reflexiones sobre una coalición, dominación y activismo. ser activista bisexual es una necesidad política

por Esdras Catari

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Aviso de contenido: monosexismo, bifobia, ejercicio de poder, dominación

Hace tiempo que inicié un proceso de reflexión sobre el activismo LGTB, básicamente me hice activista al salir del armario (la primera salida) y resultó en un proceso de construcción y análisis sobre dónde estaba, en presencia y esencia, y sobre qué bases podía construir una vida más digna de acuerdo a los derechos y al derecho a ser diferente, contribuir a la equidad e inclusión como bases de un grupo, comunidad o movimiento. Después de muchos años colaborando activamente en espacios LGTB institucionalizados he vivido un proceso que ha supuesto emplear un ejercicio enorme y agotador de crítica como análisis de todo aquello que buscaba construir. La realidad ha supuesto una serie de reflexiones que he estado compartiendo en espacios que anteriormente consideraba como seguros y que han supuesto exclusión, acoso, borrado, instrumentalización y apropiación de discursos, hasta acabar fuera del espacio que otrora consideraba el camino al empoderamiento y el cambio.

El ejercicio de la crítica me ha servido para analizar afirmaciones y conceptos totalizadores de un modelo de activismo que se ha convertido en sinónimo de la única verdad, la autocrítica respecto a acciones totalitarias y de homogenización evidencian la construcción de un discurso que solo imita estrategias del dominador sin poner en duda que sean reproducciones de un mismo sistema heteropatriarcal y heteronormativo. En la práctica las voces que hacen un ejercicio de autocrítica son apartadas ya que evidencian las reproducciones de opresiones, exclusiones y discriminaciones sistémicas en una “comunidad” (que prefiero llamar movimiento), evidencia la oposición a estereotipos, desarrollo de políticas y una construcción comunitaria basadas en las estrategias y estructuras del mismo sistema que se pretende subvertir, cambiar, o contra el que se pretende luchar.

Esta forma de activismo genera inevitablemente relaciones de subordinación ya preestablecidas en la sociedad, donde aquellos que detentan determinada raza, clase social, formación académica, privilegios, contactos, entre otras cosas, son los que subordinan el discurso y reivindicaciones a sus propias necesidades, generando inevitablemente exclusiones, censura, alienación y apropiación. Estas diferentes subordinaciones coexisten en un eje vertical que podemos evidenciar por ejemplo a través de la ausencia de las personas subordinas en las posiciones de poder, dirección u coordinación en una coalición (LGTB racializadas, LGTB con diversidad funcional y neurodiversidad, bisexuales que nunca han alcanzado presidencias de la federación o de asociaciones, bisexuales poliamorosas, ausencia de otras plurisexualidades, etc).

Este modelo vertical es conflictivo y problemático ya que hace imposible priorizar de manera equitativa las reivindicaciones, otorgando poder a aquellos sujetos que reproducen el sistema contra el cual luchan, así se nos exige no hablar de temas que son polémicos o subversivos del sistema, no podemos hablar de poliamor en espacios de empoderamiento, de triejas, de la monogamia y el matrimonio como herramientas de control y opresión, de los conceptos de promiscuidad, de promiscuidad responsable, de construir parejas abiertas donde los cuidados de la relación y el autocuidado sean eje primordial, del ejercicio responsable y libre de la sexualidad o de cualquier otra forma de relaciones sexuales, románticas y sociales que sean diferentes a las ya establecidas y estructuradas por un sistema patriarcal, capitalista y de moral judeo-cristiana.

Continuamos insistiendo en una cohesión y unidad absoluta de diferentes realidades e identidades para adherirlas a una sola política de reivindicaciones, esto niega las opresiones diferenciadas a la que cada identidad está sometida obviando también las intersecciones culturales, sociales, de raza, entre muchas otras en cada identidad miembro imponiendo las necesidades políticas de aquellas que ostentan las cuotas de poder. Es evidente que no podemos negar el valor y fuerza de una política de coalición de identidades minoritarias frente a un sistema hegemónico de otra, sin embargo construir esa coalición ignorando las reproducciones de clasismo, capacitismo, bifobia, monosexismo, machismo, etc genera en exclusiones e inevitablemente en una construcción de personas que se erigen como soberanas de la verdad, del verdadero activismo y de las políticas a reivindicar, una actitud mesiánica y estática que no asegura el éxito de un cambio sustancial de paradigmas, opresiones y exclusiones para los más invisibilizados o menos empoderados.

Esta insistencia anticipada en la unidad como objetivo principal o base de toda acción política grupal implica que la solidaridad a todo precio es condición previa para la acción política, y que esta no puede ser cuestionada aun suponiendo que pueda violentar a miembros de dicha unidad. Pero cabe preguntarnos ¿a qué acción política nos referimos? ¿Es preciso para una acción política eficaz mantener la unidad aunque esta suponga la exclusión e invisibilidad de los miembros menos empoderados o minoritarios?  ¿No es contradictorio que la acción conjunta suponga reproducir violencias y estructuras de opresión en beneficio del bien común? Y, ¿quiénes definen ese bien común?

Si tomamos las nociones del poder desde un punto de vista de facauldiano podemos decir que los sistemas de poder forman y regulan a los sujetos opuestos al sistema a través de diferentes mecanismos como por ejemplo el sistema jurídico de poder. Estas nociones de poder se construyen únicamente en términos de prohibición, reglamentación y control restringiendo o limitando la propia elección de los sujetos, así a partir de esa construcción los sujetos se agrupan y definen sus políticas y reivindicaciones de acuerdo a las imposiciones y exclusiones de dichas estructuras, derivando en una política inversa, de representación excluyente donde las voces de los miembros son representadas por sujetos que no detentan la identidad, orientación o realidad de aquellos a los cuales dice representar, por lo tanto niegan la existencia de opresiones diferenciadas entre ellos  participando así de las estructuras que perpetúan la exclusión de esos otros. Así cuando digo que detecto, observo, siento y sufro Bifobia y monosexismo como hombre bisexual en la coalición LGTB, nunca falta un hombre gay, cis, y con ciertos otros privilegios que niegue que sea real lo que detecto, observo, siento y sufro, afirmando incluso tajantemente que es mentira, que eso no pasa, no ha pasado, ni pasará. Esto evidencia que las políticas construidas en una coalición muchas veces se sitúan en un eje diferencial de dominación donde personas que supuestamente representan a todas niegan la realidad de las otras porque estas evidencian reproducciones de opresión y exclusión en los sujetos que construyen esas políticas.

A lo largo de esta experiencia he podido identificarme con algunas de las razones de por qué más activistas bisexuales en el activismo LGTB se identifican más como “activista bisexual”. Yo creo en que es una necesidad que se debería hacer condición para hacer activismo, identificarnos también como activistas de nuestra orientación, para mí es la primera herramienta que tenemos para luchar contra el monosexismo y la invisibilidad de la bisexualidad, decirlo, se es bisexual y luego se hace activismo, no al revés.

Recientemente un activista LGTB, casualmente gay, blanco de clase media, que ocupa cuotas de poder y representación me sentenció lo siguiente “El colmo del individualismo y de la exclusión es decirse a sí mismo que se es activista “Bi”, “les” o “gay”. Cuando unx dice activista LGTBI hace una declaración de intenciones. Lucha por todxs, independientemente de que uno sea gay, bi o les.”. No es la primer vez en más de 10 años de activismo que escucho esa afirmación, que esconde una construcción visible y palpable en el activismo LGTB la homogenización de los discursos y las identidades, un interés por la alienación de aquellos que tienen menor representación y aquellos que evidencian las contradicciones y reproducciones de exclusión y poder dentro de la coalición. Se nos acusa de individualistas y exclusionistas si nos identificamos como activistas bisexuales, más claramente, se nos acusa de malvadas enemigas por identificarnos políticamente con nuestra orientación, como si hacer uso de la palabra Bisexual como etiqueta política restase poder de acción a las luchas contra las discriminaciones que tenemos en común y que siempre han sido también primer objetivo de las bisexuales: el heterosexismo, la heteronormatividad, la igualdad de derechos civiles de todas las personas.

Identificarnos como activistas LGTB tiene su valor e importancia en la unión de identidades minoritarias para hacer frente a opresiones y discriminaciones comunes, sin embargo parece que por el camino olvidamos que LGTB no es una identidad en sí, no es una orientación en sí misma, es una etiqueta política común, que está integrada por orientaciones e identidades que tienen sus propias opresiones diferenciadas, que están expuestas a diferentes realidades sociales aunque compartan opresiones, LGTB se ha convertido en una identidad superior que con solo nombrarla nos convierte en dueños de la verdad, soberanos de la tolerancia y los seres más inclusivos de este planeta, borra la identidad propia de las personas que integran la coalición y nos impide pasar de la sombra de aquellas que están más aceptadas, reconocidas, toleradas y conocidas como orientaciones, dejando sin posibilidad a que otras visibilicen sus intersecciones relacionas con su orientación.

Me identifico como activismo bisexual no por desmarcarme del activismo LGTB, que lo leo y no sé cómo me siguen diciendo eso ya que desmarcar la bisexualidad del activismo LGTB sería empezar a eliminar la historia del activísimo LGTB desde sus inicios; me identifico de esa forma porque es la primera opción que veo para luchar contra la invisibilidad, segundo porque esto, LGTB, es una coalición, no una identidad u orientación propia y si nos sumergimos en un análisis estructural podríamos decir que es contraproducente e indudablemente problemático para aquellas activistas de otras orientaciones e identidades menos empoderadas y termina por absorber las reivindicaciones propias de esas identidades con menos representación y poder, termina por desdibujar las intersecciones y las discriminaciones diferenciadas así como las estructuras de opresión específicas, homogenizándonos en un discurso marcado por aquellas que ostenta las cuotas de representación y poder. Me complace ver que muchas más bisexuales que hacen activismo LGTB comparten estas conclusiones y ven la importancia que hay detrás de estas construcciones y forma de hacernos visibles, nos invita a discutir, estudiar y reflexionar sobre la importancia o las posibilidades de contribución que tiene identificarse como bisexual, a tener siempre presente que hablar de nuestras necesidades específicas como bisexuales, del monosexismo como opresión, señalar y denunciar las reproducciones de exclusión, control y opresión dentro de la coalición y que identificarse políticamente como activista bisexual no invalida ni tampoco nos aparta de la lucha contra las discriminaciones comunes o por los derechos comunes que tenemos compartimos sino que nos aparta y restringe a solo hablar de ello, nos restringe al “bien común” y al “aquí estamos, existimos y somos válidas” por encima del éxito de un cambio sustancial de paradigmas, opresiones y exclusiones como personas bisexuales.

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del privilegio y la exclusión al reconocimiento

por wuwei (natàlia)

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El tipo de reconocimiento que nos viene dado por defecto, tal y como lo definen las estructuras de poder, beneficia a todo lo que es privilegiado por las mismas estructuras (como pasa con todos los conceptos, como por ejemplo el de violencia, el de compromiso, entre otros). Este tipo de reconocimiento es el que va ligado al que solemos llamar ‘reconocimiento social’: un reconocimiento que pasa a través de normas sociales y que otorgan poder por el hecho de cumplir con estas normas. Este reconocimiento funciona como un ‘premio’ social cuando se obtienen aquellas cosas que tienen un valor para el sistema y que benefician más a las peraonas con más privilegios.

Este tipo de reconocimiento, al estar tan unido a las estructuras de poder, al privilegio y al poder en general, se rechaza en muchos espacios críticos con las estructuras y el sistema. Pero haciendo esto no se ha generado un discurso realmente crítico alrededor del reconocimiento ya que no se ha repensado este reconocimiento. La pregunta es: ¿es malo el reconocimiento en general o solamente el reconocimiento ligado a las estructuras? Para responder a esta pregunta tenemos que preguntarnos qué quiere decir ‘reconocimiento’ y qué nos aporta.

Reconocer’ es una forma de aceptar y legitimar, de otorgarle a le otre unas características que le dan un cierto valor (tanto sea para reconocer cosas que podamos considerar ‘buenas’, como reconocer cosas que podamos considerar ‘malas’). Es una forma de decir ‘te veo’. No reconocer a una persona como ‘persona’ lleva sistemáticamente a tratarla como a un objeto, que es lo que hacen las estructuras con las peraonas que no tienen privilegios o lo que hacemos de forma muy general cuando nos acercamos a la gente sin tener en cuenta sus deseos o voluntades. Reconocer a una peraona que tenemos delante pasa por reconocer y validar sus deseos o voluntades; hacer lo contrario es objetificar.

Precisamente el ‘reconocimiento social’ del que hablaba al principio es un tipo de reconocimiento que invisibiliza y niega el reconocimiento a quien menos privilegios tiene y le quita el estatus de ‘persona’. ¿No será precisamente el problema la falta de reconocimiento hacia todo lo que no es privilegiado, que le lleva hacia la exclusión, y no el reconocimiento en sí mismo? ¿O también el hecho de dar un tipo de reconocimiento no merecido a quien se le da normalmente a través del ‘reconocimiento social’ por privilegiados por las estructuras de poder?

Una relación (del tipo que sea) que no es reconocida, será sistemáticamente invisibilizada o borrada y será fácilmente excluída. La exclusión es una consecuencia de la falta de reconocimiento, de todes aquelles a quien se les ha retirado merecer estar entre nosotres como une más. Que se reconozca lo que aportamos, lo que hacemos, quienes somos en una relación, en un grupo o en una comunidad es la forma que tenemos de ‘vernos’, de admitirnos como personas que nos afectamos y a las que afectamos. Borrando todo tipo de reconocimiento borramos el valor de lo que aporta cada persona, tanto al ámbito personal de una relación, como al ámbito comunitario, grupal o colectivo. Borrando el reconocimiento fomentamos la exclusión, que sumada a otras estructuras de poder fomentan la explotación relacional, la marginación y la alienación (todas consecuencias de la objetificación).

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