por wuwei (natàlia)
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La competitividad es una situación en la que dos o más personas entran en lucha para poder obtener alguna cosa. Esta lucha, evidentemente, implica que una (o unas pocas) ‘gana’ y la otra (o las otras) queda fuera (excluídas). La idea de que se tiene que luchar para conseguir alguna cosa puede estar basada en la suma de varias creencias, normas sociales y deseos inducidos muchas veces por estas creencias y normas (o también porque no tienes más remedio, ya que no entrar implica, como veremos, quedarse totalmente fuera, excluída, y no poder ni tan siquiera poder recibir cuidados o un mínimo de reconocimiento). Estas creencias y normas son, por ejemplo, la suposición de escasez (donde se cree que solamente una o pocas pueden obtener alguna cosa porque escasea), la suposición de propiedad (solamente una persona puede obtener esa cosa y ser la propietaria, evitando que les otres también la puedan disfrutar), o la voluntad de acumulación (como más cantidad tengamos de alguna cosa mejor, y esto también pasa por evitar que les demás la tengan o que la tengan en una cantidad más limitada). Por tanto, bajo estas premisas para poder obtener alguna cosa tienes que excluir a otras personas.
En la estructura monógama las relaciones pueden dar ciertos privilegios (por ejemplo, tener una pareja te da una serie de privilegios sociales), te pueden dar cierto prestigio (por como está considerado socialmente tener un cierto tipo de relación con un cierto tipo de persona) o bien se puede obtener algún ‘beneficion’ al consumirlas (no solamente de forma física o sexual, como se suele señalar, sino también de forma emocional). Por tanto, las relaciones pueden acabar viéndose como un ‘trofeo’; o más bien podríamos decir quee por defecto en nuestra sociedad las relaciones se ven como un ‘trofeo’. Esta idea proviene del pensamiento monógamo y se repite en las no-monogamias de pensamiento monógamo: acumular más trofeos y/o seguir consumiendo relaciones. Esto, juntamente con las creencias presentadas anteriormente, fomentan la competitividad que se daría para poder obtener este tipo de prestigios o beneficios. Además, por otro lado, aunque lo que se quiera en una relación no sea una especie de trofeo o de prestigio, si lo que se quiere es afecto, atenciones, compartir, compromisos o cuidados, debido a la misma creencia de escasez, o a la de que solamente una o pocas personas pueden acceder, también hace que se acabe compitiendo sin necesidad de querer obtener ningún premio en ‘especial’. Finalmente, esto acaba arrastrando a todes aquelles que no entrarían a competir para obtener trofeos ni consumir, o aunque no creyesen que el afecto, los cuidados o los compromisos no se pudieran compartir con otras personas, ya que en este contexto, que ya es competitivo de por sí, el riesgo es quedarte excluíde.
Una de las consecuencias de la competitividad es la exclusión, que vendrá dada la mayoría de las veces por cuestiones estructurales: la persona que tiene menos características que la hacen buena para competir en esas circumstancias. Si hablamos de relaciones puede ser desde la menos guapa, a la más introvertida y/o que tiene menos facilidad para poder socializar, pasando por la que menos dinero tiene, la que tiene menos capacidades (socales, emocionales, o físicas), o la que su género hace que su relación no pueda competir con el privilegio de una relaicón entre dos personas de géneros diferentes. No todas las personas partimos desde la misma posición, algunas estamos colocadas en una posición estructuralmente inferior comparadas con otras personas respecto una relación en común. Esta situación pone a les que tienen menos privilegios en situaciones más vulnerables excluyéndoles de forma más frecuente. Fomentar este tipo de competitividad acaba reproduciendo cuáles son los valores sociales ‘positivos’ marcados por las estructuras y se acaba reproduciendo violencia estructural: machismo, heterosexismo, racismo, gordofobia, capacitismo, clasismo, etc.
Esta lucha, además, lleva a muches a un desgaste energético, de tiempo y de atenciones considerable debido a que cuando estás compitiendo tienes que focalizarte mucho en esa relación para conseguir ser reconocida. Debido al desgaste de recursos sin que esté habiendo un ‘intercambio’ suficientemente justo o sensible, se acaba llegando a una explotación (que beneficia a la persona que hay ‘en medio’ por la que se está compitiendo), un desgaste y también una alienación (ya que al final tampoco te queda tiempo para otras personas o relaciones).
A partir de mi experiencia he podido vivenciar y detectar tres tipos de situaciones diferentes en las que se suele dar competitividad en las relaciones. El primer tipo de situación se daría por como generamos y creamos los espacios que compartimos; diciendo ‘crear espacios’ me refiero a espacios también virtuales (grupos de debate, foros, grups de whatsapp, etc), no sólo físicos, y no sólo a través de como se reparte el espaio, sino también las normas y referencias que se crean (explícitas e implícitas) entre muchos otros factores. Normalmente por defecto se suele pensar muy poco en este aspecto y tdos los espacios acaban reproduciendo estructuras de poder y jerarquías: un ejemplo simple sería el de un piso estándard donde la habitación principal suele ser pensada para una pareja y no para que puedan dormir más de dos personas juntas, reproduciendo la estructura monógama y amatonormativa. En este ejemplo se da el caso de que para poder dormir en compañía, la lucha por este espacio y a la vez por ver quien lo puede ocupar, puede estar excluyendo a otras persoans. Pero si vamos a casos más complicados, podríamos pensarnos como organizamos normalmente los eventos sociales donde queda poco espacio para pensar como se gestionan las interacciones teniendo en cuenta todas las estructuras, y muchas personas quedan excluídas de la posibilidad de poder conectar con otras personas que asisten, reproduciendo capacitismo (las personas con menos capacidades sociales quedarían más excluídas), presiones estéticas, entre muchos otros factores.
El segundo tipo de situaciones competitivas se darían cuando una persona que está teniendo dos o más relaciones no es sensible a como trata a éstas y las pone en situaciones en que tienen que competir entre ellas. Esto acaba beneficiendo a quien le es mucho más fácil conseguir tener una relación más ‘reconocida’ socialmente debido a tener más privilegios. Por ejemplo, una relación entre un hombre y una mujer disfrutará de más privilegios y será más fácilmente reconocida que la de dos mujeres; o bien, una relación con una persona con unas capacidades socales más grandes también podrá ser más reconocida socialmente como relación. Y, finalmente, otra situación de competitividad se daría si es tu metarelación (la relación de tu relación), o tú misme, la que querría (de forma consciente o inconsciente) competir con le otre, poniéndoos en una situación de competición intentando hacerse con la relación que tenéis en común a través de mecanismos muy diversos.
Las situaciones de competitividad pueden llevar fácilmente a emociones relacionadas con la exclusión, o con el miedo a esta exclusión, o bien a este sentimiento constante de comparación en la que te sientes pequeña, especialmente cuando te comparas en términos estructurales (si padeces, por ejemplo, de gordofobia, capacitismo, entre otras estructuras, es muy probable que este sea un motivo más para sentir este miedo y de estar constantemente sintiendo que tienes que competir con quien no padece estas opresiones y estructuras). Estas emociones se podrían traducir e interpretar muchas veces también como ‘celos’. Normalmente cuando se habla de celos se suele señalar sólo como un conjunto de emociones que provienen de falsas creencias y de la necesidad de apropiarse de otra persona (como que yo quiero que una persona, mi pareja, sea de mi propiedad, cuando está con otra persona esto me genera unas emociones que me hacen sentir mal). Esta forma tan excesivamente resumida de explicar los celos borra todas las otras veces donde este conjunto emocional proviene de situaciones donde se te está tratando de una forma injusta respecto otras personas o bien que estás padeciendo una situación de exclusión o de competición.
Una de las cosas que no paramos de repetir en entornos no monógamos es que se tiene que conseguir sustituir los celos por la compersión (sentimiento de felicidad o placer debido a que tu relación está con otra personas que no eres tú). Este émfasis hacia la compersión desvía totalmente la atención de como tratar los celos intentando sustituirlos por otra supuesta emoción que no permite poder señalar situaciones injustas y a la vez no deja de recaer en un ideal absurdo de hacer émfasis de que nos tenemos que sentir de alguna manera cuando las personas con las que nos relacionamos están compartiendo algo con otras personas. Si en los mitos del amor romántico y la monogamia, los celos son una muestra de amor, en los discursos no monógamos se ha substituído por la compersión como el ideal de muestra de amor. Pero esta compersión no se traduce en acciones concretas que ayuden a generar relaciones más o menos justas, sino que la desvían y quitan la atención en intentar analizar de donde podrían provenir los celos, especialmente cuando se trata de situaciones de exclusión, competición o de otras situaciones injustas.
¿Realmente qué soluciona substituir todo tipo de emoción interpretada como celos por la compersión? ¿Es necesario que yo tenga que sentir alegría? No digo que no esté bien o que no sea bonito sentir alegría, sino que me planteo si es necesario. ¿No es mejor hablar de qué propuestas podemos presentar para evitar relaciones de maltrato, cuáles son las formas más justas o no de relacionarse para también ocuparnos y responsabilizarnos de las emociones que provocamos a otres en situaciones injustas o violentas? Una propuesta alternativa, más práctica, a la compersión es la cooperación. La cooperación nos permite tener en cuenta a las demás personas, a su existencia, y por tanto a pensar como ser sensibles les unes con les otres para no ponernos en stuaciones de competición. Nos permite pensar en acciones, en entender cuál es la situación de cada une, en vez de centrarnos simplemente en substituir una emoción por otra, como si esto arreglara alguna cosa. La cooperación nos permitiría dejar de querer ‘curar’ mis emociones, inseguridades y miedos, generando a les demás, que es lo que pasa muchas veces cuando ‘para curar mis inseguridades’ respondemos competiendo y excluyendo a otres. Esto no quiere decir que no nos tengamos que ‘curar’ ni que no tengamos que prestar atención a lo que se está sintiendo; pero en vez de competir y echar a otre, a lo mejor podríamos ser conscientes de le otre y ayudarnos entre todes a curarnos las heridas que el patriarcado y el capitalismo nos han ido dejando.