En la monogamia el concepto de la responsabilidad en las relaciones está muy asociada a las relaciones de pareja e íntimamente ligada a la fidelidad monógama (sexual, económica, de proyectos, crianza, etc), donde existe un tipo de pacto implícito de responsabilidad mutua donde existe un supuesto apoyo hacia el otro en cuanto se hace el “sacrificio” de no compartir ciertos aspectos de nuestra vida con otres (aunque las responsabilidades en la relación son diferentes según el género, y también el supuesto sacrificio y fidelidad se reparten de forma desigual). Romper con este tipo de fidelidad comporta abrirse a un abanico muy grande de posibilidades, pero a la vez también comporta dejar un vacío muy grande en como entendemos la responsabilidad en las relaciones, para acabar finalmente borrándola, ya que coloca a estas relaciones en una posición muy parecida a aquella en la que se pone a las relaciones de amistad o que no caen en el vínculo de pareja, familiar tradicional o el del trabajo (un vínculo estructuralmente capitalista). Es por este motivo que el consumismo relacional es tan fácilmente reproducible en las no-monogamias, y es uno de los grandes problemas del pensamiento liberal cuando hablamos de relaciones. Es en este contexto donde se puede generar mucha violencia relacional invisible y donde, por tanto, se ha creado la necesidad de hablar más de temas como la responsabilidad.
Desde hace un tiempo se está compartiendo mucho el concepto de la “responsabilidad afectiva” para intentar romper con este liberalismo/individualismo y recalcar que la responsabilidad no es solamente individual, sino que lo que haces no solamente te afecta a ti misme y que tenemos una responsabilidad hacia las demás personas a través de cómo nos relacionamos y como nos vinculamos. Así se pueden construir otras maneras de relacionarnos que rompan con el individualismo con el que normalmente se abordan algunas no-monogamias. Tenemos una responsabilidad con nuestros afectos. Aunque en algún momento he visto aparecer por las redes alguna versión de este concepto bastante individualista definiéndola como la responsabilidad que tenemos en no afectar con “nuestros problemas emocionales” a les demás, esta versión no es la mayoritaria, por suerte, y es la excusa con la que típicamente las personas más privilegiadas se han desresponsabilizado de sus relaciones.
No obstante, sobre esto ya hay muches que están hablando y creo que no siento la necesidad de añadir mucho para intentar explicar que somos responsables de cómo nos relacionamos y cómo afectamos a las personas. Sobre esto está lleno este blogsin tener que usar este concepto concretamente. Solamente siento una falta, que no es pequeña para mí, y es sobre quien se aplica este concepto, sobre qué tipo de relaciones y sobre cuáles no. Y de aquí la necesidad de escribir este texto. El problema es que no me acabo de sentir del todo cómoda con cómo se utiliza este concepto haciendo énfasis en el “afectiva” como eufemismo para acabar casi siempre hablando, en realidad, de lo romántico y/o sexual (aunque a veces quien utilice el concepto en sí no lo esté asociando solamente a este tipo de relaciones). Muchas veces se enfatiza que este tipo de responsabilidad se tiene que aplicar en las relaciones sin “etiquetas” o sin un compromiso explícitamente de pareja, pero se sobreentiende la mayoría de veces que estamos hablando de relaciones sexuales o que tienen algún componente sexual y/o romántico: o sea, relaciones sexoafectivas no etiquetadas, fluidas o “rollos” sexuales. Casi nunca se habla de amigues, de compañeres, de aquelles con quien compartes proyectos o espacios.
Pocas veces se habla o se entiende que las relaciones tradicionalmente de amistad se incluyen. Socialmente parece como si el resto de tipo de relaciones no necesiten de responsabilidad, o bien se da por supuesto que existe por defecto. Por tanto, nos encontramos que, aun ser un paso adelante para romper con discursos liberales de las relaciones, deja fuera todas aquellas relaciones que ya se dejaban fuera de toda responsabilidad también en la monogamia y se sigue dejando la puerta abierta al consumo en este tipo de relaciones.
Ser responsables de nuestras relaciones implica aceptar y reconocer que nos estamos relacionando múltiplemente y que fuera de la pareja o de las relaciones sexuales también nos estamos diariamente sustentando, ayudando, cuidando, viviéndonos y atravesándonos. Y si no lo sentimos o no lo vemos es porque tenemos suficientes privilegios como para que muchas de nuestras necesidades se nos den por defecto socialmente sin que ni lo tengamos que percibir. Hablar de responsabilidad “afectiva” sin hablar de todo tipo de relaciones donde se comparte cierto tipo de afecto, o bien, digámoslo claramente, obviar la responsabilidad relacional también más allá de lo que consideramos “afecto”, es olvidarnos de que la responsabilidad es social y es muy amplia. Si no, ¿qué quiere decir relacionarnos con nuestro entorno? No somos seres aislados que solamente nos vinculamos a través del afecto o de lo romántico o sexual. Hablar de relaciones es hablar de vínculo con lo que nos rodea, es hablar de inter-dependencia (o intra-dependencia), y es, por tanto, hablar de responsabilidad mutua con todo lo que nos rodea, sea a través del tipo de relación que sea. O a lo mejor lo que tendríamos que hacer es, simplemente, ampliar el propio concepto de afecto.
contenido: objetificación, consumo de relaciones, jerarquías, relaciones jerárquicas, utilitarismo
Una de las cosas que me atrajo de algunas formas de ver y vivir las no-monogamias fue la de deconstruir el concepto de pareja y todo lo que le rodea, pero también, y, sobre todo, valorar mucho más otras relaciones, como aquellas que solemos llamar “amistad” o relaciones donde se comparten proyectos que son de importancia. Las relaciones de importancia no pueden estar centradas solamente en las relaciones románticas y sexuales, existe un gran mundo fuera de estas relaciones de las que, sin nosotres darnos cuenta ni quererlo aceptar, dependemos y normalmente las tenemos poco en cuenta, o bien no valoramos la organización familiar alrededor de ellas. No obstante, es difícil que nos demos cuenta de ello porque casi todo el imaginario social se centra en valorar sólo aquello que nos aportan las parejas y, también a la inversa, sólo compartir con las parejas aquello que consideramos importante.
Pero no es suficiente en afirmar que las “demás” relaciones (como si de una alteridad se tratara) son importantes. Me he dado cuenta (o he sentido) que muchas veces cuando se intenta hablar de la importancia de las relaciones que no son sexuales ni románticas se hace, seguramente sin intencionalidad, a través de un paradigma también capitalista: el de la utilidad y/o el del elemento decorativo que le da un toque bonito (y diverso) a tu vida. Repetir muchas veces lo maravillosas que son estas otras relaciones por su utilidad, o bien porque “enriquecen” la diversidad en tu vida no es, de por sí mismo, una cosa que rompa con las jerarquías ni con el hecho de no tenerlas en cuenta. Es un acto de consumo más si no va acompañado de un reconocimiento real. Esto lo acabas sintiendo sobre todo cuando intentas construir tus relaciones alrededor de estas alternativas, pero el terreno se vuelve excesivamente inestable alrededor de todos estos discursos y de muchas personas que repiten estos mantras.
El problema que vivo y siento a menudo es que se habla de este tipo de relaciones desde un punto de vista consumista porque son “útiles” para nosotres y “enriquecen” nuestro entorno, mientras a la vez jerarquizamos y otorgamos todo el poder de decisión en nuestras vidas (y sobre aquellas relaciones “alternativas”) a unas otras pocas personas. O sea, se confunde muy a menudo el concepto dejerarquía o no jerarquía con el simple hecho de cuantos tipos de personas consumo o no, en vez de comprender la raíz del ejercicio de poder y del consumo en sí mismo que es producto de las relaciones jerárquicas. Entiendo, no obstante, que tampoco me gusta el discurso de que somos seres independientes que no necesitamos de nuestro entorno y que nos tenemos que llenar a nosotres mismes, pero tampoco me gusta el de ver el utilitarismo de las personas que nos rodean. En el fondo, creo, lo que no me gusta es, precisamente, el propio concepto de llenar y de utilidad. Las personas somo esto, personas: nos necesitamos, pero somos importantes por nosotras mismas no por nuestra utilidad ni por como decoramos el espacio con nuestra existencia. Pasamos de que sea una sola persona la que nos llene a buscarlo en varias, viendo, solamente, su utilidad, mientras a la vez cantamos aquello de que somos seres independientes que no necesitamos a nadie para llenarnos porque nos es fácil obtener las cosas de nuestro entorno sin mucho esfuerzo gracias al consumo que hacemos de otras personas.
Las relaciones fuera de las románticas-sexo-afectivas en este marco se acaban convirtiendo en una especie de fetiche, decorativo, donde quedan totalmente objetificadas y, a la vez, en realidad, muy poco tenidas en cuenta. Es este uno de los miedos que siempre tengo con discursos con los que siempre he empatizado y que yo misma he utilizado. De hecho, yo hace muchos años que no tengo ninguna pareja, y cada vez más intento organizarme alrededor de otros tipos de relaciones. Para mí, todas estas cuestiones son importantes, no solamente por no querer caer, como me ha pasado mil veces, en relaciones donde se te dice que tienes cierta importancia, pero te das cuenta que no eres más que un elemento decorativo o útil, sino también por no querer caer en tratar a la gente como meros objetos que ayudan a hacerme la vida más fácil.
contenido: mención de consumo relacional, jerarquías, monogamia, estrés postraumático y miedo/pánico
Hace unos meses (o más bien hace un poco más de un año) tuve una crisis muy fuerte con muchas de las cosas en las que estaba implicada, no solamente como filosofía de vida, sino también haciendo activismo (en mi vuelta al blog lo expliqué aquí). Esta crisis se unió a un proceso personal y terapéutico donde una de las consecuencias fue poder tener espacio y reflexión para entender mejor qué quiero y necesito en general (una pregunta que me parecía obvia y contestada mucho antes, pero que no lo estaba en absoluto). Una de las cosas de las que más había renegado últimamente en este proceso intenso han sido las no-monogamias, que eran, además, una de las cosas sobre las que más había escrito y de las que llevaba con más orgullo. A lo mejor era también esto, una desilusión de todo aquello en lo que había puesto tantas ganas y energía. Tengo que admitir que aquí se mezclan muchas cosas: por un lado, un enfoque de las no-monogamias que no era lo que yo realmente necesitaba o quería; por otro lado, una sensación y la angustia de sentir un consumismo relacional considerable en estos entornos; sumado a esto también he sentido una divergencia entre como yo y algunas utilizábamos ciertos conceptos y palabras y su uso más generalizado; y, finalmente, he tenido una tendencia a mandar a la mierda muchas cosas debido a mi estrés postraumático generado por ciertas relaciones y agresiones (que poco a poco se va diluyendo).
La verdad es que yo entré en las no-monogamias de una forma más bien política y por un interés en un estilo de vida que intentara romper con el modelo de familia tradicional jerárquico, que nos aísla del resto del mundo, individualista, capitalista y patriarcal. Por tanto, en realidad, mi interés era más bien comunitario y no tanto en intentar multiplicar parejas románticas y/o sexuales, esto para mí era más secundario, solamente una consecuencia a la crítica de la monogamia más organizativa. Nunca me he identificado como poliamorosa, seguramente por este motivo. Mi interés era construir otras formas más solidarias y comunitarias de vivir. No estoy diciendo que el poliamor no sea solidario ni comunitario, ni que no haya personas poliamorosas con prácticas parecidas a las que yo buscaba. También sé que hay gente que define el poliamor a través de estas prácticas. Pero a mí no me hacía sentir cómoda la etiqueta, sin entrar a criticar a quien la utiliza. Cada une se identifica con lo que siente y puede, sin que esto implique una guerra de etiquetas.
Siempre he sentido una desconexión muy grande de la mayoría de experiencias que se comparten en grupos sobre no-monogamias, así como también sobre conceptos como responsabilidad, libertad o jerarquía. He sentido muchas veces estar usando palabras que se contradecían o que no coincidían con su uso mayoritario. Es como aquello de llamar democracia al sistema en el que vivimos, donde después tu (o yo, u otras personas) puedes pensar o sentir que esto no es realmente una democracia, o no lo definirías como tal, pero el uso generalizado es el que es y lo tienes que aceptar de alguna manera para moverte, entenderte con estas personas y poder comunicar lo que quieres. Con muchos conceptos usados en discursos no monógamos, como libertad, responsabilidad, compromiso o jerarquía (especialmente esta última) pasa algo parecido, su uso general no coincide con cómo lo podemos ver algunas personas. Esto se tiene que aceptar de alguna manera, porque tienes que moverte a través de esto. A mí siempre me ha costado esta parte, pero tampoco quiero dejar de lado cuál es mi percepción e idea sobre estos conceptos y poder seguir hablando de ellos desde un punto de vista crítico.
Una vez empiezas a entrar en las comunidades no monógamas la mayoría de las preocupaciones y debates son los típicos de cuando centras tu no-monogamia en el número de parejas o relaciones sexuales: celos, como gestionar el hecho de tener más de una pareja, sexo, compersión, NRE (New Relationship Energy), crianza cuando hay más de una relación sexo-afectiva, etc. Es normal, y no digo que no sean temas que puedan ser importantes o interesantes, porque al final son temas que nos afectan a todes, seamos o no monógames. Lo que intento recalcar es que el enfoque mayoritario gira normalmente más alrededor de las relaciones de pareja y las relaciones sexuales, y menos sobre alternativas de organización familiar que no estén centradas en las relaciones románticas y sexuales, o bien estas últimas son más bien minoritarias, anecdóticas o “complementarias”, y algunas veces “tokenizadas”, como aquellas cosas que pones al final como decoración para que haya más “diversidad”. No estoy intentando criticar quien quiera centrar su no-monogamia en las parejas o el sexo, sino entender el porqué es tan fácil que las propias atenciones muchas veces se acaben poniendo en otras cosas, y ya no solamente por los debates sino también por las propias vivencias relacionales una vez estás dentro, incluso en la propia anarquía relacional se acaba cayendo en sus prácticas.
Por otro lado, muchas de las dinámicas que veía y vivía en estos entornos me incomodaban y me hacían sentir también en un estado relacional extremadamente inseguro. Las dinámicas de poder juntamente con el consumismo relacional, tan fácil de reproducir en las no-monogamias, hicieron que sintiera mucha necesidad de apartarme, de dejar de identificarme y de auto revisarme mucho. A mí las relaciones en entornos muy consumistas, competitivos y con dinámicas de poder me cuestan, me resbalan, no me permiten construirlas y vivirlas de una forma que me permita de un lado generarlas de forma segura, con suficiente tiempo y suficiente horizontal, y a la vez poder equilibrarlas con mi propio espacio, tiempo y necesidades sin caer excluida, apartada o utilizada (como sería una C, básicamente). Aquí se mezcla, no sólo el hecho de no ser un hombre, ni ser heterosexual, sino también por el hecho de ser autista y tener estrés postraumático debido a agresiones y relaciones de maltrato. Tenía (y sigo teniendo) una bonita red, pero sentía constantemente como ésta podía perderse con facilidad debido a una inestabilidad muy grande viendo el entorno en el que nos encontrábamos. Esto muchas veces me producía pánico.
Por estos motivos sentí que necesitaba alejarme de todo este follón. Y, visto el resultado, creo que fue una de las mejores decisiones que podía tomar. A veces hace falta alejarse de algunas cosas para verlas un poco mejor. Durante un proceso terapéutico bastante intenso, me desidentifiqué de las no-monogamias y esto me permitió ver e intentar construir sin todo el ruido que no me dejaba escucharme. Cuando me desidentifiqué tampoco supe muy bien con qué me estaba identificando o qué era lo que quería. Necesitaba entender qué quería yo, qué sentía.
Cuanto más claras he empezado a tener las cosas más me he dado cuenta de que no quiero la monogamia para mí. No la quiero porque no quiero vivir en pareja y hacer todo aquello que se espera de mí en esta posición. No quiero organizar mi vida alrededor de esta figura. Pero tampoco quiero organizarme sola, aislada. Quiero vivir con mis vínculos, relaciones importantes, aquellas a las que vosotras llamáis “amigas”, aunque a mí esta etiqueta se me queda corta. Quiero compartir, organizarme con ellas, ayudarnos, acompañarnos, trascendiendo totalmente el concepto de “compañeras de piso/casa”, que en el fondo es un concepto intermedio en la monogamia, mientras esperas encontrar a alguien con quien compartir tu vida.
Quiero construir alrededor de estos modelos relacionales y compartir de otras maneras. Algunas dirán que esto también es poliamor, pero volvemos a todo lo que decía antes, no me apetece, al menos por ahora, usar una etiqueta para una cosa que la mayoría utiliza para otra (especialmente una cosa tan diferente a lo que yo necesito). Tampoco tengo claro si me identifico con la anarquía relacional porque cómo utiliza mucha gente esta etiqueta me incomoda y tampoco me siento identificada. Pero monógama no soy. Lo que tengo claro, una vez más, es que quiero construir otras cosas, organizarme de otras formas. Ni monogamias, ni poliamores, ni binarios parejas-amigas: lo que quiero es compartir con mis “no-novias” o mis “más-que-amigas». O sea, con mi familia.
aviso en todos los textos: cuando hablo de relaciones me refiero a relaciones de forma general, no solamente a relaciones sexoafectivas o de pareja. cuando me refiera a estas últimas siempre lo voy a especificar.
Durante mucho tiempo me cogí muy fuertemente al discurso de los cuidados, al de no dejar las relaciones con lo que se suponía que era violencia, al de comunicarme siempre mucho, al de no imponerme ni pedir por miedo a ser autoritaria, o a lo contrario, pedir y pedir, poner límites, etc. Y sufrí mucho. Lo que más me hizo sufrir, no obstante, no fueron estos conceptos en sí mismos, sino la falta de contexto des de los cuales muchas veces los recitamos. Sin contexto, todo se rompe, todo se manipula, todo se entiende de forma banal, y se borran un montón de emociones, situaciones y jerarquías. Estamos muy acostumbradas a las soluciones y fórmulas generales. Nos encantan los lemas. Somos también adictas a los titulares, a lo que nos sacude. Pero todo se queda en esto, una sacudida que si no se intenta comprender en profundidad y saber cómo y cuándo realmente se aplica lo que tanto nos motiva conceptualmente nos deja también vulnerabilizadas o con muchas armas también para vulnerabilizar a las demás.
Los contextos definen fronteras, límites, contornos diferentes en cada
momento. Lo que para muchas puede ser la salvación en un momento dado, para
otras o en otros momentos puede ser un desastre, violencia, u opresión. No quiero hacer de esto lo que
muchas han conseguido hacer muchas veces: la relativización total de cualquier
aspecto estructural hace que se acabe borrando todo, como lo que se vende cómo
crítico y acaba fluyendo hacia un discurso liberal. Contextualizar no es relativizar hasta borrar los contornos y las
fronteras. Tampoco es apolitizar lo personal. Al contrario. No va de esto. Va
de politizar también el contexto. Va, precisamente, de leer estas
fronteras, de añadirlas, de interpretarlas, de saber que están, y de que no
siempre son iguales ni las mismas.
¿Por qué un discurso pro-cuidados, por poner solamente uno de los ejemplos, puede generar, en algunos casos, violencia cuando se supone que lo que pretende hacer es todo lo contrario? Por el contexto. La utilización descontextualizada de un concepto como este tiene el peligro de aplicarse en muchos casos donde se benefician intereses puramente personales, personas que nos están violentando, o que quieren manipular una situación. Sacar la carta de los “cuidados” es como sacar de golpe un tipo de carta comodín que todas miran, a veces con frustración. Y, creedme, no estoy hablando de casos “cantados” donde es obvio que nos encontramos delante de un caso de manipulación. Hablo de situaciones complejas, de múltiples estructuras, de afectaciones que van más allá de lo que a veces nos hemos enseñado con nuestros discursos a ver. A veces necesitamos, en un contexto dado, definir los cuidados de otras formas. Cuidar no siempre será prepararle la cena a la vecina. A lo mejor la vecina no necesita que le preparen la cena. Tampoco siempre será hacer lo que ella necesite y reclame, esto también puede llegar a ser peligroso algunas veces. Tenemos que situar el contexto, ver qué está pasando, qué más hay alrededor, tanto de ella como de nosotras. Decir que siempre tenemos que cuidar, incluso cuando no nos estamos descuidando a nosotras, puede implicar acabar generando límites por algunos lados peligrosos. No hacerlo a veces también. Los cuidados en el marco familiar, de hecho, aun ser una tarea necesaria, se lleva utilizando desde antes de nuestras abuelas para controlar, vigilar y castigar: por un lado a les peques mientras a la vez se les cuida, y por otro lado, a las mujeres mientras éstas cuidan a sus maridos. Y no quiero hacer de esto un discurso anti-cuidados porque no es mi intención. Los cuidados son importantes. Junto con su contexto.
¿Dónde está, por ejemplo, la frontera
entre no ejercer poder sobre la otra, no jerarquizar, y poder pedir y poner
límites que tengan en cuenta mis necesidades y cuidados? Ya os digo que la
respuesta no es nada corta. Esto pasa también con cómo dejar las relaciones. Es
muy bonito todo esto de aprender a dejar las relaciones con afecto y cuidado,
pero esta idea, junto con la de la importancia de comunicar cómo te sientes y
la de no abandonar una relación sin tener en cuenta todo esto antes, me atrapó
en una relación de maltrato. Diré más, hay quien lo utiliza para atrapar a las
demás. He aprendido que hay casos en que lo mejor es salir corriendo, cuando en
muchos otros casos hacer esto es, para mí, un acto violento. Tengo muchas más
historias, que se podrían ir desgranando una a una, pero que no caben aquí
todas en este texto que pretendía que fuera más bien introductorio.
¿Dónde están estos contornos cuando
hablamos de cuidados? ¿Dónde están cuando hablamos de poner límites y de
libertades? ¿Dónde están cuando hablamos de violencia? ¿Dónde están cuando
hablamos de comunicar o de la necesidad de dejar las relaciones con cuidado o
poder huir de ellas para escapar de una relación de maltrato? ¿Dónde están
cuando hablamos de referentes? Sé que es un tema que se ha tratado en muchos
ámbitos, más bien filosóficos y también políticos, pero a mí me falta que se
haga cuando hablamos de relaciones. ¿Y qué más importante que el contexto
cuando hablamos de relaciones? De hecho, hablar
de relaciones no es solamente hablar de dos o más personas, es hablar de una
cosa más compleja. Las personas en sí somos relación, relación con las demás, y
relación con todo lo que nos rodea. Y es esto, esta relación con lo que nos
rodea, este contexto, de lo que estoy hablando. Hemos hablado ya mucho de
querer hacer las cosas “bien”. Ahora a mí, me falta empezar a hablar de qué,
cuándo y cómo una cosa está bien.
Este texto es el segundo y último texto alrededor de los puntos problemáticos de la comunicación no violenta. El primero lo podéis leer aquí.
Aviso de contenido: CNV, capacitismo, neurocapacitismo, positivismo, racismo, individualismo
Hace un tiempo escribí un texto donde hablaba sobre los puntos problemáticos de la comunicación no violenta (CNV), que lo podéis leer aquí. Me ahorraré la introducción sobre este tipo de comunicación, ya que ya lo hice en ese texto. Este nuevo lo escribo como continuación para poder añadir algunos puntos más de la CNV que me parecen problemáticos y que no pude tocar en el otro texto por la limitación de caracteres que tenía debido a que se publicó en un medio.
Uno de los problemas que a menudo se pasan por
alto de la CNV es la voluntad de
universalizarla, privilegiándola y colocando las demás opciones en una posición
estructuralmente inferior. La CNV se
autoproclama (o el señor que la creó la llama y la proclama) la forma “natural” de comunicarse y
conectar entre las personas; según el creador de este tipo de comunicación,
las demás formas de comunicarse no son “naturales” y son violentas. Como
alternativa, los seguidores de la CNV que no la llaman la forma “natural” de
comunicarse, la llaman la “herramienta neutra”, que acaba teniendo el mismo
efecto. De esta manera borra totalmente
la vertiente cultural, no solamente de la comunicación y de los diferentes
estilos de comunicación, sino también de lo que se considera y se vive como
violento, que puede ser diferente según el contexto y la cultura. Esta táctica
de decir qué es más natural lo que pretende es darle una situación de privilegio, universalizándola: un proceso
que coloca la mirada occidental y blanca
en el centro y obvia que otras culturas y paradigmas pueden construir
formas diferentes de comunicación y de “no-violencia”.
Por otro lado, esta misma visión pretende también universalizar unas
capacidades comunicativas concretas, haciendo que se acaben considerando más
“naturales”, imponiéndolas y discapacitando a todas aquellas que no tenemos la
misma facilidad para comunicarnos de la manera que la CNV estipula como
“natural”. Es más, aquellas que
tengamos capacidades y necesidades comunicativas diferentes, se nos coloca en
la posición de “no-naturales” y “violentas”, como es a las personas
neurodivergentes o con otras discapacidades. Esto no sólo lo hace la CNV,
ya existe la idea, a través del capacitismo,
de que las personas con necesidades comunicativas diferentes no somos aptas
para tener relaciones “sanas” y se nos cataloga normalmente como personas “no
aptas” y muchas veces “violentas”. La CNV sólo reproduce la misma idea e,
incluso, acabar de asentarla.
Siguiendo con el paradigma de la
“naturalidad”, la CNV cree que el “dar
de forma natural” haría que todas las necesidades quedaran cubiertas. Según
ésta, todas las necesidades quedan cubiertas cuando no obligas nada a nadie y
solamente se hacen las cosas que cada una desea hacer de forma “natural”. Es como
aquello del “fluir”. Se supone, por
tanto, que todas las tareas siempre quedarán cubiertas porque siempre habrá
personas que las quieran hacer, algo que es fácil de sentir y naturalizar
cuando ha habido tareas que siempre te las han hecho las demás y ni siquiera
hace falta tenerlo que apreciar (como por ejemplo cuando eres un hombre y
ciertas tareas del hogar o de cuidados hacia uno siempre te han estado
cubiertas con más facilidad). Obvia la construcción social de la
“naturalidad” en la voluntad de realizar ciertas tareas, las desigualdades
sociales, y obvia que si cada une solamente hace las tareas que “naturalmente”
quiere hacer es posible que haya tareas que nadie querrá hacer y que se tendrá
que encontrar una solución compartida/colectiva a cómo hacerlas.
Normalmente de este tipo de tareas se encargan de forma sistemática personas de
colectivos minorizados y/o explotados, a las que se las ha colocado en una
posición para que parezca que “naturalmente” escogen hacer estas tareas. Por
este motivo la CNV deja fuera la responsabilidad compartida y colectiva. La CNV
se basa en un paradigma totalmente individualista.
Finalmente, apartándonos un poco de la
“naturalidad” y adentrándonos en las técnicas de dominación, la CNV puede usarse muy fácilmente para manipular
las emociones de la otra persona. La problemática añadida de considerarla,
además, una “herramienta neutra” lo que hace es borrar toda influencia y
utilización que se le pueda hacer a través de las estructuras de poder o del
ejercicio de poder. Nada escapa de las ideologías, y todo lo que se considera
“neutro” tiene la tendencia a borrar y esconder esta influencia, para, otra
vez, universalizarla. La CNV dice que no tienes que responsabilizar a la otra
persona de lo que sientes y te pasa cuando lo expresas. Esto ya lo comenté en
el anterior texto. Según la CNV para
comunicar tu sentir, lo tienes que hacer de manera que no responsabilices a la
otra, solamente tú eres la responsable. No obstante, no responsabilizar a la
otra persona de forma explícita no significa que no le hagas sentir esta
responsabilidad o no la hagas sentir culpable, especialmente cuando se tienen
ciertos privilegios respecto la persona a quien se lo dices. Es una táctica muy
fácilmente utilizada para acabar haciendo sentir culpable a la otra persona sin
haberlo hecho explícito y, por tanto, sin ser tú la persona responsable de su
sentimiento de culpa. Puedes expresarle cómo te sientes y, sin
responsabilizarla a ella, que ella misma se sienta responsable. De esta manera
muchas veces se puede conseguir que la otra persona haga o sienta lo que tú
quieres sin habérselo pedido. Esto es, por tanto, una técnica de dominación, y
la he visto usar muchas veces. Yo misma la he usado para defenderme de técnicas
de dominación que otra persona estaba ejerciendo sobre mí.
Escribo esto saltándome varias de las costumbres que suelo tener al escribir aquí. La primera es que no voy a revisar el texto. La segunda es que va a ser mucho más emocional que racional, no quiero pasar esto que voy a vomitar a través de ningún análisis, aunque al final algo de análisis siempre hay. La tercera es que voy a colgarlo sin pensar mucho cuando ni el contexto en el que lo hago. Tengo bastantes cosas escritas que me da pereza colgar. Voy a colgarlas, porque tampoco es que no me gusten, sino que me siento muy banal, sin tan siquiera saber qué quiero decir esto. Seguramente habrá por aquí algún cambio de rumbo cuando termine de colgar todo lo que tengo. Ya se verá.
El otro día
leía como alguien se quejaba de la falta de cuidados a través de la suposición
de que quien no se vulnerabiliza en las relaciones, o quien huye de ciertas
situaciones, es por una falta de compromiso o bien porque le va mucho lo de
fluir por la vida dejando atrás cualquier consideración hacia les demás. Podría
ser cierto, pero igualmente me dolió. El miedo a vulnerabilizarse y a abrazar
las vulnerabilidades de otres no siempre corresponde a formar parte de lo más
alto de las jerarquías dentro de un sistema de consumo de relaciones. A veces
es al revés, las que están debajo también les atraviesa el miedo a la
vulnerabilidad, por razones precisamente contrarias: el trauma lleva al miedo
al rechazo, el miedo a que te traten mal, el miedo a que pisen (como otras
veces te ha pasado) tus vulnerabilidades. Desnudarse no es fácil. Haber sido
consumida te convierte a veces en alguien que huye de cualquier posibilidad de
que te vuelva a ocurrir. También están aquelles que han sido infinitamente
rechazades y que eso les ha vulnerabilizado aún más. No quiero aquí hablar más
de masculinidad. Estoy hablando de otras cosas, siempre olvidadas. Hace meses
que me pregunto qué han supuesto para mí las drogas en muchos momentos de mi
vida, y por algún motivo la alienación cuando algo te duele puede ser más que
necesaria. No siempre estamos preparadas para soportarlo todo, algunas veces
simplemente no podemos.
Siento rabia
hacia cómo funcionan muchos aspectos relacionales, también en ambientes súper
alternativos. Cómo se ridiculizan fácilmente situaciones suponiendo que se está
siempre ridiculizando el privilegio, y no siempre es así. Medimos a las
personas, las medimos según su capacidad carismática, su capacidad
deconstructiva, su capacidad de supuestamente complacer, haciendo un supuesto
llamamiento a los cuidados. No tiene nada de cuidado medir a la gente. Con esto
no quiero decir que no tengamos que trabajarnos cosas, no es eso. A mí me
atraen ciertas ideologías y la voluntad. Pero hemos hecho de esto un ejercicio
de capacidad, de medida absoluta, y de consecuente ridiculización de lo que no
atraviese estas expectativas. Medimos a la gente. Como cuando nos median en el
colegio a través del bullying, a través también de una ridiculización, de una
invisibilización, de una violencia sistemática capacitista (y no capacitista
también).
Se nos
llenan los espacios de bullying y egos, peña.
Siento rabia
por la lucha de egos que realmente a veces no sé cómo puede pararse si nos
autoproclamamos críticas y anti-jerarquías. Los egos están allí. A veces no
hace falta tan siquiera hacer un zoom o apartarse para verlo. Están allí. Y
esto genera una gran bola de deseos de subirse a más carros. O simplemente una
necesidad de supervivencia que acaba generando más egos ya solamente para que
no te pisen. ¿Hay alguna forma de destruir estos carros? De verdad lo pregunto.
Es una pregunta jodidamente sincera. Podemos hacer mucha autocrítica, y dejar
de hacer ciertas cosas, ignorar también lo que vemos y sentimos acerca de lo
que hacemos. ¿Pero hay alguna forma de destruir todo esto?
No sé si es
cierta distancia por el hecho de vivir más lejos, o no sé si es cierta pesadez
cada vez que me acerco y observo. No quiero dejarlo todo y abandonar una parte
de lo que siento importante. Pero hay ambientes que me saturan. Porque muy guay
tanta deconstrucción, pero después no hay quien se ponga a hablar ni a tratar
lo que realmente está por debajo. Cómo si por el hecho de estar oprimidas haga
que no haya nada ni nadie por debajo. Sólo nos miramos el ombligo y nuestros
discursos, a veces vacíos porque solamente se materializan en ambientes muy
concretos y de formas clasistas y de jodida exclusión. Instrumentalizamos la
pobreza, la precariedad. Creemos siempre que somos las más precarias porque
casi nunca nos paramos a mirar hacia abajo. No queremos mirar hacia abajo
porque eso nos pondría en una situación de privilegio que no queremos aceptar.
Que al final en todos los activismos se repite siempre la metáfora de
repetirnos eso de que la clase media no existe (podemos usar este concepto en
cualquier estructura, no solamente la económica) porque no queremos vernos como
más privilegiadas que otras. Y ya sé que no existe. Pero algo hay que nos
sustenta más que a otras, y hay quienes están más jodides que nosotres. O,
podríamos decir, que todo es mucho más complejo de lo que vomitamos.
Pero más
allá de esto, también está el no querer ver lo mucho que hacen algunas
personas. Nos creemos muy guays porque sumamos cuantas mierdas nos atraviesan,
pensando que esto nos hace más importantes. Pero invisibilizamos muchos curros
dentro de nuestros ambientes que son jodidamente invisibles porque no los
reconocemos como importantes. No. Es más importante quien coge un micro o quien
escribe que quien mueve su maldito culo y pone su cuerpo, o su responsabilidad
a través de lo más emocional. No estoy diciendo que todes les que cojan un
micro o escriban no pongan su cuerpo en nada. Lo que quiero decir es que hemos
creado una jerarquía de tareas que solo ensalza y solo reconoce unas tareas, y
no le otorga tanta importancia a quien materializa el discurso, quienes hacen
tareas que nadie quiere hacer o a quienes hacen jodidamente algo. Esto a veces
roza la explotación y de cómo ese curro que hacen muchas es usado por quienes
ensalzan su ego. Hablamos mucho de la invisibilización de los cuidados,
pero creo que se invisibilizan
muchísimas cosas más.
Cuando hablo
de curros, no obstante, tampoco quiero caer en el capacitismo. Ya sé que no
todas podemos hacer las mismas cosas. Ni en el clasismo, no todes tenemos
acceso a lo mismo. No critico quien no
lo pone de la forma que se supone o se puede esperar que ponga. Critico a
quienes se aprovechan del curro de otras. Eso mismo es lo que me duele. O a
quienes no quieren verlo. O a quienes se creen que una cara agradable y un
discurso potente son más importantes que todo lo demás. Critico a quienes no
quieren verlo o lo esconden. Critico la jerarquía de los egos. El
reconocimiento siempre acaba siendo vertical. Por muy anti-jerarquías que nos
mostremos.
Estoy de
mudanza, gente. Y qué jodido gusto da esto. Aunque duela. Es lo que hay.
(aviso de contenido: individualismo, capitalismo de relaciones, objetificación, consumo, manipulación, mentiras)
En el mercado de las relaciones, comprar, vender, apropiarse y consumir son la base de la mayoría de las aproximaciones entre personas que quieren o pretenden tener una relación sexual, afectivosexual o romántica con otras personas. Da igual el formato: puede ser a través de aplicaciones, de redes sociales, en ambientes de fiesta, en ambientes informales más tranquilos, en ambientes formales, en el trabajo o en encuentros casuales en la plaza del barrio. El paradigma de “ligar”, juntamente con el de “cazar”, es solamente cuestionado cuando hablamos de machismo o de monogamia, pero el proceso va mucho más allá. Está, obviamente, atravesado por estructuras como el machismo, pero no se para aquí porque lo impregna el paradigma individualista y capitalista a través del cual vemos a las personas que nos rodean como objetos.
No soporto el concepto de “ligar”. Hay que decir, no obstante, que cuando digo que no soporto el concepto de ligar no me refiero a que no soporto que la gente tenga cierto interés en otras personas, en querer compartir cosas concreta, y se acerque para ver si la otra persona también puede corresponder este interés. Tampoco me refiero a que sentirse atraída hacia a alguna persona, sea sexualmente y/o románticamente, es un acto de por sí consumista, como tampoco que te guste una persona y se lo digas. No jodamos, no es esto. Tampoco tengo nada en contra de ciertos procesos un poco ritualísticos de acercamiento. Lo que no soporto es buena parte del proceso que está totalmente aceptado en el que la otra persona deviene un producto de consumo más. El proceso de compra, venta, consumo y acumulación. Y lo que más me sorprende ya no sólo es el proceso de ver a la otra como un producto más, es también el deseo de ser escogida como tal, comprada o consumida donde aceptas parte del juego de forma bastante consciente, ignorando, de paso, a quien no nos trata de esta manera suponiendo que no estará interesada en nosotras. Parece como si “si no juegas es que no tienes ningún interés en las demás”. Caemos en la competición para ver quien consigue más atenciones, quien consigue más premios, quien consigue coleccionar más relaciones, o simplemente más rollos, quien consigue ser engañado una vez y otra o quien consigue engañar más. Nos transformamos temporalmente y a ratos en otras personas, en personajes que creamos para poder formar parte de este circo.
Tampoco me refiero aquí al hecho de que si me acerco a alguien para tener solamente sexo estoy tratando a la otra persona como un producto de consumo. No tiene por qué. O sea, muchas veces sí, pero no es el sexo en sí, es el cómo, y es por cómo se instrumentaliza el sexo en nuestras estructuras, especialmente por parte del machismo y el individualismo. Pero insisto con que no es a través de una relación exclusivamente sexual porque muchas creen que la objetificación está solamente en el sexo o en la corta duración de las relaciones y no con cómo ocurre el proceso de acercamiento y/o alejamiento. A veces lo que es objetificador es el proceso de engañar a la otra persona para tener sexo con ella (una cosa muy aceptada en procesos de ligar, y es aquí donde quería ir a parar), o bien acercarse a alguien solamente para conseguir que te haga los deberes de clase, o bien estar consumiendo emocionalmente a alguien durante años de tu vida.
El acto de ligar está fuertemente relacionado con los procesos de objetificación, de consumo, de competición y de obtención de premios, trofeos, propiedades, o productos que utilizaremos para el propio beneficio. Es un acto donde se pretende normalizar, y normaliza, aquello de que “la finalidad justifica los medios”, y la finalidad es, esto, el objetivo final, que puede ser tanto puramente sexual como podría ser romántico, y el conseguir un premio/trofeo final que te permite escalar socialmente u obtener algunos beneficios. Es un acto donde la persona desaparece y deviene un producto más. Donde nosotras también devenimos un producto más, todo también dependiendo de cuales sean nuestras posiciones relativas de privilegios en comparación con las otras. Además, poder conseguir estos premios no es un proceso donde todas tengan el mismo acceso: solamente las que consigan tener un serie de privilegios podrán entrar más fácilmente en el juego, tanto si cazas como si eres cazada.
Este “ligar” es un proceso donde se normaliza la mentira, la manipulación, el llamar la atención. Consiste en “conseguir convencer” a la otra persona para que tenga un tipo concreto de relación contigo (sea sexo, sea una relación más romántica, sea solamente atenciones, sea lo que sea). Y querer convencer pasa por no querer ver realmente a la persona que tenemos delante y no tener en cuenta qué quiere, qué siente o qué necesita. Y no estamos hablando de querer convencer a la otra persona en un debate político sobre el cambio climático. Estamos hablando de querer convencer a la otra persona para que, por ejemplo, tenga sexo contigo.
aviso de contenido: monogamia, estructura monógama, gordofobia, presión estética, capacitismo, neurocapacitismo, y mención de más estructuras de forma general, exclusión, exclusión relacional, competitividad, consumo relacional, masculinidad, lenguaje capacitista*
*(aunque yo preferiría utilizar palabras como «discapacidad/es» o «discapacitades», en este texto uso «diversidad funcional», y además lo diferencio de las neurodivergencias. lo hago por una cuestión de comprensión, ya que muchas personas que van a leerlo no saben del debate y de las posiciones que hay al respecto de estas palabras y tampoco sabrían a qué me refiero cuando digo «personas discapacitadas», ya que se tiene una idea muy diferente de estos términos. el vocabulario que uso normalmente ya hace que algunas veces no sea tan comprensible (o al menos como a mí me gustaría) y a veces hago un poco de malabares comprensión-inclusión-no opresión dependiendo del contexto, la temática sobre la que escribo y la gente que creo que podría leerlo)
Hace un tiempo Kai escribió este texto en este blog hablando sobre como intersecciona la gordofobia con la deconstrucción del amor romántico y de la monogamia, y, aunque a mí no me atraviesa la gordofobia, algo me removió. Al cabo de un tiempo escribí este otro texto para hablar de cómo muchos de los discursos sobre comunicación cuando se habla de relaciones y no-monogamias excluyen a las personas que tenemos necesidades y sensibilidades diferentes a las estipuladas como normales, cómo nos pasa a les neurodivergentes. Además, también, hace bastante tiempo que hay personas quejándose de cómo las no-monogamias las excluye, o más bien, explicando cómo sienten que no pueden vivirse en ellas y señalando muchos de los aspectos liberales de muchas de las formas de llevarlas a la práctica (de hecho las más visibles, incluso en ambientes críticos y alternativos).
Muchas de
estas quejas se suelen ignorar y no verse como verdaderos problemas. Pero no
estoy hablando de machismo. Creo que el machismo en las no-monogamias es una de
las pocas críticas que sí han ganado más aceptación y el feminismo cada vez
está más presente (no siempre, pero un poco sí, y si creéis que no, imaginaros
para el resto de cosas). También es posible que todo aquello de la crítica al
“consumo de relaciones” también esté llegando, aunque muchas veces es más bien
un postureo de repetición de palabras que mola mucho decir porque queda bien.
A parte de
esto, el resto de críticas creo que se han intentado pasar por alto,
especialmente porque cuesta ver el
entramado de estructuras y de privilegios, más allá de cuando existe sólo la
violencia estructural que estamos acostumbrades a analizar: cuando no
tienes un cuerpo normativo, eres gorda, tienes alguna diversidad funcional,
eres neurodivergente, eres considerada fea, tienes estrés postraumático, no
eres carismática, etc; y esto sumándole todo el resto que también pueden hacer
que se te excluya relacionalmente: no eres blanque, no eres cis, eres pobre,
etc. Cuesta verlo cuando el problema
deviene más bien por una exclusión de las problemáticas que muches vivimos a
través de las relaciones. Se suelen ver como quejas puntuales, no
estructurales. No quiere decir que si te atraviesa alguna de estas cosas estás
automáticamente excluida, es más complejo y es contextual. Pero el problema
sigue siendo estructural.
No creo que el problema sea de las no-monogamias de por sí, el problema ya lo tenemos en la monogamia, y hemos heredado su filosofía relacional, multiplicando sus nocivas consecuencias. No la hemos liberado, la hemos hecho, en muchos casos, más liberal, una forma de coleccionar relaciones sexuales y afectivas, mientras ni siquiera rompemos con conceptos como la competitividad o la propiedad, ni con las desigualdades sociales que nos encontramos a la hora de relacionarnos.
Nos gusta hablar de deconstrucciones,
de comunicación, de salir de la zona de confort, de celos, de apego, del amor
romántico, de la NRE (New Relationship Energy), entre otras
cosas, y muchas veces sólo se contemplan realidades que no se desvían de lo que
se considera “normal”: las más privilegiadas. Muchas quedan o quedamos fuera cuando se habla de
todas estas temáticas, y se acaban teniendo muchas más dificultades para
moverse en estos ambientes y en las propias relaciones, haciéndonos sentir como
si el defecto fuéramos nosotres. Ya hablé de neurodivergencias, comunicación y
exclusión, como he comentado al inicio del texto, así que este tema no lo
tocaré ahora, pero es importante también incluirlo en esta lista de
problemáticas.
Se habla,
por ejemplo, de las “virtudes” de salir
de la zona de confort, cuando para muchas, estar expuestas a tener una sola
relación (sea del tipo que sea) ya es, muchas veces, salir de su zona de
confort; o bien hacer cualquier cosa que pueda ser considerada “normal” y
“habitual” porque todo está montado de forma que las excluye (las personas
neurodivergentes tenemos bastante experiencia en esto, entre muchas otras).
Dentro de muchos ambientes “salir de la zona de confort” significa hacer todas
aquellas cosas que socialmente no están muy aceptadas, que se nos han vetado y
que, por tanto, se supone que tendremos más dificultad para deconstruirlas, y
hacerlo nos puede empoderar. En estos casos es muy fácil hablar de salir de tu zona de confort cuando eres una
persona neurotípica, delgada, guapa, carismática, sin traumas (o con pocos
traumas), sin diversidad funcional, cis, etc. Pero hay personas que podemos tener más dificultades, o, sobre todo,
necesitaremos vías y procesos diferentes, dependiendo de lo que nos atraviese y
dependiendo del contexto. Y cuando se crean estos espacios no se suele
tener en cuenta. No es igual, por ejemplo, para una persona con un cuerpo no
normativo o gorda, salir de esta zona, cuando es el propio cuerpo el que se
expone. Tampoco es igual cuando tu sensibilidad con el contacto físico o con la
exposición a ciertos estímulos sensoriales es diferente a la estipulada como
normal, como nos puede pasar a personas autistas, y no se tienen en cuenta las
diferentes sensibilidades. Y se podrían ir sumando ejemplos.
La mayoría de veces cuando se habla de temáticas relacionadas con, por ejemplo, las no-monogamias, se parte de la suposición de que tienes acceso a tener una relación sexoafectiva o romántica/platónica/afectiva y las problemáticas vienen cuando quieres “añadir” más. Pero cuando eres una persona que ya el hecho de tener una relación de este tipo se hace complicado y te sientes a menudo excluida de tener cierto tipo de relaciones o bien rechazada, cuando entras en el mundo de las no-monogamias, todo se puede hacer más complicado, y no por la gestión de tus relaciones, sino por un montón de emociones que te tienes que tragar debido a la comparación y la competitividad(aquello que muy a menudo se niega que exista en las no-monogamias), la exclusión, la dificultad o también un conjunto de miedo, objetificaciones diferentes a las que estamos acostumbradas, problemas de autoconfianza, autoestima o afectaciones a la salud mental muy complejas.
Se nos dice,
repetidamente, que nuestro problema es un problema de falta de introspección,
cuando muches de nosotres, debido a lo que nos atraviesa y cómo nos afecta,
especialmente cuando nos excluye, ya padecemos de un exceso de introspección y
de ralladas que acaban afectando nuestra salud mental. A veces nos dicen que es
una falta de actitud, o, también, se nos suele decir que no nos trabajamos
suficiente. Y, seguidamente, esto lo arregla, como he leído y escuchado a
veces, diciendo que quien tiene dificultades para tener una relación mejor que
no sea no monógama: esto ejemplifica, como comentaba, la propia exclusión. Este no es un problema individual, es
estructural y colectivo.
¿Y qué pasa,
por ejemplo, cuando se quiere deconstruir
el amor romántico, el apego y los celos cuando has sido excluida de la
posibilidad de acceder a cierto tipo de relaciones? Imaginémonos, el caso,
de una persona que por el hecho de ser gorda, como explica Kai en el texto
mencionado al principio, ha recibido toda su vida el mensaje de que no merece
el amor, y que, por tanto, tener una relación romántica y/o sexual (y ya no
digamos más de una) le ha sido vetado o de difícil acceso. Otros colectivos,
como les autistes u otras neurodivergentes, o las personas con diversidad
funcional también reciben estos mensajes. No se vive igual esta deconstrucción,
porque no se parte desde el mismo punto. Es más, cuando tu acceso a tener cierto tipo de afectos, como el de pareja, es
mucho más restringido, el apego y la necesidad de poder acceder a ello puede
ser más alto, y sólo aquellas que siempre lo han tenido muy fácil no
entenderán cuál es el privilegio y todo lo que se obtiene de este tipo de
relaciones, especialmente cuando fuera de este tipo de relaciones es todo más
bien consumo y muy volátil. Muches, debido a esto, sienten una necesidad y un
deseo más elevado de tener cierta seguridad en los afectos.
Tampoco se pueden deconstruir los celos a través del mismo proceso cuando tu miedo es siempre que cualquier relación te dejará, te apartará o te tratará con inferioridad, por alguien más delgado, porque socialmente el premio es más elevado (y porque tu experiencia anteriormente ha sido esta), o más neurotípico, o más guapo, o porque tiene, en general un cuerpo socialmente más aceptado porque es cis o no tiene diversidad funcional, etc. Obviamente la solución no es excusarse en esto para generar violencia a otres, sino darnos cuenta de que necesitamos también otros discursos complementarios, otros relatos, otros caminos y otras formas de acompañar y de deconstruir. Y, sobre todo, una sensibilidad y una responsabilidad compartida a la hora de cómo nos relacionamos desde el privilegio y cómo colocamos a nuestras relaciones en posiciones que puede propiciar la competitividad.
Otra
temática bastante desgastada en las no-monogamias es la NRE, aquella “energía”
(normalmente descrita como muy intensa y a menudo bonita) que se tiene cuando
se inicia una relación (el enamoramiento); una energía que suele ser temporal y
que te puede arrastrar a menospreciar otras relaciones y a tomar decisiones
precipitadas en un contexto que puede cambiar al cabo de poco tiempo.
¿Todes vivimos los inicios de las relaciones de la misma manera? Cuando se habla de NRE pocas veces veo que se hable de, por ejemplo, aquelles que los
inicios de las relaciones los vivimos con miedos: miedo al abandono, miedo al
rechazo, miedo a que se nos aparte (y seguramente podría añadir más). Sumándole,
además, cómo estos miedos se nos pueden mezclar también con la intensidad, y
cómo, a veces, nos hacen abandonarlas o huir de ellas, aun cuando las deseamos
mucho. Tampoco vivimos igual los
procesos intensos emocionales las que no somos neurotípicas: habrá quien la
intensidad de lo que sienten les provocará un exceso de dolor, o bien las que
se podrían leer como desinteresadas provocando dramas neurotípicos (suposición
de que le otre no les corresponde) por parte de la otra persona.
Todo esto
que he comentado hasta ahora, además, también
afecta a otros procesos de deconstrucción, como el de la masculinidad.
Volvemos a lo mismo de antes, es muy
fácil hablar de deconstruir la masculinidad cuando eres un hombre guapo,
delgado, neurotípico, carismático, sin diversidad funcional, etc. Con esto
no quiero decir que si no eres todo esto no tienes que aceptar, cuestionarte ni
trabajarte los privilegios que tienes por el hecho de ser un hombre, sino que,
como ya he repetido anteriormente, los procesos son diferentes. Una vez escuché
en una charla cómo un hombre le decía a otro que lo mejor que podía hacer para
no ser machista cuando “ligaba” era no hacer nada, “que sean ellas las que se
acerquen”, dijo. Sé que es una chorrada de ejemplo, y que los privilegios masculinos
son más complejos que todo esto, aparte de que muchos de ellos no van ligados a
las relaciones sexuales o románticas/platónicas, pero para mí fue
metafóricamente representativo. En ese momento pensé, “muy fácil de decir para
ti, esto, cuando haciendo lo que acabas de proponer, a ti no te afecta ni a tu
capital social, ni sexual, etc”, y digo también capital social, no solamente
sexual, porque se puede aplicar esto a más allá del “ligar”. No quiero con esto
hacerle una oda a la acumulación de capital sexual o social, sino precisamente
cuestionarlo y cuestionar los
privilegios de los que acumulan este tipo de capital mientras uno se cree que
ha deconstruido su masculinidad, porque es una gran mentira. Me cuesta
mucho encontrar textos, talleres, charlas o lo que sea, que hablen sobre
deconstrucción de la masculinidad por parte de hombres que no acumulen la
mayoría de estos privilegios, y que, por tanto, hayan tenido que pasar por
procesos diferentes.
También he
visto en muchos casos, comportamientos en algunos hombres que provienen, no
solamente de su masculinidad, sino también de rasgos de alguna
neurovidergencia. La ocupación del espacio es un ejemplo; lo que se lee a veces
como falta de empatía, otro ejemplo. Y, como antes he comentado, tampoco quiero
hacer de esto una excusa para, por ejemplo, que se ocupe mucho espacio, sino
para mostrar que en estos casos también se requerirá de procesos y
deconstrucciones por vías distintas.
Sé que me he
dejado muchos ejemplos, pero creo que el texto ya es suficientemente largo y lo
único que quería era dar algunas ideas generales. Se podría decir que la exclusión relacional va mucho más allá
de la exclusión en sí misma e implica una exclusión en los discursos, los
debates y en muchos eventos que tratan estas temáticas, que no reflejan
realidades que atraviesan a mucha gente. Algunas veces, las pocas que he
podido ver que se toquen estas temáticas, ha sido muy puntual y después no se
ha reflejado en el evento en sí, ni en posteriores, solamente han ocupado el
espacio de un taller. Creo que aparte de hacerlo visible, se tiene que ir más
allá, sino es caer en un tipo de tokenización. Y es que es esto, también me da
miedo, como ya ha pasado muchas veces antes, que se instrumentalice o se
tokenicen a las personas atravesadas por todo lo que he comentado. Lo he visto
hacer con las personas arrománticas y asexuales desde discursos de la anarquía
relacional (que nos han servido de ejemplo para mostrarnos que las relaciones
no románticas y no sexuales también pueden ser importantes, pero después sus
problemáticas no se veían reflejadas realmente en nuestras comunidades).
También lo he visto hacer con las neurodivergentes, solamente para hacer las
no-monogamias más vivibles para las neurotípicas mientras se romantizan nuestras
discapacidades. Pero esto no es tenernos en cuenta, esto es sólo una forma de
apropiación.
Este texto se publicó en el número 474 de la Directa. Podéis ver el artículo original en catalán aquí.
Aviso de contenido: comunicación no violenta, lenguaje capacitista (empatía), capacitismo, neurocapacitismo, individualismo, jerarquías, desigualdades sociales
La comunicación no violenta (CNV) ha devenido una de las herramientas favoritas en muchos de nuestros espacios. Existen versiones críticas y tiene puntos útiles, especialmente relacionados con el empoderamiento, la autonomía y la autoresponsabilidad; pero tenemos que entender cuáles son las bases conceptuales sobre las cuales se ha construido para poder hacer de esta un uso más consciente. En este texto hablaré de la CNV definida por Rosenberg a inicios de los años 60, que es la que ha ocupado tanto espacio en charlas, talleres y debates, y que es la más extendida y la que ha creado más dogma.
He visto utilizar esta herramienta
comunicativa tantas veces para manipular, maltratar y abusar que ha resultado
para mí una alarma suficientemente importante para decidir querer comprender
mejor cuáles son sus puntos problemáticos. Buena parte del discurso está basado
en una visión individualista que ve las personas como seres aislados e
independientes que solamente se afectan de forma puntual y voluntaria, obviando
e ignorando la interdependencia. La CNV puede ser una buena herramienta cuando
estás en una relación horizontal, pero obvia las estructuras de poder y las
jerarquías que a menudo hay en las relaciones.
La
responsabilidad
La CNV llama violencia a negar la
propia responsabilidad de los actos y las emociones. La propuesta es
interesante. El problema está en cómo se deciden distribuir las
responsabilidades, ya que depende de muchos factores: depende del contexto
(situaciones sociales) y también de lo que se hace y de lo que se recibe. La
CNV se basa en un paradigma donde las responsabilidades están totalmente
separadas y donde la relación y el contexto se borran: tú eres totalmente
responsable de lo que haces y sientes y yo soy totalmente responsable de lo que
hago y siento, y lo que tú sientas a causa de lo que yo haga es responsabilidad
tuya. Según la CNV, señalar hacia fuera es siempre un acto de violencia.
Uno de los ejemplos que utiliza la
CNV para ilustrar esto es la crítica que hace a la expresión “tengo que hacer
(una cosa)”. Esta expresión utiliza el verbo tener para expresar
obligatoriedad: hacemos una cosa porque nos sentimos obligades a ello, no
porque lo escogemos. Según la CNV, utilizar esta expresión nos quita
responsabilidad y consciencia de nuestra libertad de elección. Su propuesta es
expresar que lo hago porque lo escojo. Esta visión ayuda a tomar consciencia de
las cosas que hacemos y del poder que podemos tener en cómo nos sentimos con lo
que nos rodea. No obstante, como todo pensamiento liberal, se basa solamente en
la libertad de elección obviando totalmente las situaciones sociales
desiguales. Tener menos opciones o escoger bajo coerción no es escoger
libremente.
Finalmente, muchas veces personas
utilizan la CNV para no responsabilizarse de agresiones o actos que afectan a
sus relaciones, ya que si tú eres totalmente responsable de lo que sientes,
cómo te sientas a causa de mis acciones no es responsabilidad mía.
La
objetividad
Según la CNV, para comunicarnos de
forma no violenta lo tenemos que hacer a través de las observaciones objetivas
y no con valoraciones subjetivas: por ejemplo, decir que una persona nos está
ignorando es una valoración subjetiva, pero decir que no nos ha respondido es
una observación objetiva. Hacer esto nos permite no evaluar cosas que
desconocemos, ni otorgar a le otre intenciones, deseos o emociones.
No obstante, por defecto, lo que a
menudo es descrito como observaciones objetivas suele caer en una definición
concreta del mundo que nos rodea vinculada a los privilegios (la objetividad a
menudo corresponde a la mirada del hombre blanco, cis, heterosexual, de clase
media-alta, neurotípico, delgado, sin diversidad funcional, etc., los que han
tenido el privilegio de poder definir qué es objetivo y qué no), y, por tanto,
este tipo de observaciones a quien más suele beneficiar es a quien más
privilegios tiene. Siguiendo con el anterior ejemplo, suponer que la otra
persona no nos ha respondido también puede ser una valoración subjetiva que
corresponde a una definición sobre qué es una respuesta y qué es aceptado como
comunicación válida: puede ser que la otra persona, dentro de sus capacidades
comunicativas, nos haya respondido pero nosotres no lo hayamos entendido así
cuando lo interpretamos a través de las normas culturales y neurotípicas sobre
comunicación. El contexto siempre es importante.
Este razonamiento, además, no nos
permite poder expresar que nos han manipulado o que nos han maltratado, ya que
este tipo de valoraciones las coloca siempre en la clasificación de subjetivas.
La
empatía
Finalmente, una de las estrellas
de la CNV es lo que llama empatía. La CNV describe el proceso empático como una
interpretación sobre qué necesita la otra persona sin que esta lo exprese ni
pida esta opinión. Lo que propone la CNV es que cuando alguien te señala alguna
queja tú no puedes ser le responsable de lo que ella siente y, por tanto, tiene
que estar siendo un problema que necesita alguna cosa que no está pudiendo satisfacerse
ella misma, y se lo tienes que hacer saber (incluyendo una suposición de cuál
debe ser su necesidad no cubierta). Desde mi punto de vista, decirle a una
persona qué es lo que siente y qué necesita, a través de una lectura y sin que
ella haya expresado ni pedido esta opinión, es bastante violento. Es más, lo
que se hace con esto es desviar la atención de lo que le otre decía: pasas de
ser tú la señalada a señalarla a ella.
He visto manipular muchas veces a
través de este tipo de empatía. Siguiendo con ejemplos: si intentas señalar
alguna agresión, lo que automáticamente se te cuestionaría es cuáles deben
estar siendo tus emociones y buscando tus carencias que te llevan a esas
emociones, como si no fuera la agresión en sí la que te provoque la emoción, ya
que la persona que te agrede no es responsable de tus emociones. Esta es una de
las partes que a mí más ansiedad me producen cuando estoy delante de alguien
que utiliza esta herramienta.
Aviso de contenido: objetificación y consumo relacional
Quiero empezar diciendo que no soporto desde hace mucho tiempo las expresiones “relación seria” o “relación no seria”. Al principio era más bien una reacción visceral, emocional, a la que no le había asignado ningún tipo de reflexión, ni había entendido el motivo por el cual me removía tantas cosas dentro de mí. Sabía, eso sí, que tenía alguna relación también con lo que sentía por la expresión “sólo una amistad” (este “sólo” siempre me ha molestado). Y, de hecho, la experiencia en el mundo de las relaciones me confirmaba constantemente este rechazo que sentía hacia todas estas expresiones.
La expresión “relación seria” a menudo hace referencia a una relación de
pareja, donde hay un
vínculo romántico, de referencia, principal y donde el compromiso se basa buena parte con la limitación de los
vínculos fuera de la relación, con un tipo de exclusividad compleja que va más
allá de la exclusividad sexual (de cuidados, de tiempo, de las cosas que se
comparten, como la economía, la crianza, la vivienda o las respectivas familias
de origen). “Yo no quiero nada serio” sería la típica frase que te dice alguien
que está buscando un tipo de relación que no es la que pensamos como pareja. En
realidad se suele decir cuando lo que buscamos es un simple rollo, algo “sólo”
sexual y sin las “complicaciones” de una relación amorosa romántica con un
cierto grado de “compromiso”. Que conste que las comillas no las pongo de
decoración, sino para cuestionar el contexto y cómo se utilizan estos
conceptos.
A menudo se relaciona la seriedad de una relación con la cantidad de
compromiso que tenemos en ella. Pero en este contexto cuando se piensa en
“compromiso” se piensa en un tipo de compromiso que nos viene impuesto cuando pensamos
en relaciones. La mayoría de las veces cuando se piensa en ello se relaciona el
compromiso con la fidelidad, entendida de la forma más monógama: no tener relaciones sexuales ni
románticas con otras personas (o limitarlas de alguna forma), priorizar a
aquella persona por delante de cualquier otra relación y además muchas veces
acompañado de algún tipo de sacrificio. O sea, se piensa el compromiso
especialmente como un sinónimo de exclusividades, que no sólo son sexuales,
sino que van más allá, como comentaba en el inicio del texto.
¿Pero qué ocurre cuando no existe el compromiso? Normalmente, se presenta por defecto
un binario bastante extremo: o nos
relacionamos a través de un compromiso implícito, jerárquico y opresor, o bien
nos encontramos en un vacío de consumo relacional y de objetificación
(también opresor, pero de otro tipo). Por esto, cuando una persona repite que no busca nada serio, normalmente acaba
perpetuando este tipo de relaciones objetificadas y de consumo (no
solamente consumo sexual, también muchas veces de consumo emocional). La propia
expresión cae por su propio peso, porque no querer tratar a una persona de
forma seria significa no tenerla en cuenta ni creer que sus problemas y
voluntades no son importantes (te impliques o no en ellos o quieras o no
acompañarlos).
¿Qué quiere decir, pues, no querer
tener relaciones serias? ¿Tiene que significar que una persona con la que no
tienes un tipo de compromiso de pareja, se tiene que tratar sin
responsabilidad? ¿Qué es el compromiso? Algunes me podrían decir que esto es
hilar fino y que esta expresión simplemente significa que no quieres un tipo
concreto de exclusividad y no quieres jerarquizar aquella persona. Pero la
experiencia que hemos vivido muches no es esta cuando nos han tratado de forma
“no seria” (que es muy cercana a la de cuando te dicen que “sólo quieren una
amistad”). La experiencia mayoritaria ha sido un tipo de relación donde si
surgía algún problema, alguna preocupación, no se podía hablar, que si le otre
un buen día decidía no volver a ponerse en contacto podía pasar sin más (y las
normas sociales se lo permitían sin que se viera como violento), y cuando
quería acercarse también. La experiencia mayoritaria siempre ha sido una falta
de responsabilidad y una relación que se ha mantenido gracias a la
responsabilidad y sacrificio de una de las partes (precisamente la otra parte,
la que no estaba pidiendo una relación “no seria”, normalmente la menos
privilegiada).
Para tener relaciones responsables tenemos que tratar a las personas de forma seria. O sea, tenemos que reconocerlas por lo que son, con sus propias voluntades, deseos, problemas y necesidades. Lo que hace falta, de hecho, es cambiar qué quiere decir compromiso, y no dejar de responsabilizarnos de lo que hacemos con aquellas personas con las que nos relacionamos. No me extenderé a hablar de compromiso y de responsabilidad, porque ya he hablado de ello, por ejemplo, aquí y aquí.
Cada vez que escucho estas
expresiones como “no quiero una relación seria” me saltan todas las alarmas. Y
no porque quiera una relación de pareja del tipo que muchas personas podrían
estar pensando, sino porque siento que en algún momento se me tratará de forma
no-seria, como persona, una cosa que para mí implica una falta de consideración
hacia mis deseos, necesidades, o como yo me pueda estar sintiendo y como me
puedan afectar las cosas. En el fondo es una falta de reconocimiento a la
importancia que pueda tener hacia parte de mi vida por el simple hecho de
existir. Todes merecemos ser tratades de
forma seria. Que no tiene porqué ser sinónimo de no poder pasárselo bien o
disfrutar.