Este texto lo escribí y se publicó en El Salto el 4 de noviembre. Podéis ver el original aquí .
Aviso de contenido: capacitismo, misautismia, machismo, mención de maltrato
Las personas femeninas hemos crecido viéndonos y leyendo nuestros cuerpos y emociones a través de la mirada del otro. Una mirada que nos controla y vigila para que no nos salgamos de la posición que se nos ha otorgado socialmente. Mirarse al espejo o sentir rabia pueden ser procesos que se complican y que se mezclan entre el placer y el dolor, la sumisión y el empoderamiento. Además, siempre tenemos que estar atentas para ver qué querrá la gente de nosotras y ser y existir siempre “para los demás”, especialmente para aquellos que han crecido creyendo que tienen más derecho a pisar el suelo que hay bajo sus pies.
En mi proceso de comprender esto, no obstante, sentí más complicación que muchas de mis compañeras feministas. ¿Por qué, en muchas ocasiones, me costaba más deconstruir toda esta mirada? Las intersecciones son importantes. Hace poco he entendido algunas cosas más sobre mí que han complicado bastante estos procesos. El problema no era solamente el género, era también el capacitismo. Buena parte de lo que he podido comprender últimamente de forma más consciente ha sido gracias a mi terapeuta actual, Elisende Coladan, quien a través de su experiencia como mujer autista y cómo terapeuta, ha podido comprender también esta intersección. Ser una persona femenina autista complica más esta relación con nuestro entorno y la mirada hacia nosotras mismas.
Me
identifico como autista. No lo digo tampoco con el orgullo de quien se suele
poner un pin identitario, pero tampoco con la vergüenza social que esto suele
representar. Es un hecho que siento que me atraviesa, y que me ha atravesado
incluso cuando no sabía que podría serlo. Poco a poco estoy desgranando muchas
cosas. La terapia, como he dicho, también me está ayudando. Uno de los golpes
más fuertes fue darme cuenta que crecer como mujer autista implica un proceso,
desde pequeña, mucho más grande de adaptación al medio, donde se incluye, por
tanto, muchos rasgos impuestos relacionados con la feminidad (una feminidad que
a la vez nos es bastante más complicada de conseguir).
Ser autista
implica, en muchas ocasiones, tener que enmascararte, un proceso muy violento y
a la vez que surge por la necesidad de sobrevivir en un entorno capacitista.
Desde siempre recibes el mensaje (directo e indirecto) de que tu forma de
expresión no es correcta, que tus emociones tampoco, que la forma que tienes de
gestionar estas emociones tampoco. Creces teniendo que aprender constantemente
un código neurotípico de relación con las demás: cómo tienes que sentir, cómo
tienes que hablar, cómo tienes que gesticular, cómo te tienes que mover, qué
significa cada cosa implícita que tú no reconoces, etc. Un código que te cuesta
horrores entender porque no es como el tuyo pero que aprendes a imitarlo. Tu
código no te está permitido o te hace parecer rara, excéntrica y despreciable
para las demás.
El exceso de adaptación nuestra nunca es correspondido por el “otro lado” y por tanto el esfuerzo no está repartido, todo recae sobre nosotras. Muchas terapias para niñas autistas son terapias de reconversión neurotípica, donde se intentan borrar todos los rasgos autistas de las niñas y las obliga a tener que pasar por el listón alista (un concepto que se usa desde el activismo autista para referirse a las personas que no son autistas de forma no estigmatizante). Hay muchas activistas autistas hablando sobre estas terapias en twitter, a parte de otras temáticas relacionadas con el autismo (como por ejemplo, @AsperRevolution, @aprenderaquerer, @uma_noide, @gonyAutie, @NeuroRebel, entre muchas otras que podréis ir descubriendo si seguís a estas).
¿Os podéis
imaginar, por un momento, cómo se mezcla esto con lo que ya comentaba
anteriormente sobre la demanda social hacia las personas femeninas de ser “para
los demás”? Lo diré con simplicidad: es una bomba. Una bomba que estalla en
nuestras vidas y nos convierte en personas fácilmente maltratables. Verse a una
misma en todo esto implica ver a una persona que muchas veces no sabes quién es
porque se ha pasado la vida teniendo que ser otra persona. Implica leer tu
cuerpo a través de otros códigos. Implica aprender a odiarlo, a odiar aquello
que sientes y a la vez dedicar tu vida a entender cómo quieren las demás que te
comportes. Implica estar siempre hiperalerta creyendo que todo lo que pasa es
culpa tuya, porque lo que haces siempre está mal. Lo que sientes no vale, lo
que quieres no vale, lo que eres no vale. Y muchas veces lo acabas odiando.
Tienes que convertirte en otra cosa, tienes que imitar a las demás, y además,
saber constantemente cómo quieren y necesitan que tú seas.
Darme cuenta
de esto ha sido un choque muy fuerte que me ha afectado. Y a la vez me ha
liberado. Son dos emociones que se mezclan dentro de mí cada día desde entonces
y que poco a poco estoy calmando. Exponerme así explicando esto, aunque sienta
de alguna manera necesario por muchos motivos, no es fácil. Me siento
vulnerable, y a la vez emocionada por el proceso de empoderamiento que
seguidamente viene con todo esto. A la vez también pienso mucho en todas las
niñas autistas, como de otras discapacidades también, y siento dolor por todo
lo que tienen que pasar y vivir. Especialmente cuando, además, el machismo las
chafa mucho más. Solamente les deseo estar rodeadas de adultas que las
acompañen y que no intenten reconvertirlas jamás.
Este texto es el segundo y último texto alrededor de los puntos problemáticos de la comunicación no violenta. El primero lo podéis leer aquí.
Aviso de contenido: CNV, capacitismo, neurocapacitismo, positivismo, racismo, individualismo
Hace un tiempo escribí un texto donde hablaba sobre los puntos problemáticos de la comunicación no violenta (CNV), que lo podéis leer aquí. Me ahorraré la introducción sobre este tipo de comunicación, ya que ya lo hice en ese texto. Este nuevo lo escribo como continuación para poder añadir algunos puntos más de la CNV que me parecen problemáticos y que no pude tocar en el otro texto por la limitación de caracteres que tenía debido a que se publicó en un medio.
Uno de los problemas que a menudo se pasan por
alto de la CNV es la voluntad de
universalizarla, privilegiándola y colocando las demás opciones en una posición
estructuralmente inferior. La CNV se
autoproclama (o el señor que la creó la llama y la proclama) la forma “natural” de comunicarse y
conectar entre las personas; según el creador de este tipo de comunicación,
las demás formas de comunicarse no son “naturales” y son violentas. Como
alternativa, los seguidores de la CNV que no la llaman la forma “natural” de
comunicarse, la llaman la “herramienta neutra”, que acaba teniendo el mismo
efecto. De esta manera borra totalmente
la vertiente cultural, no solamente de la comunicación y de los diferentes
estilos de comunicación, sino también de lo que se considera y se vive como
violento, que puede ser diferente según el contexto y la cultura. Esta táctica
de decir qué es más natural lo que pretende es darle una situación de privilegio, universalizándola: un proceso
que coloca la mirada occidental y blanca
en el centro y obvia que otras culturas y paradigmas pueden construir
formas diferentes de comunicación y de “no-violencia”.
Por otro lado, esta misma visión pretende también universalizar unas
capacidades comunicativas concretas, haciendo que se acaben considerando más
“naturales”, imponiéndolas y discapacitando a todas aquellas que no tenemos la
misma facilidad para comunicarnos de la manera que la CNV estipula como
“natural”. Es más, aquellas que
tengamos capacidades y necesidades comunicativas diferentes, se nos coloca en
la posición de “no-naturales” y “violentas”, como es a las personas
neurodivergentes o con otras discapacidades. Esto no sólo lo hace la CNV,
ya existe la idea, a través del capacitismo,
de que las personas con necesidades comunicativas diferentes no somos aptas
para tener relaciones “sanas” y se nos cataloga normalmente como personas “no
aptas” y muchas veces “violentas”. La CNV sólo reproduce la misma idea e,
incluso, acabar de asentarla.
Siguiendo con el paradigma de la
“naturalidad”, la CNV cree que el “dar
de forma natural” haría que todas las necesidades quedaran cubiertas. Según
ésta, todas las necesidades quedan cubiertas cuando no obligas nada a nadie y
solamente se hacen las cosas que cada una desea hacer de forma “natural”. Es como
aquello del “fluir”. Se supone, por
tanto, que todas las tareas siempre quedarán cubiertas porque siempre habrá
personas que las quieran hacer, algo que es fácil de sentir y naturalizar
cuando ha habido tareas que siempre te las han hecho las demás y ni siquiera
hace falta tenerlo que apreciar (como por ejemplo cuando eres un hombre y
ciertas tareas del hogar o de cuidados hacia uno siempre te han estado
cubiertas con más facilidad). Obvia la construcción social de la
“naturalidad” en la voluntad de realizar ciertas tareas, las desigualdades
sociales, y obvia que si cada une solamente hace las tareas que “naturalmente”
quiere hacer es posible que haya tareas que nadie querrá hacer y que se tendrá
que encontrar una solución compartida/colectiva a cómo hacerlas.
Normalmente de este tipo de tareas se encargan de forma sistemática personas de
colectivos minorizados y/o explotados, a las que se las ha colocado en una
posición para que parezca que “naturalmente” escogen hacer estas tareas. Por
este motivo la CNV deja fuera la responsabilidad compartida y colectiva. La CNV
se basa en un paradigma totalmente individualista.
Finalmente, apartándonos un poco de la
“naturalidad” y adentrándonos en las técnicas de dominación, la CNV puede usarse muy fácilmente para manipular
las emociones de la otra persona. La problemática añadida de considerarla,
además, una “herramienta neutra” lo que hace es borrar toda influencia y
utilización que se le pueda hacer a través de las estructuras de poder o del
ejercicio de poder. Nada escapa de las ideologías, y todo lo que se considera
“neutro” tiene la tendencia a borrar y esconder esta influencia, para, otra
vez, universalizarla. La CNV dice que no tienes que responsabilizar a la otra
persona de lo que sientes y te pasa cuando lo expresas. Esto ya lo comenté en
el anterior texto. Según la CNV para
comunicar tu sentir, lo tienes que hacer de manera que no responsabilices a la
otra, solamente tú eres la responsable. No obstante, no responsabilizar a la
otra persona de forma explícita no significa que no le hagas sentir esta
responsabilidad o no la hagas sentir culpable, especialmente cuando se tienen
ciertos privilegios respecto la persona a quien se lo dices. Es una táctica muy
fácilmente utilizada para acabar haciendo sentir culpable a la otra persona sin
haberlo hecho explícito y, por tanto, sin ser tú la persona responsable de su
sentimiento de culpa. Puedes expresarle cómo te sientes y, sin
responsabilizarla a ella, que ella misma se sienta responsable. De esta manera
muchas veces se puede conseguir que la otra persona haga o sienta lo que tú
quieres sin habérselo pedido. Esto es, por tanto, una técnica de dominación, y
la he visto usar muchas veces. Yo misma la he usado para defenderme de técnicas
de dominación que otra persona estaba ejerciendo sobre mí.
aviso de contenido: monogamia, estructura monógama, gordofobia, presión estética, capacitismo, neurocapacitismo, y mención de más estructuras de forma general, exclusión, exclusión relacional, competitividad, consumo relacional, masculinidad, lenguaje capacitista*
*(aunque yo preferiría utilizar palabras como «discapacidad/es» o «discapacitades», en este texto uso «diversidad funcional», y además lo diferencio de las neurodivergencias. lo hago por una cuestión de comprensión, ya que muchas personas que van a leerlo no saben del debate y de las posiciones que hay al respecto de estas palabras y tampoco sabrían a qué me refiero cuando digo «personas discapacitadas», ya que se tiene una idea muy diferente de estos términos. el vocabulario que uso normalmente ya hace que algunas veces no sea tan comprensible (o al menos como a mí me gustaría) y a veces hago un poco de malabares comprensión-inclusión-no opresión dependiendo del contexto, la temática sobre la que escribo y la gente que creo que podría leerlo)
Hace un tiempo Kai escribió este texto en este blog hablando sobre como intersecciona la gordofobia con la deconstrucción del amor romántico y de la monogamia, y, aunque a mí no me atraviesa la gordofobia, algo me removió. Al cabo de un tiempo escribí este otro texto para hablar de cómo muchos de los discursos sobre comunicación cuando se habla de relaciones y no-monogamias excluyen a las personas que tenemos necesidades y sensibilidades diferentes a las estipuladas como normales, cómo nos pasa a les neurodivergentes. Además, también, hace bastante tiempo que hay personas quejándose de cómo las no-monogamias las excluye, o más bien, explicando cómo sienten que no pueden vivirse en ellas y señalando muchos de los aspectos liberales de muchas de las formas de llevarlas a la práctica (de hecho las más visibles, incluso en ambientes críticos y alternativos).
Muchas de
estas quejas se suelen ignorar y no verse como verdaderos problemas. Pero no
estoy hablando de machismo. Creo que el machismo en las no-monogamias es una de
las pocas críticas que sí han ganado más aceptación y el feminismo cada vez
está más presente (no siempre, pero un poco sí, y si creéis que no, imaginaros
para el resto de cosas). También es posible que todo aquello de la crítica al
“consumo de relaciones” también esté llegando, aunque muchas veces es más bien
un postureo de repetición de palabras que mola mucho decir porque queda bien.
A parte de
esto, el resto de críticas creo que se han intentado pasar por alto,
especialmente porque cuesta ver el
entramado de estructuras y de privilegios, más allá de cuando existe sólo la
violencia estructural que estamos acostumbrades a analizar: cuando no
tienes un cuerpo normativo, eres gorda, tienes alguna diversidad funcional,
eres neurodivergente, eres considerada fea, tienes estrés postraumático, no
eres carismática, etc; y esto sumándole todo el resto que también pueden hacer
que se te excluya relacionalmente: no eres blanque, no eres cis, eres pobre,
etc. Cuesta verlo cuando el problema
deviene más bien por una exclusión de las problemáticas que muches vivimos a
través de las relaciones. Se suelen ver como quejas puntuales, no
estructurales. No quiere decir que si te atraviesa alguna de estas cosas estás
automáticamente excluida, es más complejo y es contextual. Pero el problema
sigue siendo estructural.
No creo que el problema sea de las no-monogamias de por sí, el problema ya lo tenemos en la monogamia, y hemos heredado su filosofía relacional, multiplicando sus nocivas consecuencias. No la hemos liberado, la hemos hecho, en muchos casos, más liberal, una forma de coleccionar relaciones sexuales y afectivas, mientras ni siquiera rompemos con conceptos como la competitividad o la propiedad, ni con las desigualdades sociales que nos encontramos a la hora de relacionarnos.
Nos gusta hablar de deconstrucciones,
de comunicación, de salir de la zona de confort, de celos, de apego, del amor
romántico, de la NRE (New Relationship Energy), entre otras
cosas, y muchas veces sólo se contemplan realidades que no se desvían de lo que
se considera “normal”: las más privilegiadas. Muchas quedan o quedamos fuera cuando se habla de
todas estas temáticas, y se acaban teniendo muchas más dificultades para
moverse en estos ambientes y en las propias relaciones, haciéndonos sentir como
si el defecto fuéramos nosotres. Ya hablé de neurodivergencias, comunicación y
exclusión, como he comentado al inicio del texto, así que este tema no lo
tocaré ahora, pero es importante también incluirlo en esta lista de
problemáticas.
Se habla,
por ejemplo, de las “virtudes” de salir
de la zona de confort, cuando para muchas, estar expuestas a tener una sola
relación (sea del tipo que sea) ya es, muchas veces, salir de su zona de
confort; o bien hacer cualquier cosa que pueda ser considerada “normal” y
“habitual” porque todo está montado de forma que las excluye (las personas
neurodivergentes tenemos bastante experiencia en esto, entre muchas otras).
Dentro de muchos ambientes “salir de la zona de confort” significa hacer todas
aquellas cosas que socialmente no están muy aceptadas, que se nos han vetado y
que, por tanto, se supone que tendremos más dificultad para deconstruirlas, y
hacerlo nos puede empoderar. En estos casos es muy fácil hablar de salir de tu zona de confort cuando eres una
persona neurotípica, delgada, guapa, carismática, sin traumas (o con pocos
traumas), sin diversidad funcional, cis, etc. Pero hay personas que podemos tener más dificultades, o, sobre todo,
necesitaremos vías y procesos diferentes, dependiendo de lo que nos atraviese y
dependiendo del contexto. Y cuando se crean estos espacios no se suele
tener en cuenta. No es igual, por ejemplo, para una persona con un cuerpo no
normativo o gorda, salir de esta zona, cuando es el propio cuerpo el que se
expone. Tampoco es igual cuando tu sensibilidad con el contacto físico o con la
exposición a ciertos estímulos sensoriales es diferente a la estipulada como
normal, como nos puede pasar a personas autistas, y no se tienen en cuenta las
diferentes sensibilidades. Y se podrían ir sumando ejemplos.
La mayoría de veces cuando se habla de temáticas relacionadas con, por ejemplo, las no-monogamias, se parte de la suposición de que tienes acceso a tener una relación sexoafectiva o romántica/platónica/afectiva y las problemáticas vienen cuando quieres “añadir” más. Pero cuando eres una persona que ya el hecho de tener una relación de este tipo se hace complicado y te sientes a menudo excluida de tener cierto tipo de relaciones o bien rechazada, cuando entras en el mundo de las no-monogamias, todo se puede hacer más complicado, y no por la gestión de tus relaciones, sino por un montón de emociones que te tienes que tragar debido a la comparación y la competitividad(aquello que muy a menudo se niega que exista en las no-monogamias), la exclusión, la dificultad o también un conjunto de miedo, objetificaciones diferentes a las que estamos acostumbradas, problemas de autoconfianza, autoestima o afectaciones a la salud mental muy complejas.
Se nos dice,
repetidamente, que nuestro problema es un problema de falta de introspección,
cuando muches de nosotres, debido a lo que nos atraviesa y cómo nos afecta,
especialmente cuando nos excluye, ya padecemos de un exceso de introspección y
de ralladas que acaban afectando nuestra salud mental. A veces nos dicen que es
una falta de actitud, o, también, se nos suele decir que no nos trabajamos
suficiente. Y, seguidamente, esto lo arregla, como he leído y escuchado a
veces, diciendo que quien tiene dificultades para tener una relación mejor que
no sea no monógama: esto ejemplifica, como comentaba, la propia exclusión. Este no es un problema individual, es
estructural y colectivo.
¿Y qué pasa,
por ejemplo, cuando se quiere deconstruir
el amor romántico, el apego y los celos cuando has sido excluida de la
posibilidad de acceder a cierto tipo de relaciones? Imaginémonos, el caso,
de una persona que por el hecho de ser gorda, como explica Kai en el texto
mencionado al principio, ha recibido toda su vida el mensaje de que no merece
el amor, y que, por tanto, tener una relación romántica y/o sexual (y ya no
digamos más de una) le ha sido vetado o de difícil acceso. Otros colectivos,
como les autistes u otras neurodivergentes, o las personas con diversidad
funcional también reciben estos mensajes. No se vive igual esta deconstrucción,
porque no se parte desde el mismo punto. Es más, cuando tu acceso a tener cierto tipo de afectos, como el de pareja, es
mucho más restringido, el apego y la necesidad de poder acceder a ello puede
ser más alto, y sólo aquellas que siempre lo han tenido muy fácil no
entenderán cuál es el privilegio y todo lo que se obtiene de este tipo de
relaciones, especialmente cuando fuera de este tipo de relaciones es todo más
bien consumo y muy volátil. Muches, debido a esto, sienten una necesidad y un
deseo más elevado de tener cierta seguridad en los afectos.
Tampoco se pueden deconstruir los celos a través del mismo proceso cuando tu miedo es siempre que cualquier relación te dejará, te apartará o te tratará con inferioridad, por alguien más delgado, porque socialmente el premio es más elevado (y porque tu experiencia anteriormente ha sido esta), o más neurotípico, o más guapo, o porque tiene, en general un cuerpo socialmente más aceptado porque es cis o no tiene diversidad funcional, etc. Obviamente la solución no es excusarse en esto para generar violencia a otres, sino darnos cuenta de que necesitamos también otros discursos complementarios, otros relatos, otros caminos y otras formas de acompañar y de deconstruir. Y, sobre todo, una sensibilidad y una responsabilidad compartida a la hora de cómo nos relacionamos desde el privilegio y cómo colocamos a nuestras relaciones en posiciones que puede propiciar la competitividad.
Otra
temática bastante desgastada en las no-monogamias es la NRE, aquella “energía”
(normalmente descrita como muy intensa y a menudo bonita) que se tiene cuando
se inicia una relación (el enamoramiento); una energía que suele ser temporal y
que te puede arrastrar a menospreciar otras relaciones y a tomar decisiones
precipitadas en un contexto que puede cambiar al cabo de poco tiempo.
¿Todes vivimos los inicios de las relaciones de la misma manera? Cuando se habla de NRE pocas veces veo que se hable de, por ejemplo, aquelles que los
inicios de las relaciones los vivimos con miedos: miedo al abandono, miedo al
rechazo, miedo a que se nos aparte (y seguramente podría añadir más). Sumándole,
además, cómo estos miedos se nos pueden mezclar también con la intensidad, y
cómo, a veces, nos hacen abandonarlas o huir de ellas, aun cuando las deseamos
mucho. Tampoco vivimos igual los
procesos intensos emocionales las que no somos neurotípicas: habrá quien la
intensidad de lo que sienten les provocará un exceso de dolor, o bien las que
se podrían leer como desinteresadas provocando dramas neurotípicos (suposición
de que le otre no les corresponde) por parte de la otra persona.
Todo esto
que he comentado hasta ahora, además, también
afecta a otros procesos de deconstrucción, como el de la masculinidad.
Volvemos a lo mismo de antes, es muy
fácil hablar de deconstruir la masculinidad cuando eres un hombre guapo,
delgado, neurotípico, carismático, sin diversidad funcional, etc. Con esto
no quiero decir que si no eres todo esto no tienes que aceptar, cuestionarte ni
trabajarte los privilegios que tienes por el hecho de ser un hombre, sino que,
como ya he repetido anteriormente, los procesos son diferentes. Una vez escuché
en una charla cómo un hombre le decía a otro que lo mejor que podía hacer para
no ser machista cuando “ligaba” era no hacer nada, “que sean ellas las que se
acerquen”, dijo. Sé que es una chorrada de ejemplo, y que los privilegios masculinos
son más complejos que todo esto, aparte de que muchos de ellos no van ligados a
las relaciones sexuales o románticas/platónicas, pero para mí fue
metafóricamente representativo. En ese momento pensé, “muy fácil de decir para
ti, esto, cuando haciendo lo que acabas de proponer, a ti no te afecta ni a tu
capital social, ni sexual, etc”, y digo también capital social, no solamente
sexual, porque se puede aplicar esto a más allá del “ligar”. No quiero con esto
hacerle una oda a la acumulación de capital sexual o social, sino precisamente
cuestionarlo y cuestionar los
privilegios de los que acumulan este tipo de capital mientras uno se cree que
ha deconstruido su masculinidad, porque es una gran mentira. Me cuesta
mucho encontrar textos, talleres, charlas o lo que sea, que hablen sobre
deconstrucción de la masculinidad por parte de hombres que no acumulen la
mayoría de estos privilegios, y que, por tanto, hayan tenido que pasar por
procesos diferentes.
También he
visto en muchos casos, comportamientos en algunos hombres que provienen, no
solamente de su masculinidad, sino también de rasgos de alguna
neurovidergencia. La ocupación del espacio es un ejemplo; lo que se lee a veces
como falta de empatía, otro ejemplo. Y, como antes he comentado, tampoco quiero
hacer de esto una excusa para, por ejemplo, que se ocupe mucho espacio, sino
para mostrar que en estos casos también se requerirá de procesos y
deconstrucciones por vías distintas.
Sé que me he
dejado muchos ejemplos, pero creo que el texto ya es suficientemente largo y lo
único que quería era dar algunas ideas generales. Se podría decir que la exclusión relacional va mucho más allá
de la exclusión en sí misma e implica una exclusión en los discursos, los
debates y en muchos eventos que tratan estas temáticas, que no reflejan
realidades que atraviesan a mucha gente. Algunas veces, las pocas que he
podido ver que se toquen estas temáticas, ha sido muy puntual y después no se
ha reflejado en el evento en sí, ni en posteriores, solamente han ocupado el
espacio de un taller. Creo que aparte de hacerlo visible, se tiene que ir más
allá, sino es caer en un tipo de tokenización. Y es que es esto, también me da
miedo, como ya ha pasado muchas veces antes, que se instrumentalice o se
tokenicen a las personas atravesadas por todo lo que he comentado. Lo he visto
hacer con las personas arrománticas y asexuales desde discursos de la anarquía
relacional (que nos han servido de ejemplo para mostrarnos que las relaciones
no románticas y no sexuales también pueden ser importantes, pero después sus
problemáticas no se veían reflejadas realmente en nuestras comunidades).
También lo he visto hacer con las neurodivergentes, solamente para hacer las
no-monogamias más vivibles para las neurotípicas mientras se romantizan nuestras
discapacidades. Pero esto no es tenernos en cuenta, esto es sólo una forma de
apropiación.
Este texto lo escribí y se publicó en El Salto el 28 de junio. Podéis ver el original aquí .
En mi época universitaria, pronunciar la palabra “bifobia” en cualquiera de los colectivos LGTB en los que participaba o estaba era asegurarse malas miradas o comentarios incómodos. “Bifobia” era una palabra prohibida que tenías que pronunciar en voz baja y a menudo la respuesta que escuchabas era “¡la bifobia no existe!”. Este fue uno de los principales motivos por los cuales me alejé de estos colectivos, ya que no sentía que pudiese hablar de ninguno de los problemas que me atravesaban y la mayor parte de los esfuerzos, energías y tiempo solían destinarse a solucionar los problemas de los hombres gays.
Con el tiempo, la existencia de la
bifobia ha ido ganando un poco de reconocimiento. No obstante, pocas veces se
reconoce lo que realmente representa en nuestras vidas. A menudo se suele
confundir la bifobia con aquella violencia que padecemos las personas
bisexuales cuando tenemos relaciones con alguna persona de nuestro mismo
género, pero que no padecemos cuando tenemos relaciones leídas como
“heterosexuales”. O sea, según este punto de vista padeceríamos un tipo de
homofobia partida por la mitad en intensidad y cantidad, algo que ha hecho que
se nos coloque muchas veces en algunos colectivos más como aliadas que como
verdaderas pertenecientes al colectivo LGTB. Esta reducción de la bifobia en un
tipo de medio homofobia invisibiliza la violencia diferenciada que padecemos
por la especificidad de sentirnos atraídas por más de un género (aparte de la
homofobia o lesbofobia que podamos padecer también cuando tenemos relaciones
con personas del mismo género).
El monosexismo —del cual la bifobia es un caso concreto— coloca a las personas que nos sentimos atraídas por más de un género en una posición de borrado continuo. Una de las consecuencias de este borrado es que nos dificulta muchísimo poder describir nuestras experiencias, emociones o relaciones, ya que la forma que tenemos de expresar nuestras relaciones y emociones pasan por el filtro del monosexismo. Este filtro, que nos borra, coloca lo que expresamos y lo que vemos en una de las dos cajas monosexuales más reconocidas (heterosexual u homosexual).
Nuestra forma de analizar y describir
aquello que estamos viendo está construido sobre lo mismo, como cuando vemos
una pareja, que solemos catalogar automáticamente la orientación de las dos personas
que vemos según los géneros que estamos interpretando que tienen aquellas dos
personas (añadiendo también una suposición de que son pareja, de que
seguramente son monógamas y de lo que supone todo esto en su conjunto). Esto
hace que las personas plurisexuales (pansexuales, polisexuales, bisexales, etc)
acaben viviendo una disociación entre lo que sentimos-vivimos y lo que se puede
expresar o lo que las demás interpretan y las lecturas que imponen cuando se
refieren a nosotras.
Todo esto, que es muy simbólico, nos
hace sentir en una continua necesidad de escoger entre opciones entre las
cuales no tendríamos porqué escoger. Nos obliga a hacernos encajar
constantemente en ambientes dualizados sin sentir pertenecer a ellos. Nos hace
sentir presionadas para tenernos que demostrar continuamente que somos aptas
para nombrarnos a través de alguna plurisexualidad, intentando analizarnos a
nosotras mismas el grado de atracción hacia cada uno de los géneros, o bien la
cantidad de personas con las que hemos mantenido ciertos tipos de relaciones de
cada género, como si de un concurso con puntuación se tratara. Nos colapsa una
necesidad muy grande de estar continuamente intentando entender si realmente
nos estamos sintiendo atraídas, si tenemos que contar, sumar o restar cosas o
tenemos que dar siempre mil explicaciones (también a nosotras mismas). De esta
manera, el estereotipo que nos persigue y que dice que somos personas confusas,
confundidas e indecisas se materializa en nuestras vidas, mientras a la vez
parece que necesitamos huir de todo ello para que no se nos siga señalando como
portadoras de algún problema bajo la mirada capacitista que nos obliga a saber
siempre qué somos, qué queremos o qué necesitamos.
¿Cómo no tenemos que estar
confundidas bajo este prisma de constante vigilancia? ¿Cómo no tenemos que
estar indecisas si no tendríamos porqué, de entrada, tener que decidir nada, si
se nos impone desde fuera la elección, la decisión, la constante definición?
Este es uno de los motivos por los cuales hay una elevada cantidad de personas
no monosexuales con ansiedad, depresión y otros problemas de salud mental (que
es algo que compartimos todas las letras del colectivo LGTB, pero que en el
caso de las plurisexualidades se dispara más que en otras orientaciones, así
como también pasa con las personas trans). Unos índices que a veces nosotras
mismas queremos negar para que no se nos catalogue como enfermas por el hecho
de no funcionar bajo la norma (algo también compartido en todo el colectivo,
obviamente). El mismo hecho de que se nos catalogue como personas indecisas o
confusas e incluso confundidas, mezclándose con los propios problemas de salud
mental, son también los que hacen que podamos tener más problemas con las
relaciones o laborales (aumentando así los índices). ¿Quién confía en nosotras
dentro de un sistema donde la estabilidad es más valorada, aun cuando es el
propio sistema el que constantemente nos inestabiliza?
Cómo de complicado es nadar en este
mar cuando, además, ya eres una persona a quien le cuesta decidir y saber lo
que quiere, como me suele pasar a mí. Soy una persona indecisa. Soy una persona
que a menudo se siente muy confundida. Saber lo que siento y necesito me cuesta
un tiempo, un proceso, que a menudo no me permite el ritmo frenético al que
estamos sometidas. Estamos constantemente forzadas a tomar decisiones, deprisa,
sin tener en cuenta nuestros ritmos, nuestros contextos, sin más referencias
que unas definiciones de lo que está bien o mal basadas en moralidades y en un
sistema de castigo sutil, pero a veces letal. En este contexto, el sistema a
algunas nos discapacita, especialmente en ciertos ambientes laborales o
relacionales forzados y de poder.
Recuerdo incluso con dolor terapias
donde mi expresión de la confusión era motivo para que se me dijera que uno de
mis problemas era mi indecisión en cuanto a la sexualidad o también con la
monogamia (escoger géneros, escoger relaciones, escoger amores). Y todo esto
cuando no se me monosexualizaba directamente, aun expresando ser plurisexual.
Por esto, creo que la mejor lucha
contra la bifobia y, en general, contra el monosexismo, no tiene que pasar por
crear una imagen de nosotras como personas que tienen muy claro lo que quieren
y que nunca se confunden. No necesitamos demostrar a nadie que podemos ser
igual o más productivas que el resto. Es más, no podemos obligar a nuestra
comunidad plurisexual a tener que pasar por los estándares que nos precarizan
emocionalmente. Nuestra confusión y nuestra indecisión pueden ser reales porque
son sistemáticas. Negarlas es una trampa. Y reapropiarnos de ellas es un acto
de cuidado hacia nuestra salud mental.
A mí me diagnosticaron con lateralidad cruzada a los 5 años. Antes de explicaros en qué me afecta o afectó y por qué lo considero una neurodiversidad vamos a dejar claro qué es:
No tengo ni idea de los términos médicos, no soy experte, ni he estudiado nada relacionado con esto, pero de manera simplificada sería lo siguiente.
Nuestro cerebro se divide en dos hemisferios, el derecho y el izquierdo. Cada uno con sus funciones y, normalmente, uno predomina sobre el otro. Esto hace que tengas preferencia en utilizar una parte de tu cuerpo o la otra. Este concepto se llama lateralidad y es lo que determina si eres diestre o zurde. Queda definido cuando cumplimos los 5 años aproximadamente. Si la parte de tu cerebro que es más dominante concuerda con la parte de tu cuerpo que es más dominante, tienes una lateralidad homogénea u homolateral, independientente de si eres diestre o zurde. Serás diestre de mano, de ojo y de motricidad en general y dominará el hemisferio izquierdo, por ejemplo.
Es decir, cómo dice wikipedia: “La lateralidad es la preferencia que muestran la mayoría de los seres humanos por un lado de su propio cuerpo. El ejemplo más popular es la preferencia por utilizar la mano derecha o ser diestro.”
La lateralidad cruzada o heterogénea es cuando no hay una homogeneidad de dominación. Por ejemplo: tienes el ojo dominante diestro y el brazo zurdo. O domina tu hemisferio derecho pero en tu cuerpo domina la parte derecha. Esto afecta al aprendizaje del lenguaje y de las matemáticas, a la capacidad analítica, lógica, de comprensión y concentración, a la percepción espacio-temporal, al equilibrio, etc.
“La lateralidad (cruzada) se considera un trastorno neurofisiológico (del sistema nervioso): los influjos nerviosos que proceden de cada lado del cuerpo y que deberían confluir en los lados opuestos del cerebro no circulan ordenadamente.”
Esto es difícil de detectar, en parte porque es algo bastante poco conocido y en parte es porque los síntomas se asocian a que la persona es torpe, dejade, pasota o que no estudia o se esfuerza lo suficiente.
Los síntomas se suelen detectar en la infancia, aunque no exclusivamente (y se pueden atenuar a través de terapia). Marco en cursiva los síntomas o que tenía y ya no tengo y en negrita las características o síntomas que tengo en mayor o menor medida. Muchas de estas dificultades las he podido compensar a base de terapia y mucho esfuerzo, aunque otras siguen causándome problemas, simplemente he aprendido a vivir con ellas. He recopilado los síntomas de distintas webs citadas al final del artículo y he añadido y modificado según mi experiencia:
Lenguaje y aprendizaje:
-Dificultades para las matemáticas
– Dificultad del aprendizaje mecánico y razonamiento lógico.
-Dificultades en la ordenación de la información codificada como la sintaxis, pensamiento lógico, memorización o matemáticas.
-Dificultad en la automatización de la lectura, la escritura o el cálculo.
– Confusiones derecha-izquierda Confusión entre la suma y la resta o la mutiplicación y la división.
-Dificultades para la comprensión.
-Problemas de comunicación y relación.
-Dificultades en el lenguaje oral: fluidez, leer en voz alta, comprensión lectora y retención de la información.
-Habla poco fluida, la persona se tropieza habitualmente al hablar.
–Dificultad para tener un discurso ordenado.
-Cuesta expresar con palabras las ideas que se tienen en la cabeza.
–Miedo al hablar en público.
–Dificultades en el lenguaje escrito: Invertir letras, sílabas, números al escribir.Escribir en forma “espejo”.
-Leer siguiendo la línea del texto con el dedo o con el marcapáginas.
-Acercar mucho los ojos al libro o la pantalla.
– Mover la cabeza al leer en lugar de mover los ojos.
-Perderse al leer, saltarse líneas o incluso párrafos.
-Leer sin enterarse de qué se ha leído.
-Tener dificultades en copiar un texto de una pizarra o un libro.
-Letra ilegible.
Concentración y memoria
– Dificultad para seguir con una tarea durante un tiempo prolongado.
-Incapacidad de realizar dos tareas que otra gente hace de forma mecánica. Por ejemplo: Escuchar la radio y cocinar a la vez.
-Incapacidad de mecanizar acciones como lavarse los dientes cada día. Dificultad en recordar acciones rutinarias e interiorizarlas.
-Tener que trabajar más horas que cualquier persona neurotípica para conseguir los mismos resultados.
– Problemas de memoria
-No seguir la lectura de un libro, de una película o de una conversación, aunque te interese mucho.
-Poca “efectividad”. No centrarse en una acción. Esto causa problemas escolares y laborales.
-Despistes, olvidar dónde se han dejado las cosas o si has realizado o no una acción rutinaria como cerrar con llave.
Motricidad:
-Deficiencias motoras y funcionales. Es decir, caerse mucho, tropezar constantemente etc.
– Inestabilidad psicomotriz (problemas de equilibrio)
–Dificultad o imposibilidad para conducir o bailar, nadar, ir en bici, patinar, caminar recto o sin tropezar, deportes en general.
-Torpeza psicomotriz. Se puede ver en manualidades, capacidad de dibujar, por ejemplo. También problemas para coger un lápiz, un tenedor, etc.
-Reacciones lentas, reflejos lentos.
-Apretar mucho el lápiz al escribir.
Percepción Espacio-Tiempo
-Dificultad de calcular cuánto tiempo se tarda en realizar una tarea o en llegar a un lugar.
-Desorientación.
-No tener interiorizado qué es la izquierda y qué la derecha.
-Problemas al ordenar espacio y organizar objetos.
-Dificultad en organizar el tiempo y las tareas.
– Distinguir líneas rectas de las que no lo son (simetría)
– Dificultad en calcular distancias
De peque, con apenas 5 años, mi profe se dio cuenta de que era incapaz de pasar por una puerta sin darme de contra los cantos. Que me costaba caminar y tropezaba con todo. Así que después de muchos tests me diagnosticaron lateralidad cruzada.
Tengo el recuerdo muy claro de tener que esforzarme especialmente por levantar los pies, para caminar. La gente no entendía que no era automático para mí levantar los pies al andar o que caminar recto no entraba dentro de mis facultades.
Me costó mucho aprender a escribir. Mi letra era ilegible y como he marcado en la lista escribía las letras al revés, en forma de espejo o cambiaba sílabas. La ortografía y la gramática no se me metían en la cabeza, en ninguno de los idiomas que sé. Y eso que me hecho filólogue, pero vaya, no nos engañemos, lo hice por la poesía. Lo que es verdad es que me ha costado bastante más esfuerzo no cometer faltas de ortografía que a una persona neurotípica. Vaya, aquí también interviene el tema del clasismo, pero es otra historia.
También, a parte de esta “torpeza” que no era más que un síntoma de la lateralidad cruzada y que me causó y me causa bastantes heridas físicas, no era capaz de nadar o ir en bici, o patines. Hoy en día evito ciertas actividades porque sé que mi falta de coordinación me pondría en peligro. Al final este tipo de actividades, como conducir, requieren de una coordinación ojo-cuerpo que yo no tengo. Fui a terapia durante años para “reeducar mi cuerpo” para ser capaz de hacer todas estas cosas, aunque otras sigo sin poder hacerlas según la norma o me presentan una mayor dificultad. No tenía problemas de habla, pero sí de organización del discurso. Al final, todo esto tiene que ver con el orden, con ubicar el orden de las cosas. Por eso quizás me hice poeta, ahí mi caos era una ventaja, me podía expresar más libremente. A causa de la LC desarrollé miopía, pero que se pudo corregir con terapia.
Todo esto ha causado problemas de autoestima bastante profundos, evidentemente.
Mis problemas motrices y de memoria son evidentes para quien me conoce, igual que mi incapacidad de organizar el espacio o ubicarme en el tiempo (siempre llego pronto, no sé calcular el tiempo). También me cuesta mucho ubicar los recuerdos en un espacio temporal.
No me suelo desorientar en ciudades y calles, pero eso es porque he desarrollado mucho mi observación y me aferro a detalles que me dan pistas para ubicarme.
Pero es que es más profundo todavía, la psicóloga le explicó a mi madre lo siguiente, yo lo adapto un poco: La gente neurotípica tiene en la mente un montón de cajones con etiquetas que les dicen dónde se ubican las acciones que tienen que llevar a cabo y en qué orden. Lo saben de memoria y lo automatizan. Saben su ubicación y en qué momento abrirlos y cerrarlos. Las personas con lateralidad cruzada tienen estos cajones sin las etiquetas y no se acuerdan en qué orden abrirlos y qué hay en ellos, tienen que aprenderlo de memoria y buscar maneras de no olvidarlo. Mi manera de pensar y mi mundo interior también se ven regidos por esto. Por eso se me conoce como a una persona caótica, poco racional, con problemas de entender el pensamiento lógico (cómo las ciencias, pero también el discurso académico). Acostumbro a expresarme y pensar desde un lugar más emocional porque no hilo mis pensamientos de una forma ordenada. Esto no quiere decir que no haya aprendido con los años a adaptarme a los discursos y la forma neurotípica, pero no deja de ser un adaptación por mi propia supervivencia. Por eso para mí a+b=c es difícil de entender. Porque cuando he entendido a y me pongo a entender b ya he olvidado lo que era la a y porqué está allí y por qué están en este orden y qué sentido tiene. Un ejemplo práctico: Yo cada día me tengo que recordar activamente de lavarme los dientes. Mi mente no lo tiene automatizado, porque el cajón de “1.Lavarse los dientes” no tengo ni idea de donde está. Así que tengo que hacer un esfuerzo diario para no olvidarlo y para no olvidar que luego tengo que ponerle comida al gato. Tener una rutina para mí es muy difícil, aunque en mi caso la necesito. Pero no automatizo las acciones, no tienen un orden espacio-temporal en mi mente. Da igual si cada día voy a la misma hora al mismo sitio. Cada vez tengo que intentar recordar y calcular a qué hora salir (siempre me equivoco) y cómo llegar.
Pero tengo mis trucos y estrategias. Y esto es lo que he hecho toda mi vida. Intentar buscar maneras de acordarme de cuando y en qué orden se hacen las cosas e intentar entender el mundo con la lógica de las personas neurotípicas que tienen la facilidad de mecanizar todos sus actos y no tener que pensar en ellos continuamente. Por eso digo que soy despistade, porque para mí es muy fácil olvidar qué cosas hacer, DÓNDE y CUÁNDO he dejado las cosas, cuando hice o dejé de hacer o decir X (por eso me repito tanto) etc.
Algunas cosas sí que he mecanizado. La lectura, la escritura, el caminar (más o menos, porque mi tendencia sigue siendo no levantar los pies) etc. Pero me ha costado más que a personas neurotípicas.
El tema es que cuando hablo de esto o lo quiero nombrar como parte de mi diversidad funcional y mental la gente se ríe de mí o lo minimiza. No parece importante, no parece relevante. Me llaman exagerade, que no es para tanto. La incomprensión es muy invalidante. A la vez esto forma una gran parte de mí, aunque yo pueda esconderlo, maquillarlo o lo que sea. La gente no sabe el esfuerzo que hago a diario por no darme golpes contra farolas, motos, puertas y demás objetos, por subir y bajar escaleras sin que suponga un peligro mortal, por no olvidarme de lavarme los dientes, ducharme, hacerme la cama o desayunar, o sea de mantener unas rutinas u obligaciones. No me es tan fácil ubicarme en general en el mundo. Todo esto ha afectado muchísimo mi autoestima y mi confianza, porque en mi infancia todos estos síntomas eran más evidentes y más agudos, porque estaban sin gestionar y tampoco los sabía esconder o disimular. Esto me provocaba sentirme diferente, sentir fracaso, sentirme inferior y est*pide, porque claro si no se te da bien la lógica y el pensamiento racional, tu pensamiento no es válido y tú vales menos. Y todavía acarreo esa sensación de inferioridad por no entender o no poder expresarme de una manera lógica y académica o, que si lo hago, no se corresponda con mis pensamientos. Es frustrante que, además, este esfuerzo por encajar en el mundo no se vea traducido en resultados y cómo de fácil es rendirse y no querer salir de casa, ni moverse, ni bailar, ni nadar, ni ir en bici, ni caminar por no hacer el ridículo, ni hablar en público, ni estudiar, ni escribir, ni dibujar, ni querer vivir con nadie porque odian que te olvides de que tienes que tirar de la cadena. Sí, eso tampoco lo tengo mecanizado. Además, es que la gente se irrita fácilmente por tus “despistes” y falta de “organización”, y lo entiendo, porque puede acarrear problemas. Lo que pasa es que la gente se cree que todo esto lo hago por falta de interés o ganas. De ahí que haya conflictos, que se me pueda ver como una persona “poco eficiente” o “perezosa” para el capitalismo, que se crea que paso de todo o que no hago las cosas por desconsideración, cuando la realidad es que no me acuerdo de hacerlas. “Pero si tienes que quitar la caca del gato cada día! Cómo puede ser que no te acuerdes?!”. Pues porque tengo problemas con automatizar las acciones, lo que decía. Por eso intento hacer las cosas al instante, porque si lo dejo para luego no me acordaré, quizás en días o quizás definitivamente. En el caso del gato, me acordaría porque Oskar (el nombre del gato con el que vivo) se quejaría y entonces me daría cuenta de lo que pasa. Pero no siempre ocurre asi.Tengo agenda y me sirve, pero recordar mirar la agenda es otra cosa a automatizar. Es todo un mundo.
Mi falta de concentración tampoco es por falta de interés. Me interesa mucho nuestra conversación, pero mi atención se desvía y sé que es una mierda, intento que no pase, pero tiene que ver con todo esto que estoy contando y no con que no me intereses tú.
Yo misme paso de explicar a todo el mundo esto. Me limito a decir que sí, que soy torpe, que soy despistade, que soy de mente más abstracta, que la lógica no es lo mío, que me cuesta la ortografía, que soy un desastre, que soy desorganizade, que soy desordenade, que soy disperse etc. Es más fàcil. Porque si digo que tengo lateralidad cruzada me dicen que eso es una excusa, que me apoyo en eso para no “mejorar como persona” (vaya concepto de mierda realmente). Me dicen que me aferro a eso para justificar mis defectos. Pues si supiesen cuánto me esfuerzo para que esos “defectos” desaparezcan y cuantos traumas y falta de autoestima me han ocasionado, quizás no me lo dirían. Pero la gente no sabe nada de esto y cuando lo explico lo subestiman. Por eso he querido explicarlo aquí más extensamente.
Es la primera vez que escribo en serio sobre esto, así que me siento vulnerable. Pero quería visibilizarlo, porque conozco a más gente que tiene LC, diagnosticada o no y se sienten como una mierda y se culpabilizan por ser “un desastre”.
Creo que queda claro por qué es una neurodiversidad. Más allá de que sea un tema genético o no, nuestro cerebro es algo diferente y con ello nuestras capacidades y limitaciones son distintas a las normativas y vistas como deseables, sobre todo por el capitalismo. Al final quiero decir que también me atraviesa el capacitismo por todo esto y sé que para otras personas puede parecer que son nimiedades, pero influyen mi vida y me atraviesan todos los días. Que tú no lo veas es otra cosa.
Para terminar, como postdata, quería enfatizar que en todas las webs que he consultado, a parte del lenguaje y las ideas capacitistas, se hace mucho énfasis en cómo corregir las dificultades de lenguaje y motricidad, porque parecen más urgentes. Porque son más productivas para el sistema. En cambio el tema de la mecanización de las acciones y los problemas de ubicación espacio-temporales, parece que se tratan como aspectos menos importantes. Porque claro, son temas que atañen a la persona y no afectan tanto a tu productividad y efectividad. Al final interesa lo que interesa, aunque el problema de mecanización y la falta de ubicación espacio-temporal me hayan marcado más y me afecten mucho más que el escribir en forma de espejo o darme golpes (aunque también sea algo importante y que me afecta, obviamente), pero es que se ven como anécdotas en comparación a no saber escribir bien o no saber hacer una división. Ah, sigo sin saber hacer divisiones, que conste.
Espero que todo esto os haya servido de algo o tengáis más información o curiosidad.
Este texto se publicó en el número 474 de la Directa. Podéis ver el artículo original en catalán aquí.
Aviso de contenido: comunicación no violenta, lenguaje capacitista (empatía), capacitismo, neurocapacitismo, individualismo, jerarquías, desigualdades sociales
La comunicación no violenta (CNV) ha devenido una de las herramientas favoritas en muchos de nuestros espacios. Existen versiones críticas y tiene puntos útiles, especialmente relacionados con el empoderamiento, la autonomía y la autoresponsabilidad; pero tenemos que entender cuáles son las bases conceptuales sobre las cuales se ha construido para poder hacer de esta un uso más consciente. En este texto hablaré de la CNV definida por Rosenberg a inicios de los años 60, que es la que ha ocupado tanto espacio en charlas, talleres y debates, y que es la más extendida y la que ha creado más dogma.
He visto utilizar esta herramienta
comunicativa tantas veces para manipular, maltratar y abusar que ha resultado
para mí una alarma suficientemente importante para decidir querer comprender
mejor cuáles son sus puntos problemáticos. Buena parte del discurso está basado
en una visión individualista que ve las personas como seres aislados e
independientes que solamente se afectan de forma puntual y voluntaria, obviando
e ignorando la interdependencia. La CNV puede ser una buena herramienta cuando
estás en una relación horizontal, pero obvia las estructuras de poder y las
jerarquías que a menudo hay en las relaciones.
La
responsabilidad
La CNV llama violencia a negar la
propia responsabilidad de los actos y las emociones. La propuesta es
interesante. El problema está en cómo se deciden distribuir las
responsabilidades, ya que depende de muchos factores: depende del contexto
(situaciones sociales) y también de lo que se hace y de lo que se recibe. La
CNV se basa en un paradigma donde las responsabilidades están totalmente
separadas y donde la relación y el contexto se borran: tú eres totalmente
responsable de lo que haces y sientes y yo soy totalmente responsable de lo que
hago y siento, y lo que tú sientas a causa de lo que yo haga es responsabilidad
tuya. Según la CNV, señalar hacia fuera es siempre un acto de violencia.
Uno de los ejemplos que utiliza la
CNV para ilustrar esto es la crítica que hace a la expresión “tengo que hacer
(una cosa)”. Esta expresión utiliza el verbo tener para expresar
obligatoriedad: hacemos una cosa porque nos sentimos obligades a ello, no
porque lo escogemos. Según la CNV, utilizar esta expresión nos quita
responsabilidad y consciencia de nuestra libertad de elección. Su propuesta es
expresar que lo hago porque lo escojo. Esta visión ayuda a tomar consciencia de
las cosas que hacemos y del poder que podemos tener en cómo nos sentimos con lo
que nos rodea. No obstante, como todo pensamiento liberal, se basa solamente en
la libertad de elección obviando totalmente las situaciones sociales
desiguales. Tener menos opciones o escoger bajo coerción no es escoger
libremente.
Finalmente, muchas veces personas
utilizan la CNV para no responsabilizarse de agresiones o actos que afectan a
sus relaciones, ya que si tú eres totalmente responsable de lo que sientes,
cómo te sientas a causa de mis acciones no es responsabilidad mía.
La
objetividad
Según la CNV, para comunicarnos de
forma no violenta lo tenemos que hacer a través de las observaciones objetivas
y no con valoraciones subjetivas: por ejemplo, decir que una persona nos está
ignorando es una valoración subjetiva, pero decir que no nos ha respondido es
una observación objetiva. Hacer esto nos permite no evaluar cosas que
desconocemos, ni otorgar a le otre intenciones, deseos o emociones.
No obstante, por defecto, lo que a
menudo es descrito como observaciones objetivas suele caer en una definición
concreta del mundo que nos rodea vinculada a los privilegios (la objetividad a
menudo corresponde a la mirada del hombre blanco, cis, heterosexual, de clase
media-alta, neurotípico, delgado, sin diversidad funcional, etc., los que han
tenido el privilegio de poder definir qué es objetivo y qué no), y, por tanto,
este tipo de observaciones a quien más suele beneficiar es a quien más
privilegios tiene. Siguiendo con el anterior ejemplo, suponer que la otra
persona no nos ha respondido también puede ser una valoración subjetiva que
corresponde a una definición sobre qué es una respuesta y qué es aceptado como
comunicación válida: puede ser que la otra persona, dentro de sus capacidades
comunicativas, nos haya respondido pero nosotres no lo hayamos entendido así
cuando lo interpretamos a través de las normas culturales y neurotípicas sobre
comunicación. El contexto siempre es importante.
Este razonamiento, además, no nos
permite poder expresar que nos han manipulado o que nos han maltratado, ya que
este tipo de valoraciones las coloca siempre en la clasificación de subjetivas.
La
empatía
Finalmente, una de las estrellas
de la CNV es lo que llama empatía. La CNV describe el proceso empático como una
interpretación sobre qué necesita la otra persona sin que esta lo exprese ni
pida esta opinión. Lo que propone la CNV es que cuando alguien te señala alguna
queja tú no puedes ser le responsable de lo que ella siente y, por tanto, tiene
que estar siendo un problema que necesita alguna cosa que no está pudiendo satisfacerse
ella misma, y se lo tienes que hacer saber (incluyendo una suposición de cuál
debe ser su necesidad no cubierta). Desde mi punto de vista, decirle a una
persona qué es lo que siente y qué necesita, a través de una lectura y sin que
ella haya expresado ni pedido esta opinión, es bastante violento. Es más, lo
que se hace con esto es desviar la atención de lo que le otre decía: pasas de
ser tú la señalada a señalarla a ella.
He visto manipular muchas veces a
través de este tipo de empatía. Siguiendo con ejemplos: si intentas señalar
alguna agresión, lo que automáticamente se te cuestionaría es cuáles deben
estar siendo tus emociones y buscando tus carencias que te llevan a esas
emociones, como si no fuera la agresión en sí la que te provoque la emoción, ya
que la persona que te agrede no es responsable de tus emociones. Esta es una de
las partes que a mí más ansiedad me producen cuando estoy delante de alguien
que utiliza esta herramienta.
Este texto lo escribí y se publicó en El Salto el 18 de marzo. Podéis ver el original aquí .
Este texto es el tercero de un conjunto de textos en los que quiero reflexionar y abrir un proceso de auto-crítica sobre gestión de discursos y espacios. El primero está aquí y el segundo aquí.
Aviso de contenido: poder, dominación, instrumentalización, manipulación, mención de ansiedad, capacitismo, mención de estructuras de poder, privilegios, agressiones, salud mental, violencia, mención de miedo, sentimiento de culpa, castigo
Hace tiempo que tengo ganas de hablar de cosas de las que sé que nos cuesta hablar, pero que sé que es un tema que nos está rondando a muchas y algunas personas ya han empezado a hablar de ello. Los motivos por los cuales nos cuesta tratar el tema son variados: porque tenemos miedo a las consecuencias de hablarlo, por la exposición emocional y mental que supone, pero también porque tenemos miedo a cargarnos todo aquello que tanto nos ha costado construir en espacios críticos, feministas y de lucha social (herramientas, discursos, vínculos). También juega un papel muy importante el poder, tanto sea porque tenemos miedo a perderlo o a renunciar a la posibilidad de una posición superior, o bien porque queremos conseguir esta posición superior. Además, tenemos miedo a que nos pisen o a ser excluidas (este último viene a ser uno de los motivos por los cuales muchas seguimos la corriente sin cuestionar cosas que nos pican).
Pero la realidad nos explota en la
cara, y no podemos permitirnos ignorar mucho del daño que nos estamos haciendo,
los poderes que estamos generando, los guayismos y las consecuencias de todo
esto, entre las que se encuentran problemas de salud mental,
sociales/relacionales, económicos, de aislamiento. Problemas contra los cuales
supuestamente estamos intentando luchar.
A mi alrededor desde hace tiempo
personas hablan de situaciones diferentes pero que tienen muchas cosas en
común: por un lado, la utilización de discursos como herramientas que acaban
generando ciertas violencias, tanto sea exclusiones, acoso o borrados, y por
otro lado, la instrumentalización de los discursos solo para obtener poder.
Normalmente es una mezcla complicada de las dos y lo que finalmente tenemos es
un ejercicio de poder que no es nunca contemplado cuando hablamos de
estructuras sociales porque se ha generado especialmente alrededor de nuestros
discursos y de nuestros espacios —movimientos sociales, activismos sociales,
feminismos, queer/LGBTI+, no-monogamias… — tanto físicos como virtuales,
donde se incluyen redes sociales.
Ya sabemos que las estructuras
sociales de poder que nos encontramos “fuera” de nuestros espacios se repiten
dentro de estos. Sabemos que el machismo, el racismo, el heterosexismo, entre
muchas otras estructuras, están presentes. Los ejes principales de nuestras
luchas son, precisamente, estas estructuras. No obstante, dentro de estas
luchas han emergido nuevas estructuras, que son aquellas que nos otorgan
ciertos reconocimientos y poderes en estos mismos espacios: el guayismo,
aquella tendencia a destacar y generar cierto dominio a través del ser “guay”
bajo los parámetros definidos por nuestros activismos sociales —como por
ejemplo, estar construida, dominar el discurso, obtener atenciones debido al
dominio de este discurso, producir discursos como si fueran productos de
consumo, famoseos y divineos. Evidentemente se mezclan otras estructuras menos
visibles y reconocidas como son el hecho de tener ciertos tipos de carismas o
bien la capacidad de poder dominar todo esto (capacidades comunicativas,
emocionales o intelectuales). Y todo el resto siguen la corriente, porque ir en
contra es buscarte el aislamiento o hundirte.
Es complicado entender en qué
momentos ha habido un deseo de poder sobre otras personas o bien hemos
confundido el empoderamiento personal con un ejercicio de poder hacia estas
otras, aprovechándose muchas veces de privilegios y de situaciones que en
muchos discursos no se contemplan. El problema es que uno de los muchos dogmas
que hemos aprendido a repetirnos es que da igual lo que hagas sobre una persona
que tiene un privilegio concreto sobre ti porque esto (supuestamente) nunca es
violencia, olvidando muchas más partes del contexto de aquella persona y de
otros ejes que le puedan estar atravesando que no vemos (o no queremos ver). La
salud mental es uno de ellos. Entiendo que delante de ciertas situaciones hemos
tenido que aprender a dejar de empatizar con las personas que nos violentan y
que tienen más privilegios, y entiendo que es vital que siga siendo así en
muchos casos. Pero, no obstante, hemos hecho un salto y hemos pasado a desear
que se deshumanice totalmente a quien consideramos que tiene un cierto
privilegio sobre nosotras.
Hemos confundido acompañamiento a las
violentadas o agredidas con un ejercicio de multiplicar cualquier deseo de
quien haya padecido la violencia. Cualquiera, sin cuestionarlo, ni
contextualizarlo. Mi pregunta es: ¿esto es acompañamiento? A la vez tenemos
miedo a todo lo que se nos puede llegar a pedir cuando se señala a otra persona
como agresora, llegando al punto de que, si vemos que podemos, intentamos mirar
hacia otra parte dejando de lado totalmente a la propia agredida. Las dos caras
de la misma moneda tienen consecuencias totalmente contrarias a lo que
supuestamente queríamos obtener.
Todo esto lo digo con dolor después
de haber estado años intentando esquivar los intentos de manipulación por parte
de un hombre que quería cuestionarme estos discursos para su propio beneficio.
Cada vez que alguien me hablaba de cuestionarlo la ansiedad se me disparaba. Me
ha costado aceptar que estas herramientas puedan estar siendo utilizadas
también para generar poder. Pero es que el poder se aprovecha muchas veces de
cualquier fisura que encuentra y es por esto que es muy importante repensarnos
constantemente y estar muy alerta. Creo que uno de los problemas principales ha
sido convertir parte de estas herramientas y discursos en dogmas y no
contextualizarlos nunca. Sí, hemos generado dogmas, creencias que van más allá
de lo que tendría que tener un espacio que se diga a sí mismo crítico. Estos
dogmas los hemos creado para revertir aquellos otros que nos imponen las
estructuras de poder, pero al fin y al cabo son dogmas que no se pueden
cuestionar, que no se pueden contextualizar según la situación.
Otros dogmas que hemos creado son,
por ejemplo, que si una persona dice que se ha sentido agredida significa que
lo ha estado (sin habernos parado a reflexionar o definir qué queremos decir
con “agresión”), o bien también que todo lo que pida una persona que se ha
sentido agredida va a misa (y nunca mejor dicho). Con esto no quiero decir que
tengamos que hacer todo lo contrario, como pasa fuera de nuestros espacios,
donde no se cree a las agredidas y no se las acompaña. Nos ha costado mucho que
se nos escuche, se nos crea y se nos acompañe.
Lo que tenemos que replantearnos es
qué quiere decir acompañar y escuchar, porque revertir totalmente un poder que
fuera no tenemos de esta manera implica otorgar un poder muy grande. Y todo
poder que se otorgue tiene el peligro de ser deseable y utilizado más allá de
las situaciones para las que se ha construido, sea a través de un proceso
consciente o inconsciente. He visto y vivido de muy cerca cómo se
instrumentalizaban estos dogmas para destruir a personas, o por venganza debido
a situaciones que nada tenían que ver con la acusación que se estaba haciendo
(celos, por ejemplo). He visto cómo se mentía, se inventaban agresiones, o bien
se aprovechaban algunas existentes para generar aún más poder sobre una
persona. Sigo creyendo que cosas como ciertos vetos o ciertas formas de tratar
las agresiones son importantes y necesarias. Pero no siempre ni de todas las
maneras, ni otorgando este total y absoluto poder.
Hemos basado buena parte de nuestros
discursos en el sentimiento de culpa y en el castigo. ¿No nos suena esto de
algo? Sin darnos cuenta hemos caído en la misma trampa con la que el sistema en
el que vivimos nos violenta día tras día. No creo que las personas oprimidas tengamos
que estar siempre haciendo pedagogía, creo que es algo que tenemos que poder
escoger, el momento y el lugar, la exposición y como nos autocuidamos, y si
realmente lo queremos hacer. No obstante, sabemos que vivimos en el mundo que
vivimos y es por este motivo que algunas o muchas hacemos activismo, y
pedagogía la tendremos que hacer. Caer siempre en atacarnos, castigarnos o
jugar a hacernos sentir constantemente culpables de todo no tiene nada de
revolucionario. El cambio más revolucionario tiene que pasar por otras vías.
Una cosa que da mucho poder en
nuestros espacios es dominar el discurso, saber en todo momento como
utilizarlo. Creo que quien tiene el privilegio de saber y poder dominar ciertos
discursos tiene un poder más grande dentro de nuestros espacios. He visto cómo
se manipulaban los discursos sobre cuidados para conseguir más atenciones y
afectos. He visto manipular los discursos de “no puedes dejar una relación así
como así porque esto es capitalismo y consumo de cuerpos” para que haya personas
que no puedan dejar relaciones de maltrato o chungas, o que eran incompatibles.
He visto maltratar mucho a personas y taparlo totalmente acusándolas de
capacitistas si señalaban maltrato. He visto cómo se manipulaba también el
discurso del tone-policing para excusar acoso y ataques sin ningún cuidado
hacia personas que cometían algún error típico de cuando no estamos
suficientemente formadas. He visto, de hecho, manipular y utilizar cualquier
discurso. A veces me da pánico escribir, dar un taller o una charla, porque he
visto manipularlo todo.
Finalmente, y no menos importante,
también he visto y he vivido la hipocresía de la generación de discurso
solamente para el puro consumo de las oyentes y lectoras y para el puro
protagonismo y guayismo de las productoras, con un gran vacío en medio donde se
generaban borrados, manipulaciones, ghostings, luz de gas o competición, por
parte de las mismas que hablaban y se ganaban la fama hablando de cuidados, de
horizontalidad, de cooperación o de compañerismo.
Escribo todo esto no solamente para
hablar de las demás, sino que aprovecho para revisarme, hacer autocrítica y
responsabilizarme. Escribo todo esto con un poco de miedo, pero a la vez con
las ganas y con la esperanza de que algún día dejemos de hacernos daño. A veces
lo veo, me entristezco y tengo ganas de huir corriendo. Otras veces cojo
fuerzas e intento entender cómo podría moverme alrededor de todo lo que siento
una farsa. Dos veces al año me cogen crisis y ganas de dejar este tipo de
espacios. Pero después miro a mi alrededor y, cuando me fijo más allá de todo
aquello que el poder intenta borrar, en el fondo veo cosas a las que cogerme:
compañeras que construyen cosas cada día, con mucho cuidado y sin esperar nada
más que un verdadero cambio social. Y es en estos momentos en los que cojo aire
y fuerza y decido seguir.
Vivimos en un sistema de contradicciones constantes. El capitalismo nos obliga a ir rápido, a usar lo que nos rodea y dejarlo sin más, a consumir, y a la vez no nos permite cambiar como nos gustaría o como necesitamos, ni le gustan los procesos, porque tenemos que ser lo que nos manda ser, para ser productivas y reproductivas, para explotarnos y encajarnos en una jerarquía. Vivimos en un sistema basado en metas, el capitalismo borra los caminos, el goce de los momentos, del compartir. Metas, cambios a golpes, forzados, estaticidades también forzadas y jerárquicas, fluir que no es en realidad fluir, que no es adaptable a ningún contexto que no sea el de su consumo, de la explotación o la objetificación. Es un fluir que es más bien un arrastrarse en una corriente anti-persona. Y esto no nos afecta igual a todas, sino que afecta mucho más a aquellas que no encajamos en muchos cánones que no nos permiten seguir este ritmo cuando nos movemos, cuando trabajamos, cuando nos relacionamos.
Para algunas
cosas, especialmente aquellas cosas que están vinculadas a la relación con lo
que me rodea, soy una persona lenta. Soy autista, y me he dado cuenta de que mi
lentitud está relacionada con ello. Y no lo digo como si fuera algo negativo en
sí mismo, de hecho me estoy enamorando de ello a medida que más entiendo cómo
funciono. Sería una cosa maravillosa si no fuera por todo el aspecto
estructural y social en el que me tengo que mover. La carga negativa aparece,
por un lado, por cómo percibe nuestra sociedad la lentitud: socialmente es
considerado un defecto, una incapacidad. Por otro lado, la negatividad se
incrementa mucho más cuando yo misma quiero y necesito moverte en este sistema:
no es solamente una cuestión de “mala imagen”, es una cuestión de que todo a mi
alrededor me acaba colocando en una posición inferior donde todo me cuesta
mucho más. Vivimos en un sistema altamente competitivo donde hay poco espacio
para el tiempo y para los procesos. El sistema se basa en la rapidez, en quien
más rápido va es quien se lleva los premios. Hay privilegios que te permiten ir
más rápido (tener dinero, ser blanca, encajar en los roles de género, ser
delgada, tener carisma, etc.) pero a todo esto se tiene que añadir la propia
rapidez o lentitud de cara persona: estamos hablando también de capacidades (y
discapacidades).
Para mí
conectar con otras personas requiere un tiempo. Y en este “conectar” caben
muchas formas de conexión: mentalmente, emocionalmente (afectiva o
románticamente), sexualmente, o para compartir cualquier cosa. Como sea, es
igual, saber si una persona me gusta, me cae bien, me apetece compartir unas
cosas o unas otras, me cuesta un tiempo que suele ser superior al que le cuesta
al resto. Esta lentitud es debida a muchos factores que acaban influyendo a mi
baja velocidad: por ejemplo, muchas veces me saturo por las cosas que estoy
sintiendo y necesito separarme de ellas para poder gestionarme y para poder
comprender como me siento (antes no lo hacía así, y la intensidad me llevaba a
arrastrarme a lugares que quiero evitar); a la vez, también muchas veces me cuesta
reconocer las cosas que siento en el momento (necesito tiempo para saber qué he
sentido con una persona o qué es lo que puedo estar sintiendo); también me pasa
que me es difícil procesar muchas de las cosas que las personas me dicen o
comparten conmigo, y también tengo cierta tendencia a la ansiedad social que me
dificulta pasar mucho tiempo con personas que no conozco o que conozco poco.
Debido a esta
lentitud muchas veces en el mundo de las relaciones me siento como yendo en
bicicleta en una carrera de Fórmula 1: yo voy tranquilamente pedaleando
mientras me van pasando coches a toda pastilla por mi lado (esta metáfora está
inspirada en una de parecida que me expresó hace un tiempo Laura, una persona
con quien tengo un vínculo cercano). Imaginaros un evento de un fin de semana
donde todas tenemos la oportunidad de conocer a personas nuevas con una cierta
afinidad y “conectar”. Pues yo iría pedaleando y todas me pasarían corriendo
como una bala por al lado. Esto no solamente hace que yo siempre quede atrás,
sino también que sienta angustia y ansiedad, como siempre me ha pasado cuando
voy en bicicleta por la calle de una ciudad: me siento vulnerable, desnuda,
mucho más fácilmente “atropellable”. Lo que ocurre es que no solamente siento
no llegar nunca a los sitios o llegar tarde, sino que cuando llego todas, que
han llegado mucho antes con su cochazo, ya están demasiado ocupadas con otras
personas. El tiempo es finito y las atenciones también. La exclusión es obvia.
Pero esta
exclusión no solamente pasa cuando eres lenta, también suele pasar cuando no
tienes un cuerpo normativo, cuando tienes otras discapacidades, cuando no eres
tan guapa, cuando no eres carismática, etc. De hecho a mí me atraviesan más
cosas que la lentitud. No es sólo exclusión por el hecho de ser así (gorda,
fea, discapacitada), cuidado, de esto es más fácil hablar, de que te excluyan
“directamente” por no encajar con la norma estética establecida. Es más
complejo que esto. Es también, como estaba comentando en mi caso, porque todo
el resto te pasan siempre delante, con sus cuerpos, su forma normativa de
conectar, sus carismas, y cuando tú llegas, al ser el tiempo y el afecto que
todas podemos realmente compartir una cosa finita (sí, todos los recursos lo
son), es más fácil ser excluidas de forma “indirecta” y menos obvia. No es
siempre una exclusión directa, sino más bien que no llegas porque otras te
pasan siempre delante.
Esto pasa en
la monogamia, y se puede multiplicar mucho más en el poliamor y en otras
no-monogamias siempre que estas se expresen bajo la misma forma capitalista de
funcionar. La monogamia se basa en la competición por ver qué persona consigue
estar en la posición privilegiada por el afecto de una persona (la pareja). Hay
muchas que creen que la competición se acaba cuando rompes con la idea de
exclusividad y “permites” que las personas puedan tener más de una relación
sexoafectiva. Pero esta idea es ingenua. Lo es porque creer que una vez todas
podamos relacionarnos con todas estaremos en la misma posición de igualdad es
la misma trampa ideológica liberal de que se puede ser libre sin romper con las
condiciones sociales de desigualdad. O sea, que tengamos la posibilidad de
tener más relaciones sexoafectivas no incrementa la posibilidad de que las
excluidas nos “toque” algo, sino que si no se rompen las relaciones desiguales
lo que propicia es que algunas acumulen más afectos mientras otras nos
dediquemos a acompañarlas (sintiéndonos a veces explotadas) y mirarlas desde
fuera. Es coger la monogamia y multiplicar todavía más algunos de sus efectos.
En esta caso incluso algunas nos quedaríamos en una situación de aún más
competición y más vulnerabilidad que en la monogamia, ya que en la monogamia al
menos cuando consigues el afecto de alguien la competitividad disminuye un poco
y no permite una acumulación tan grande por parte de algunas.
También pasa
con otro tipo de relaciones que no son contempladas cuando se habla de
monogamias o poliamores. Por ejemplo, yo tengo un sobrino de tres años y me he
dado cuenta de que no puedo vincularme con él cuando estamos una buena parte de
la familia junta (o al menos cuando están algunos miembros concretos). Hay
constantemente una lucha competitiva (inconsciente) para acaparar su atención y
es una lucha que a mí me coloca siempre fuera (también por el hecho de ser
autista, pero se añade el clasismo). Esto, si yo no le pusiera ningún tipo de
remedio y esfuerzo por mi parte (como creo que estoy haciendo desde hace poco),
haría que yo a la larga no acabara pudiendo generar un vínculo tan cercano con
él y quedara, por tanto, excluida de sus atenciones. Pero es un esfuerzo que a
veces me hace sentir ir contracorriente y luchando contra cosas muy difíciles
de luchar en el sistema que vivimos: yo no puedo comprarle millones de
juguetes, ni puedo llevarlo en coche a lugares diferentes porque no tengo coche
(tampoco es que quiera hacer estas cosas, de hecho detesto esta forma de
comprar atenciones, pero explícale esto a un niño de 3 años).
La cooperación
y romper con la competitividad, teniendo en cuenta lo que comentaba
anteriormente, no es solo una cuestión de no competir de forma consciente con
otras personas por nuestros amores, afectos o relaciones del tipo que sean,
sino que es tomar consciencia también de los factores que nos colocan en puntos
desiguales. He comentado en este texto el caso específico de la velocidad, que
para mí es una de las metáforas del capitalismo que me resuena en como vivo las
relaciones, pero también hay muchos otros factores que se ven afectados por
estas múltiples exclusiones y hacen que muchas queden descartadas en un sistema
competitivo y de acumulación de afectos.
Yo no soy
monógama, y decidí no ser monógama en un acto de querer ser consciente de mis
privilegios y de poder de alguna forma aprender a desprenderme de ellos. Para
mí la monogamia se basa en la propiedad, el consumo y la competitividad, y me
declaro fuertemente anti-monogamia. Para mí ser no monógama implica romper con
la propiedad para pasar a compartirnos, ayudarnos, cooperar, no sólo en el
ámbito sexoafectivo, sino en todos los ámbitos: la idea de comunidad/es. Mi
sorpresa fue ver un mundo supuestamente no monógamo y alternativo que no era
muy diferente y que multiplicaba lo que ya teníamos. Para mí todas esas
vivencias que muchas veces nos venden como poliamores no son alternativas sino
otras versiones, un poco más liberales, de la monogamia.
Si rompemos
con la propiedad, tenemos que aprender a compartirnos, no a acumularnos. Si
rompemos con el consumo, tenemos que aprender a respetarnos, no a
coleccionarnos. Y si rompemos con la competitividad, tenemos que aprender a
cooperar y a entender de qué puntos partimos cada una, tenemos que frenar,
dejar espacio para los verdaderos procesos, no seguir queriendo ignorar que
partimos de posiciones desiguales, ignorando nuestros contextos y las
estructuras sociales que nos rodean y atraviesan. Y tenemos que querernos ver,
a todas. También a aquellas a las que no solemos querer ver porque estamos
siempre demasiado ocupadas y preocupadas pensando en cuál será la próxima presa
a la que ganaremos como trofeo para nuestra colección.
Aviso de contenido: alcohol, drogas, adicción, neurocapacitismo, misautismia, dolor, aceptación social, rechazo, miedo a la pérdida de relaciones, mención de síndrome de abstinencia
Lo que relato en este texto es mi experiencia persona y no implica ni significa que todas las personas atravesadas por el neurocapacitismo hayan vivido lo mismo. De hecho hay experiencias muy distintas y todas las experiencias son merecedoras de ser tenidas en cuenta. También, obviamente, dependerán del neurotipo. Esto no quita que la vivencia sea en muy buena parte estructural, y es que cada une vivimos las estructuras de forma diferente según muchos otros factores de nuestras vidas.
La adolescencia para mí (igual que para muches) fue una época de total y absoluto desbarajuste emocional, sobre todo en cuanto a cómo vivía toda la información que me llegaba de lo que me rodeaba y de las relaciones. Ahora entiendo muchas más cosas de mí, especialmente gracias al feminismo y al activismo de muchas personas neurodivergentes que me ha ayudado a entenderme fuera de la neurotipicidad. Entiendo y sé que la adolescencia para todes suele ser un gran desastre, pero cuando te atraviesan ciertas estructuras puede llegar a hacerse uno aún más grande. Debido a las exigencias sociales, a que aprendí sobre mí misma y sobre mi funcionamiento a través de parámetros que realmente no me representaban ya que yo no funcionaba como lo que era estipulado como “normal” y, por tanto, debido al hecho de no haber tenido tiempo al autoconocimiento, al hecho de que mi cabeza sentía diferente, procesaba diferente y vivía todo lo que le llegaba de forma diferente, el neurocapacitismo afectó buena parte de mi vida. En mi caso las relaciones sociales y la vivencia con mi cuerpo, con mi cabeza y las emociones se hicieron bastante insoportables. Solamente sentía dolor y una necesidad muy grande de taparlo. Empecé a consumir drogas y alcohol rodeada de esa ansia, y rápidamente empecé a tener problemas de abuso de estas sustancias (especialmente alcohol) y una adicción bastante elevada.
Mis idas y venidas con todas mis adicciones han sido complicadas estando mezcladas muchas veces con episodios muy complejos de mi vida: he tenido periodos donde he dejado completamente todo tipo de sustancia adictiva (también azúcares, tés y cafés), y otros momentos donde he consumido hasta puntos extremadamente preocupantes y donde soy consciente que casi me ha ido la vida en ello. Toda mi problemática, obviamente, se mezclaba con la gran normalización que hay en el consumo de alcohol y de otras drogas (pero sobre todo alcohol) en muchos tipos de espacios, como los espacios de fiesta, también en celebraciones o en el día a día. No obstante, no quiero desviarme de mi problema ya que todo lo que a mí me ha pasado en relación con las drogas ha ido más allá de una problemática del consumo en espacios donde está socialmente aceptado: he ido bebida al instituto, he consumido drogas consideradas más “duras” entre semana para ir a clase a la universidad, he bebido para poder salir a la calle a caminar e interaccionar “normalmente” con gente, etc.
Poco a poco, y sobre todo, como he comentado al principio, gracias a leer y escuchar a activistas neurodivergentes, me he dado cuenta de cuáles han sido las causas de mi problema con el consumo de ciertos tipos de sustancias. Las causas están muy relacionadas con el neurocapacitismo que he padecido desde siempre y que ahora he conseguido ponerle nombre. Como comentaba al inicio del texto, desde adolescente todas las interacciones con mi entorno me suponían un dolor constante, no solamente psicológico, sino también emocional y físico. Ahora he entendido que este dolor era provocado por no entender (o no aceptar) que mi funcionamiento era diferente, obligarme a interaccionar y relacionarme como se ha estipulado socialmente que se tiene que hacer, y no aceptar mis diferencias y sensibilidades sensoriales. No era capaz de quitarme este dolor de ninguna manera y había drogas que al producirme cierto placer tenían la capacidad de quitarme este dolor, aunque fuera para calmarme temporalmente. No quiero, no obstante, que todo recaiga en una cuestión de auto-aceptación, como si yo fuera la única responsable de ese proceso, ya que esta no aceptación provenía de una no aceptación social y que yo aprendí de mi “exterior”.
A parte del dolor, me he dado cuenta de que tengo cierta ansiedad social que muchas veces no me permitía soportar el día a día, especialmente la relación constante (y sin medida según como me sentía) con compañeres y amigues y en eventos sociales. Ahora mismo en estas situaciones cuando me angustio o tengo ansiedad suelo irme del lugar donde estoy para poderlo gestionar (a veces con frustración porque me gustaría poder estar allí y con el miedo a perder relaciones en el camino de tener que irme de los sitios). También, para prevenir estas situaciones de ansiedad, suelo organizar mi agenda para poder tener momentos y días para mí y no socializar en exceso para ser capaz de poderlo hacer en otros momentos. No obstante, esto antes no lo conocía y además pensaba que no sería aceptada por les demás (no solamente lo pensaba, mi experiencia me lo demostraba), y muchas veces acababa utilizando el alcohol como ansiolítico para hacerme aguantar situaciones sociales que me producían ansiedad. También me he dado cuenta de que en encuentros sociales fumaba mucho más, no sólo por ansiedad social, sino también para esconder mis stims: o sea, cómo la mayoría de stims no son “aceptables” pero el acto de fumar sí, lo que hacía era sustituirlos y utilizaba el acto de fumar como stim escondido a ojos de las demás personas.
El alcohol también me ayudaba a parecer de cara a otras personas más neurotípica: o sea, más normal. He aprendido que esto es un tipo de camuflaje. Delante de mi desconocimiento sobre el tema lo que sentía es que el alcohol me ayudaba a “desinhibirme”, que es lo que se suele decir. Ahora, reflexionando bien muchas de las situaciones donde sentía la necesidad de beber, me he dado cuenta de que beber me ayudaba a enmascarar muchos de mis rasgos no neurotípicos para parecer más aceptable; en realidad en aquella época que no conocía mi no neurotipicidad, simplemente sentía que me convertía en una persona más “normal”. De esta manera sentía que podría conseguir actuar como se espera de toda persona, una cosa que a mí me costaba mucho ser capaz y pensaba que necesitaba trabajarme más. Hacerlo me costaba un sobreesfuerzo muy grande, esfuerzo que el alcohol suavizaba. Estos procesos se me juntaban con un miedo muy grande a ser excluida y a ser rechazada. Yo me esforzaba y me obligaba a encontrar maneras de no pasar más por aquellos procesos de rechazo y de exclusión, y el consumo de alcohol formaba parte de todo ese deseo de aceptación.
Todo esto, juntamente con tener una facilidad muy grande para engancharme a cualquier droga debido a mi funcionamiento (más bien de forma física, no me estoy refiriendo a adicción puramente psicológica o emocional), acababa por arrastrarme muchas veces a pozos de donde me costaba mucho salir. Tengo una dificultad muy elevada (comparada con otras personas) para dejar ciertas sustancias (también la cafeína, no todo es un problema con drogas menos aceptadas socialmente) y los síntomas de los síndromes de abstinencia que suelo tener son bastante fuertes. Con el tiempo he conseguido comprenderme, aceptarme y entender cómo gestionar situaciones de abstinencia, y cada vez conseguir salir de ella mejor. Pero esto lo he aprendido con el tiempo, como todo el resto.
Nunca he sabido donde situarme delante de los discursos pro-drogas o anti-drogas. A mí las drogas, aparte de todo lo que he explicado, me han aportado cosas muy buenas, así como otras de desastrosas. Creo en el consumo de estas sustancias para el uso que cada persona le pueda encontrar siempre que intente (como con todo) compartir los espacios de forma responsable (tema complejo a tratar, ya lo sé). Por otro lado, simpatizo con una parte del discurso anti-drogas, especialmente por cómo gestionamos nuestros espacios, tanto de fiesta como de no fiesta, y el consumo acrítico, sin ningún tipo de reflexión sobre cómo influyen con nuestro entorno y la obligatoriedad que imponen estos espacios a consumirlas sin muchas alternativas. No obstante, los dos discursos caen muchas veces en el neurocapacitismo (igual que muchos discursos sobre el consumo de medicamentos, sean o no drogas), especialmente el discurso anti-drogas. Por esto necesitaba compartir mi experiencia. No nos sirve de nada hacer críticas hacia el consumo de drogas que estén obviando una parte de las personas que tenemos tantas dificultades para movernos por cualquier espacio haciéndonos sentir muchas veces culpables de nuestro propio consumo. Ciertamente la respuesta a los problema que tenemos muches que nos atraviesa el neurocapacitismo no tendrían por qué pasar por las drogas. Seguramente no. Pero no nos sirve de nada criticar el consumo de drogas para tapar nuestros problemas con todas estas vivencias si no generamos primero unos espacios y relaciones menos neurocapacitistas. Y con esto último todavía nos queda muchísimo trabajo por hacer.
[imagen: dos brazos donde hay escrito en uno «indecise» y en el otro «confosa»]
Aviso de contenido: neurocapacitismo, obligatoriedad de saber lo que quieres, obligatoriedad de saber expresar, exclusión, jerarquías
Como ya he comentado en otros textos (como por ejemplo, en “el compromiso como acto revolucionario”), la mayoría de las cosas que se comparten en una relación son cosas que no son (normalmente) escogidas entre las personas que la componen. Las cosas que se comparten y los pactos o compromisos no se suelen hablar, ni decidir ni tomar, sino que vienen dados por defecto a través de unas normas implícitas según el tipo de relación que se establece: por ejemplo, si tienes una relación de pareja con una persona se presupone que será con ella con quien irás de vacaciones o acabarás en algún momento compartiendo vivienda y finanzas.
Esta forma de “construir” relaciones en realidad no construye la relación, sino que hace que se cree o se genere a través de normas (sociales) que la arrastran y le suelen imponer también jerarquías (tanto entre las personas que componen la relación como hacia otras personas/relaciones). Los compromisos que se no-toman (o sea que vienen implícitos) no son sensibles al contexto ni a las necesidades de las personas que componen la relación. Como ya había apuntado también anteriormente, una forma alternativa más sensible de construir relaciones y compromisos en estas relaciones es haciendo explícito lo que se quiere compartir, hablar y dejar más claro entre las personas que la componen de qué trata la relación, y qué compromisos se quieren tomar juntes. Estos compromisos, no obstante, no solamente tendrían que ser explícitos, sino que tendrían que poder ser tomados en un espacio seguro y en que todes realmente puedan expresarse sin coacción.
Pero ha habido una confusión bastante grande entre la necesidad de tomar las decisiones de forma explícita con que las personas tengamos que saber siempre lo que queremos o lo que necesitamos y que además lo tengamos que saber expresar siempre de la mejor manera. Hay muchas personas que consideran incluso violento que la otra persona no sepa o no tenga claro qué quiere o no sea capaz de expresarlo de la forma que se considera “sana” (expresión que, sinceramente, no me gusta nada). Esto genera, no solamente una presión muy grande hacia todes, sino a la vez una jerarquía donde solamente las más capacitadas para decidirse, a entender lo que necesitan en un tiempo considerado socialmente “normal”, o a poderlo expresar con la claridad que se reclama, tendrán el privilegio de entrar en este discurso.
La creencia de que para poder tener relaciones horizontales tienes que tener claro lo que quieres y lo que necesitas es capacitista (especialmente neurocapacitista), aunque obviamente afecta a muchas personas no atravesadas por el capacitismo porque esta incapacidad a la hora de saber lo que queremos la podemos sentir todes en algunos momentos de nuestra vida. La necesidad de establecer pactos explícitos no implica la necesidad de saber lo que se quiere y lo que se necesita. Es absurdo creer que si no podemos establecer un pacto concreto implicará automáticamente que nos dejaremos arrastrar. Que no sepas lo que quieres o lo que necesitas se puede respetar sin que se caiga en establecer compromisos implícitos y jerárquicos. Precisamente la idea de romper con los compromisos sistemáticos implícitos para crear de sensibles es también para tenernos en cuenta con nuestras especificidades, por tanto también con nuestras no capacidades.
Decir que no sabes lo que quieres ni lo que necesitas también es ser explícite (una cosa que a menudo olvidamos porque parece que solamente se pueden hablar las cosas cuando está todo claro y trabajado, y precisamente se trata de lo contrario, compartirnos y aceptarnos en nuestros procesos). Creer que no se pueden pactar cosas ni comprometerse ni hablar sobre cómo sentimos la relación si le otre no lo tiene todo claro es bastante reduccionista ya que hay muchas formas de hablar, pactar y comprometerse. Por ejemplo, se pueden hablar de las dudas que sentimos o de las cosas que tengamos un poco más claras que a lo mejor no queremos para intentar movernos alrededor de esto; se pueden establecer pactos temporales dependiendo de cómo le otre pueda irse dando cuenta de lo que necesita, etc.
También se reduce la problemática a “saberlo expresar” (o sea, saber expresar las necesidades o voluntades en la relación) sin tener en cuenta que muches tenemos dificultades a la hora de expresar lo que queremos por muchos motivos. Por ejemplo, a muches que nos han negado nuestras necesidades desde pequeñes (tanto sea por nuestro género como por tener unas necesidades consideradas “especiales”, como pasa a muches neurodivergentes) expresarlas muchas veces se nos hace dificilísimo; también nos puede ser difícil expresar necesidades cuando es un tema que nos afecta emocionalmente o tenemos miedo a la reacción de le otre y nos atraviesan ciertas dificultades a la hora de expresarnos de una manera que se considera “normal” o “aceptable” (no soporto, por ejemplo, esta costumbre que hemos adquirido en espacios no monógamos en resumirlo todo diciendo que las cosas se pueden decir “tranquilamente y naturalmente”). Para poder trabajar las relaciones de forma horizontal no solamente tenemos que dejar espacio para que podamos ser explícites, sino también tenemos que dejar espacio para que nos podamos expresar de muchas formas que intenten ser sensibles a las necesidades de expresión de todes, y también tenemos que poder hablar de estas dificultades que tenemos para expresarnos, hablar sobre los motivos e intentar encontrar entre todes cómo podríamos crear este espacio que pueda sentirse más seguro.
La idea de generar compromisos horizontales es también la de que estos compromisos no tengan que ser estáticos y puedan cambiar para adaptarse a nuestros cambios de necesidades o bien a cómo nos vamos dando cuenta de lo que necesitamos cuando se va construyendo la relación; también es que se puedan adquirir desde muchos puntos diferentes, también desde la incertidumbre o la duda. Los compromisos se tienen que poder tomar desde espacios y situaciones seguras para todes, especialmente para les más vulnerables, donde se incluyen aquelles a les que les cuesta expresar lo que quieren como también aquelles que muchas veces les cuesta tiempo entender qué necesitan. Es importante aprender a hablar también desde estas posiciones y llegar a pactos desde allí para hacer las relaciones horizontales más inclusivas y sensibles.