por wuwei (natàlia)
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aviso de contenido: capacitismo, neurocapacitismo, exclusión
Las relaciones se han convertido en una parte importante (y principal) de mis preocupaciones. Uno de los motivos de esta preocupación es que las relaciones son el vehículo de la violencia estructural y porque, además, somos dependientes de ellas: tenemos una interdependencia con el entorno (y por tanto también dependemos de las personas que nos rodean y con las que nos relacionamos). Sumado a todo esto, a mí las relaciones siempre me ha costado llevarlas con una cierta “normalidad”: me han pesado, se me han hecho incomprensibles y complicadas. Esto es debido a que me cuesta entender el funcionamiento “normal” (tipificado) de la gente, descifrarla, leerla o ver aquellas normas sociales escondidas, implícitas (no explicadas de forma más explícita, sino que se tienen que interpretar), supuestas y que todes parecen comprender: aquellas que socialmente se cree que yo tendría que entender también “por defecto”. Las situaciones conflictivas se me hacen cuesta arriba, ya que mis necesidades en la comunicación no suelen encajar con las que “tienen que ser” (incluso en algunos momentos se confunden y se interpretan como hostiles o esquivas) que, sumado al factor de que debido a mi género mis necesidades han sido negadas de forma sistemática, hace que muchas veces sienta la necesidad de evitar y rechazar el conflicto. Todo esto también ha sido un motivo por el cual las relaciones se han convertido en el centro de muchas de mis reflexiones.
Las relaciones también son un vehículo de violencia totalmente normalizada, implícita y reglada. Otro motivo que hace de las relaciones un tema tan importante es que las estructuras de poder se reproducen a través de éstas: la opresión consiste en un conjunto de mecanismos que se articulan a través de las relaciones a escalas muy diferentes (relaciones afectivas, amorosas, sexuales, familiares, laborales o institucionales, entre otras). Las estructuras, a través de estos mecanismos relacionales, excluyen, marginan, explotan, alienan, desempoderan o violentan. Las técnicas de dominación se ejercen de forma muy “normalizada” a través del lenguaje, de las normas sociales o de la forma de expresarnos (no solamente verbalmente, sino también corporalmente).
Finalmente, con todo esto se añade que por defecto la forma de relacionarnos está basada en el capitalismo de las relaciones (muy ligado al pensamiento monógamo y relacional en general): la objetificación con la que nos relacionamos por defecto (que hace que veamos a las demás personas como “objetos” para satisfacer nuestros deseos y necesidades sin tener en cuenta los de la otra persona), la competitividad entre personas para poder ser reconocidas por una misma relación, el consumismo relacional, o las demandas que excluyen a personas con menos privilegios y que benefician a quien más privilegios tiene. De esta manera tan violenta, las personas que quedan más en los márgenes, ya no solamente por su género o por su orientación sexual, sinó también las feas, las gordas, las personas con diversidad funcional, las neurodivergentes, las pobres, las racializadas… tienen/tenemos muchas más probabilidades de quedarse/nos “fuera”. Quedarse “fuera” puede tener muchas implicaciones: tanto afectivas, físicas (como el capital sexual), de salud (tanto mental como física también), o incluso económicas, entre otras.
En este grupo de “excluídas” estamos también aquellas que tenemos formas de comunicarnos que suelen ser interpretadas como “poco naturales”, “frías”, “dramáticas”, “extrañas” o “poco sinceras”: las que no podemos mirar a los ojos cuando nos hablan, las que nos cuesta el contacto físico en situaciones emocionalmente complicadas (o simplemente que no les gustan ciertas proximidades o contactos físicos), las que necesitamos de un contacto (físico o no) especial para no sentirnos solas, las que no podemos decir las cosas con “naturalidad” y “tranquilidad”, las que necesitamos muchas veces pausar (incluso durante días) una conversación o discusión para calmarnos o reflexionar nuestras emociones y respuestas, las que padecemos de ansiedad, las depresivas, las compulsivas, las “demasiado” intensas, las que se interpretan como “demasiado poco empáticas”, las que necesitamos más atenciones, o las que no podemos siempre llevar las conversaciones “difíciles” cara a cara o necesitar expresar ciertas cosas a través de escritos, por chats u otras vías que nos permitan cierta “calma” y reflexión.
Estas personas somos a menudo expulsadas de algunas no-monogamias, aquellas más normativas o liberales. No obstante, no nos pensemos que se lo han inventado este tipo de no-monogamias, sino que es un pensamiento heredado de la monogamia y que lo que hace es multiplicarlo: es el capitalismo de las relaciones. Solamente las personas que se expresen tal como está estipulado que es “normal”, les que consiguen controlar el arte de la dominación a través de herramientas “neutras” como la comunicación no violenta, o les que reaccionan delante de los eventos con un drama “aceptable” a través de unos parámetros drama-normativos, serán les que ganen el premio de poder ser considerades válides para poder tener “relaciones” y para entrar en el club de estas no-monogamias de alto standing o “privilegiadas”.
No os penséis que me estoy inventando nada. Un ejemplo bastante descarado de lo que estoy comentando está en el libro de More than Two. Tengo que admitir que este libro me gustó bastante, recomiendo su lectura ya que hace una crítica importante hacia las relaciones jerárquicas y sus consecuencias (aunque no me identifico como poliamorosa y creo que le falta extender la crítica más allá de las relaciones románticas y sexuales). Ahora bien, solamente hace falta llegar al subcapítulo “Mental Health Issues and Poliamory” (dentro del capítulo 21 titulado “Poly Puzzles”) donde habla sobre salud mental para darnos cueta de que todavía nos queda mucho trabajo por hacer (en cuanto a discurso inclusivo, no a las personas que nos atraviesa el tema de la salud mental). Este subcapítulo básicamente lo que dice es que hay personas que debido a tener una salud mental más precaria o padecer de ciertos “trastornos” o neurodivergencias no podemos ser no monógamas: resumiendo de forma llana lo que dice es que las personas con depresiones, ansiedad, trastornos diagnosticados u otras neurodivergencias no podemos llevar las relaciones con “facilidad” y por tanto no podemos ser no monógamas porque se nos multiplica la complicación. ¿No hubiera sido más adecuado haber concluido que algunas no-monogamias se han construido con un discurso que excluye a las personas con trastornos o con neurodivergencias? ¿O, de forma ya más general, que hemos heredado socialmente un discurso sobre las relaciones que excluye a una parte de las personas? Evidentemente, un discurso donde los cuidados se contemplan de forma simplista, superficial, donde campa el individualismo, la competitividad y el consumismo relacional con discursos como “tenemos que adaptar nuestras relaciones a nuestras necesidades o gustos”, acaba excluyendo a todas aquellas que complicamos tal simplicidad y tal violencia relacional normalizada que solamente beneficia a quien más privilegios tiene.
Me gustaría remarcar que toda la dificultad que he expresado al principio del texto que me representan las relaciones no viene dada por la diferencia entre mi forma de funcionar y la que se ha estipulado como la que “tiene que ser”. El problema de base no es que haya diferentes formas de funcionar y diferentes necesidades, sino que el discurso sobre las relaciones no es sensible a las diferencias en comunicación, necesidades, o reacciones emocionales, y por tanto solamente beneficia a un funcionamiento: el “normal”. Si en vez de funcionar a través de normas implícitas que se tienen que suponer lo hiciera a través de la sensibilidad a la diferencia esta dificultad estaría repartida y suavizada. Es más, no solamente nos facilitarían la existencia a las que funcionamos de forma distinta, sino que sería una forma de romper con estructuras de poder, dominación y de generar relaciones más horizontales. Y de paso, romper también con el pensamiento monógamo, ya que es el que de por sí mismo nos excluye desde el principio.