¿qué se esconde detrás de las relaciones no-serias?

por wuwei (natàlia)

en català aquí.

Aviso de contenido: objetificación y consumo relacional

Quiero empezar diciendo que no soporto desde hace mucho tiempo las expresiones “relación seria” o “relación no seria”. Al principio era más bien una reacción visceral, emocional, a la que no le había asignado ningún tipo de reflexión, ni había entendido el motivo por el cual me removía tantas cosas dentro de mí. Sabía, eso sí, que tenía alguna relación también con lo que sentía por la expresión “sólo una amistad” (este “sólo” siempre me ha molestado). Y, de hecho, la experiencia en el mundo de las relaciones me confirmaba constantemente este rechazo que sentía hacia todas estas expresiones.

La expresión “relación seria” a menudo hace referencia a una relación de pareja, donde hay un vínculo romántico, de referencia, principal y donde el compromiso se basa buena parte con la limitación de los vínculos fuera de la relación, con un tipo de exclusividad compleja que va más allá de la exclusividad sexual (de cuidados, de tiempo, de las cosas que se comparten, como la economía, la crianza, la vivienda o las respectivas familias de origen). “Yo no quiero nada serio” sería la típica frase que te dice alguien que está buscando un tipo de relación que no es la que pensamos como pareja. En realidad se suele decir cuando lo que buscamos es un simple rollo, algo “sólo” sexual y sin las “complicaciones” de una relación amorosa romántica con un cierto grado de “compromiso”. Que conste que las comillas no las pongo de decoración, sino para cuestionar el contexto y cómo se utilizan estos conceptos.

A menudo se relaciona la seriedad de una relación con la cantidad de compromiso que tenemos en ella. Pero en este contexto cuando se piensa en “compromiso” se piensa en un tipo de compromiso que nos viene impuesto cuando pensamos en relaciones. La mayoría de las veces cuando se piensa en ello se relaciona el compromiso con la fidelidad, entendida de la forma más monógama: no tener relaciones sexuales ni románticas con otras personas (o limitarlas de alguna forma), priorizar a aquella persona por delante de cualquier otra relación y además muchas veces acompañado de algún tipo de sacrificio. O sea, se piensa el compromiso especialmente como un sinónimo de exclusividades, que no sólo son sexuales, sino que van más allá, como comentaba en el inicio del texto.

¿Pero qué ocurre cuando no existe el compromiso? Normalmente, se presenta por defecto un binario bastante extremo: o nos relacionamos a través de un compromiso implícito, jerárquico y opresor, o bien nos encontramos en un vacío de consumo relacional y de objetificación (también opresor, pero de otro tipo). Por esto, cuando una persona repite que no busca nada serio, normalmente acaba perpetuando este tipo de relaciones objetificadas y de consumo (no solamente consumo sexual, también muchas veces de consumo emocional). La propia expresión cae por su propio peso, porque no querer tratar a una persona de forma seria significa no tenerla en cuenta ni creer que sus problemas y voluntades no son importantes (te impliques o no en ellos o quieras o no acompañarlos).

¿Qué quiere decir, pues, no querer tener relaciones serias? ¿Tiene que significar que una persona con la que no tienes un tipo de compromiso de pareja, se tiene que tratar sin responsabilidad? ¿Qué es el compromiso? Algunes me podrían decir que esto es hilar fino y que esta expresión simplemente significa que no quieres un tipo concreto de exclusividad y no quieres jerarquizar aquella persona. Pero la experiencia que hemos vivido muches no es esta cuando nos han tratado de forma “no seria” (que es muy cercana a la de cuando te dicen que “sólo quieren una amistad”). La experiencia mayoritaria ha sido un tipo de relación donde si surgía algún problema, alguna preocupación, no se podía hablar, que si le otre un buen día decidía no volver a ponerse en contacto podía pasar sin más (y las normas sociales se lo permitían sin que se viera como violento), y cuando quería acercarse también. La experiencia mayoritaria siempre ha sido una falta de responsabilidad y una relación que se ha mantenido gracias a la responsabilidad y sacrificio de una de las partes (precisamente la otra parte, la que no estaba pidiendo una relación “no seria”, normalmente la menos privilegiada).

Para tener relaciones responsables tenemos que tratar a las personas de forma seria. O sea, tenemos que reconocerlas por lo que son, con sus propias voluntades, deseos, problemas y necesidades. Lo que hace falta, de hecho, es cambiar qué quiere decir compromiso, y no dejar de responsabilizarnos de lo que hacemos con aquellas personas con las que nos relacionamos. No me extenderé a hablar de compromiso y de responsabilidad, porque ya he hablado de ello, por ejemplo, aquí y aquí.

Cada vez que escucho estas expresiones como “no quiero una relación seria” me saltan todas las alarmas. Y no porque quiera una relación de pareja del tipo que muchas personas podrían estar pensando, sino porque siento que en algún momento se me tratará de forma no-seria, como persona, una cosa que para mí implica una falta de consideración hacia mis deseos, necesidades, o como yo me pueda estar sintiendo y como me puedan afectar las cosas. En el fondo es una falta de reconocimiento a la importancia que pueda tener hacia parte de mi vida por el simple hecho de existir. Todes merecemos ser tratades de forma seria. Que no tiene porqué ser sinónimo de no poder pasárselo bien o disfrutar.

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relaciones horizontales también desde la duda y desde la dificultad para expresarnos

por wuwei (natàlia)

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[imagen: dos brazos donde hay escrito en uno «indecise» y en el otro «confosa»]

 

Aviso de contenido: neurocapacitismo, obligatoriedad de saber lo que quieres, obligatoriedad de saber expresar, exclusión, jerarquías

 

Como ya he comentado en otros textos (como por ejemplo, en “el compromiso como acto revolucionario), la mayoría de las cosas que se comparten en una relación son cosas que no son (normalmente) escogidas entre las personas que la componen. Las cosas que se comparten y los pactos o compromisos no se suelen hablar, ni decidir ni tomar, sino que vienen dados por defecto a través de unas normas implícitas según el tipo de relación que se establece: por ejemplo, si tienes una relación de pareja con una persona se presupone que será con ella con quien irás de vacaciones o acabarás en algún momento compartiendo vivienda y finanzas.

Esta forma de “construir” relaciones en realidad no construye la relación, sino que hace que se cree o se genere a través de normas (sociales) que la arrastran y le suelen imponer también jerarquías (tanto entre las personas que componen la relación como hacia otras personas/relaciones). Los compromisos que se no-toman (o sea que vienen implícitos) no son sensibles al contexto ni a las necesidades de las personas que componen la relación. Como ya había apuntado también anteriormente, una forma alternativa más sensible de construir relaciones y compromisos en estas relaciones es haciendo explícito lo que se quiere compartir, hablar y dejar más claro entre las personas que la componen de qué trata la relación, y qué compromisos se quieren tomar juntes. Estos compromisos, no obstante, no solamente tendrían que ser explícitos, sino que tendrían que poder ser tomados en un espacio seguro y en que todes realmente puedan expresarse sin coacción.

Pero ha habido una confusión bastante grande entre la necesidad de tomar las decisiones de forma explícita con que las personas tengamos que saber siempre lo que queremos o lo que necesitamos y que además lo tengamos que saber expresar siempre de la mejor manera. Hay muchas personas que consideran incluso violento que la otra persona no sepa o no tenga claro qué quiere o no sea capaz de expresarlo de la forma que se considera “sana” (expresión que, sinceramente, no me gusta nada). Esto genera, no solamente una presión muy grande hacia todes, sino a la vez una jerarquía donde solamente las más capacitadas para decidirse, a entender lo que necesitan en un tiempo considerado socialmente “normal”, o a poderlo expresar con la claridad que se reclama, tendrán el privilegio de entrar en este discurso.

La creencia de que para poder tener relaciones horizontales tienes que tener claro lo que quieres y lo que necesitas es capacitista (especialmente neurocapacitista), aunque obviamente afecta a muchas personas no atravesadas por el capacitismo porque esta incapacidad a la hora de saber lo que queremos la podemos sentir todes en algunos momentos de nuestra vida. La necesidad de establecer pactos explícitos no implica la necesidad de saber lo que se quiere y lo que se necesita. Es absurdo creer que si no podemos establecer un pacto concreto implicará automáticamente que nos dejaremos arrastrar. Que no sepas lo que quieres o lo que necesitas se puede respetar sin que se caiga en establecer compromisos implícitos y jerárquicos. Precisamente la idea de romper con los compromisos sistemáticos implícitos para crear de sensibles es también para tenernos en cuenta con nuestras especificidades, por tanto también con nuestras no capacidades.

Decir que no sabes lo que quieres ni lo que necesitas también es ser explícite (una cosa que a menudo olvidamos porque parece que solamente se pueden hablar las cosas cuando está todo claro y trabajado, y precisamente se trata de lo contrario, compartirnos y aceptarnos en nuestros procesos). Creer que no se pueden pactar cosas ni comprometerse ni hablar sobre cómo sentimos la relación si le otre no lo tiene todo claro es bastante reduccionista ya que hay muchas formas de hablar, pactar y comprometerse. Por ejemplo, se pueden hablar de las dudas que sentimos o de las cosas que tengamos un poco más claras que a lo mejor no queremos para intentar movernos alrededor de esto; se pueden establecer pactos temporales dependiendo de cómo le otre pueda irse dando cuenta de lo que necesita, etc.

También se reduce la problemática a “saberlo expresar” (o sea, saber expresar las necesidades o voluntades en la relación) sin tener en cuenta que muches tenemos dificultades a la hora de expresar lo que queremos por muchos motivos. Por ejemplo, a muches que nos han negado nuestras necesidades desde pequeñes (tanto sea por nuestro género como por tener unas necesidades consideradas “especiales”, como pasa a muches neurodivergentes) expresarlas muchas veces se nos hace dificilísimo; también nos puede ser difícil expresar necesidades cuando es un tema que nos afecta emocionalmente o tenemos miedo a la reacción de le otre y nos atraviesan ciertas dificultades a la hora de expresarnos de una manera que se considera “normal” o “aceptable” (no soporto, por ejemplo, esta costumbre que hemos adquirido en espacios no monógamos en resumirlo todo diciendo que las cosas se pueden decir “tranquilamente y naturalmente”). Para poder trabajar las relaciones de forma horizontal no solamente tenemos que dejar espacio para que podamos ser explícites, sino también tenemos que dejar espacio para que nos podamos expresar de muchas formas que intenten ser sensibles a las necesidades de expresión de todes, y también tenemos que poder hablar de estas dificultades que tenemos para expresarnos, hablar sobre los motivos e intentar encontrar entre todes cómo podríamos crear este espacio que pueda sentirse más seguro.

La idea de generar compromisos horizontales es también la de que estos compromisos no tengan que ser estáticos y puedan cambiar para adaptarse a nuestros cambios de necesidades o bien a cómo nos vamos dando cuenta de lo que necesitamos cuando se va construyendo la relación; también es que se puedan adquirir desde muchos puntos diferentes, también desde la incertidumbre o la duda. Los compromisos se tienen que poder tomar desde espacios y situaciones seguras para todes, especialmente para les más vulnerables, donde se incluyen aquelles a les que les cuesta expresar lo que quieren como también aquelles que muchas veces les cuesta tiempo entender qué necesitan. Es importante aprender a hablar también desde estas posiciones y llegar a pactos desde allí para hacer las relaciones horizontales más inclusivas y sensibles.

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organizarnos para tenernos en cuenta sin tener que follar todes

por wuwei (natàlia)

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aviso de contenido: alosexismo, sexocentrismo, sexo, mención de traumas y violencia patriarcal

 

¿Cuántas veces he escuchado eso de ‘si nos organizamos follamos todas’? llevo escuchando (no continuamente, pero sí con cierta frecuencia) éste eslogan (y de muy parecidos) desde hace bastante tiempo. Un eslogan que siempre que lo escuchaba me quemaba por dentro. Me molestaba esta ‘obligatoriedad’ en la que parecía que todas teníamos que follar (y sobre todo desear follar). Siempre que esto me pasaba me callaba en silencio y pensaba que la molestia era debida a que el patriarcado no me dejaba liberarme.

Parece que la liberación ha de llevar (por narices) a un deseo sexual considerablemente aceptable en cantidad (cuantía estipulada en algún lugar que nunca he entendido cuál es) para todas y con unas necesidades parecidas; o sea, que lo que es normal es ‘desear’, y que la liberación consiste simplemente en buscar ese deseo, llevarlo fuera, mostrarlo y llevarlo a la práctica: follar todas. Finalmente, el discurso crítico y feminista le pondría el ‘añadido’ de cómo nos organizamos, como dejamos de competir, que seamos cooperativas, que rompamos estructuras de género, de orientación, de sexualidades, de prácticas, que hablemos de cuidados… pero tenemos que follar todas. Me atravesaba, me dolía, y yo giraba la espalda a aquellas sensaciones cuestionándome constantemente mi reacción adversa. ‘Estoy fatalmente limitada por el patriarcado’, me decía, mientras me miraba incrédulamente sospechando que alguna cosa no iba bien en todo este argumento que yo misma me dedicaba.

Durante una buena época relacioné todo eso que sentía a los traumas que arrastraba debido a agresiones y violencias que había padecido anteriormente. Todo tenía más sentido así: creí que esta supuesta limitación que me generaba el patriarcado venía fomentada, no solamente por la educación patriarcal, sino también por su violencia directa. Durante tiempo luché contra ésta posible consecuencia de los traumas, sin darme cuenta que incluso en el caso hipotético de que hubiesen sido los traumas los que me hubiera llevado hasta ese punto, luchar contra eso es suponer que tener un deseo sexual que se podría interpretar como inferior al que se ha estipulado como ‘normal’ (en un marco patriarcal, obviamente) es negativo y algo a cambiar por sí mismo.

Tengo que admitir que sean cuales sean los motivos por los cuales mi deseo parece ‘inferior’, o que tiene unos filtros distintos y más grandes a los estipulados como ‘normales’, ha hecho que necesite una confianza mucho más elevada con una persona antes de sentir cierto tipo de atracciones, cosa que me ha ayudado a defenderme de posibles situaciones extremadamente violentas. Además, que una persona que ha padecido algún trauma tenga que verse ‘obligada’ a enfrentarse con la sensación de tener ciertos tipos de deseos es altamente violento y poco cuidadoso (aquí se mezcla también con el poco cuidado y sensibilidad con la que se tratan los traumas en los discursos sexpositive más normativos, incluso con el discurso feminista).

Ya desde hace un tiempo me he aceptado como no alosexual, en algún punto del aspectro de la grisasexualidad. No me ha estado fácil esta identificación, ya que atracción siento, y sí que puedo sentir mucho, juntamente con mucho deseo, aunque no me pasa tampoco muy a menudo. Lo que he entendido es que tengo un filtro muy elevado en mis atracciones, no me siento atraída hacia demasiadas personas, y mi filtro es muy mental (tiene que ver con las conexiones o ciertas atracciones mentales que pueda tener y que construya). También me cambia con el tiempo, y he tenido épocas de muy poco deseo, seguidas de épocas con mucho más deseo.

Uno de los problemas que me encuentro más a menudo es que en nuestra forma de relacionarnos el sexo puede ser un indicador de jerarquía: tener sexo con una persona puede implicar la posibilidad de acabar dedicándole más tiempo, más cuidados, más compromiso o más importancia. Debido a esto, cuando una persona con quien yo mantengo una relación muy importante (sin que sea una relación sexual) ha empezado a tener una relación sexual con otra persona, suelo tener miedo a sentirme desplazada y dejada de lado. A veces me pregunto cuanta parte de deseo que muchas tenemos podría estar mezclada con el deseo de poder ser considerada, reconocida y tenida en cuenta. Es por esto, que esto ‘tenemos que follar todas’ me atraviesa todavía más.

El problema no radica en el deseo de liberación para poder tener mucho sexo, si es eso lo que se desea. Para mí el problema está en suponer que todas tenemos que tener el mismo tipo de deseo, y creer que si nuestro deseo es otro, es un problema. La liberación sexual (así como la afectiva) tiene que pasar para que todas podamos vivir nuestros deseos sin el temor estructural de que es algo malo: sea en la cantidad que sea. ¿No sería más crítico organizarnos para tenernos todas en cuenta sea lo que sea lo que compartamos entre nosotras? Incluso todas aquellas con las que no follamos, ni con las que tenemos relaciones románticas o de pareja, relaciones altamente jerarquizadas, invisibles y olvidadas.

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el compromiso como acto revolucionario

por wuwei (natàlia)

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El compromiso, juntamente con otros conceptos en nuestra cultura, se puede intuir y definir de muchas maneras diferentes. Es uno de estos conceptos que por un lado nos viene impuesto de una manera concreta por las estructuras de poder, pero que a la vez desprenderse de éste también beneficia a estas estructuras (como el patriarcado o el capitalismo, entre otras). Pero se pueden intentar construir nuevas maneras de acercarnos de una manera que ayude a romper con los sistemas de privilegios y opresiones.

En la monogamia, por ejemplo, este compromiso está relacionado con todas aquellas ideas sobre como tiene que ser una pareja (formas de pensar que definen qué es una pareja y todas las normas implícitas que la rodean). Este tipo de compromiso se conecta con las exclusividades, no solamente exclusividad sexual o romàntica, sino también en proyectos o cualquier cosa que se decida hacer o compartir: todo lo que se quiere hacer fuera de la relación de pareja tendrá que pasar por la conformidad de la pareja. Si no se hace así, se suele dar la sensación de que no nos queremos comprometer y que por tanto la relación no es importante para nosotras o que no sabemos querer. Este tipo de compromiso acaba reforzando todo el resto de ideas que se imponen como nrmas de lo que ‘tiene que ser una pareja’: proyecto de convivencia, de crianza, de pertenecer a las mútuas familias de origen, o bien de compartir finanzas. Al final, cualquier cambio que una de las dos quiera hacer en su vida (como cambiar de trabajo) tiene que pasar por todo el ritual de presentación del tema con la pareja, discusión, aceptación y otorgamiento de derecho o no derecho a poderlo hacer por parte de la otra.

El compromiso que nos viene definido sistemáticamente está construido para beneficiar las estructuras de poder. De hecho, es un compromiso que suele beneficiar a las personas con privilegios y viene de forma muy implícita: no es hablado, ni pactado, ni sensible a las situacioes de cada una o de las necesidades y voluntades, sino que proviene de un arrastre a través de las normas estructurales que benefician a las personas con más privilegios mientras explota a las personas oprimidas. El ejemplo que he puesto anteriormente cuando he hablado de compromiso en la monogamia beneficia a todas las normas que rodean a la monogamia y privilegian a las relaciones de pareja frente al resto de relaciones, como las de amistad. Además, en los casos de parejas hombre-mujer tampoco se suele repartir de la misma manera el compromiso, ya que se ha educado a las mujeres para que el compromiso sea siempre más fuerte por parte de ellas (con todo el sacrificio que comporta) y que sean los hombres quien más se benefician (los hombres suelen tener muchas más vía libre para decidir algunas cosas sobre su vida fuera de casa y les permitirá tomar cierto tipo de decisiones sobre su trabajo, o para salir con los amigos). Y, finalmente, para poner un ejemplo diferente a la monogamia, la idea con la que nos han educado a la clase trabajadora para comprometernos con las empresas por las que trabajamos es también un ejemplo de que el compromiso beneficia al privilegio y a las estructuras. En todos estos ejemplos podemos ver que este tipo de compromiso siempre va de abajo a arriba como un ideal que ayuda a la explotación (tanto sea laboral como emocional, como de otras formas).

Muchas veces, debido a ver que el compromiso que nos viene por defecto es opresor, se propone como alternativa el ‘no compromiso’, como si el problema fuera comprometerse en sí mismo y no el tipo de compromiso que se nos impone. Esto acaba poniendo a las personas con menos privilegios en situaciones de vulnerabilidad. Siguiendo el ejemplo de la clase trabajadora: aunque sepas que estás en unas condiciones precarias, romper tu compromiso de forma general con trabajar para una empresa puede colocarte en una situación todavía más vulnerable (sin un trabajo que pueda darte un sueldo a final de mes). El problema es que seguimos moviéndonos en un sistema que beneficia por defecto a las personas que tienen más privilegios.

Una alternativa que rompería con el compromiso sistemático presentado antes sería la de generar compromisos conscientes para cooperar de forma colectiva y más sensibles a los privilegios y opresiones de cada una, intentando romper con estas jerarquías. Comprometernos a cuidarnos, a tener en cuenta nuestras necesidades y vulnerabilidades, escucharnos para no quitarnos voz en procesos que nos afectan, hacer los compromisos también flexibles (que puedan cambiarse o dejarse), y a la vez explícitos, sensibles a todo el resto de relaciones que tengamos y que no sean incompatibles con compromisos que tengamos con otras personas y proyectos. Una idea de compromiso que nos sirva para que podamos saber y entender para qué estamos para las otras, podernos mover en las relaciones, pero no para atraparnos.

Es curioso que cuando se han dado situaciones donde se ha hablado de compromiso de forma más explícita y consciente quien más esquiva el comprometerse son las personas con más privilegios: estas personas estan tan acostumbradas a obtener sus necesidades por defecto sin depender (conscientemente) de nadie que no encuentran la necesidad de ningún compromiso y a la vez tienen miedo a la pérdida de privilegios que esto podría comportar, ya que el compromiso consciente podría revertir el propio sistema privilegios/opresiones.

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responsabilidad compartida, cuidados y sensibilidad: discursos no individualistas sobre relaciones, de/construcción de contextos y re-creación de espacios (IV – compromiso y responsabilidad compartida)

por wuwei (natàlia)

en català aquí.

Ésta es la cuarta parte de la versión ‘extendida’ de la charla que di en las II Jornades d’Amors Plurals que resumí en el artículo ‘Después de romper con la monogamia’. La primera parte la podéis leer aquí, la segunda aquí, la tercera aquí, la quinta aquí, la sexta aquí y la séptima aquí.

 

Compromiso e implicación

La monogamia suele llevar una carga muy grande de compromiso implícito y de expectativas relacionadas con la escalera de las relaciones. Este tipo de compromiso y de expectativas suele ser muy violento, ya que no es un compromiso que se haya pactado, hablado o que se pueda cuestionar por ninguna de las partes. Además, suele implicar el hecho de no poder compartir compromisos, proyectos o afecctos con otras personas y que además recaiga sobre una persona generar todo lo que necesita la otra.

Muchas personas delante de esto reaccionan planteando como alternativa el ‘no compromiso’ y no generar ningún tipo de expectatica. La metáfora del ‘fluir’ en las relaciones. Fluir es un concepto bastante representativo; fluir no fluimos en el vacío, fluimos en un mar, un río, o cualquier tipo de fluido donde hay corrientes concretas. Nosotres fluimos en un sistema, un mar hecho de estructuras de poder, y las corrientes suelen ir a favor de las personas con más privilegios. Otras, con menos privilegios nos vemos muchas veces arrastradas y llevadas allí donde va normalmente a parar toda la mierda.

No comprometerse da una ventaja a als peraonas que tienen más privilegios, ya que estas ya tienen sus necesidades más cubiertas y no necesitan del compromiso para obtenerlas. Por otro lado, las personas con menos privilegios, en este tipo de relaciones, se ven la mayoría de veces arrastradas a vivir situaciones de vulnerabilidad. Normalmente quien rechaza más el compromiso son las personas con más privilegios, ya que estas no sientan la necesidad de tener que comprometerse porque sus necesidades quedan cubiertas sistemáticamente. Por otro lado, quian máss desea el compromiso suelen ser las personas con menos privilegios, ya que els sistema no les cubre sus necesidades y necesita del compromiso para entender como cubrirlas y poder accedes a aquello que con privilegios ya tienes.

No querer comprometerse es una forma de no querer aceptar la conexión con lo que nos rodea ni las cosas que obtenemos de nuestro entorno. El compromiso es necesario, para poder movernos, entender, y saber qué estamos compartiendo, qué podemos esperar, y por tanto, qué podemos pedir y dar. Es necesario para generar relaciones no objetificadas donde las personas puedan tener voz en las cosas que les afectan. Y aquí entran todo tipo de compromisos, más allá de los que son leídos como compromisos típicos de las relaciones de pareja: proyectos de apoyo, de cooperativismo, de convivencia, de crianza, de activismo, etc.

Aún así, lo que a mi me gusta es ir un paso más allá del compromiso, ya que el compromiso muchas veces se puede sentir como algo externo a nosotres a lo cual nos tenemos que someter sense formar parte de forma activa. A menudo hablo, por tanto, de implicació, en vez de compromiso: la implicación supone entrar dentro del proceso, tener voz, y sentir que podemos transformarlo, adaptarlo o hacerlo más nuestro. Y es importante que estos compromisos e implicaciones sean compatibles en poder generar compromisos con otras personas.

Responsabilidad compartida y reconocimiento

Desde un punto individualista, que es como funciona nuestro sistema, la responsabilidad en una relación recae sobre una sola persona o por separado, siempre de forma inddividual. La monogamia, recubierta de ideales de amor romántico, te da la idea de que una persona, tu pareja, es totalmente responsable de tu felicidad e infelicidad. Esta idea genera relaciones de poder, de la misma manera que lo hace dándonos toda la carga de tener que cubrir todas las necesidades de una sola persona.

Por otro lado, para romper esta idea, se ha generado otra idea de que cada persona es totalmente responsable de sus emociones (también aquellas generadas a través de una relación). Ésta es una visión individualista, y no muy diferente a la anterior: o las responsabilidades son totalmente separadas o recaen todas en una sola persona. En este paradigma la relación se borra completamente y solo se habla de forma individual o de individuos.

La responsabilidad en una relación tendría que ser una responsabilidad compartida: la responsabilidad en el marco relacional es de las personas que generan el espacio y la relación, no de forma separada (cada una la suya), no de forma vertical (toda la responsabilidad es solo de una persona), sinó como una ombinación, teniendo en cuenta los contextos de cada persona y lo que se está compartiendo. Tener en cuenta el contexto de la persona significa que cuando tenemos una relación con una persona sobre la cual tenemos un privilegio, este privilegio lo tenemos que tener en cuenta, ya que queramos o no nos beneficiamos de este y por tanto, tenemos una responsabilidad sobre como compartimos las cosas con esta persona para intentar evitar generar violencia estructural sobre ella. La responsabilidad compartida nos permite, además, reconocer explícitamente todas aquellas cosas que nos aporta la relación y lo que la otra persona está compartiendo (también las ‘buenas’, aquellas que nos hacen sentir bien, nos ayudan o nos cubren necesidades en diferentes grados).

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después de romper con la monogamia

por wuwei (natàlia)

en català aquí.

Este artículo lo escribí como resumen (muy resumido) de una charla que di en las II Jornades d’Amors Plurals y se publicó en el número 422 de la Directa. Podeis ver el artículo original (en catalán) aquí.

(**) He añadido al final una aclaración a raíz de algunos comentarios que se hicieron cuando se publicó el artículo.

La versión extendida (‘no resumida’) de la charla la publicaré más adelante en este blog dividida en diferentes secciones.

 

La manera que tenemos de relacionarnos forma parte de un sistema o estructura de poder muy ligada a la estructura monógama. La monogamia no sólo es un recuento de relaciones, es también un sistema: está en el lenguaje, en la lógica construída socialmente, en la forma de pensar. Y va más allá de la normatividad entorno a las relaciones de pareja, ya que nos dice también como nos tenemos que relacionar en general con las personas, es un sistema relacional.

La monogamia nos aisla en unidades familiares no permitiendo generar redes solidarias, afectivas y sensibles a las estructuras que nos atraviesan. La no-monogamia tiene un gran potencial, no sólo para romper el propio sistema relacional, sino también otras estructuras de poder ya que éstas se elimentan de la estructura monógama y también porque te permite construir relaciones que rompen con los sistemas de privilegios y opresiones. Ahora bien, es necesario un punto de vista crítico en las propuestas que se plantean, sino se reproduce el mismo pensamiento.

Individualismo, dominación y objetivización

Nuestra forma occidental de ver el mundo se basa en la idea de que somos individuos externos al mundo que nos rodea (no formamos parte de nuestro entorno) y accedemos a nuestro entorno para cubrir nuestras necesidades a través de la dominación. Esta visión fomenta la creación de estructuras de poder que permiten a quien domina obtener lo que necesita sin tan siquiera tener que comprender que las está obteniendo de su entorno: sus necesidades quedan cubiertas de forma sistemática a través de las estructuras. Se crean, por tanto, privilegios hacia estas personas de grupos dominantes y les da un falso sentimiento de independencia.

En nuestros entornos no monógamos a menudo se intenta romper con la idea de la dependencia total a una sola persona (que proviene de la estructura monógama y que genera relaciones de poder) diciendo que las personas somos independientes y no tenemos necesidad de nada o nadie. De esta manera se estigmatiza la dependencia, se invisibiliza la dependencia con el entorno de las personas con privilegios y se crea un discurso de la no-monogamia a la que sólo pueden acceder personas con más privilegios.

Tratamos nuestro entorno como un objeto debido a verlo como una cosa externa a nosotres donde accedemos para cubrir nuestras necesidades. Las personas con las que nos relacionamos también forman parte de este entorno-objeto, y por tanto nos acercamos teniendo en cuenta las propias necesidades y deseos però no los de les demás. Este es un proceso de objetivización. Para resumirlo un poco, objetivizar es tratar a las personas como si no tuvieran voluntades o deseos propios, o bien no permitiendo que tengan un espacio para consentir u oponerse a una cosa, o también que no puedan expresar emociones ni opiniones al respecto de cosas que les afectan. Esta última es bastante común en las realciones no monógamas jerárquicas, donde a menudo personas que se ven afectadas por decisiones que se toman en las relaciones primarias no pueden opinar, o expressar emociones, o plantear alternativas, o ni siquiera se les informa de que se han tomado. En definitiva, objetivizar es no tener en cuenta a la otra persona, quitarle voz.

Compromiso e implicación

La monogamia suele llevar una carga muy grande de compromiso implícito y de expectativas relacionadas con la escalera de las relaciones. Este tipo de compromiso no suele ser un compromiso que se haya pactado, hablado o que se pueda cuestionar por ninguna de las partes. Además, suele implicar el hecho de no poder compartir compromisos, proyectos o afectos con otras personas y que además recaiga sobre una persona generar todo lo que necesita la otra.

Muchas personas delante de esto reaccionan planteando como alternativa no tener que comprometerse y no generar ninguna expectativa. Esto da una ventaja a las personas que tienen más privilegios, ya que estas tienen sus necesidades más cubiertas y no necesitan del compromiso para obtener nada. Por otro lado, las personas con menos privilegios, se verían la mayoría de veces arrastradas a vivir situaciones de vulnerabilidad. Normalmente quien rechaza el compromiso son las personas con más privilegios, ya que el sistema no les cubre sus necesidades y necesitan el compromiso para enteder como cubrirlas y poder acceder a aquello a lo que no pueden acceder sin privilegios.

No querer implicarse es una forma de no querer aceptar las cosas que obtenemos de nuestro entorno y no querer aceptar que el entorno nos afecta y nosotres lo afectamos. La implicación es necesaria para generar relaciones no objetivizadas donde las personas puedan tener voz en las cosas que las afectan. Las relaciones se tienen que construir a través de compromisos e implicaciones explícitas y que no vengan dadas por normas sociales estructurales ni que nos imposibiliten generar otros compromisos.

Responsabilidad compartida

La monogamia te da la idea de que una persona es totalmente responsable de tu felicidad o infelicidad. Para romper con esta idea que genera relaciones de poder se acostumbra a decir que cada persona es totalmente responsable de sus emociones, incluídas aquellas emociones que se generan a través de una relación y de lo que se comparte. Esta es una visión individualista, y no muy diferente a la anterior: o las responsabilidades son totalmente separadas o recae toda en una sola persona. En este paradigma la relación se borra completamente.

La responsabilidad en una relación tendría que ser responsabilidad compartida: tendría que ser de las personas que generan el espacio y la relación, no de forma separada (cada una la suya), no de forma vertical (toda la responsabildiad es solo de una persona), sino como combinación, teniendo en cuenta los contextos de cada persona y lo que se está compartiendo. Tener en cuenta el contexto de la persona significa que cuando tenemos una relación con una persona sobre la cual tenemos un privilegio, queramos o no nos beneficiamos de este privilegio y por tanto, tenemos una responsabilidad sobre la violencia etructural que podamos generar en esa relación. La responsabilidad compartida nos permite, además, reconocer explícitamente todas aquellas cosas que nos aporta la relación y lo que la otra persona está compartiendo.

Cuidados y el significado de ‘cuidar’

Ser conscientes de que cubrimos nuestras necesidades a través de nuestro entorno y, por tanto, a través de nuestras relaciones, nos permite tratar el tema de los cuidados desde un punto de vista crítico. Las tareas de cuidados siempre han recaído en las mujeres. No obstante, las tareas de cuidados de las cuales siemrpe hablamos en el contexto del feminismo se limitan sólo a la diferencia de género. Hay muchas más necesidades que tenemos que no recaen en las tareas que se han definido como cuidados (tareas del hogar, cocinar, o cuidar cuando le otre está enferme), así como necesitamos ser conscientes de las diferencias que van más allá de las de género, ya que hay muchas más estructuras o tipos de relaciones (no todas las relaciones las trabajamos en un contexto heterosexual, binario, romántico y sexual).

Cuidar implica entender qué necesita le otre, no para sentirnos obligades a cubrirle las necesidades, sino para tenerlas en cuenta y ser sensibles a ellas. Tampoco tenemos que obligar a que le otre tenga que entender cuáles son sus necesidades, sino dejarle espacio para que lo pueda expressar cuando quiera y se de cuenta de cuáles son. Y, sobre todo, no se tiene que obligar a tener necesidades que no se tienen. Debido a que los cuidados son un tema recurrente en nuestros espacios a veces caemos en el error de realizar tareas hacia otres que no necesitan para sentir que le estamos cuidando, y a menudo utilizamos estas tareas innecesarias como excusa para no tener que escuchar las verdaderas necesidades de le otre o no reconocer una necesidad cuando la expresa. Vivimos en lo que yo llamo la ‘cultura del tupper’: preparar tuppers a les compañeres sin pararnos a reflexionar qué queremos decir con ‘cuidar’, y mientras no dejamos a les demás expressarse cuando algo les afecta. Esto es un acto de objetivización.

(**) Añado una aclaración a raíz de algunos comentarios al respecto del artículo diciendo que lo que publiqué es aplicable también a relaciones monógamas. No creo que el tema de los cuidados pueda realmente aplicarse en relaciones monógamas ni relaciones no monógamas jerárquicas, ya que la monogamia implica jerarquía, y en ninguna jerarquía los cuidados son reproducibles, solo sucedáneos de cuidados, que no son cuidados. Estoy hablando de todas aquellas personas que no forman parte de la relación principal. Mi discurso quiere enfatizar el hecho de que estamos tratando a todes les demás muy mal y de forma muy objetivizada, tanto en responsabilidades, como en compromisos, como en cuidados. Por eso ni la monogamia ni la no-monogamia jerárquica nos salvarán nunca de todos los sistemas de opresión, sólo los seguirán reproduciendo, además a través de sus propios baremos.

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