Este texto lo escribí y se publicó en El Salto el 21 de octubre. Podéis ver el original aquí .
Aviso de contenido: monosexismo, estereotipos, machismo, heterosexismo
Mi cuerpo, mi mente, y todo mi sentir, llevan desde que nací cambiando, mudando. No quiero imponer qué es más natural y qué no. Todo lo que pueda ocurrir y ocurra, es natural. Las cosas “buenas” y las “malas”. Lo que está bien o no está bien no tiene nada que ver con lo que sea más o menos natural, tiene que ver con la ideología de cada cual. Mucha gente cree que los cambios tienen más tendencia a producirse, y a ser más “naturales”, cuando eres pequeña, y que cuando nos hacemos mayores tendemos a ser más rígidas, menos cambiantes.
Esta no ha
sido mi experiencia. Yo siempre he sido consciente de mis cambios, y gracias a
ellos he sobrevivido y he podido salir de momentos complicados de mi vida. La
vida para mí es cambio. Siempre me he sentido yo misma como una especie de
proceso. No hace falta que nadie me diga que me estoy poniendo filosófica, yo
ya sé que me pongo así muy a menudo, puede que sea una de las pocas cosas que
no han cambiado en mí desde que tengo consciencia, y desde que con cinco años
mi gran preocupación era comprender si todo lo que veía y sentía era real o no
y qué era el “yo” y esa voz que retumbaba en mi cabeza. Pero con todo esto
tampoco quiero dar la impresión de que soy un ser que sabe mucho o que se conoce
mucho y sabe bien lo que quiere o siente. Al contrario. Simplemente soy una
rallada de la vida, sin más. Cada una tenemos lo nuestro.
Yo salí del
armario como bisexual de forma muy confusa. De hecho, salí del armario con una
amiga y conmigo misma a la vez. Le dije a mi amiga “oye, quiero decirte una
cosa”, y ella me contestó “¿el qué?”. En ese momento no sabía ni lo que le iba
a decir. “Que soy bisexual”, le dije. Y mientras lo dije la sorprendida fui yo.
Seguramente más que ella. No hubo un razonamiento anterior, ni una crisis
existencial, ni una duda mientras veía el mundo pasar. Nada, salió, así. Pero a
partir de ese momento sí empecé a rayarme, como siempre, intentando entenderme
un poco. También empezó una época muy complicada en mi vida, porque es lo que
tiene la adolescencia, y más siendo una persona femenina, bisexual y autista.
Pero hasta entonces mi vida había sido supuestamente heterosexual. O no. No lo
fue. Me di cuenta en ese momento, rebuscando en mi pasado, que yo cuando era
preadolescente era más lesbiana que otra cosa.
Sí, de eso
me di cuenta en ese momento. O sea, cuando empecé a fijarme en personas de una
forma más consciente, lo hacía básicamente con chicos. Y me atraían. Pero antes
de empezar a experimentarme sexualmente, mi atracción era hacia chicas
solamente. Y permitidme que sea así de binaria, no tenía más opciones en ese
momento. Yo no tenía ni idea de que lo que sentía era atracción, o excitación.
Obviamente aquí estaban el machismo y el heterosexismo bailándole a mi vida.
Pero no solamente esto, también estaba el problema de ser autista, y muchos
sentires míos me fueron vetados desde pequeña, algo que ha hecho que a lo largo
de mi vida haya tenido que enmascarar demasiadas cosas de mí e imitar todo lo
que me rodeaba, más que una persona neurotípica.
No quiero
que eso se lea como que mi orientación “verdadera” y “natural” es la lésbica y
que después con toda la presión social me volví más heterosexual y/o me quedé
en medio. No es eso. Tampoco quiero que se lea que pasé una fase sin
importancia. Las fases existen, son importantes, tanto como lo que
interpretamos como “no-fases”. A mí me gustan y son partes importantes de mi
vida. Pero vaya, tampoco nos pensemos, porque mi bisexualidad en ese momento
terminó por ser una fase también. La violencia a la que estuve sometida los dos
siguientes años hizo que me cerrara en una relación monógama con un hombre.
Creía que así estaba más segura. Al menos eso es lo que sentía. Y allí se
acabó. Temporalmente, claro.
Muchas
activistas bisexuales se obsesionan en decir que si tienes una relación
monógama con una persona de un género concreto esto no te convierte en
monosexual, o sea en heterosexual o en lesbiana, que sigues siendo bisexual,
sin matices, sin contextos. Yo era una de estas personas que no paraban de
repetirlo. Pero creo que depende de cada una, qué queréis que os diga. O sea,
lo que creo es que no tiene por qué, y tampoco tenemos que obligar a la gente a
que sí siga siéndolo. Las personas cambiamos y nuestras experiencias también. También
las estructuras que nos atraviesan. Las experiencias y los contextos son
distintos para cada una. Habrá que sientan que sí, habrá que sientan que no, y
habrá que no lo saben o que sientan que tal vez.
Para mí esta
retórica tiene una fuerte base monógama, con todo el rollo de que la
bisexualidad solo parece poderse demostrar fuera de la monogamia, parece que a
todas nos asuste tanto esta idea que queremos aferrarnos a esa identidad fija
de nuestro ser. En mi caso, durante esos once años de relación monógama con un
hombre pasé por varias fases: en algunas de esas fases seguía sintiéndome
atraída por mujeres, pero tampoco me importaba y no lo expresaba, y tampoco
sentía ser bisexual, así que el monosexismo no me afectaba; en algunas otras
fases sí que me afectaba y sí sentía necesidad de expresar cierto sentir; y en
otras fases simplemente me sentía heterosexual. Es así. Y estoy segura de que
no he sido la única.
Pero esas
múltiples fases pasaron también. Dejé esa relación. Y mi atracción, o al menos
como yo la percibo, se complicó. Los ejes de mi atracción no son el género.
Pero para no hacerlo simple, que sería demasiado fácil, tampoco quiero decir
que el género no cuenta para nada en mi atracción. Digamos que no filtro
totalmente ningún género, y me puedo llegar a sentir atraída por una persona de
cualquier género. Pero sí que es verdad que hay géneros que filtro más que
otros. Eso no empezó siendo así hace casi diez años cuando dejé esa relación.
En realidad, no filtraba nada en el género. Pero hay ciertas cosas que fui
aprendiendo, y ciertas experiencias que también cambiaron mis atracciones. Me
volví selectiva con algunas cosas, y mi propio cuerpo también. De hecho, una de
mis fases fue la asexualidad. Durante dos años dejé de sentir atracción. Y creo
que fue una bendición, realmente necesitaba eso. Necesitaba dejar de sentir
ciertas cosas para curarme de muchas otras. Ahora soy alosexual. Y bisexual.
Actualmente, mis ejes de atracción son más complejos que el género, y se
dibujan y desdibujan a través también de posiciones políticas, activistas e
ideológicas. No es solamente mi mente quien decide esto, es también todo mi
cuerpo. Y me gusta ser así.
Me flipa
mucho cuando hay gente que afirma con total rotundidad que la bisexualidad no
es una fase. O que cualquier otra des/orientación tampoco lo es. Parece como
que necesitamos ponerle énfasis a eso, ya que las fases y los cambios en
nuestro contexto social no valen nada. Pero es irónico, este contexto social y
estructural no nos permite cambiar según nuestras necesidades y contextos, es
algo prohibido, quiere fijarnos en algunas de las cajas para jerarquizarnos,
estigmatizarnos, colocarnos en algún lugar, sea el de productiva, sea el de
“ser despreciable”.
Pero a la
vez nos obliga a un constante fluir cambiante que nos inestabiliza,
especialmente en lo económico y relacional. Una especie de fluir que es más
bien un arrastre estructural que nunca sabes dónde te llevará.Y a las más
vulnerables suele arrastrarlas a los lugares más precarios. Es verdad que hay un
discurso en pro de las fases y de los fluires que es bastante liberal, que
borra totalmente las estructuras que nos afectan y que simplemente se suman a
una confusión apolítica intencionada. Pero lo contrario no tendría que pasar
por negar nuestros cambios. Delante de todo esto prefiero pensar en otras vías.
Vuestra bisexualidad podrá no ser una fase, pero la mía lleva siendo un gran
desfase desde el primer día.
Este texto es el segundo y último texto alrededor de los puntos problemáticos de la comunicación no violenta. El primero lo podéis leer aquí.
Aviso de contenido: CNV, capacitismo, neurocapacitismo, positivismo, racismo, individualismo
Hace un tiempo escribí un texto donde hablaba sobre los puntos problemáticos de la comunicación no violenta (CNV), que lo podéis leer aquí. Me ahorraré la introducción sobre este tipo de comunicación, ya que ya lo hice en ese texto. Este nuevo lo escribo como continuación para poder añadir algunos puntos más de la CNV que me parecen problemáticos y que no pude tocar en el otro texto por la limitación de caracteres que tenía debido a que se publicó en un medio.
Uno de los problemas que a menudo se pasan por
alto de la CNV es la voluntad de
universalizarla, privilegiándola y colocando las demás opciones en una posición
estructuralmente inferior. La CNV se
autoproclama (o el señor que la creó la llama y la proclama) la forma “natural” de comunicarse y
conectar entre las personas; según el creador de este tipo de comunicación,
las demás formas de comunicarse no son “naturales” y son violentas. Como
alternativa, los seguidores de la CNV que no la llaman la forma “natural” de
comunicarse, la llaman la “herramienta neutra”, que acaba teniendo el mismo
efecto. De esta manera borra totalmente
la vertiente cultural, no solamente de la comunicación y de los diferentes
estilos de comunicación, sino también de lo que se considera y se vive como
violento, que puede ser diferente según el contexto y la cultura. Esta táctica
de decir qué es más natural lo que pretende es darle una situación de privilegio, universalizándola: un proceso
que coloca la mirada occidental y blanca
en el centro y obvia que otras culturas y paradigmas pueden construir
formas diferentes de comunicación y de “no-violencia”.
Por otro lado, esta misma visión pretende también universalizar unas
capacidades comunicativas concretas, haciendo que se acaben considerando más
“naturales”, imponiéndolas y discapacitando a todas aquellas que no tenemos la
misma facilidad para comunicarnos de la manera que la CNV estipula como
“natural”. Es más, aquellas que
tengamos capacidades y necesidades comunicativas diferentes, se nos coloca en
la posición de “no-naturales” y “violentas”, como es a las personas
neurodivergentes o con otras discapacidades. Esto no sólo lo hace la CNV,
ya existe la idea, a través del capacitismo,
de que las personas con necesidades comunicativas diferentes no somos aptas
para tener relaciones “sanas” y se nos cataloga normalmente como personas “no
aptas” y muchas veces “violentas”. La CNV sólo reproduce la misma idea e,
incluso, acabar de asentarla.
Siguiendo con el paradigma de la
“naturalidad”, la CNV cree que el “dar
de forma natural” haría que todas las necesidades quedaran cubiertas. Según
ésta, todas las necesidades quedan cubiertas cuando no obligas nada a nadie y
solamente se hacen las cosas que cada una desea hacer de forma “natural”. Es como
aquello del “fluir”. Se supone, por
tanto, que todas las tareas siempre quedarán cubiertas porque siempre habrá
personas que las quieran hacer, algo que es fácil de sentir y naturalizar
cuando ha habido tareas que siempre te las han hecho las demás y ni siquiera
hace falta tenerlo que apreciar (como por ejemplo cuando eres un hombre y
ciertas tareas del hogar o de cuidados hacia uno siempre te han estado
cubiertas con más facilidad). Obvia la construcción social de la
“naturalidad” en la voluntad de realizar ciertas tareas, las desigualdades
sociales, y obvia que si cada une solamente hace las tareas que “naturalmente”
quiere hacer es posible que haya tareas que nadie querrá hacer y que se tendrá
que encontrar una solución compartida/colectiva a cómo hacerlas.
Normalmente de este tipo de tareas se encargan de forma sistemática personas de
colectivos minorizados y/o explotados, a las que se las ha colocado en una
posición para que parezca que “naturalmente” escogen hacer estas tareas. Por
este motivo la CNV deja fuera la responsabilidad compartida y colectiva. La CNV
se basa en un paradigma totalmente individualista.
Finalmente, apartándonos un poco de la
“naturalidad” y adentrándonos en las técnicas de dominación, la CNV puede usarse muy fácilmente para manipular
las emociones de la otra persona. La problemática añadida de considerarla,
además, una “herramienta neutra” lo que hace es borrar toda influencia y
utilización que se le pueda hacer a través de las estructuras de poder o del
ejercicio de poder. Nada escapa de las ideologías, y todo lo que se considera
“neutro” tiene la tendencia a borrar y esconder esta influencia, para, otra
vez, universalizarla. La CNV dice que no tienes que responsabilizar a la otra
persona de lo que sientes y te pasa cuando lo expresas. Esto ya lo comenté en
el anterior texto. Según la CNV para
comunicar tu sentir, lo tienes que hacer de manera que no responsabilices a la
otra, solamente tú eres la responsable. No obstante, no responsabilizar a la
otra persona de forma explícita no significa que no le hagas sentir esta
responsabilidad o no la hagas sentir culpable, especialmente cuando se tienen
ciertos privilegios respecto la persona a quien se lo dices. Es una táctica muy
fácilmente utilizada para acabar haciendo sentir culpable a la otra persona sin
haberlo hecho explícito y, por tanto, sin ser tú la persona responsable de su
sentimiento de culpa. Puedes expresarle cómo te sientes y, sin
responsabilizarla a ella, que ella misma se sienta responsable. De esta manera
muchas veces se puede conseguir que la otra persona haga o sienta lo que tú
quieres sin habérselo pedido. Esto es, por tanto, una técnica de dominación, y
la he visto usar muchas veces. Yo misma la he usado para defenderme de técnicas
de dominación que otra persona estaba ejerciendo sobre mí.
Escribo esto saltándome varias de las costumbres que suelo tener al escribir aquí. La primera es que no voy a revisar el texto. La segunda es que va a ser mucho más emocional que racional, no quiero pasar esto que voy a vomitar a través de ningún análisis, aunque al final algo de análisis siempre hay. La tercera es que voy a colgarlo sin pensar mucho cuando ni el contexto en el que lo hago. Tengo bastantes cosas escritas que me da pereza colgar. Voy a colgarlas, porque tampoco es que no me gusten, sino que me siento muy banal, sin tan siquiera saber qué quiero decir esto. Seguramente habrá por aquí algún cambio de rumbo cuando termine de colgar todo lo que tengo. Ya se verá.
El otro día
leía como alguien se quejaba de la falta de cuidados a través de la suposición
de que quien no se vulnerabiliza en las relaciones, o quien huye de ciertas
situaciones, es por una falta de compromiso o bien porque le va mucho lo de
fluir por la vida dejando atrás cualquier consideración hacia les demás. Podría
ser cierto, pero igualmente me dolió. El miedo a vulnerabilizarse y a abrazar
las vulnerabilidades de otres no siempre corresponde a formar parte de lo más
alto de las jerarquías dentro de un sistema de consumo de relaciones. A veces
es al revés, las que están debajo también les atraviesa el miedo a la
vulnerabilidad, por razones precisamente contrarias: el trauma lleva al miedo
al rechazo, el miedo a que te traten mal, el miedo a que pisen (como otras
veces te ha pasado) tus vulnerabilidades. Desnudarse no es fácil. Haber sido
consumida te convierte a veces en alguien que huye de cualquier posibilidad de
que te vuelva a ocurrir. También están aquelles que han sido infinitamente
rechazades y que eso les ha vulnerabilizado aún más. No quiero aquí hablar más
de masculinidad. Estoy hablando de otras cosas, siempre olvidadas. Hace meses
que me pregunto qué han supuesto para mí las drogas en muchos momentos de mi
vida, y por algún motivo la alienación cuando algo te duele puede ser más que
necesaria. No siempre estamos preparadas para soportarlo todo, algunas veces
simplemente no podemos.
Siento rabia
hacia cómo funcionan muchos aspectos relacionales, también en ambientes súper
alternativos. Cómo se ridiculizan fácilmente situaciones suponiendo que se está
siempre ridiculizando el privilegio, y no siempre es así. Medimos a las
personas, las medimos según su capacidad carismática, su capacidad
deconstructiva, su capacidad de supuestamente complacer, haciendo un supuesto
llamamiento a los cuidados. No tiene nada de cuidado medir a la gente. Con esto
no quiero decir que no tengamos que trabajarnos cosas, no es eso. A mí me
atraen ciertas ideologías y la voluntad. Pero hemos hecho de esto un ejercicio
de capacidad, de medida absoluta, y de consecuente ridiculización de lo que no
atraviese estas expectativas. Medimos a la gente. Como cuando nos median en el
colegio a través del bullying, a través también de una ridiculización, de una
invisibilización, de una violencia sistemática capacitista (y no capacitista
también).
Se nos
llenan los espacios de bullying y egos, peña.
Siento rabia
por la lucha de egos que realmente a veces no sé cómo puede pararse si nos
autoproclamamos críticas y anti-jerarquías. Los egos están allí. A veces no
hace falta tan siquiera hacer un zoom o apartarse para verlo. Están allí. Y
esto genera una gran bola de deseos de subirse a más carros. O simplemente una
necesidad de supervivencia que acaba generando más egos ya solamente para que
no te pisen. ¿Hay alguna forma de destruir estos carros? De verdad lo pregunto.
Es una pregunta jodidamente sincera. Podemos hacer mucha autocrítica, y dejar
de hacer ciertas cosas, ignorar también lo que vemos y sentimos acerca de lo
que hacemos. ¿Pero hay alguna forma de destruir todo esto?
No sé si es
cierta distancia por el hecho de vivir más lejos, o no sé si es cierta pesadez
cada vez que me acerco y observo. No quiero dejarlo todo y abandonar una parte
de lo que siento importante. Pero hay ambientes que me saturan. Porque muy guay
tanta deconstrucción, pero después no hay quien se ponga a hablar ni a tratar
lo que realmente está por debajo. Cómo si por el hecho de estar oprimidas haga
que no haya nada ni nadie por debajo. Sólo nos miramos el ombligo y nuestros
discursos, a veces vacíos porque solamente se materializan en ambientes muy
concretos y de formas clasistas y de jodida exclusión. Instrumentalizamos la
pobreza, la precariedad. Creemos siempre que somos las más precarias porque
casi nunca nos paramos a mirar hacia abajo. No queremos mirar hacia abajo
porque eso nos pondría en una situación de privilegio que no queremos aceptar.
Que al final en todos los activismos se repite siempre la metáfora de
repetirnos eso de que la clase media no existe (podemos usar este concepto en
cualquier estructura, no solamente la económica) porque no queremos vernos como
más privilegiadas que otras. Y ya sé que no existe. Pero algo hay que nos
sustenta más que a otras, y hay quienes están más jodides que nosotres. O,
podríamos decir, que todo es mucho más complejo de lo que vomitamos.
Pero más
allá de esto, también está el no querer ver lo mucho que hacen algunas
personas. Nos creemos muy guays porque sumamos cuantas mierdas nos atraviesan,
pensando que esto nos hace más importantes. Pero invisibilizamos muchos curros
dentro de nuestros ambientes que son jodidamente invisibles porque no los
reconocemos como importantes. No. Es más importante quien coge un micro o quien
escribe que quien mueve su maldito culo y pone su cuerpo, o su responsabilidad
a través de lo más emocional. No estoy diciendo que todes les que cojan un
micro o escriban no pongan su cuerpo en nada. Lo que quiero decir es que hemos
creado una jerarquía de tareas que solo ensalza y solo reconoce unas tareas, y
no le otorga tanta importancia a quien materializa el discurso, quienes hacen
tareas que nadie quiere hacer o a quienes hacen jodidamente algo. Esto a veces
roza la explotación y de cómo ese curro que hacen muchas es usado por quienes
ensalzan su ego. Hablamos mucho de la invisibilización de los cuidados,
pero creo que se invisibilizan
muchísimas cosas más.
Cuando hablo
de curros, no obstante, tampoco quiero caer en el capacitismo. Ya sé que no
todas podemos hacer las mismas cosas. Ni en el clasismo, no todes tenemos
acceso a lo mismo. No critico quien no
lo pone de la forma que se supone o se puede esperar que ponga. Critico a
quienes se aprovechan del curro de otras. Eso mismo es lo que me duele. O a
quienes no quieren verlo. O a quienes se creen que una cara agradable y un
discurso potente son más importantes que todo lo demás. Critico a quienes no
quieren verlo o lo esconden. Critico la jerarquía de los egos. El
reconocimiento siempre acaba siendo vertical. Por muy anti-jerarquías que nos
mostremos.
Estoy de
mudanza, gente. Y qué jodido gusto da esto. Aunque duela. Es lo que hay.
(aviso de contenido: individualismo, capitalismo de relaciones, objetificación, consumo, manipulación, mentiras)
En el mercado de las relaciones, comprar, vender, apropiarse y consumir son la base de la mayoría de las aproximaciones entre personas que quieren o pretenden tener una relación sexual, afectivosexual o romántica con otras personas. Da igual el formato: puede ser a través de aplicaciones, de redes sociales, en ambientes de fiesta, en ambientes informales más tranquilos, en ambientes formales, en el trabajo o en encuentros casuales en la plaza del barrio. El paradigma de “ligar”, juntamente con el de “cazar”, es solamente cuestionado cuando hablamos de machismo o de monogamia, pero el proceso va mucho más allá. Está, obviamente, atravesado por estructuras como el machismo, pero no se para aquí porque lo impregna el paradigma individualista y capitalista a través del cual vemos a las personas que nos rodean como objetos.
No soporto el concepto de “ligar”. Hay que decir, no obstante, que cuando digo que no soporto el concepto de ligar no me refiero a que no soporto que la gente tenga cierto interés en otras personas, en querer compartir cosas concreta, y se acerque para ver si la otra persona también puede corresponder este interés. Tampoco me refiero a que sentirse atraída hacia a alguna persona, sea sexualmente y/o románticamente, es un acto de por sí consumista, como tampoco que te guste una persona y se lo digas. No jodamos, no es esto. Tampoco tengo nada en contra de ciertos procesos un poco ritualísticos de acercamiento. Lo que no soporto es buena parte del proceso que está totalmente aceptado en el que la otra persona deviene un producto de consumo más. El proceso de compra, venta, consumo y acumulación. Y lo que más me sorprende ya no sólo es el proceso de ver a la otra como un producto más, es también el deseo de ser escogida como tal, comprada o consumida donde aceptas parte del juego de forma bastante consciente, ignorando, de paso, a quien no nos trata de esta manera suponiendo que no estará interesada en nosotras. Parece como si “si no juegas es que no tienes ningún interés en las demás”. Caemos en la competición para ver quien consigue más atenciones, quien consigue más premios, quien consigue coleccionar más relaciones, o simplemente más rollos, quien consigue ser engañado una vez y otra o quien consigue engañar más. Nos transformamos temporalmente y a ratos en otras personas, en personajes que creamos para poder formar parte de este circo.
Tampoco me refiero aquí al hecho de que si me acerco a alguien para tener solamente sexo estoy tratando a la otra persona como un producto de consumo. No tiene por qué. O sea, muchas veces sí, pero no es el sexo en sí, es el cómo, y es por cómo se instrumentaliza el sexo en nuestras estructuras, especialmente por parte del machismo y el individualismo. Pero insisto con que no es a través de una relación exclusivamente sexual porque muchas creen que la objetificación está solamente en el sexo o en la corta duración de las relaciones y no con cómo ocurre el proceso de acercamiento y/o alejamiento. A veces lo que es objetificador es el proceso de engañar a la otra persona para tener sexo con ella (una cosa muy aceptada en procesos de ligar, y es aquí donde quería ir a parar), o bien acercarse a alguien solamente para conseguir que te haga los deberes de clase, o bien estar consumiendo emocionalmente a alguien durante años de tu vida.
El acto de ligar está fuertemente relacionado con los procesos de objetificación, de consumo, de competición y de obtención de premios, trofeos, propiedades, o productos que utilizaremos para el propio beneficio. Es un acto donde se pretende normalizar, y normaliza, aquello de que “la finalidad justifica los medios”, y la finalidad es, esto, el objetivo final, que puede ser tanto puramente sexual como podría ser romántico, y el conseguir un premio/trofeo final que te permite escalar socialmente u obtener algunos beneficios. Es un acto donde la persona desaparece y deviene un producto más. Donde nosotras también devenimos un producto más, todo también dependiendo de cuales sean nuestras posiciones relativas de privilegios en comparación con las otras. Además, poder conseguir estos premios no es un proceso donde todas tengan el mismo acceso: solamente las que consigan tener un serie de privilegios podrán entrar más fácilmente en el juego, tanto si cazas como si eres cazada.
Este “ligar” es un proceso donde se normaliza la mentira, la manipulación, el llamar la atención. Consiste en “conseguir convencer” a la otra persona para que tenga un tipo concreto de relación contigo (sea sexo, sea una relación más romántica, sea solamente atenciones, sea lo que sea). Y querer convencer pasa por no querer ver realmente a la persona que tenemos delante y no tener en cuenta qué quiere, qué siente o qué necesita. Y no estamos hablando de querer convencer a la otra persona en un debate político sobre el cambio climático. Estamos hablando de querer convencer a la otra persona para que, por ejemplo, tenga sexo contigo.
aviso de contenido: monogamia, estructura monógama, gordofobia, presión estética, capacitismo, neurocapacitismo, y mención de más estructuras de forma general, exclusión, exclusión relacional, competitividad, consumo relacional, masculinidad, lenguaje capacitista*
*(aunque yo preferiría utilizar palabras como «discapacidad/es» o «discapacitades», en este texto uso «diversidad funcional», y además lo diferencio de las neurodivergencias. lo hago por una cuestión de comprensión, ya que muchas personas que van a leerlo no saben del debate y de las posiciones que hay al respecto de estas palabras y tampoco sabrían a qué me refiero cuando digo «personas discapacitadas», ya que se tiene una idea muy diferente de estos términos. el vocabulario que uso normalmente ya hace que algunas veces no sea tan comprensible (o al menos como a mí me gustaría) y a veces hago un poco de malabares comprensión-inclusión-no opresión dependiendo del contexto, la temática sobre la que escribo y la gente que creo que podría leerlo)
Hace un tiempo Kai escribió este texto en este blog hablando sobre como intersecciona la gordofobia con la deconstrucción del amor romántico y de la monogamia, y, aunque a mí no me atraviesa la gordofobia, algo me removió. Al cabo de un tiempo escribí este otro texto para hablar de cómo muchos de los discursos sobre comunicación cuando se habla de relaciones y no-monogamias excluyen a las personas que tenemos necesidades y sensibilidades diferentes a las estipuladas como normales, cómo nos pasa a les neurodivergentes. Además, también, hace bastante tiempo que hay personas quejándose de cómo las no-monogamias las excluye, o más bien, explicando cómo sienten que no pueden vivirse en ellas y señalando muchos de los aspectos liberales de muchas de las formas de llevarlas a la práctica (de hecho las más visibles, incluso en ambientes críticos y alternativos).
Muchas de
estas quejas se suelen ignorar y no verse como verdaderos problemas. Pero no
estoy hablando de machismo. Creo que el machismo en las no-monogamias es una de
las pocas críticas que sí han ganado más aceptación y el feminismo cada vez
está más presente (no siempre, pero un poco sí, y si creéis que no, imaginaros
para el resto de cosas). También es posible que todo aquello de la crítica al
“consumo de relaciones” también esté llegando, aunque muchas veces es más bien
un postureo de repetición de palabras que mola mucho decir porque queda bien.
A parte de
esto, el resto de críticas creo que se han intentado pasar por alto,
especialmente porque cuesta ver el
entramado de estructuras y de privilegios, más allá de cuando existe sólo la
violencia estructural que estamos acostumbrades a analizar: cuando no
tienes un cuerpo normativo, eres gorda, tienes alguna diversidad funcional,
eres neurodivergente, eres considerada fea, tienes estrés postraumático, no
eres carismática, etc; y esto sumándole todo el resto que también pueden hacer
que se te excluya relacionalmente: no eres blanque, no eres cis, eres pobre,
etc. Cuesta verlo cuando el problema
deviene más bien por una exclusión de las problemáticas que muches vivimos a
través de las relaciones. Se suelen ver como quejas puntuales, no
estructurales. No quiere decir que si te atraviesa alguna de estas cosas estás
automáticamente excluida, es más complejo y es contextual. Pero el problema
sigue siendo estructural.
No creo que el problema sea de las no-monogamias de por sí, el problema ya lo tenemos en la monogamia, y hemos heredado su filosofía relacional, multiplicando sus nocivas consecuencias. No la hemos liberado, la hemos hecho, en muchos casos, más liberal, una forma de coleccionar relaciones sexuales y afectivas, mientras ni siquiera rompemos con conceptos como la competitividad o la propiedad, ni con las desigualdades sociales que nos encontramos a la hora de relacionarnos.
Nos gusta hablar de deconstrucciones,
de comunicación, de salir de la zona de confort, de celos, de apego, del amor
romántico, de la NRE (New Relationship Energy), entre otras
cosas, y muchas veces sólo se contemplan realidades que no se desvían de lo que
se considera “normal”: las más privilegiadas. Muchas quedan o quedamos fuera cuando se habla de
todas estas temáticas, y se acaban teniendo muchas más dificultades para
moverse en estos ambientes y en las propias relaciones, haciéndonos sentir como
si el defecto fuéramos nosotres. Ya hablé de neurodivergencias, comunicación y
exclusión, como he comentado al inicio del texto, así que este tema no lo
tocaré ahora, pero es importante también incluirlo en esta lista de
problemáticas.
Se habla,
por ejemplo, de las “virtudes” de salir
de la zona de confort, cuando para muchas, estar expuestas a tener una sola
relación (sea del tipo que sea) ya es, muchas veces, salir de su zona de
confort; o bien hacer cualquier cosa que pueda ser considerada “normal” y
“habitual” porque todo está montado de forma que las excluye (las personas
neurodivergentes tenemos bastante experiencia en esto, entre muchas otras).
Dentro de muchos ambientes “salir de la zona de confort” significa hacer todas
aquellas cosas que socialmente no están muy aceptadas, que se nos han vetado y
que, por tanto, se supone que tendremos más dificultad para deconstruirlas, y
hacerlo nos puede empoderar. En estos casos es muy fácil hablar de salir de tu zona de confort cuando eres una
persona neurotípica, delgada, guapa, carismática, sin traumas (o con pocos
traumas), sin diversidad funcional, cis, etc. Pero hay personas que podemos tener más dificultades, o, sobre todo,
necesitaremos vías y procesos diferentes, dependiendo de lo que nos atraviese y
dependiendo del contexto. Y cuando se crean estos espacios no se suele
tener en cuenta. No es igual, por ejemplo, para una persona con un cuerpo no
normativo o gorda, salir de esta zona, cuando es el propio cuerpo el que se
expone. Tampoco es igual cuando tu sensibilidad con el contacto físico o con la
exposición a ciertos estímulos sensoriales es diferente a la estipulada como
normal, como nos puede pasar a personas autistas, y no se tienen en cuenta las
diferentes sensibilidades. Y se podrían ir sumando ejemplos.
La mayoría de veces cuando se habla de temáticas relacionadas con, por ejemplo, las no-monogamias, se parte de la suposición de que tienes acceso a tener una relación sexoafectiva o romántica/platónica/afectiva y las problemáticas vienen cuando quieres “añadir” más. Pero cuando eres una persona que ya el hecho de tener una relación de este tipo se hace complicado y te sientes a menudo excluida de tener cierto tipo de relaciones o bien rechazada, cuando entras en el mundo de las no-monogamias, todo se puede hacer más complicado, y no por la gestión de tus relaciones, sino por un montón de emociones que te tienes que tragar debido a la comparación y la competitividad(aquello que muy a menudo se niega que exista en las no-monogamias), la exclusión, la dificultad o también un conjunto de miedo, objetificaciones diferentes a las que estamos acostumbradas, problemas de autoconfianza, autoestima o afectaciones a la salud mental muy complejas.
Se nos dice,
repetidamente, que nuestro problema es un problema de falta de introspección,
cuando muches de nosotres, debido a lo que nos atraviesa y cómo nos afecta,
especialmente cuando nos excluye, ya padecemos de un exceso de introspección y
de ralladas que acaban afectando nuestra salud mental. A veces nos dicen que es
una falta de actitud, o, también, se nos suele decir que no nos trabajamos
suficiente. Y, seguidamente, esto lo arregla, como he leído y escuchado a
veces, diciendo que quien tiene dificultades para tener una relación mejor que
no sea no monógama: esto ejemplifica, como comentaba, la propia exclusión. Este no es un problema individual, es
estructural y colectivo.
¿Y qué pasa,
por ejemplo, cuando se quiere deconstruir
el amor romántico, el apego y los celos cuando has sido excluida de la
posibilidad de acceder a cierto tipo de relaciones? Imaginémonos, el caso,
de una persona que por el hecho de ser gorda, como explica Kai en el texto
mencionado al principio, ha recibido toda su vida el mensaje de que no merece
el amor, y que, por tanto, tener una relación romántica y/o sexual (y ya no
digamos más de una) le ha sido vetado o de difícil acceso. Otros colectivos,
como les autistes u otras neurodivergentes, o las personas con diversidad
funcional también reciben estos mensajes. No se vive igual esta deconstrucción,
porque no se parte desde el mismo punto. Es más, cuando tu acceso a tener cierto tipo de afectos, como el de pareja, es
mucho más restringido, el apego y la necesidad de poder acceder a ello puede
ser más alto, y sólo aquellas que siempre lo han tenido muy fácil no
entenderán cuál es el privilegio y todo lo que se obtiene de este tipo de
relaciones, especialmente cuando fuera de este tipo de relaciones es todo más
bien consumo y muy volátil. Muches, debido a esto, sienten una necesidad y un
deseo más elevado de tener cierta seguridad en los afectos.
Tampoco se pueden deconstruir los celos a través del mismo proceso cuando tu miedo es siempre que cualquier relación te dejará, te apartará o te tratará con inferioridad, por alguien más delgado, porque socialmente el premio es más elevado (y porque tu experiencia anteriormente ha sido esta), o más neurotípico, o más guapo, o porque tiene, en general un cuerpo socialmente más aceptado porque es cis o no tiene diversidad funcional, etc. Obviamente la solución no es excusarse en esto para generar violencia a otres, sino darnos cuenta de que necesitamos también otros discursos complementarios, otros relatos, otros caminos y otras formas de acompañar y de deconstruir. Y, sobre todo, una sensibilidad y una responsabilidad compartida a la hora de cómo nos relacionamos desde el privilegio y cómo colocamos a nuestras relaciones en posiciones que puede propiciar la competitividad.
Otra
temática bastante desgastada en las no-monogamias es la NRE, aquella “energía”
(normalmente descrita como muy intensa y a menudo bonita) que se tiene cuando
se inicia una relación (el enamoramiento); una energía que suele ser temporal y
que te puede arrastrar a menospreciar otras relaciones y a tomar decisiones
precipitadas en un contexto que puede cambiar al cabo de poco tiempo.
¿Todes vivimos los inicios de las relaciones de la misma manera? Cuando se habla de NRE pocas veces veo que se hable de, por ejemplo, aquelles que los
inicios de las relaciones los vivimos con miedos: miedo al abandono, miedo al
rechazo, miedo a que se nos aparte (y seguramente podría añadir más). Sumándole,
además, cómo estos miedos se nos pueden mezclar también con la intensidad, y
cómo, a veces, nos hacen abandonarlas o huir de ellas, aun cuando las deseamos
mucho. Tampoco vivimos igual los
procesos intensos emocionales las que no somos neurotípicas: habrá quien la
intensidad de lo que sienten les provocará un exceso de dolor, o bien las que
se podrían leer como desinteresadas provocando dramas neurotípicos (suposición
de que le otre no les corresponde) por parte de la otra persona.
Todo esto
que he comentado hasta ahora, además, también
afecta a otros procesos de deconstrucción, como el de la masculinidad.
Volvemos a lo mismo de antes, es muy
fácil hablar de deconstruir la masculinidad cuando eres un hombre guapo,
delgado, neurotípico, carismático, sin diversidad funcional, etc. Con esto
no quiero decir que si no eres todo esto no tienes que aceptar, cuestionarte ni
trabajarte los privilegios que tienes por el hecho de ser un hombre, sino que,
como ya he repetido anteriormente, los procesos son diferentes. Una vez escuché
en una charla cómo un hombre le decía a otro que lo mejor que podía hacer para
no ser machista cuando “ligaba” era no hacer nada, “que sean ellas las que se
acerquen”, dijo. Sé que es una chorrada de ejemplo, y que los privilegios masculinos
son más complejos que todo esto, aparte de que muchos de ellos no van ligados a
las relaciones sexuales o románticas/platónicas, pero para mí fue
metafóricamente representativo. En ese momento pensé, “muy fácil de decir para
ti, esto, cuando haciendo lo que acabas de proponer, a ti no te afecta ni a tu
capital social, ni sexual, etc”, y digo también capital social, no solamente
sexual, porque se puede aplicar esto a más allá del “ligar”. No quiero con esto
hacerle una oda a la acumulación de capital sexual o social, sino precisamente
cuestionarlo y cuestionar los
privilegios de los que acumulan este tipo de capital mientras uno se cree que
ha deconstruido su masculinidad, porque es una gran mentira. Me cuesta
mucho encontrar textos, talleres, charlas o lo que sea, que hablen sobre
deconstrucción de la masculinidad por parte de hombres que no acumulen la
mayoría de estos privilegios, y que, por tanto, hayan tenido que pasar por
procesos diferentes.
También he
visto en muchos casos, comportamientos en algunos hombres que provienen, no
solamente de su masculinidad, sino también de rasgos de alguna
neurovidergencia. La ocupación del espacio es un ejemplo; lo que se lee a veces
como falta de empatía, otro ejemplo. Y, como antes he comentado, tampoco quiero
hacer de esto una excusa para, por ejemplo, que se ocupe mucho espacio, sino
para mostrar que en estos casos también se requerirá de procesos y
deconstrucciones por vías distintas.
Sé que me he
dejado muchos ejemplos, pero creo que el texto ya es suficientemente largo y lo
único que quería era dar algunas ideas generales. Se podría decir que la exclusión relacional va mucho más allá
de la exclusión en sí misma e implica una exclusión en los discursos, los
debates y en muchos eventos que tratan estas temáticas, que no reflejan
realidades que atraviesan a mucha gente. Algunas veces, las pocas que he
podido ver que se toquen estas temáticas, ha sido muy puntual y después no se
ha reflejado en el evento en sí, ni en posteriores, solamente han ocupado el
espacio de un taller. Creo que aparte de hacerlo visible, se tiene que ir más
allá, sino es caer en un tipo de tokenización. Y es que es esto, también me da
miedo, como ya ha pasado muchas veces antes, que se instrumentalice o se
tokenicen a las personas atravesadas por todo lo que he comentado. Lo he visto
hacer con las personas arrománticas y asexuales desde discursos de la anarquía
relacional (que nos han servido de ejemplo para mostrarnos que las relaciones
no románticas y no sexuales también pueden ser importantes, pero después sus
problemáticas no se veían reflejadas realmente en nuestras comunidades).
También lo he visto hacer con las neurodivergentes, solamente para hacer las
no-monogamias más vivibles para las neurotípicas mientras se romantizan nuestras
discapacidades. Pero esto no es tenernos en cuenta, esto es sólo una forma de
apropiación.
Aun siendo
bisexual, aun siendo activista, aun considerándome “activista bisexual”, y aunque
casi cada año acabo escribiendo en un día como hoy, me cuesta muchísimo identificarme con el día de la visibilidad bisexual.
Y casi siempre acabo escribiendo algo porque creo que es seguramente el día en
el que a lo mejor puedo captar más interés o porque utilizo también esta
plataforma para lanzar algunos mensajes alternativos a los mensajes mainstream que suelen llenar todo el
día. La mayoría de los mensajes intentan
dar visibilidad a la bisexualidad y a la vez instaurar un tipo de identidad
bisexual que acaba definiéndonos, encerrándonos y otorgándonos unas
características que se alejan de lo que creo que es un verdadero empoderamiento.
Sabemos que el monosexismo se basa en el borrado de
todo aquello que no sea heterosexual ni homosexual, y que, además, aunque nos
borre, lo que hace es otorgarnos una imagen concreta. Porque en realidad no es
que no existamos socialmente, no nos hemos “inventado” ningún tipo de cosa que
no se haya mencionado a través del discurso médico y social. La historia lleva
mencionándonos desde que se inventó la orientación sexual para poder separar géneros
y apartar todo aquello que no encajaba en lo que supuestamente tenía que
perpetuar el binario de género: les
bisexuales somos primitives, somos socialmente inconsistentes, somos
inestables, somos niñes que todavía no hemos crecido ni escogido. Más bien
estamos prohibides y encajades en un imaginario asocial casi mágico. Se
crea una imagen de nosotres fuera de todo aquello que es social, que ni si
quiera es un error, desviación o enfermedad, como se acostumbra a señalar sobre
la homosexualidad. Es por este motivo por el que normalmente el activismo bisexual se basa en la visibilización y en la
negación de esta imagen creando una idea “contraria” a la impuesta, socialmente
aceptable y cerrando así una identidad totalmente basada en contra-estereotipos
y la visibilización.
Pero el
peligro de reivindicar nuestra propia existencia de esta manera es que seguimos perpetuando monosexismo y
heterosexismo haciéndole un altar a la creación de las propias orientaciones
sexuales. No quiero caer tampoco en la idea de “todes somos personas, no
veo orientaciones”, borrando a la vez privilegios, opresiones, violencias y
estructuras. Obviamente todes somos personas, pero las estructuras no nos
colocan a todes en el mismo sitio. En realidad para las estructuras no todes somos
igualmente personas. No, esto es la misma mierda de siempre. Lo que quiero es
que reflexionemos qué estamos re-creando, una y otra vez: bisexuales visibles,
bisexuales tranquilas, bisexuales existentes y estables, esencialmente
bisexuales, naturales; bisexuales que estabilizamos a una sociedad que violenta
a muches más, no solamente a nosotres. ¿Queremos formar parte de esto?
¿Queremos estabilizar la estructura de orientaciones sexuales? ¿Qué queremos
ser y hacer con todo esto?
Nos
encontramos muchas veces que delante de la crítica a la propia existencia de la
orientación sexual se nos intenta encajar en otras identidades no
heterosexuales, pero monosexuales. Y si no contemplamos nada más allá del
heterosexismo y del machismo podríamos creer que esto es suficientemente poco
esencialista y un poco menos identitario (aunque esto lo pongo en duda muchas
veces según el discurso de la persona que tengo delante). Y esto también nos
trae problemas, porque borra experiencias estructurales de muches, borra el
monosexismo. Seguimos siendo les mismes inestables de siempre, les mismes
cuestionades de siempre. Seguimos siendo les traidores, aquelles con les que no
se puede confiar, pero utilizando palabras que no nos permiten señalarlo para
acabar siendo expulsadas al grito de “no sois suficientemente queer”, haciéndonos entender que no
tenemos lo que hay que tener para poder pertenecer a la comunidad LGBTI+, o
bien no ser suficiente para formar parte de algunos ambientes feministas.
Sigo sin
entender muy bien cómo moverme entre discursos que me duelen e identificaciones
que no sé cómo llevar. Para mí no es
esencial llamarme de alguna forma, sino entender cómo funciona una estructura
que me afecta a mí y a muches más, como es el monosexismo. Nombrarse, no
obstante, a veces, forma parte de poder explicar aquello que me atraviesa.
Tampoco es una carrera para ver quien está más oprimida, ya que las estructuras
se expresan de forma contextual, y no me pondré a decir que me siento o que
estoy más oprimida que una lesbiana o bollera, porque depende del contexto de
cada una y del momento. Es más, considero a las lesbianas y bolleras
compañeras. No obstante, lo que pretendo es no borrar todo lo que me ha llevado
a la pérdida de trabajos, a la pérdida de relaciones de todo tipo, a la
violencia en relaciones sexoafectivas, a la violencia sexual, y al
empeoramiento de mi salud mental o el cuestionamiento constante de toda relación
y del valor o peso de toda esta violencia. Y esto no sólo me ha pasado por el
hecho de no ser heterosexual, sino también específicamente por el hecho de no
ser monosexual.
Las orientaciones, al fin y al cabo,
han sido creadas por estructuras como el heterosexismo, el monosexismo, el
sexismo, el cisexismo o la monogamia. Caer en mensajes normativistas y asimilacionistas
es reproducir todas estas estructuras. Aferrarnos al propio concepto de
orientación como si fuera un concepto esencial y no estructural, también. No
obstante, de momento sigo sintiendo la necesidad de nombrar todo aquello que me
atraviesa, y por tanto, seguiré en este tipo de posición extraña, donde soy
bisexual y a la vez reniego de todo lo que a veces algunas formas de ver y
expresar la bisexualidad supuran.
A veces he reclamado estereotipos, o
derivados como la desorientación, y algunas me han acusado de perpetuar el rollo este de “todas
somos personas, las orientaciones no existen”: mi desorientación es también
estructural, es el propio monosexismo que reclama que me decida, que me
oriente, hacia opciones estructuradas, jerárquicas y poco sensibles. Lo que
hacen muches como respuesta es orientar también la propia bisexualidad. Yo
prefiero mirar hacia otros lados. Pero no para mirar hacia cualquier lado,
ignorando todo aquello que hacemos a través de nuestras decisiones, relaciones
y no/orientaciones. La orientación es estructural y me reapropio de mi
desorientación como un acto político y sensible hacia todas mis relaciones y
hacia todo aquello que pretende encajarme por un lado, y también por el otro.
En vez de escoger la no-sensibilidad que todas estas estructuras quieren que
siga, construyo otras opciones, conscientes, escogidas, no orientadas hacia
donde sistemáticamente “tendría que ser”, y sensibles a como nos atraviesan
estas estructuras. Mi desorientación es una forma de resistir, no sólo a la
orientación sexual, sino también a todas aquellas formas con las que se nos
pretende orientar sobre cómo nos tenemos que relacionar con todas las demás.
Antes de empezar, y para contextualizar un poco, para aquelles que no estén familiarizades con el término, los cazadores de unicornios suelen ser parejas hombre-mujer que buscan a una mujer bisexual, a menudo con algunas características más (guapa, joven, sin compromisos, que reparta los afectos de forma igual a los dos miembros de la pareja, etc) para tener con ella una relación sexual más bien continuada y también, en muchos casos, afectiva. Normalmente, existirá una jerarquía y la relación de la pareja “original” estará por encima en la toma de decisiones sobre la relación de las tres personas, sea el tipo que sea. Depende de la pareja la pueden buscar con más o menos características, pero esta es más o menos la idea. A veces he visto definirlo también como parejas que no son hombre-mujer, pero yo prefiero ceñirme más a las parejas hombre-mujer, que es donde se suele reproducir más el machismo y la bifobia características de la caza de unicornios. Se puede hablar con más profundidad sobre el tema, pero no quiero tampoco alargarme mucho aquí. Os dejo un link en inglés. El resto de cosas que he encontrado en catalán o castellano no me han gustado suficiente. Creo que donde hay la mejor información al respecto es sobre todo en los debates que se comparten en comunidades no monógamas con una perspectiva feminista, o bien en grupos donde solamente se debate sobre esto mismo. Y releyendo la carta que he escrito también creo que a través de ella se puede aprender un poco más el concepto.
No-queridos cazadores de unicornios,
empezaré
presentándome, más que por cortesía, para contextualizarme. Me llamo natàlia,
también wuwei. Soy bisexual y no soy monógama. Soy, por tanto, una de vuestras
posibles “víctimas”. Escribo “víctimas” para visibilizar el consumo que hay
detrás de lo que hacéis, ya que no son compañeras lo que buscáis, son
productos/objetos; a la vez uso las comillas para empoderarme y no sentirme
tampoco una víctima de nada, no tengo ninguna intención de seguiros el juego.
Podría
seguir con una lista de muchas de mis cualidades, de las que soléis poner
vosotros que buscáis cuando estáis
intentando encontrar vuestro unicornio: si soy “limpia”, si soy o no dulce, si
sé repartir o no los afectos correctamente, cuanto mido, si soy guapa o no,
delgada o no, si soy joven o más bien pasadita, si mis ojos son de color, si
tengo o no compromisos, si tengo hijes, etc. Supongo que dependiendo también
de cuáles son vuestros estatus, soléis
rebajar un poco el listón, ya lo sé. Es el mercado de la oferta, la demanda y
de lo que se puede pagar. Pero no os daré más información sobre mí, porque no
tengo ningún interés en conoceros.
Permitidme
también que utilice el masculino genérico para referirme a vosotros. Teniendo
en cuenta las jerarquías relacionales que devienen en este tipo de relaciones,
prefiero no utilizar ni el femenino ni el neutro para referirme a vosotros. Los
señores mandan, a veces muy sutilmente, pero es lo que hay cuando sois
cazadores de unicornios, la crítica a las jerarquías es bastante nula. Creedme,
sé de lo que hablo.
También me
gustaría enfatizar que no tengo nada en contra de las relaciones grupales, de
tres, de cuatro, cinco, cincuenta personas, sean románticas, sexuales,
afectivas, de co-crianza, o que comparten algún proyecto en común. No solamente
no tengo nada en contra, sino que me encantan. Me encanta la idea de las
relaciones de más de dos personas, en muchos sentidos. Tampoco tengo nada en
contra de los tríos sexuales o de las orgías, al contrario. Tampoco es
necesario que te guste todo esto para poder hacer una crítica de lo que hacéis.
Te puede gustar y seguir teniendo un discurso inclusivo con estas prácticas. El
problema no son todas estas prácticas de por sí, el problema es lo que hacéis
vosotros, así como muchas otras prácticas objetificadoras que también se mueven
en algunos ambientes sex-positive sin discurso crítico (que no son todos, pero
son bastantes), pero ahora no entraré en esto, no nos desviásemos del tema.
También
quiero añadir que no tengo nada en contra de aquellas que, teniendo una
relación sexoafectiva previa, conocen a una persona/chica y empiezan una
relación sexoafectiva con ella porque así ha surgido. No es esto lo que muchas
criticamos. Lo que criticamos es otra cosa, son aquellas parejas que nos
buscan, nos catalogan, nos exigen, y nos imponen unas jerarquías; aquellas que,
básicamente, nos utilizan y nos consumen. Y no quiero ahora que como inicialmente
no sentís que estéis utilizando ni consumiendo a nadie no os paréis a hacer
autocrítica, es posible que ni siquiera os estéis dando cuenta de que lo
hacéis. Pero creedme, seguramente lo estáis haciendo. Paraos un rato, o unos
cuentos ratos, y pensad qué estáis haciendo y por qué. También podéis consultar
a personas con más experiencia en debates sobre el tema; incluso, si puede ser,
a otras mujeres bisexuales no monógamas que hayan pasado por esto. Escuchadlas.
Escuchadnos.
Las mujeres
bisexuales no monógamas no somos vuestros productos de consumo; no estamos aquí
para satisfacer vuestras fantasías de pareja sin tener en cuenta qué queremos
nosotras, ni para repartiros los afectos a partes iguales y cuidaros, ni para
arreglar vuestros problemas de pareja. Merecemos tener voz, ser cuidadas
también (y no de la forma que más os convenga a vosotros), ser tenidas en
cuenta y no ser tratadas como un producto más. Merecemos tener voz en la
relación y no tener que someternos a unas normas impuestas desde la pareja.
Merecemos tener otros compromisos, así como vosotros lo tenéis entre vosotros,
siendo este muy superior al que tenéis con nosotras, porque, creedme, hay otras
personas en el mundo también merecedoras de nuestro afecto: no somos no
monógamas para vuestro placer, nuestra no-monogamia, así como nuestra
bisexualidad, es nuestra, y la compartimos, no es para apropiarse de ella.
Merecemos no
ser expulsadas sin ningún tipo de explicación a la mínima que uno de vosotros
os cansáis de nosotras, padecéis demasiado de celos o no somos exactamente lo
que buscabais. Merecemos que no se nos haga responsables de vuestra relación,
de vuestras emociones, de vuestros celos, ni de vuestres hijes, a través de una
imposición jerárquica que muchas veces es sutil porque recae en normas
socialmente aceptadas. Merecemos poner nosotras también límites y normas sobre
lo que nos afecte a nosotras, y merecemos formar parte de los procesos de tomas
de decisiones en la relación: sino, no lo llaméis tríadas, porque no lo es, es
solamente una relación exótica a la que llamáis así. Merecemos también ser
tratadas con respeto y consideración, incluso cuando no queréis salir del
armario y en el exterior nos tratáis como si no existiéramos. Merecemos todo esto,
y mucho más. ¿Sabéis por qué? Porque todes merecemos esto.
Espero que
todo esto os sirva de reflexión. Y si no al menos os puedo asegurar que yo me
he quedado muy a gusto.
Este texto lo escribí y se publicó en El Salto el 28 de junio. Podéis ver el original aquí .
En mi época universitaria, pronunciar la palabra “bifobia” en cualquiera de los colectivos LGTB en los que participaba o estaba era asegurarse malas miradas o comentarios incómodos. “Bifobia” era una palabra prohibida que tenías que pronunciar en voz baja y a menudo la respuesta que escuchabas era “¡la bifobia no existe!”. Este fue uno de los principales motivos por los cuales me alejé de estos colectivos, ya que no sentía que pudiese hablar de ninguno de los problemas que me atravesaban y la mayor parte de los esfuerzos, energías y tiempo solían destinarse a solucionar los problemas de los hombres gays.
Con el tiempo, la existencia de la
bifobia ha ido ganando un poco de reconocimiento. No obstante, pocas veces se
reconoce lo que realmente representa en nuestras vidas. A menudo se suele
confundir la bifobia con aquella violencia que padecemos las personas
bisexuales cuando tenemos relaciones con alguna persona de nuestro mismo
género, pero que no padecemos cuando tenemos relaciones leídas como
“heterosexuales”. O sea, según este punto de vista padeceríamos un tipo de
homofobia partida por la mitad en intensidad y cantidad, algo que ha hecho que
se nos coloque muchas veces en algunos colectivos más como aliadas que como
verdaderas pertenecientes al colectivo LGTB. Esta reducción de la bifobia en un
tipo de medio homofobia invisibiliza la violencia diferenciada que padecemos
por la especificidad de sentirnos atraídas por más de un género (aparte de la
homofobia o lesbofobia que podamos padecer también cuando tenemos relaciones
con personas del mismo género).
El monosexismo —del cual la bifobia es un caso concreto— coloca a las personas que nos sentimos atraídas por más de un género en una posición de borrado continuo. Una de las consecuencias de este borrado es que nos dificulta muchísimo poder describir nuestras experiencias, emociones o relaciones, ya que la forma que tenemos de expresar nuestras relaciones y emociones pasan por el filtro del monosexismo. Este filtro, que nos borra, coloca lo que expresamos y lo que vemos en una de las dos cajas monosexuales más reconocidas (heterosexual u homosexual).
Nuestra forma de analizar y describir
aquello que estamos viendo está construido sobre lo mismo, como cuando vemos
una pareja, que solemos catalogar automáticamente la orientación de las dos personas
que vemos según los géneros que estamos interpretando que tienen aquellas dos
personas (añadiendo también una suposición de que son pareja, de que
seguramente son monógamas y de lo que supone todo esto en su conjunto). Esto
hace que las personas plurisexuales (pansexuales, polisexuales, bisexales, etc)
acaben viviendo una disociación entre lo que sentimos-vivimos y lo que se puede
expresar o lo que las demás interpretan y las lecturas que imponen cuando se
refieren a nosotras.
Todo esto, que es muy simbólico, nos
hace sentir en una continua necesidad de escoger entre opciones entre las
cuales no tendríamos porqué escoger. Nos obliga a hacernos encajar
constantemente en ambientes dualizados sin sentir pertenecer a ellos. Nos hace
sentir presionadas para tenernos que demostrar continuamente que somos aptas
para nombrarnos a través de alguna plurisexualidad, intentando analizarnos a
nosotras mismas el grado de atracción hacia cada uno de los géneros, o bien la
cantidad de personas con las que hemos mantenido ciertos tipos de relaciones de
cada género, como si de un concurso con puntuación se tratara. Nos colapsa una
necesidad muy grande de estar continuamente intentando entender si realmente
nos estamos sintiendo atraídas, si tenemos que contar, sumar o restar cosas o
tenemos que dar siempre mil explicaciones (también a nosotras mismas). De esta
manera, el estereotipo que nos persigue y que dice que somos personas confusas,
confundidas e indecisas se materializa en nuestras vidas, mientras a la vez
parece que necesitamos huir de todo ello para que no se nos siga señalando como
portadoras de algún problema bajo la mirada capacitista que nos obliga a saber
siempre qué somos, qué queremos o qué necesitamos.
¿Cómo no tenemos que estar
confundidas bajo este prisma de constante vigilancia? ¿Cómo no tenemos que
estar indecisas si no tendríamos porqué, de entrada, tener que decidir nada, si
se nos impone desde fuera la elección, la decisión, la constante definición?
Este es uno de los motivos por los cuales hay una elevada cantidad de personas
no monosexuales con ansiedad, depresión y otros problemas de salud mental (que
es algo que compartimos todas las letras del colectivo LGTB, pero que en el
caso de las plurisexualidades se dispara más que en otras orientaciones, así
como también pasa con las personas trans). Unos índices que a veces nosotras
mismas queremos negar para que no se nos catalogue como enfermas por el hecho
de no funcionar bajo la norma (algo también compartido en todo el colectivo,
obviamente). El mismo hecho de que se nos catalogue como personas indecisas o
confusas e incluso confundidas, mezclándose con los propios problemas de salud
mental, son también los que hacen que podamos tener más problemas con las
relaciones o laborales (aumentando así los índices). ¿Quién confía en nosotras
dentro de un sistema donde la estabilidad es más valorada, aun cuando es el
propio sistema el que constantemente nos inestabiliza?
Cómo de complicado es nadar en este
mar cuando, además, ya eres una persona a quien le cuesta decidir y saber lo
que quiere, como me suele pasar a mí. Soy una persona indecisa. Soy una persona
que a menudo se siente muy confundida. Saber lo que siento y necesito me cuesta
un tiempo, un proceso, que a menudo no me permite el ritmo frenético al que
estamos sometidas. Estamos constantemente forzadas a tomar decisiones, deprisa,
sin tener en cuenta nuestros ritmos, nuestros contextos, sin más referencias
que unas definiciones de lo que está bien o mal basadas en moralidades y en un
sistema de castigo sutil, pero a veces letal. En este contexto, el sistema a
algunas nos discapacita, especialmente en ciertos ambientes laborales o
relacionales forzados y de poder.
Recuerdo incluso con dolor terapias
donde mi expresión de la confusión era motivo para que se me dijera que uno de
mis problemas era mi indecisión en cuanto a la sexualidad o también con la
monogamia (escoger géneros, escoger relaciones, escoger amores). Y todo esto
cuando no se me monosexualizaba directamente, aun expresando ser plurisexual.
Por esto, creo que la mejor lucha
contra la bifobia y, en general, contra el monosexismo, no tiene que pasar por
crear una imagen de nosotras como personas que tienen muy claro lo que quieren
y que nunca se confunden. No necesitamos demostrar a nadie que podemos ser
igual o más productivas que el resto. Es más, no podemos obligar a nuestra
comunidad plurisexual a tener que pasar por los estándares que nos precarizan
emocionalmente. Nuestra confusión y nuestra indecisión pueden ser reales porque
son sistemáticas. Negarlas es una trampa. Y reapropiarnos de ellas es un acto
de cuidado hacia nuestra salud mental.
Aviso de contenido: monosexismo, bifobia, ejercicio de poder, dominación
Hace tiempo que inicié un proceso de reflexión sobre el activismo LGTB, básicamente me hice activista al salir del armario (la primera salida) y resultó en un proceso de construcción y análisis sobre dónde estaba, en presencia y esencia, y sobre qué bases podía construir una vida más digna de acuerdo a los derechos y al derecho a ser diferente, contribuir a la equidad e inclusión como bases de un grupo, comunidad o movimiento. Después de muchos años colaborando activamente en espacios LGTB institucionalizados he vivido un proceso que ha supuesto emplear un ejercicio enorme y agotador de crítica como análisis de todo aquello que buscaba construir. La realidad ha supuesto una serie de reflexiones que he estado compartiendo en espacios que anteriormente consideraba como seguros y que han supuesto exclusión, acoso, borrado, instrumentalización y apropiación de discursos, hasta acabar fuera del espacio que otrora consideraba el camino al empoderamiento y el cambio.
El ejercicio de la crítica me ha
servido para analizar afirmaciones y conceptos totalizadores de un modelo de
activismo que se ha convertido en sinónimo de la única verdad, la autocrítica
respecto a acciones totalitarias y de homogenización evidencian la construcción
de un discurso que solo imita estrategias del dominador sin poner en duda que
sean reproducciones de un mismo sistema heteropatriarcal y heteronormativo. En
la práctica las voces que hacen un ejercicio de autocrítica son apartadas ya
que evidencian las reproducciones de opresiones, exclusiones y discriminaciones
sistémicas en una “comunidad” (que prefiero llamar movimiento), evidencia la oposición
a estereotipos, desarrollo de políticas y una construcción comunitaria basadas
en las estrategias y estructuras del mismo sistema que se pretende subvertir,
cambiar, o contra el que se pretende luchar.
Esta forma de activismo genera
inevitablemente relaciones de subordinación ya preestablecidas en la sociedad,
donde aquellos que detentan determinada raza, clase social, formación académica,
privilegios, contactos, entre otras cosas, son los que subordinan el discurso y
reivindicaciones a sus propias necesidades, generando inevitablemente
exclusiones, censura, alienación y apropiación. Estas diferentes
subordinaciones coexisten en un eje vertical que podemos evidenciar por ejemplo
a través de la ausencia de las personas subordinas en las posiciones de poder,
dirección u coordinación en una coalición (LGTB racializadas, LGTB con
diversidad funcional y neurodiversidad, bisexuales que nunca han alcanzado
presidencias de la federación o de asociaciones, bisexuales poliamorosas,
ausencia de otras plurisexualidades, etc).
Este modelo vertical es conflictivo
y problemático ya que hace imposible priorizar de manera equitativa las
reivindicaciones, otorgando poder a aquellos sujetos que reproducen el sistema
contra el cual luchan, así se nos exige no hablar de temas que son polémicos o
subversivos del sistema, no podemos hablar de poliamor en espacios de
empoderamiento, de triejas, de la monogamia y el matrimonio como herramientas
de control y opresión, de los conceptos de promiscuidad, de promiscuidad
responsable, de construir parejas abiertas donde los cuidados de la relación y
el autocuidado sean eje primordial, del ejercicio responsable y libre de la
sexualidad o de cualquier otra forma de relaciones sexuales, románticas y
sociales que sean diferentes a las ya establecidas y estructuradas por un
sistema patriarcal, capitalista y de moral judeo-cristiana.
Continuamos insistiendo en una cohesión y unidad absoluta de
diferentes realidades e identidades para adherirlas a una sola política de
reivindicaciones, esto niega las opresiones diferenciadas a la que cada
identidad está sometida obviando también las intersecciones culturales,
sociales, de raza, entre muchas otras en cada identidad miembro imponiendo las
necesidades políticas de aquellas que ostentan las cuotas de poder. Es evidente
que no podemos negar el valor y fuerza de una política de coalición de
identidades minoritarias frente a un sistema hegemónico de otra, sin embargo
construir esa coalición ignorando las reproducciones de clasismo, capacitismo,
bifobia, monosexismo, machismo, etc genera en exclusiones e inevitablemente en
una construcción de personas que se erigen como soberanas de la verdad, del verdadero
activismo y de las políticas a reivindicar, una actitud mesiánica y estática
que no asegura el éxito de un cambio sustancial de paradigmas, opresiones y
exclusiones para los más invisibilizados o menos empoderados.
Esta insistencia anticipada en la unidad como objetivo principal
o base de toda acción política grupal implica que la solidaridad a todo precio
es condición previa para la acción política, y que esta no puede ser
cuestionada aun suponiendo que pueda violentar a miembros de dicha unidad. Pero
cabe preguntarnos ¿a qué acción política nos referimos? ¿Es preciso para una
acción política eficaz mantener la unidad aunque esta suponga la exclusión e
invisibilidad de los miembros menos empoderados o minoritarios? ¿No es contradictorio que la acción conjunta
suponga reproducir violencias y estructuras de opresión en beneficio del bien
común? Y, ¿quiénes definen ese bien común?
Si tomamos las nociones del poder desde un punto de vista de
facauldiano podemos decir que los sistemas de poder forman y regulan a los
sujetos opuestos al sistema a través de diferentes mecanismos como por ejemplo
el sistema jurídico de poder. Estas nociones de poder se construyen únicamente
en términos de prohibición, reglamentación y control restringiendo o limitando
la propia elección de los sujetos, así a partir de esa construcción los sujetos
se agrupan y definen sus políticas y reivindicaciones de acuerdo a las
imposiciones y exclusiones de dichas estructuras, derivando en una política
inversa, de representación excluyente donde las voces de los miembros son
representadas por sujetos que no detentan la identidad, orientación o realidad
de aquellos a los cuales dice representar, por lo tanto niegan la existencia de
opresiones diferenciadas entre ellos
participando así de las estructuras que perpetúan la exclusión de esos
otros. Así cuando digo que detecto, observo, siento y sufro Bifobia y
monosexismo como hombre bisexual en la coalición LGTB, nunca falta un hombre
gay, cis, y con ciertos otros privilegios que niegue que sea real lo que
detecto, observo, siento y sufro, afirmando incluso tajantemente que es
mentira, que eso no pasa, no ha pasado, ni pasará. Esto evidencia que las políticas
construidas en una coalición muchas veces se sitúan en un eje diferencial de dominación
donde personas que supuestamente representan a todas niegan la realidad de las
otras porque estas evidencian reproducciones de opresión y exclusión en los
sujetos que construyen esas políticas.
A lo largo de esta experiencia he podido identificarme
con algunas de las razones de por qué más activistas bisexuales en el activismo
LGTB se identifican más como “activista bisexual”. Yo creo en que es una
necesidad que se debería hacer condición para hacer activismo, identificarnos también
como activistas de nuestra orientación, para mí es la primera herramienta que
tenemos para luchar contra el monosexismo y la invisibilidad de la
bisexualidad, decirlo, se es bisexual y luego se hace activismo, no al revés.
Recientemente un activista LGTB, casualmente gay,
blanco de clase media, que ocupa cuotas de poder y representación me sentenció
lo siguiente “El colmo del individualismo y de la exclusión es decirse a sí
mismo que se es activista
“Bi”, “les” o “gay”. Cuando unx dice activista LGTBI hace una declaración de
intenciones. Lucha por todxs, independientemente de que uno sea gay, bi o les.”. No es la primer vez en más de 10 años de activismo
que escucho esa afirmación, que esconde una construcción visible y palpable en
el activismo LGTB la homogenización de los discursos y las identidades, un interés
por la alienación de aquellos que tienen menor representación y aquellos que
evidencian las contradicciones y reproducciones de exclusión y poder dentro de
la coalición. Se nos acusa de individualistas y exclusionistas si nos
identificamos como activistas bisexuales, más claramente, se nos acusa de
malvadas enemigas por identificarnos políticamente con nuestra orientación,
como si hacer uso de la palabra Bisexual como etiqueta política restase poder
de acción a las luchas contra las discriminaciones que tenemos en común y que
siempre han sido también primer objetivo de las bisexuales: el heterosexismo,
la heteronormatividad, la igualdad de derechos civiles de todas las personas.
Identificarnos como activistas LGTB tiene su valor e importancia
en la unión de identidades minoritarias para hacer frente a opresiones y
discriminaciones comunes, sin embargo parece que por el camino olvidamos que LGTB
no es una identidad en sí, no es una orientación en sí misma, es una etiqueta política
común, que está integrada por orientaciones e identidades que tienen sus
propias opresiones diferenciadas, que están expuestas a diferentes realidades
sociales aunque compartan opresiones, LGTB se ha convertido en una identidad
superior que con solo nombrarla nos convierte en dueños de la verdad, soberanos
de la tolerancia y los seres más inclusivos de este planeta, borra la identidad
propia de las personas que integran la coalición y nos impide pasar de la
sombra de aquellas que están más aceptadas, reconocidas, toleradas y conocidas
como orientaciones, dejando sin posibilidad a que otras visibilicen sus
intersecciones relacionas con su orientación.
Me identifico como activismo bisexual no por desmarcarme del
activismo LGTB, que lo leo y no sé cómo me siguen diciendo eso ya que desmarcar
la bisexualidad del activismo LGTB sería empezar a eliminar la historia del activísimo
LGTB desde sus inicios; me identifico de esa forma porque es la primera opción
que veo para luchar contra la invisibilidad, segundo porque esto, LGTB, es una
coalición, no una identidad u orientación propia y si nos sumergimos en un análisis
estructural podríamos decir que es contraproducente e indudablemente problemático
para aquellas activistas de otras orientaciones e identidades menos empoderadas
y termina por absorber las reivindicaciones propias de esas identidades con
menos representación y poder, termina por desdibujar las intersecciones y las
discriminaciones diferenciadas así como las estructuras de opresión específicas,
homogenizándonos en un discurso marcado por aquellas que ostenta las cuotas de
representación y poder. Me complace ver que muchas más bisexuales que hacen
activismo LGTB comparten estas conclusiones y ven la importancia que hay detrás
de estas construcciones y forma de hacernos visibles, nos invita a discutir,
estudiar y reflexionar sobre la importancia o las posibilidades de contribución
que tiene identificarse como bisexual, a tener siempre presente que hablar de
nuestras necesidades específicas como bisexuales, del monosexismo como opresión,
señalar y denunciar las reproducciones de exclusión, control y opresión dentro
de la coalición y que identificarse políticamente como activista bisexual no
invalida ni tampoco nos aparta de la lucha contra las discriminaciones comunes
o por los derechos comunes que tenemos compartimos sino que nos aparta y
restringe a solo hablar de ello, nos restringe al “bien común” y al “aquí
estamos, existimos y somos válidas” por encima del éxito de un cambio sustancial de paradigmas, opresiones y
exclusiones como personas bisexuales.
A mí me diagnosticaron con lateralidad cruzada a los 5 años. Antes de explicaros en qué me afecta o afectó y por qué lo considero una neurodiversidad vamos a dejar claro qué es:
No tengo ni idea de los términos médicos, no soy experte, ni he estudiado nada relacionado con esto, pero de manera simplificada sería lo siguiente.
Nuestro cerebro se divide en dos hemisferios, el derecho y el izquierdo. Cada uno con sus funciones y, normalmente, uno predomina sobre el otro. Esto hace que tengas preferencia en utilizar una parte de tu cuerpo o la otra. Este concepto se llama lateralidad y es lo que determina si eres diestre o zurde. Queda definido cuando cumplimos los 5 años aproximadamente. Si la parte de tu cerebro que es más dominante concuerda con la parte de tu cuerpo que es más dominante, tienes una lateralidad homogénea u homolateral, independientente de si eres diestre o zurde. Serás diestre de mano, de ojo y de motricidad en general y dominará el hemisferio izquierdo, por ejemplo.
Es decir, cómo dice wikipedia: “La lateralidad es la preferencia que muestran la mayoría de los seres humanos por un lado de su propio cuerpo. El ejemplo más popular es la preferencia por utilizar la mano derecha o ser diestro.”
La lateralidad cruzada o heterogénea es cuando no hay una homogeneidad de dominación. Por ejemplo: tienes el ojo dominante diestro y el brazo zurdo. O domina tu hemisferio derecho pero en tu cuerpo domina la parte derecha. Esto afecta al aprendizaje del lenguaje y de las matemáticas, a la capacidad analítica, lógica, de comprensión y concentración, a la percepción espacio-temporal, al equilibrio, etc.
“La lateralidad (cruzada) se considera un trastorno neurofisiológico (del sistema nervioso): los influjos nerviosos que proceden de cada lado del cuerpo y que deberían confluir en los lados opuestos del cerebro no circulan ordenadamente.”
Esto es difícil de detectar, en parte porque es algo bastante poco conocido y en parte es porque los síntomas se asocian a que la persona es torpe, dejade, pasota o que no estudia o se esfuerza lo suficiente.
Los síntomas se suelen detectar en la infancia, aunque no exclusivamente (y se pueden atenuar a través de terapia). Marco en cursiva los síntomas o que tenía y ya no tengo y en negrita las características o síntomas que tengo en mayor o menor medida. Muchas de estas dificultades las he podido compensar a base de terapia y mucho esfuerzo, aunque otras siguen causándome problemas, simplemente he aprendido a vivir con ellas. He recopilado los síntomas de distintas webs citadas al final del artículo y he añadido y modificado según mi experiencia:
Lenguaje y aprendizaje:
-Dificultades para las matemáticas
– Dificultad del aprendizaje mecánico y razonamiento lógico.
-Dificultades en la ordenación de la información codificada como la sintaxis, pensamiento lógico, memorización o matemáticas.
-Dificultad en la automatización de la lectura, la escritura o el cálculo.
– Confusiones derecha-izquierda Confusión entre la suma y la resta o la mutiplicación y la división.
-Dificultades para la comprensión.
-Problemas de comunicación y relación.
-Dificultades en el lenguaje oral: fluidez, leer en voz alta, comprensión lectora y retención de la información.
-Habla poco fluida, la persona se tropieza habitualmente al hablar.
–Dificultad para tener un discurso ordenado.
-Cuesta expresar con palabras las ideas que se tienen en la cabeza.
–Miedo al hablar en público.
–Dificultades en el lenguaje escrito: Invertir letras, sílabas, números al escribir.Escribir en forma “espejo”.
-Leer siguiendo la línea del texto con el dedo o con el marcapáginas.
-Acercar mucho los ojos al libro o la pantalla.
– Mover la cabeza al leer en lugar de mover los ojos.
-Perderse al leer, saltarse líneas o incluso párrafos.
-Leer sin enterarse de qué se ha leído.
-Tener dificultades en copiar un texto de una pizarra o un libro.
-Letra ilegible.
Concentración y memoria
– Dificultad para seguir con una tarea durante un tiempo prolongado.
-Incapacidad de realizar dos tareas que otra gente hace de forma mecánica. Por ejemplo: Escuchar la radio y cocinar a la vez.
-Incapacidad de mecanizar acciones como lavarse los dientes cada día. Dificultad en recordar acciones rutinarias e interiorizarlas.
-Tener que trabajar más horas que cualquier persona neurotípica para conseguir los mismos resultados.
– Problemas de memoria
-No seguir la lectura de un libro, de una película o de una conversación, aunque te interese mucho.
-Poca “efectividad”. No centrarse en una acción. Esto causa problemas escolares y laborales.
-Despistes, olvidar dónde se han dejado las cosas o si has realizado o no una acción rutinaria como cerrar con llave.
Motricidad:
-Deficiencias motoras y funcionales. Es decir, caerse mucho, tropezar constantemente etc.
– Inestabilidad psicomotriz (problemas de equilibrio)
–Dificultad o imposibilidad para conducir o bailar, nadar, ir en bici, patinar, caminar recto o sin tropezar, deportes en general.
-Torpeza psicomotriz. Se puede ver en manualidades, capacidad de dibujar, por ejemplo. También problemas para coger un lápiz, un tenedor, etc.
-Reacciones lentas, reflejos lentos.
-Apretar mucho el lápiz al escribir.
Percepción Espacio-Tiempo
-Dificultad de calcular cuánto tiempo se tarda en realizar una tarea o en llegar a un lugar.
-Desorientación.
-No tener interiorizado qué es la izquierda y qué la derecha.
-Problemas al ordenar espacio y organizar objetos.
-Dificultad en organizar el tiempo y las tareas.
– Distinguir líneas rectas de las que no lo son (simetría)
– Dificultad en calcular distancias
De peque, con apenas 5 años, mi profe se dio cuenta de que era incapaz de pasar por una puerta sin darme de contra los cantos. Que me costaba caminar y tropezaba con todo. Así que después de muchos tests me diagnosticaron lateralidad cruzada.
Tengo el recuerdo muy claro de tener que esforzarme especialmente por levantar los pies, para caminar. La gente no entendía que no era automático para mí levantar los pies al andar o que caminar recto no entraba dentro de mis facultades.
Me costó mucho aprender a escribir. Mi letra era ilegible y como he marcado en la lista escribía las letras al revés, en forma de espejo o cambiaba sílabas. La ortografía y la gramática no se me metían en la cabeza, en ninguno de los idiomas que sé. Y eso que me hecho filólogue, pero vaya, no nos engañemos, lo hice por la poesía. Lo que es verdad es que me ha costado bastante más esfuerzo no cometer faltas de ortografía que a una persona neurotípica. Vaya, aquí también interviene el tema del clasismo, pero es otra historia.
También, a parte de esta “torpeza” que no era más que un síntoma de la lateralidad cruzada y que me causó y me causa bastantes heridas físicas, no era capaz de nadar o ir en bici, o patines. Hoy en día evito ciertas actividades porque sé que mi falta de coordinación me pondría en peligro. Al final este tipo de actividades, como conducir, requieren de una coordinación ojo-cuerpo que yo no tengo. Fui a terapia durante años para “reeducar mi cuerpo” para ser capaz de hacer todas estas cosas, aunque otras sigo sin poder hacerlas según la norma o me presentan una mayor dificultad. No tenía problemas de habla, pero sí de organización del discurso. Al final, todo esto tiene que ver con el orden, con ubicar el orden de las cosas. Por eso quizás me hice poeta, ahí mi caos era una ventaja, me podía expresar más libremente. A causa de la LC desarrollé miopía, pero que se pudo corregir con terapia.
Todo esto ha causado problemas de autoestima bastante profundos, evidentemente.
Mis problemas motrices y de memoria son evidentes para quien me conoce, igual que mi incapacidad de organizar el espacio o ubicarme en el tiempo (siempre llego pronto, no sé calcular el tiempo). También me cuesta mucho ubicar los recuerdos en un espacio temporal.
No me suelo desorientar en ciudades y calles, pero eso es porque he desarrollado mucho mi observación y me aferro a detalles que me dan pistas para ubicarme.
Pero es que es más profundo todavía, la psicóloga le explicó a mi madre lo siguiente, yo lo adapto un poco: La gente neurotípica tiene en la mente un montón de cajones con etiquetas que les dicen dónde se ubican las acciones que tienen que llevar a cabo y en qué orden. Lo saben de memoria y lo automatizan. Saben su ubicación y en qué momento abrirlos y cerrarlos. Las personas con lateralidad cruzada tienen estos cajones sin las etiquetas y no se acuerdan en qué orden abrirlos y qué hay en ellos, tienen que aprenderlo de memoria y buscar maneras de no olvidarlo. Mi manera de pensar y mi mundo interior también se ven regidos por esto. Por eso se me conoce como a una persona caótica, poco racional, con problemas de entender el pensamiento lógico (cómo las ciencias, pero también el discurso académico). Acostumbro a expresarme y pensar desde un lugar más emocional porque no hilo mis pensamientos de una forma ordenada. Esto no quiere decir que no haya aprendido con los años a adaptarme a los discursos y la forma neurotípica, pero no deja de ser un adaptación por mi propia supervivencia. Por eso para mí a+b=c es difícil de entender. Porque cuando he entendido a y me pongo a entender b ya he olvidado lo que era la a y porqué está allí y por qué están en este orden y qué sentido tiene. Un ejemplo práctico: Yo cada día me tengo que recordar activamente de lavarme los dientes. Mi mente no lo tiene automatizado, porque el cajón de “1.Lavarse los dientes” no tengo ni idea de donde está. Así que tengo que hacer un esfuerzo diario para no olvidarlo y para no olvidar que luego tengo que ponerle comida al gato. Tener una rutina para mí es muy difícil, aunque en mi caso la necesito. Pero no automatizo las acciones, no tienen un orden espacio-temporal en mi mente. Da igual si cada día voy a la misma hora al mismo sitio. Cada vez tengo que intentar recordar y calcular a qué hora salir (siempre me equivoco) y cómo llegar.
Pero tengo mis trucos y estrategias. Y esto es lo que he hecho toda mi vida. Intentar buscar maneras de acordarme de cuando y en qué orden se hacen las cosas e intentar entender el mundo con la lógica de las personas neurotípicas que tienen la facilidad de mecanizar todos sus actos y no tener que pensar en ellos continuamente. Por eso digo que soy despistade, porque para mí es muy fácil olvidar qué cosas hacer, DÓNDE y CUÁNDO he dejado las cosas, cuando hice o dejé de hacer o decir X (por eso me repito tanto) etc.
Algunas cosas sí que he mecanizado. La lectura, la escritura, el caminar (más o menos, porque mi tendencia sigue siendo no levantar los pies) etc. Pero me ha costado más que a personas neurotípicas.
El tema es que cuando hablo de esto o lo quiero nombrar como parte de mi diversidad funcional y mental la gente se ríe de mí o lo minimiza. No parece importante, no parece relevante. Me llaman exagerade, que no es para tanto. La incomprensión es muy invalidante. A la vez esto forma una gran parte de mí, aunque yo pueda esconderlo, maquillarlo o lo que sea. La gente no sabe el esfuerzo que hago a diario por no darme golpes contra farolas, motos, puertas y demás objetos, por subir y bajar escaleras sin que suponga un peligro mortal, por no olvidarme de lavarme los dientes, ducharme, hacerme la cama o desayunar, o sea de mantener unas rutinas u obligaciones. No me es tan fácil ubicarme en general en el mundo. Todo esto ha afectado muchísimo mi autoestima y mi confianza, porque en mi infancia todos estos síntomas eran más evidentes y más agudos, porque estaban sin gestionar y tampoco los sabía esconder o disimular. Esto me provocaba sentirme diferente, sentir fracaso, sentirme inferior y est*pide, porque claro si no se te da bien la lógica y el pensamiento racional, tu pensamiento no es válido y tú vales menos. Y todavía acarreo esa sensación de inferioridad por no entender o no poder expresarme de una manera lógica y académica o, que si lo hago, no se corresponda con mis pensamientos. Es frustrante que, además, este esfuerzo por encajar en el mundo no se vea traducido en resultados y cómo de fácil es rendirse y no querer salir de casa, ni moverse, ni bailar, ni nadar, ni ir en bici, ni caminar por no hacer el ridículo, ni hablar en público, ni estudiar, ni escribir, ni dibujar, ni querer vivir con nadie porque odian que te olvides de que tienes que tirar de la cadena. Sí, eso tampoco lo tengo mecanizado. Además, es que la gente se irrita fácilmente por tus “despistes” y falta de “organización”, y lo entiendo, porque puede acarrear problemas. Lo que pasa es que la gente se cree que todo esto lo hago por falta de interés o ganas. De ahí que haya conflictos, que se me pueda ver como una persona “poco eficiente” o “perezosa” para el capitalismo, que se crea que paso de todo o que no hago las cosas por desconsideración, cuando la realidad es que no me acuerdo de hacerlas. “Pero si tienes que quitar la caca del gato cada día! Cómo puede ser que no te acuerdes?!”. Pues porque tengo problemas con automatizar las acciones, lo que decía. Por eso intento hacer las cosas al instante, porque si lo dejo para luego no me acordaré, quizás en días o quizás definitivamente. En el caso del gato, me acordaría porque Oskar (el nombre del gato con el que vivo) se quejaría y entonces me daría cuenta de lo que pasa. Pero no siempre ocurre asi.Tengo agenda y me sirve, pero recordar mirar la agenda es otra cosa a automatizar. Es todo un mundo.
Mi falta de concentración tampoco es por falta de interés. Me interesa mucho nuestra conversación, pero mi atención se desvía y sé que es una mierda, intento que no pase, pero tiene que ver con todo esto que estoy contando y no con que no me intereses tú.
Yo misme paso de explicar a todo el mundo esto. Me limito a decir que sí, que soy torpe, que soy despistade, que soy de mente más abstracta, que la lógica no es lo mío, que me cuesta la ortografía, que soy un desastre, que soy desorganizade, que soy desordenade, que soy disperse etc. Es más fàcil. Porque si digo que tengo lateralidad cruzada me dicen que eso es una excusa, que me apoyo en eso para no “mejorar como persona” (vaya concepto de mierda realmente). Me dicen que me aferro a eso para justificar mis defectos. Pues si supiesen cuánto me esfuerzo para que esos “defectos” desaparezcan y cuantos traumas y falta de autoestima me han ocasionado, quizás no me lo dirían. Pero la gente no sabe nada de esto y cuando lo explico lo subestiman. Por eso he querido explicarlo aquí más extensamente.
Es la primera vez que escribo en serio sobre esto, así que me siento vulnerable. Pero quería visibilizarlo, porque conozco a más gente que tiene LC, diagnosticada o no y se sienten como una mierda y se culpabilizan por ser “un desastre”.
Creo que queda claro por qué es una neurodiversidad. Más allá de que sea un tema genético o no, nuestro cerebro es algo diferente y con ello nuestras capacidades y limitaciones son distintas a las normativas y vistas como deseables, sobre todo por el capitalismo. Al final quiero decir que también me atraviesa el capacitismo por todo esto y sé que para otras personas puede parecer que son nimiedades, pero influyen mi vida y me atraviesan todos los días. Que tú no lo veas es otra cosa.
Para terminar, como postdata, quería enfatizar que en todas las webs que he consultado, a parte del lenguaje y las ideas capacitistas, se hace mucho énfasis en cómo corregir las dificultades de lenguaje y motricidad, porque parecen más urgentes. Porque son más productivas para el sistema. En cambio el tema de la mecanización de las acciones y los problemas de ubicación espacio-temporales, parece que se tratan como aspectos menos importantes. Porque claro, son temas que atañen a la persona y no afectan tanto a tu productividad y efectividad. Al final interesa lo que interesa, aunque el problema de mecanización y la falta de ubicación espacio-temporal me hayan marcado más y me afecten mucho más que el escribir en forma de espejo o darme golpes (aunque también sea algo importante y que me afecta, obviamente), pero es que se ven como anécdotas en comparación a no saber escribir bien o no saber hacer una división. Ah, sigo sin saber hacer divisiones, que conste.
Espero que todo esto os haya servido de algo o tengáis más información o curiosidad.