dos personas tenemos que escoger, igual que hace el monosexismo donde
tienes que escoger un solo género. La monogamia nos dice que tener relaciones
sexuales y románticas con más de una persona es exceso, llamándola promiscuidad
y cargándola de conceptos negativos. El monosexismo nos dice que si tienes
relaciones sexuales y románticas con más de un género eres… promíscua.
La orientación sexual ha sido una
herramienta (entre muchas) que se ha sumado a la monogamia para poder perpetuar
el matrimonio patriarcal monógamo entre un hombre y una mujer (a través de una
asignación de género al nacer) que se unen para tener descendencia (una
descendencia propiedad del hombre). En este marco es donde se construyeron todo
de teorías científicas e imaginarios sociales para crear los dos roles de
género duales y totalmente diferenciados donde existía una complementariedad:
dos géneros que se buscaban uno a otro y una vez se habían encontrado ya no
necesitaban nada más para completarse.
Las teorías científicas “arreglaron”
el problema de la homosexualidad encajándola en la enfermedad, donde la complementariedad
se buscaba en el mismo género asignado ya que psicológicamente se era del
género “equivocado” (contrario desde el punto de vista dual). De esta manera,
la bisexualidad (y obviamente el resto de plurisexualidades) se borraría para
poder mantener la monogamia (como también el privilegio heterosexual):
imaginémonos tener que aceptar, según estas teorías de la complementariedad, a
seres que necesitasen a más de un género para completarse… tiraría por tierra
todas las teorías, así como también la monogamia. De aquí también sale el
estereotipo de la promiscuidad, juntamente con nuestra no-existencia ya que las
teorías intentaron borrarnos y erradicarnos. Según la monogamia monosexista
somos unas promiscuas no existentes: muy contradictorio pero este punto de
vista atraviesa constantemente nuestras vidas.
La existencia de las personas
bisexuales pone en cuestión la monogamia a través de un estereotipo como el de
la promiscuidad. Esto es una brecha a las estructuras. Este cuestionamiento, no
es solamente sobre la obligatoriedad en la cantidad de relaciones románticas y
sexuales que podemos tener, sino también cuestiona a toda la estructura y el
consumo sexual del que hablaba al principio. Se nos lee como promiscuas porque
existiendo ponemos en peligro la imposición de una forma relacional insensible
y jerárquica. La monogamia no nos permite tejer relaciones horizontales ni
solidarias, sensibles a nuestras necesidades, deseos, ni a las estructuras que
nos atraviesan. De esta manera ponemos en valor todo aquello que la monogamia y
el capitalismo relacional nos quitan: un mundo relacional sensible y que nos
tiene en cuenta a todas desde nuestra multiplicidad, nuestras diferencias y
nuestras responsabilidades hacia las otras.
Este texto es el cuarto de un conjunto de textos que he escrito alrededor de los estereotipos asignados a las personas bisexuales y plurisexuales como herramientas de empoderamiento y reapropiación. El primero lo podéis encontrar aquí, el segundo aquí, el tercero aquí, el quinto aquí y el sexto y último aquí.
Aviso de contenido: monosexismo, bifobia, panfobia, alosexismo, erradicación, borrado, estereotipos
Según el imaginario social las plurisexualidades no existen. En realidad se dice que la bisexualidad no existe, y a las demás plurisexualidades ni tan siquiera se las nombra, se las borra todavía más. A la vez, este imaginario también nos dice que todas las personas somos en realidad bisexuales (borrando de esta manera la especificidad de la violencia que recibimos) y, para hacerlo aún más redondo, el mismo imaginario añade que las personas bisexuales somos medio heterosexuales y medio homosexuales. En resumen: nadie lo es, todes lo son y somos mitad-mitad otras cosas. Parte de la reacción del colectivo bisexual ha sido buscar maneras de defenderse de esto gritando fuertemente que existimos y que no somos mitad-mitad nada, que somos 100% bisexuales. ¿Pero qué tipo de identidad, orientación u opción estamos creando con esto? ¿Somos realmente 100% algo que nos representa a todes? El problema de generar este tipo de discurso es que no analiza ni va más allá para intentar entrever cuál es la problemática que ocasionamos que hace que se nos lea como seres híbridos que a la vez no existimos y que formamos parte de todas las personas.
La famosa escala de Kinsey ejemplifica muy bien este entramado tan complicado y a la vez tan simple. Kinsey, intentando visibilizar la pluralidad de la atracción sexual acabó, sin él darse cuenta, reproduciendo la misma idea que acabo de plantear (y por tanto la falta de pluralidad): creó una escala del 0 al 6, donde todes estamos en algún punto, donde 0 representa “exclusiva” heterosexualidad y 6 “exclusiva” homosexualidad. El resto de puntos acaban representando escalas de supuesta mezcla. Aunque Kinsey llama a muchos de los estados intermedios como “bisexualidad”, en realidad su forma de representarlo es como un estado combinatorio de hetero/homo, y de hecho es así como casi siempre se presenta en la actualidad. Todas las personas, después de responder un cuestionario, sacamos un número en la olimpiada monosexista (y alosexista, ya que no considera la posibilidad de no sentirse atraíde por nadie ni ningún género) en la que se nos sitúa en algún punto de esta escala.
Esta escala acaba reproduciendo todo el imaginario social junto: en esta escala solamente están representadas las monosexualidades (les bisexuales no existimos), acaba demostrando que la mayoría caen entremedio de los dos extremos y que muy poques son exclusivamente monosexuales (todes somos bisexuales), y que estas personas que están “entremedio” pueden, en realidad, representar su sexualidad como combinación de los dos extremos (somos medio heterosexuales y medio homosexuales).
¿Os podríais imaginar una escala que, en vez de ir de “totalmente” heterosexual a “totalmente” homosexual, pasando por todas las escalas de supuesta “bisexualidad” (como es la escala de Kinsey), fuera de “totalmente” asexual (sin atracción hacia ningún género) a “totalmente” omnisexual (atracción hacia todos los géneros), pasando por la “supuesta” monosexualidad (solamente atracción hacia un género), y todo el abanico de plurisexualidades hasta llegar a la omnisexualidad? ¿O bien pasar de la atracción donde es muy importante el género (la monosexualidad) a donde es totalmente indiferente (pansexualidad o asexualidad)? ¿O de totalmente asexual a totalmente hipersexual? Estos ejercicios se han planteado anteriormente (no he encontrado las referencias, pero existen estudios que lo plantean) y nos ayuda a entender que vemos las orientaciones sexuales de forma totalmente construida. ¿Por qué vemos la bisexualidad como un paso entre medio de las dos monosexualidades y no vemos, por ejemplo, ser monosexual como una cosa que está de camino entre la asexualidad y la bisexualidad, pansexualidad u omnisexualidad? En realidad, si vemos las plurisexualidades como mitad y mitad las dos monosexualidades reconocidas (heterosexualidad y homosexualidad) es porque culturalmente lo único que reconocemos como estados posibles son estas dos monosexualidades.
Nuestra cultura y nuestras estructuras leen e interpretan a las personas plurisexuales como seres híbridos. Ser híbrides es parte de nuestra forma de estar y existir en un sistema monosexista que siempre nos lee a través de esta mirada monosexual. Formamos parte de dos mundos y a la vez de ninguno. Por esto existimos y no existimos. Somos todas pero no somos ninguna. Somos mitad y mitad. Somos frontera entre dos mundos que no tendrían que poder tocarse. Contaminamos la frontera. Una frontera construida para mantener el privilegio y el poder heterosexual. Y por este motivo molestamos.