aviso de contenido: apropiación, consumo, instrumentalización
Se llenan charlas, debates, comentarios, artículos, y actividades de todo tipo. Tenemos, las que hemos tenido el privilegio de vivir en una ciudad llena de estas cosas y de unos movimientos sociales suficientemente importantes, un abanico muy grande de ofertas de todas las temáticas y de todos los colores. Algunas temáticas incluso se han convertido en un negocio, y moverse entra la supervivencia cuando vives la opresión y el peligro de caer en la voluntad y deseo de sacar provecho (económico o social) es un proceso complicado.
Tradicionalmente el provecho siempre se ha sacado por parte de las personas con privilegios a costa de las opresiones de les otres, explotándoles a muchos niveles. No obstante, ahora las cosas parecen complicarse bastante, aunque está claro que quien puede sacar más provecho serán las que tengan más privilegios, no tienen por qué ser directamente los privilegios desde los cuales normalmente se sacaba provecho anteriormente (las heterosexuales sobre las no heterosexuales, los hombres sobre las mujeres, las cis sobre las trans, las blancas sobre las no blancas, etc), sino más bien se suman otras, como las capacidades comunicativas, carismáticas y sociales. Es más fácil, por ejemplo, sacar provecho hablando sobre feminismos si eres una mujer con unas capacidades comunicativas más elevadas, tienes carisma y no tienes ansiedad social, y si acumulas muchos de los otros privilegios (eres blanca, cis, etc). Algunas, teniendo estos privilegios, pueden apropiarse fácilmente de discursos que se generan de forma colectiva y las redes son un buen lugar para observar y apropiar. Entiendo que algunas personas hayan querido sensibilizar sus profesiones (cómo algunas terapeutas), pero el otro lado de la balanza es que algunas de estas temáticas también se han profesionalizado. Así como, por tanto, nuestras opresiones.
El problema es que en un ambiente de este tipo es muy fácil caer en una especie de mercado de los discursos y de las atenciones. Donde hay mucha atención y mucha gente, hay público y hay mercado. La producción de discursos y de su consumo, muchas veces acrítico y con una tendencia importante al divineo según las necesidades de cada une, va mucho más allá de las altas esferas de los espacios alternativos: a veces es simplemente llenar con comentarios absurdos asambleas, o llevar a cabo acciones para auto-centrarnos en lo que podemos obtener y cómo nos coloca todo esto en una escala más elevada de un cierto guayismo, que se aparta de la motivación original que supuestamente estamos “vendiendo”. Es precisamente esto: se venden, literalmente, intenciones, discursos y motivaciones. Pero esto es como cuando compras cualquier producto: muchas veces lo que se compra acaba siendo humo, un vacío, solamente palabras que quedan muy bien, o básicamente mentiras. He visto, literalmente, seguir consumiendo cosas que sabemos conscientemente que son mentiras, y parece que nos de igual, solamente porque si no lo hacemos tampoco podremos formar parte de los grupos más privilegiados dentro de los espacios alternativos.
Este texto lo escribí y se publicó en El Salto el 18 de marzo. Podéis ver el original aquí .
Este texto es el tercero de un conjunto de textos en los que quiero reflexionar y abrir un proceso de auto-crítica sobre gestión de discursos y espacios. El primero está aquí y el segundo aquí.
Aviso de contenido: poder, dominación, instrumentalización, manipulación, mención de ansiedad, capacitismo, mención de estructuras de poder, privilegios, agressiones, salud mental, violencia, mención de miedo, sentimiento de culpa, castigo
Hace tiempo que tengo ganas de hablar de cosas de las que sé que nos cuesta hablar, pero que sé que es un tema que nos está rondando a muchas y algunas personas ya han empezado a hablar de ello. Los motivos por los cuales nos cuesta tratar el tema son variados: porque tenemos miedo a las consecuencias de hablarlo, por la exposición emocional y mental que supone, pero también porque tenemos miedo a cargarnos todo aquello que tanto nos ha costado construir en espacios críticos, feministas y de lucha social (herramientas, discursos, vínculos). También juega un papel muy importante el poder, tanto sea porque tenemos miedo a perderlo o a renunciar a la posibilidad de una posición superior, o bien porque queremos conseguir esta posición superior. Además, tenemos miedo a que nos pisen o a ser excluidas (este último viene a ser uno de los motivos por los cuales muchas seguimos la corriente sin cuestionar cosas que nos pican).
Pero la realidad nos explota en la
cara, y no podemos permitirnos ignorar mucho del daño que nos estamos haciendo,
los poderes que estamos generando, los guayismos y las consecuencias de todo
esto, entre las que se encuentran problemas de salud mental,
sociales/relacionales, económicos, de aislamiento. Problemas contra los cuales
supuestamente estamos intentando luchar.
A mi alrededor desde hace tiempo
personas hablan de situaciones diferentes pero que tienen muchas cosas en
común: por un lado, la utilización de discursos como herramientas que acaban
generando ciertas violencias, tanto sea exclusiones, acoso o borrados, y por
otro lado, la instrumentalización de los discursos solo para obtener poder.
Normalmente es una mezcla complicada de las dos y lo que finalmente tenemos es
un ejercicio de poder que no es nunca contemplado cuando hablamos de
estructuras sociales porque se ha generado especialmente alrededor de nuestros
discursos y de nuestros espacios —movimientos sociales, activismos sociales,
feminismos, queer/LGBTI+, no-monogamias… — tanto físicos como virtuales,
donde se incluyen redes sociales.
Ya sabemos que las estructuras
sociales de poder que nos encontramos “fuera” de nuestros espacios se repiten
dentro de estos. Sabemos que el machismo, el racismo, el heterosexismo, entre
muchas otras estructuras, están presentes. Los ejes principales de nuestras
luchas son, precisamente, estas estructuras. No obstante, dentro de estas
luchas han emergido nuevas estructuras, que son aquellas que nos otorgan
ciertos reconocimientos y poderes en estos mismos espacios: el guayismo,
aquella tendencia a destacar y generar cierto dominio a través del ser “guay”
bajo los parámetros definidos por nuestros activismos sociales —como por
ejemplo, estar construida, dominar el discurso, obtener atenciones debido al
dominio de este discurso, producir discursos como si fueran productos de
consumo, famoseos y divineos. Evidentemente se mezclan otras estructuras menos
visibles y reconocidas como son el hecho de tener ciertos tipos de carismas o
bien la capacidad de poder dominar todo esto (capacidades comunicativas,
emocionales o intelectuales). Y todo el resto siguen la corriente, porque ir en
contra es buscarte el aislamiento o hundirte.
Es complicado entender en qué
momentos ha habido un deseo de poder sobre otras personas o bien hemos
confundido el empoderamiento personal con un ejercicio de poder hacia estas
otras, aprovechándose muchas veces de privilegios y de situaciones que en
muchos discursos no se contemplan. El problema es que uno de los muchos dogmas
que hemos aprendido a repetirnos es que da igual lo que hagas sobre una persona
que tiene un privilegio concreto sobre ti porque esto (supuestamente) nunca es
violencia, olvidando muchas más partes del contexto de aquella persona y de
otros ejes que le puedan estar atravesando que no vemos (o no queremos ver). La
salud mental es uno de ellos. Entiendo que delante de ciertas situaciones hemos
tenido que aprender a dejar de empatizar con las personas que nos violentan y
que tienen más privilegios, y entiendo que es vital que siga siendo así en
muchos casos. Pero, no obstante, hemos hecho un salto y hemos pasado a desear
que se deshumanice totalmente a quien consideramos que tiene un cierto
privilegio sobre nosotras.
Hemos confundido acompañamiento a las
violentadas o agredidas con un ejercicio de multiplicar cualquier deseo de
quien haya padecido la violencia. Cualquiera, sin cuestionarlo, ni
contextualizarlo. Mi pregunta es: ¿esto es acompañamiento? A la vez tenemos
miedo a todo lo que se nos puede llegar a pedir cuando se señala a otra persona
como agresora, llegando al punto de que, si vemos que podemos, intentamos mirar
hacia otra parte dejando de lado totalmente a la propia agredida. Las dos caras
de la misma moneda tienen consecuencias totalmente contrarias a lo que
supuestamente queríamos obtener.
Todo esto lo digo con dolor después
de haber estado años intentando esquivar los intentos de manipulación por parte
de un hombre que quería cuestionarme estos discursos para su propio beneficio.
Cada vez que alguien me hablaba de cuestionarlo la ansiedad se me disparaba. Me
ha costado aceptar que estas herramientas puedan estar siendo utilizadas
también para generar poder. Pero es que el poder se aprovecha muchas veces de
cualquier fisura que encuentra y es por esto que es muy importante repensarnos
constantemente y estar muy alerta. Creo que uno de los problemas principales ha
sido convertir parte de estas herramientas y discursos en dogmas y no
contextualizarlos nunca. Sí, hemos generado dogmas, creencias que van más allá
de lo que tendría que tener un espacio que se diga a sí mismo crítico. Estos
dogmas los hemos creado para revertir aquellos otros que nos imponen las
estructuras de poder, pero al fin y al cabo son dogmas que no se pueden
cuestionar, que no se pueden contextualizar según la situación.
Otros dogmas que hemos creado son,
por ejemplo, que si una persona dice que se ha sentido agredida significa que
lo ha estado (sin habernos parado a reflexionar o definir qué queremos decir
con “agresión”), o bien también que todo lo que pida una persona que se ha
sentido agredida va a misa (y nunca mejor dicho). Con esto no quiero decir que
tengamos que hacer todo lo contrario, como pasa fuera de nuestros espacios,
donde no se cree a las agredidas y no se las acompaña. Nos ha costado mucho que
se nos escuche, se nos crea y se nos acompañe.
Lo que tenemos que replantearnos es
qué quiere decir acompañar y escuchar, porque revertir totalmente un poder que
fuera no tenemos de esta manera implica otorgar un poder muy grande. Y todo
poder que se otorgue tiene el peligro de ser deseable y utilizado más allá de
las situaciones para las que se ha construido, sea a través de un proceso
consciente o inconsciente. He visto y vivido de muy cerca cómo se
instrumentalizaban estos dogmas para destruir a personas, o por venganza debido
a situaciones que nada tenían que ver con la acusación que se estaba haciendo
(celos, por ejemplo). He visto cómo se mentía, se inventaban agresiones, o bien
se aprovechaban algunas existentes para generar aún más poder sobre una
persona. Sigo creyendo que cosas como ciertos vetos o ciertas formas de tratar
las agresiones son importantes y necesarias. Pero no siempre ni de todas las
maneras, ni otorgando este total y absoluto poder.
Hemos basado buena parte de nuestros
discursos en el sentimiento de culpa y en el castigo. ¿No nos suena esto de
algo? Sin darnos cuenta hemos caído en la misma trampa con la que el sistema en
el que vivimos nos violenta día tras día. No creo que las personas oprimidas tengamos
que estar siempre haciendo pedagogía, creo que es algo que tenemos que poder
escoger, el momento y el lugar, la exposición y como nos autocuidamos, y si
realmente lo queremos hacer. No obstante, sabemos que vivimos en el mundo que
vivimos y es por este motivo que algunas o muchas hacemos activismo, y
pedagogía la tendremos que hacer. Caer siempre en atacarnos, castigarnos o
jugar a hacernos sentir constantemente culpables de todo no tiene nada de
revolucionario. El cambio más revolucionario tiene que pasar por otras vías.
Una cosa que da mucho poder en
nuestros espacios es dominar el discurso, saber en todo momento como
utilizarlo. Creo que quien tiene el privilegio de saber y poder dominar ciertos
discursos tiene un poder más grande dentro de nuestros espacios. He visto cómo
se manipulaban los discursos sobre cuidados para conseguir más atenciones y
afectos. He visto manipular los discursos de “no puedes dejar una relación así
como así porque esto es capitalismo y consumo de cuerpos” para que haya personas
que no puedan dejar relaciones de maltrato o chungas, o que eran incompatibles.
He visto maltratar mucho a personas y taparlo totalmente acusándolas de
capacitistas si señalaban maltrato. He visto cómo se manipulaba también el
discurso del tone-policing para excusar acoso y ataques sin ningún cuidado
hacia personas que cometían algún error típico de cuando no estamos
suficientemente formadas. He visto, de hecho, manipular y utilizar cualquier
discurso. A veces me da pánico escribir, dar un taller o una charla, porque he
visto manipularlo todo.
Finalmente, y no menos importante,
también he visto y he vivido la hipocresía de la generación de discurso
solamente para el puro consumo de las oyentes y lectoras y para el puro
protagonismo y guayismo de las productoras, con un gran vacío en medio donde se
generaban borrados, manipulaciones, ghostings, luz de gas o competición, por
parte de las mismas que hablaban y se ganaban la fama hablando de cuidados, de
horizontalidad, de cooperación o de compañerismo.
Escribo todo esto no solamente para
hablar de las demás, sino que aprovecho para revisarme, hacer autocrítica y
responsabilizarme. Escribo todo esto con un poco de miedo, pero a la vez con
las ganas y con la esperanza de que algún día dejemos de hacernos daño. A veces
lo veo, me entristezco y tengo ganas de huir corriendo. Otras veces cojo
fuerzas e intento entender cómo podría moverme alrededor de todo lo que siento
una farsa. Dos veces al año me cogen crisis y ganas de dejar este tipo de
espacios. Pero después miro a mi alrededor y, cuando me fijo más allá de todo
aquello que el poder intenta borrar, en el fondo veo cosas a las que cogerme:
compañeras que construyen cosas cada día, con mucho cuidado y sin esperar nada
más que un verdadero cambio social. Y es en estos momentos en los que cojo aire
y fuerza y decido seguir.
Aviso de contenido: monosexismo, normativización, asimilación, instrumentalización, estructuras de poder, capacitismo, neurocapacitismo, sexofobia (slut-shaming), mención de cisexismo, lenguaje capacitista (uso del sufijo –fobia para hablar de violencia estructural)
Se acerca el 23 de Setiembre, día internacional para la visibilización de la bisexualidad, y tiemblo al pensar en las campañas que muchas activistas habrán estado preparando: una demostración constante de nuestra “normalidad” a través de mensajes como “las bisexuales no somos promiscuas”, “las bisexuales no somos inestables”, “las bisexuales sabemos lo que queremos”, o perlas como “somos 100% bisexuales”. Sé que todos estos mensajes y estas campañas las hacen activistas que dedican mucho tiempo y amor a lo que hacen y reconozco el trabajo que supone hace un activismo que es muy negado y marginado dentro de los colectivos LGBTI+. Tengo mucha estima a muchas de estas personas, así como también necesito decir que esto que estoy haciendo no pretende ser un ataque hacia ellas, sino más bien hacia el sistema que nos lleva a tener que defendernos de esta manera. Es, por tanto, un proceso de autocrítica interna hecha desde el afecto que tengo hacia todas aquellas con las que comparto opresión monosexista y activismos.
Tengo que reconocer que todo este discurso que pretende hacernos más aceptables socialmente es el que ha hecho que durante los últimos años me haya identificado mucho menos con la bisexualidad, porque siento que me excluye y no siento encajar en este ser 100% capaz de sobrevivir en este sistema patriarcal y capitalista. Hemos intentado muchas radicalizar una identidad como esta, reapropiándonosla, intentando hacerla nuestra, diferente, desmedicalizarla, etc; pero es una lucha invisible al lado de campañas que lo que hacen finalmente (sin que sea esta la intención) es marginar a muchas bisexuales que son/somos promiscuas, inestables, que pasamos fases, que no sabemos lo que queremos o que no encajamos en un sentimiento 100% puro de alguna cosa, en vez de luchar contra lo que no nos permite vivir, opinar, sentir, compartir.
No entraré en batallas absurdas diciendo que la bisexualidad es binaria y tránsfoba, mi crítica no va hacia aquí, y si cada vez me identifico menos con ella no es precisamente por este motivo. La transfobia se reproduce según como quieras definir tu misma tu orientación o identidad, no en la identidad en sí misma. Y en tu actitud cuando te relacionas, obviamente. Tampoco quiero decir que las demás plurisexualdiades, como son la pansexualidad, polisexualidad, omnisexualidad, escoliosexualidad, etc, sean bífobas, ya que es una lucha que proviene del mismo sistema que nos oprime: el que nos quiere divididas, el que nos quiere distraídas en peleas internas para no tener tiempo para luchas contra él. Es más, todas estas “peleas” son debidas al mismo monosexismo que nos obliga a definir nuestras orientaciones alrededor del género y que nos obliga a expresarnos con términos que nos excluye y que forman parte de un paradigma que es puramente monosexual. Yo, de hecho, me identifico como polisexual y como bisexual (no entraré en más detalles de los motivos porque el artículo no va sobre definir identidades ni explicar el porqué yo me identifico con unas y no con otras), y mis “identidades” son más bien cambiantes, políticas, desorientadas, confundidas y más sensibles que estáticas. Prefiero enfocarme en luchar contra las estructuras que en enfatizar y realzar identidades concretas.
El monosexismo se basa en la erradicación de cualquier opción no monosexual (en la que te puedes sentir atraída hacia más de un género): no puede existir nada fuera del binario hetero/homosexual. De esta manera se consigue que no pueda existir nada que pueda confundir la barrera que tiene que haber entre la heterosexualidad y la homosexualidad para que así la heterosexualidad siga manteniendo su privilegio: si aceptamos la existencia de plurisexualidades no se puede demostrar la existencia de la heterosexualidad como algo estático, puro y único. De esta manera, conceptualmente, las plurisexualidades se han construido como combinación de las dos monosexualidades, leyéndonos, por tanto, como suma de dos sexualidades (por eso se nos hipersexualiza y se nos atribuye el estereotipo de la promiscuidad), como saltando entre dos estados (por esto se nos ve como confundidas y que no sabemos lo que queremos o que estamos en una fase), o como combinación de dos orientaciones (por esto se nos dice que somos 50% heteros y 50% homosexuales).
Delante de esto el activismo bisexual más visible lo que hace es básicamente negar los estereotipos que nos otorgan, juntamente con “visibilizarnos” para combatir la erradicación. ¿Pero qué resultado obtenemos de todo esto? ¿Quién se beneficia más de este tipo de campañas y activismo? ¿Cómo es que (misteriosamente) este sea el activismo bisexual más aceptado dentro de un activismo hegemónico LGBTI+ que hasta hace muy poco negaba nuestra propia existencia, incluyendo nuestra discriminación y opresión?
Hasta no hace muchos años la negación de nuestra existencia y nuestra discriminación era el pan de cada día dentro de los grupos LGBTI+. Hace 15 años tenía casi prohibida la palabra “bifobia” dentro del colectivo donde me movía. En la mayoría de grupos la B se incorporó hace poco más de 10 años, y no fue una lucha fácil. Todavía, de hecho, se niega en muchos entornos, aunque ya no es un pensamiento tan aceptado de cara al exterior. Ahora todas se suman a hacer campañas para el 23 de Septiembre, y a abanderarse (muchas veces desde el privilegio monosexual) de la lucha contra la bifobia. Pero no nos engañemos mucho porque parte de este proceso ha concluido en una normativización, en una asimilación y en una instrumentalización por parte de estos colectivos hacia nosotras, ya que las personas bisexuales o plurisexuales seguimos siendo utilizadas solamente como ítem exótico: seguimos sin tener voz, seguimos necesitando nuestros espacios de seguridad fuera de estos grupos, seguimos siendo invisibles en jornadas, y a la vez se nos utiliza para llenar programas pero solamente como lavado de cara o como forma de hacer creer que se nos tiene en cuenta.
En este proceso ha sido donde toda nuestra energía ha ido a parar en hacernos más aceptables socialmente, para que también se nos aceptara en estos grupos. ¿Quién quiere a unas promiscuas inestables? ¿Quién nos querrá si seguimos aceptando que se puede estar confundida? ¿Quién nos quiere incapaces o discapacitadas en nuestras decisiones? Es así como poco a poco hemos ido convirtiendo nuestro activismo en una lucha para la aceptación, en la construcción de una identidad estática y súper estable, 100% ella, 0% todo aquello que la pueda hacer menos asimilable.
Pero en este proceso hemos dejado atrás a compañeras, a personas que también padecen el monosexismo, y que además padecen también otras estructuras. Hemos dejado la transversalidad de lado, hemos dejado de luchar contra un sistema para pasar a aplaudir la discriminación a la promiscuidad, a la confusión, a la discapacidad en la decisión o la inestabilidad. Hemos creado una barrera dentro de nuestro colectivo (como suele pasar siempre): una barrera que separa entre las “buenas” bisexuales y las “malas” bisexuales. Lo peor de todo es que las que son acusadas de malas bisexuales son también aquellas que les atraviesan otras estructuras y que, por tanto, padecen todavía más discriminación. Las mismas jerarquías siempre se acaban colando en todos los sitios.
Yo durante años intenté ser una muy buena bisexual, negué muchas partes de mí. Durante tiempo procuré hacerme ver cómo querían que fuera, para no sentir que yo era la culpable o responsable de la violencia que padecíamos. Me costó años, y una buena entrada de discurso crítico, darme cuenta de que yo no era la responsable de la violencia que recibía, que yo no era la culpable de que las personas plurisexuales se las estereotipara por el simple hecho de reproducir ese estereotipo, y que la responsabilidad era estructural y de todas aquellas personas que desde el privilegio procuraban que día tras día yo no olvidara que mi valor, mi sentir, mi poder para decidir sobre mi vida, dependía más de ellas que de mí.
Obviamente que se nos asignen estereotipos por defecto solamente por el hecho de ser bisexuales o plurisexuales es violencia estructural y es monosexismo. Pero afirmar que no somos de una manera concreta no es muy diferente a asignarnos estereotipos: también es una imposición de una forma de ser, además atravesada por una expectativa social que nos normativiza. Por tanto, esta negación no deja de ser una reproducción monosexista también. Las personas plurisexuales podemos ser (y somos) de muchas maneras, y no por este motivo menos merecedoras de ser o estar. Las promiscuas, las confundidas, las que no sabemos lo que queremos o las que pasamos por fases también somos plurisexuales.
imagen: puntos de libro (y plantillas) de la Colectiva Desorientada (I Jornadas Desorientadas en Madrid)
aviso de contenido: abuso de poder instrumentalización de discursos críticos, ejercicio de poder, manipulación, técnicas de dominación, falta de cuidados.
El mundo del activismo es donde he conseguido encontrar cierto confort, mi red afectiva, personas que construyen relaciones de forma políticamente más consciente (o que al menos quieren hablarlo y tratarlo); es donde he encontrado mis espacios seguros, las burbujas de supervivencia. Ahora bien, el mundo del activismo también puede llegar a ser un espacio múltiple donde la hipocresía y la violencia se disfracen constantemente de discursos críticos: personas criticando la competitividad llevando a otres a situaciones altamente competitivas y utilizando técnicas de dominación para excluir y borrar, mientras nos llenamos la boca hablando de inclusividad y violencia simbólica. Y no estoy hablando de los hombres machistas en espacios de militancia (esto también lo he padecido): estoy hablando de otras identidades y de otro tipo de representaciones en nuestros feminismos y entornos críticos sobre relaciones (espacios extendidos también a las redes).
De cara a la galería todo son sonrisas y discursos que quedan y suenan muy bien, pero que se vacían constantemente con el hacer del día a día. Y, finalmente, la objetificación total de una nueva identidad: les fans (tranquiles, esto lo esconderemos diciendo que en espacios críticos no existen estas figuras, que esto va de ser todes horizontales y así no tenemos por qué responsabilizarnos de la idea de que nuestro poder lo consigamos a costa de la fuerza múltiple de estas identidades a las que muchas veces utilizamos, explotamos y objetificamos).
Necesito desahogarme. Pero a la vez también necesito olvidarme de todo esto y dejar atrás estas emociones que me despierta el mundo del activismo. He estado los últimos meses planteándome seriamente dejarlo, totalmente, borrarlo todo, desaparecer y (re)hacer mi vida al margen de todo este mundo que en algunos casos (no siempre) pretende hacernos creer que se preocupa por los márgenes cuando en realidad muy a menudo lo que hace es instrumentalizarlos. Y, aunque dejarlo hubiese sido también una decisión acertada (el auto-cuidado es importante), finalmente he decidido quedarme (otra decisión igual de acertada). Y además, por otro lado, también necesito responsabilizarme, obviamente, porque de nada sirve señalar y hacer creer que todes somos libres de esta farsa.
Sentir hostilidad, invisibilización y borrado, y otras técnicas de manipulación como ghostings, luz de gas, ninguneo… la manipulación, el poder y las técnicas de dominación están en el orden del día en nuestros entornos mientras a la vez no paramos de hablar y criticas las jerarquías, la competitividad, o el consumismo relacional. Es muy difícil convivir con estos mecanismos ya que son muy difíciles de señalar, solamente se sienten, atraviesan, se hacen invisibiles y hablar de ellos se hace muy difícil. Personas, que aunque formen parte de un discurso contra-poder, ejercen (¿y ejercemos?) poder y generan (¿y generamos?) clubs exclusivos donde solamente se aceptan persona que, o bien tienen ‘más’ poder y pueden ayudar a ‘flotar’ más, o bien son personas que se sitúan ‘por debajo’ y ayudan a sustentar a le otre a mantener una posición de poder. Clubs exclusivos donde, quien no juega al juego es expulsade (utilizando, evidentemente, todas las técnicas a las que he hecho referencia anteriormente).
No quiero decir tampoco que el mundo del activismo sea exactamente como el ‘exterior’, el ‘normal’ o exactamente igual que el ‘sistema’ y no se estén realmente construyendo (o intentando construir) alternativas contra-poder: de hecho en este mundo he encontrado muchas personas críticas, espacios de seguridad, he podido respirar de toda la violencia que he vivido fuera de estos entornos, he podido empoderarme de una relación de maltrato y es donde he conocido aquellas personas con las que tengo ahora mismo un vínculo más cercano y a la vez con una sensibilidad política. Pero todo esto no quita que en estos espacios se reproduzcan también mecanismos de ejercicio de poder sobre otres, una reproducción que muchas veces arrastra a muches más. El problema es que esta ‘reproducción’ va disfrazada con un discurso que se hace pasar por revolucionario para apropiarse de espacios críticos.
No obstante, he decidido quedarme: el activismo se ha vuelto un eje principal en mi vida, me ha ayudado a relacionarme de una forma más sensible, más crítica, y autocrítica. No quiero dejarlo, pero tampoco quiero seguir que todo este juego me ahogue. Seguramente algunes pensarán que lo que se tiene que hacer es luchar contra todo esto que está pasando dentro de nuestros círculos, y razón no les falta. Pero también tenemos que medir capacidades, fuerzas, tiempo y energía: tenemos que seguir moviéndonos en el día a día, sobreviviendo en un mundo lleno de violencia, y a muches no nos quedan fuerzas para abrir tantos frentes, con todo el riesgo de vulnerabilizarnos más justo en un entorno donde nuestras vulnerabilidades son menos y son más sostenidas. Es por este motivo que he decidido tomar un cierto tipo de posición que por un lado me permita seguir teniendo energía para poder seguir haciendo activismo que a mi me gusta y me motiva y por otro lado mantener un equilibrio del auto-cuidado y la responsabilidad compartida y colectiva. Esto sí, manteniendo especialmente la auto-crítica y evitando las trampas. Es por este motivo que también siento la necesidad de alejarme emocionalmente de ciertas actitudes y a la vez acercarme un poco más a quien dejamos casi siempre en los márgenes.
‘Se tienen que cuidar las relaciones’, ‘los cuidados son muy importantes en las relaciones’, o bien ‘sin los cuidados no hay revolución’ podrían ser eslóganes de muchos entornos feministas o activistas. Los ‘cuidados’ (sustantivo que utilizamos para referirnos a esas acciones donde cuidamos de las otras o de nosotras mismas) son actualmente tratados en muchos más entornos donde se habla de relaciones y opresiones, como son los no monógamos. ‘Los cuidados son revolucionarios’ es una frase que yo misma he repetido muchas veces desde mucho antes de comprender muy bien qué queríamos decir con ‘cuidados’. Y no creo que fuera la única, me atrevería a decir que lo he sentido como una tendencia bastante generalizada. Empecé a hacer talleres sobre esta temática sin entenderlo con la idea de poderlo construir a través de un proceso más colectivo que personal. ¿Son revolucionarias todas esas acciones que llamamos cuidados? ¿Qué entendemos por cuidados? Hay un vacío bastante grande a la hora de definir qué son los cuidados (se habla mucho pero no se habla de qué son), y delante de este vacío se pueden reproducir opresiones y dinámicas de poder problemáticas e invisibilizarlas a través de un lavado de cara llamándolas ‘cuidados’.
Muchas veces he podido observar que se habla de cuidados como si estos fuesen unos elementos ‘extras’ que se hacen a algunas personas a las que nos ‘queremos’ para ‘demostrar’ nuestro afecto: como si se trataran de actos en forma de ‘regalo’ y ‘cariñosos’, sin mucho más que esto. Viendo los cuidados desde esta perspectiva pueden parecer actos sin los cuales podríamos vivir igual, casi de la misma manera (que no los necesitamos, vaya), pero que con ellos la vida nos parece más ‘bonita’ o más ‘dulce’. Este pensamiento se aleja de la idea de creer o pensar que los cuidados son una parte fundamental de las relaciones, y que sin ellos más que nada lo que hacemos es reproducir dominación, estructuras, y/o consumismo de relaciones.
La idea de que los cuidados son un elemento ‘extra’ en las relaciones se basa en la creencia de que somos seres aislados los unos de los otros que nos conectamos entre nosotros solamente de forma puntual cuando lo escogemos pero que sin estas conexiones escogidas en momentos puntuales las cosas que hacemos y cómo las hacemos no afectan a las otras personas (no nos afectamos las unas a las otras). Ésta es la base del pensamiento que proclama la posibilidad de una total libertad personal por sobre de cualquier visión más colectiva, sensible y social. Esta manera de ver las relaciones es muy irreal, es la base del pensamiento individualista y de dominación e invisibiliza que las personas nos afectamos las unas a las otras aunque no lo queramos ni nos conectemos entre nosotras conscientemente o voluntariamente.
Por otro lado, los cuidados, desde un punto de vista crítico, son la forma de relacionarnos siendo conscientes de que nos afectamos; por tanto, es entender que el ‘qué’ y el ‘cómo’ hago las cosas afecta a las personas que me rodean, como también entender y comprender que mis necesidades, y las cosas que me hacen sentir más o menos bien las obtengo de mi entorno, donde también están las relaciones y las personas. De esta manera decidimos tener en cuenta qué necesidades tenemos y cuáles tienen las demás, y que éstas no nos quedan cubiertas por defecto de forma misteriosa, sino a través de un sistema social que privilegia a algunas a quien sí cubre necesidades, o que podemos ser nosotras quienes nos ayudemos a cubrírnoslas de forma más colectiva o con sensibilidad social. Saber que tengo en cuenta cuáles son los deseos y necesidades de la otra, implica una no objetificación, y por tanto una consciencia de su existencia como persona y no como objeto externo que está allí solamente para cubrir mis necesidades ignorando que mes está afectando de alguna manera. Tener solamente en cuenta mis deseos trata la relación solamente para consumo propio.
Pero, por otro lado, se tiene que ir con cuidado hacia donde se dirigen estos cuidados de los que tanto hablamos, ya que por defecto si no nos paramos a reflexionar en cómo se cubren estos beneficios y necesidades en el sistema en el que vivimos éstos acabaren dirigiéndose por defecto hacia quien más privilegios tiene (o sea, los de siempre). Precisamente el sistema está montado para que las normas sociales creadas, no solamente a través de ‘leyes’, cubran las necesidades de las personas con más privilegios a través de actos ‘normalizados’ de cuidados hacia ellas. De hecho, es mucho más fácil empatizar con la norma (porque es lo que tenemos más interiorizado como válido, coherente y lógico, incluso las personas a quien no nos beneficien las normas) y por tanto con las personas con más privilegios y sus necesidades. Un ejemplo es como se han creado los roles de género para que sean las mujeres las que se ocupen de todas las tareas del hogar y de cuidar a los componentes de las familias (hombres, hijes y personas mayores); por defecto, hablar de cuidados, por ejemplo en entornos no monógamos sin tener en cuenta esta diferencia de género puede llevar a que aún cuiden más las mujeres de más hombres y estos sean más cuidados por más mujeres. También suele pasar con la pareja frente a otro tipos de relaciones; hay un privilegio social que se otorga a la pareja que no se otorga a otras relaciones cómo las consideradas de amistad, y debido a que se empatiza mucho más con las emociones de una persona considerada pareja (como por ejemplo con sus propios celos) normalmente el discurso de los cuidados acaba yendo hacia la pareja (incluso las personas fuera de la pareja que son menos cuidadas se las hará cuidar y empatizar más con la pareja de la persona con la que mantienen una relación que no es de pareja o es menos ‘principal’) y muchas veces emociones de personas que no son consideradas la pareja principal no son cuidadas, ni acompañadas, ni tan solo reconocidas.
Uno de los problemas que también nos encontramos es en entre cuáles tareas o ‘acciones’ son los cuidados. Debido a que donde más se ha hablado es en los feminismos (señalando que las mujeres siempre se han tenido que ocupar de las tareas del hogar, de cuidar de las vulnerables o enfermas) a menudo no se habla de otros tipos de cuidados que no sean los que se habían asignado por defecto en los roles de género a las mujeres. Hay muchas otras acciones o tareas que se podrían considerar cuidados, que tienen que ver con ‘tener en cuenta’ a la otra personas y alas cosas que puedan necesitar, o también en como expresamos las cosas. Una de las cosas que se repite más en mis talleres cuando hablamos de cuidados es la de ‘que se me tenga en cuenta’, o ‘que me tengan en cuenta cuando se trata de hablar o tratar cosas que me afectan’ o simplemente ‘que se me escuche’. De hecho, es muy posible, que para algunas que les hagas la comida no sea necesario pero lo que puedan necesitar es una atención emocional o acompañamiento puntual o bien que se les hable de una manera concreta por los motivos de salud mental (o al revés, que se tenga en cuenta que su forma de hablar o expresarse en momentos emocionalmente complicados es diferente al resto). Además, también es posible que muchas tareas de cuidados ni tan solo sean ‘productivas’ (o sea, hacer cosas) sino que sean más bien ‘dejar de hacer ciertas cosas’, como por ejemplo que una persona necesite soledad durante un cierto tiempo y que no se la moleste debido a padecer ansiedad.
Uno de los problemas que a menudo nos encontramos y donde se instrumentalizan otra vez los cuidados es en la realización de tareas concretas que se han definido de forma genérica que son ‘cuidados’ sin escuchar ni tener en cuenta qué quiere o necesita la otra persona ignorando lo que realmente necesita con la excusa de ‘ya está, ya la he cuidado’. Esto es lo que llevo llamando desde hace tiempo como la ‘cultura del tupper’: preparamos tuppers a las compañeras para sentirnos tranquilas y excusarnos en que las hemos cuidado y después no las escuchamos cuando lo necesitan o las objetificamos. Con esto no quiero decir que hacer la comida o preparar un tupper a una compañera no sea cuidar y sea objetificador, sino que lo que señalo como problemático es la instrumentalización y utilización de un acto como este para no tener que cuidar.
Otra cosa que se tiene que tener en cuenta con los cuidados es el de no forzar a la otra a que nos exprese qué necesita o quiere, porque no todas lo podemos saber en un momento dado, o incluso no necesitamos nada concreto hasta que no nos pasa alguna cosa que nos lo hace necesitar o notar de alguna manera. Una forma de cuidar es precisamente respectar este espacio para que lo pueda expresar cuando lo sepa o lo necesite.
Unos cuidados críticos, o como también podríamos llamar, revolucionarios, son (o tendrían que ser) unos cuidados conscientes, sensibles a las estructuras que nos atraviesan a todas, a nuestras necesidades y las de las otras, a no objetificarnos, ni saltarnos el consentimiento ni los deseos de las otras, escuchar las voces de todas las afectadas que deseen ser tenidas en cuenta, tenerlas en cuenta, y hacernos partícipes a las que quieran y puedan en cada momento, siempre y cuando sean las afectadas y no ‘las externas a la situación que imponen desde fuera como tienen que ser una relación’. Y también aceptar y ser conscientes de que habrá muchos momentos en los que las necesidades de unas y de otras serán incompatibles; se tendrán que pensar y repensar los espacios para compartirnos y para no tenernos sie
El grito de ‘no tinc por’ (no tengo miedo) resonaba por Barcelona y las redes sociales después del atentado del pasado 17 de agosto en Las Ramblas. Un grito que no dejaba duda de que se quería dar una respuesta contundente hacia todas las partes: al atentado y a la esperada reacción racista que se podría dar después. Un grito que algunas, asustadas en nuestra casa, intentábamos sacar de dentro sin éxito; un grito que parecía que provenía de todas aquellas que podían permitirse el lujo de gritar que no tienen miedo: porque aunque vivan en una ciudad que acababa de ser vulnerabilizada por el terrorismo pertenece a la Europa blanca y no tienen que padecer situaciones similares día tras día, porque posiblemente han podido ver la noticia de lejos y no con el corazón latiendo mientras corría por los alrededores de Las Ramblas, porque su cuerpo y mente tienen la gran ‘suerte’ de no reaccionar más de lo que es estipulado como ‘normal’ a estímulos externos tan violentos, o simplemente porque acumula un montón de privilegios. Un grito que a algunas nos hacía sentir culpabilidad o vergüenza por no estar suficientemente a la altura, o por hacernos sentir cómplices de la violencia de cualquier bando. Simplemente porque teníamos miedo. Y no nos engañemos, es el sistema (patriarcal, racista, colonial, capitalista) el que provoca tanta violencia, desviando su atención y estigmatizando todo aquello que no forma parte de la masculinidad hegemónica, como es el ‘miedo’.
¿Por qué no tenemos que tener miedo? ¿Por qué, delante de una demostración de los valores de la masculinidad, como es un atentado, una guerra, una conquista de nuestros cuerpos, mentes y emociones, tenemos que reaccionar sin miedo (otro valor más de la masculinidad)? Pero no es sólo el miedo lo que se nos veta, es también la rabia, tenemos que mostrarnos ‘normales’. ‘Normales’ para una situación así, claro, tampoco caigamos en mostrarnos ‘demasiado despreocupadas’ o ‘poco sensibles’. No sólo ‘normales’, lo que se espera de una persona ‘normal’, sino también ‘normales’ en cuanto la medida de nuestras emociones: sensibles, pero fuertes; emotivas, pero sin pasarse; dando muestras de apoyo y afecto, pero manteniendo la calma y manteniendo a ralla el miedo. Más allá de esto se estigmatiza a todas las que no podemos vivir en la medida de lo que se ha estipulado que es ‘normal’.
Nos han hecho creer, a través de expresiones, de que quien es violento es porque es un cobarde, o quien ejerce un maltrato también es cobarde. A la vez también han señalado el miedo como el causante de violencia estructural, como por ejemplo el racismo. En este caso en muchos escritos, o en redes sociales, se señala al miedo como el causante de la reacción islamófoba de culpar a las personas musulmanas por el atentado. Haciendo esto se desvía totalmente la atención de que son las ideas previas al miedo las que nos conducen a un lugar u otro; es el racismo y nuestros privilegios blancos los que hacen que delante de una acción como la del pasado 17 de agosto reaccionemos con islamofobia. Ya éramos islamófobas antes. ¿O nos pensamos que las personas nos convertimos en racistas simplemente porque tenemos miedo? El miedo se utiliza como excusa para hacer creer que nuestro racismo no es un racismo ‘real’ sino un odio fundado.
El hecho de que se utilice como responsable de toda violencia estructural también se puede observar en como el propio sufijo ‘fobia’, que originalmente significaba ‘miedo’, ha acabado transformándose en también un sinónimo de odio y utilizándose para señalar estas violencias: homofobia, transfobia, gordofobia, y un largo etcétera. Una vez más, se borran las ideologías que hay detrás de estas violencias y a la vez se estigmatizan a muchas personas que somos diagnosticadas con fobias, o con trastornos y a todas aquellas con un funcionamiento diferente del que se estipula que tiene que ser ‘normal’.
Estoy muy cansada de que instrumentalicen mis miedos para desviar la atención del verdadero problema: el sistema (patriarcal, racista, colonial, capitalista). Precisamente todas estas estructuras, que son las que provocan muchas de las violencias que tenemos que vivir cada día, son las que estigmatizan el miedo (a parte de provocarlo) y ponen a la ‘valentía’ en un pedestal. Y sí que es cierto que el sistema se aprovecha de nuestras emociones, pero no solamente lo hace con el miedo, también lo hace con la ‘valentía’, o manipulando hacia donde tenemos que dedicar nuestros afectos o amores. El problema es que el miedo a muchas nos hace menos útiles o ‘capacitadas’ por un sistema que nos quiere productivas, y por eso molestamos.
Yo tengo miedo. Tengo miedo de la violencia policial que vivimos en nuestras calles, manifestaciones, en los desalojos, y que violenta cada día a personas que son atravesadas por el racismo o por cualquier otra estructura que también vulnerabiliza. Tengo miedo de volver sola de noche por la calle, ya que he vivido más de una vez agresiones sexuales. Tengo miedo de salir del armario en muchos entornos. El miedo en muchos casos me ha enseñado a protegerme, a cuidarme, a decir delante de situaciones de violencia ‘basta’. No quiero gritar que no tengo miedo. No soy valiente, ni quiero serlo, ni quiero tenerlo que ser.