aviso en todos los textos: cuando hablo de relaciones me refiero a relaciones de forma general, no solamente a relaciones sexoafectivas o de pareja. cuando me refiera a estas últimas siempre lo voy a especificar.
Durante mucho tiempo me cogí muy fuertemente al discurso de los cuidados, al de no dejar las relaciones con lo que se suponía que era violencia, al de comunicarme siempre mucho, al de no imponerme ni pedir por miedo a ser autoritaria, o a lo contrario, pedir y pedir, poner límites, etc. Y sufrí mucho. Lo que más me hizo sufrir, no obstante, no fueron estos conceptos en sí mismos, sino la falta de contexto des de los cuales muchas veces los recitamos. Sin contexto, todo se rompe, todo se manipula, todo se entiende de forma banal, y se borran un montón de emociones, situaciones y jerarquías. Estamos muy acostumbradas a las soluciones y fórmulas generales. Nos encantan los lemas. Somos también adictas a los titulares, a lo que nos sacude. Pero todo se queda en esto, una sacudida que si no se intenta comprender en profundidad y saber cómo y cuándo realmente se aplica lo que tanto nos motiva conceptualmente nos deja también vulnerabilizadas o con muchas armas también para vulnerabilizar a las demás.
Los contextos definen fronteras, límites, contornos diferentes en cada
momento. Lo que para muchas puede ser la salvación en un momento dado, para
otras o en otros momentos puede ser un desastre, violencia, u opresión. No quiero hacer de esto lo que
muchas han conseguido hacer muchas veces: la relativización total de cualquier
aspecto estructural hace que se acabe borrando todo, como lo que se vende cómo
crítico y acaba fluyendo hacia un discurso liberal. Contextualizar no es relativizar hasta borrar los contornos y las
fronteras. Tampoco es apolitizar lo personal. Al contrario. No va de esto. Va
de politizar también el contexto. Va, precisamente, de leer estas
fronteras, de añadirlas, de interpretarlas, de saber que están, y de que no
siempre son iguales ni las mismas.
¿Por qué un discurso pro-cuidados, por poner solamente uno de los ejemplos, puede generar, en algunos casos, violencia cuando se supone que lo que pretende hacer es todo lo contrario? Por el contexto. La utilización descontextualizada de un concepto como este tiene el peligro de aplicarse en muchos casos donde se benefician intereses puramente personales, personas que nos están violentando, o que quieren manipular una situación. Sacar la carta de los “cuidados” es como sacar de golpe un tipo de carta comodín que todas miran, a veces con frustración. Y, creedme, no estoy hablando de casos “cantados” donde es obvio que nos encontramos delante de un caso de manipulación. Hablo de situaciones complejas, de múltiples estructuras, de afectaciones que van más allá de lo que a veces nos hemos enseñado con nuestros discursos a ver. A veces necesitamos, en un contexto dado, definir los cuidados de otras formas. Cuidar no siempre será prepararle la cena a la vecina. A lo mejor la vecina no necesita que le preparen la cena. Tampoco siempre será hacer lo que ella necesite y reclame, esto también puede llegar a ser peligroso algunas veces. Tenemos que situar el contexto, ver qué está pasando, qué más hay alrededor, tanto de ella como de nosotras. Decir que siempre tenemos que cuidar, incluso cuando no nos estamos descuidando a nosotras, puede implicar acabar generando límites por algunos lados peligrosos. No hacerlo a veces también. Los cuidados en el marco familiar, de hecho, aun ser una tarea necesaria, se lleva utilizando desde antes de nuestras abuelas para controlar, vigilar y castigar: por un lado a les peques mientras a la vez se les cuida, y por otro lado, a las mujeres mientras éstas cuidan a sus maridos. Y no quiero hacer de esto un discurso anti-cuidados porque no es mi intención. Los cuidados son importantes. Junto con su contexto.
¿Dónde está, por ejemplo, la frontera
entre no ejercer poder sobre la otra, no jerarquizar, y poder pedir y poner
límites que tengan en cuenta mis necesidades y cuidados? Ya os digo que la
respuesta no es nada corta. Esto pasa también con cómo dejar las relaciones. Es
muy bonito todo esto de aprender a dejar las relaciones con afecto y cuidado,
pero esta idea, junto con la de la importancia de comunicar cómo te sientes y
la de no abandonar una relación sin tener en cuenta todo esto antes, me atrapó
en una relación de maltrato. Diré más, hay quien lo utiliza para atrapar a las
demás. He aprendido que hay casos en que lo mejor es salir corriendo, cuando en
muchos otros casos hacer esto es, para mí, un acto violento. Tengo muchas más
historias, que se podrían ir desgranando una a una, pero que no caben aquí
todas en este texto que pretendía que fuera más bien introductorio.
¿Dónde están estos contornos cuando
hablamos de cuidados? ¿Dónde están cuando hablamos de poner límites y de
libertades? ¿Dónde están cuando hablamos de violencia? ¿Dónde están cuando
hablamos de comunicar o de la necesidad de dejar las relaciones con cuidado o
poder huir de ellas para escapar de una relación de maltrato? ¿Dónde están
cuando hablamos de referentes? Sé que es un tema que se ha tratado en muchos
ámbitos, más bien filosóficos y también políticos, pero a mí me falta que se
haga cuando hablamos de relaciones. ¿Y qué más importante que el contexto
cuando hablamos de relaciones? De hecho, hablar
de relaciones no es solamente hablar de dos o más personas, es hablar de una
cosa más compleja. Las personas en sí somos relación, relación con las demás, y
relación con todo lo que nos rodea. Y es esto, esta relación con lo que nos
rodea, este contexto, de lo que estoy hablando. Hemos hablado ya mucho de
querer hacer las cosas “bien”. Ahora a mí, me falta empezar a hablar de qué,
cuándo y cómo una cosa está bien.
Este texto lo escribí y se publicó en El Salto el 4 de noviembre. Podéis ver el original aquí .
Aviso de contenido: capacitismo, misautismia, machismo, mención de maltrato
Las personas femeninas hemos crecido viéndonos y leyendo nuestros cuerpos y emociones a través de la mirada del otro. Una mirada que nos controla y vigila para que no nos salgamos de la posición que se nos ha otorgado socialmente. Mirarse al espejo o sentir rabia pueden ser procesos que se complican y que se mezclan entre el placer y el dolor, la sumisión y el empoderamiento. Además, siempre tenemos que estar atentas para ver qué querrá la gente de nosotras y ser y existir siempre “para los demás”, especialmente para aquellos que han crecido creyendo que tienen más derecho a pisar el suelo que hay bajo sus pies.
En mi proceso de comprender esto, no obstante, sentí más complicación que muchas de mis compañeras feministas. ¿Por qué, en muchas ocasiones, me costaba más deconstruir toda esta mirada? Las intersecciones son importantes. Hace poco he entendido algunas cosas más sobre mí que han complicado bastante estos procesos. El problema no era solamente el género, era también el capacitismo. Buena parte de lo que he podido comprender últimamente de forma más consciente ha sido gracias a mi terapeuta actual, Elisende Coladan, quien a través de su experiencia como mujer autista y cómo terapeuta, ha podido comprender también esta intersección. Ser una persona femenina autista complica más esta relación con nuestro entorno y la mirada hacia nosotras mismas.
Me
identifico como autista. No lo digo tampoco con el orgullo de quien se suele
poner un pin identitario, pero tampoco con la vergüenza social que esto suele
representar. Es un hecho que siento que me atraviesa, y que me ha atravesado
incluso cuando no sabía que podría serlo. Poco a poco estoy desgranando muchas
cosas. La terapia, como he dicho, también me está ayudando. Uno de los golpes
más fuertes fue darme cuenta que crecer como mujer autista implica un proceso,
desde pequeña, mucho más grande de adaptación al medio, donde se incluye, por
tanto, muchos rasgos impuestos relacionados con la feminidad (una feminidad que
a la vez nos es bastante más complicada de conseguir).
Ser autista
implica, en muchas ocasiones, tener que enmascararte, un proceso muy violento y
a la vez que surge por la necesidad de sobrevivir en un entorno capacitista.
Desde siempre recibes el mensaje (directo e indirecto) de que tu forma de
expresión no es correcta, que tus emociones tampoco, que la forma que tienes de
gestionar estas emociones tampoco. Creces teniendo que aprender constantemente
un código neurotípico de relación con las demás: cómo tienes que sentir, cómo
tienes que hablar, cómo tienes que gesticular, cómo te tienes que mover, qué
significa cada cosa implícita que tú no reconoces, etc. Un código que te cuesta
horrores entender porque no es como el tuyo pero que aprendes a imitarlo. Tu
código no te está permitido o te hace parecer rara, excéntrica y despreciable
para las demás.
El exceso de adaptación nuestra nunca es correspondido por el “otro lado” y por tanto el esfuerzo no está repartido, todo recae sobre nosotras. Muchas terapias para niñas autistas son terapias de reconversión neurotípica, donde se intentan borrar todos los rasgos autistas de las niñas y las obliga a tener que pasar por el listón alista (un concepto que se usa desde el activismo autista para referirse a las personas que no son autistas de forma no estigmatizante). Hay muchas activistas autistas hablando sobre estas terapias en twitter, a parte de otras temáticas relacionadas con el autismo (como por ejemplo, @AsperRevolution, @aprenderaquerer, @uma_noide, @gonyAutie, @NeuroRebel, entre muchas otras que podréis ir descubriendo si seguís a estas).
¿Os podéis
imaginar, por un momento, cómo se mezcla esto con lo que ya comentaba
anteriormente sobre la demanda social hacia las personas femeninas de ser “para
los demás”? Lo diré con simplicidad: es una bomba. Una bomba que estalla en
nuestras vidas y nos convierte en personas fácilmente maltratables. Verse a una
misma en todo esto implica ver a una persona que muchas veces no sabes quién es
porque se ha pasado la vida teniendo que ser otra persona. Implica leer tu
cuerpo a través de otros códigos. Implica aprender a odiarlo, a odiar aquello
que sientes y a la vez dedicar tu vida a entender cómo quieren las demás que te
comportes. Implica estar siempre hiperalerta creyendo que todo lo que pasa es
culpa tuya, porque lo que haces siempre está mal. Lo que sientes no vale, lo
que quieres no vale, lo que eres no vale. Y muchas veces lo acabas odiando.
Tienes que convertirte en otra cosa, tienes que imitar a las demás, y además,
saber constantemente cómo quieren y necesitan que tú seas.
Darme cuenta
de esto ha sido un choque muy fuerte que me ha afectado. Y a la vez me ha
liberado. Son dos emociones que se mezclan dentro de mí cada día desde entonces
y que poco a poco estoy calmando. Exponerme así explicando esto, aunque sienta
de alguna manera necesario por muchos motivos, no es fácil. Me siento
vulnerable, y a la vez emocionada por el proceso de empoderamiento que
seguidamente viene con todo esto. A la vez también pienso mucho en todas las
niñas autistas, como de otras discapacidades también, y siento dolor por todo
lo que tienen que pasar y vivir. Especialmente cuando, además, el machismo las
chafa mucho más. Solamente les deseo estar rodeadas de adultas que las
acompañen y que no intenten reconvertirlas jamás.
Aviso de contenido: monosexismo, heterosexismo, bifobia, lesbofobia, machismo, competitividad, jerarquías
Estamos viviendo una época dentro de muchos activismos que parece más bien una lucha para ver quien está más oprimida. Nos repartimos carnets con puntos, donde se suman y se restan puntos según cada estructura de forma totalmente simplista y poco contextual. Entiendo que muchas veces haya personas un poco hartas sobre estas temáticas e, incluso, escépticas sobre el propio concepto de las estructuras de poder. Las estructuras son complejas, los privilegios y las opresiones también, y no se pueden ver como una colección de suma de puntos como muchas veces se presentan. Es muy probable, por ejemplo, que aunque a mí me afectan el machismo, el heterosexismo, el monosexismo y el capacitismo, pueda tener una vida más fácil que una persona que solamente es atravesada por el racismo en el mismo contexto que el mío. No estoy diciendo que tenga que ser siempre así, es, como ya he dicho, complejo, y el clasismo también juega un papel importante aquí.
Hace unos
años una persona argentina que estaba dando una charla sobre gordofobia,
después de explicar cómo esta estructura le afectaba, añadió que aunque le
afectaba mucho, dependiendo del contexto había otras estructuras que podrían
afectar más, o hacer que la gordofobia no afectara tanto en comparación. Por
ejemplo, cuando te para la policía en un aeropuerto y no eres europea hay
estructuras que serán más importantes o tendrán más relevancia en aquel
contexto. En cambio cuando, por otro lado, vas al médico es probable que la
gordofobia, juntamente con el hecho de ser una mujer, sea lo más relevante.
Sabemos que cuando no se tiene en
cuenta la existencia del monosexismo, a las personas plurisexuales se nos borra
parte de la opresión que vivimos. Normalmente, cuando esto pasa, se considera que solamente
vivimos heterosexismo, homofobia, con “mitad intensidad” o “mitad frecuencia”,
o sea, que solamente nos vemos afectadas cuando tenemos relaciones con personas
del mismo género. Y es cierto que el heterosexismo nos afecta, y nos afecta
especialmente cuando esto pasa. No obstante, existe otra estructura, el
monosexismo, que nos atraviesa específicamente por el hecho de sentirnos
atraídas por más de un género, que no se suele tener en cuenta. No tener en
cuenta esto es no tener en cuenta la alta vulnerabilidad que padecemos las mujeres
plurisexuales a la violencia sexual (que también padecen lesbianas, pero que en
las plurisexuales se suele disparar más), o bien no tener en cuenta como se nos
borra y nos estereotipa en todo contexto monosexual.
Pero en el proceso de aceptación de
la existencia del monosexismo en las comunidades plurisexuales se ha generado
una tendencia a repetir que las mujeres bisexuales estamos, en general, mucho
más oprimidas que las lesbianas. Esto es la simple consecuencia de ver, como he comentado,
las estructuras de poder como una suma y colección de puntos. Si eres una mujer
plurisexual, te ves atravesada por el machismo, el monosexismo, y también el
heterosexismo. Por tanto, según esta lógica, nos vemos afectadas por una
estructura más (el monosexismo) que las lesbianas, y, en consecuencia, estamos
mucho más oprimidas.
Ver las estructuras de esta manera y
llegar a conclusiones como esta me parece, no solamente peligroso, sino también
una forma de banalizar y simplificar la violencia estructural. Es obvio que el monosexismo nos
afecta a personas plurisexuales, y que por esta estructura las personas
monosexuales tienen un privilegio. Pero este privilegio y esta opresión no se
viven ni se expresan igual siempre. Una mujer que, por ejemplo, sea bisexual y
esté teniendo una relación monógama con un hombre, el heterosexismo que
padecerá será mucho menor que el que padezca una lesbiana. Es más, es probable
que, en algunos casos, no siempre, también el monosexismo que padezca no sea
tan alto como el de una mujer bisexual no monógama y que mantenga diferentes
relaciones con personas de diferentes géneros, o incluso con solamente mujeres.
El contexto, como llevo comentando
desde el principio, siempre es importante.
Creo que es importante que comencemos
a contextualizar las estructuras, sin el miedo a perder por el camino la
politización de nuestros activismos y nuestras luchas. El contexto también es
político, tanto como las estructuras, porque las estructuras son contexto. Nuestro contexto. Ni las bisexuales
estamos, en general, más oprimidas que las lesbianas, ni tiene porque ser al
revés. Habrá casos, habrá contextos, y habrá más estructuras que, posiblemente,
puedan llegar a afectar mucho más que todas estas, o que su intersección sea
mucho más compleja. No hemos venido aquí a pelearnos, a sumar o a restar
puntos, ni a jugar al bingo. O al menos, yo no he venido a esto. Nuestra lucha
tiene mucho en común. Pero para poder compartirla, antes tenemos que empezar a
dejar ciertos tipos de competitividades a banda, sin tampoco olvidarnos de que
la bifobia y la lesbofobia, obviamente, existen.
aviso de contenido: apropiación, consumo, instrumentalización
Se llenan charlas, debates, comentarios, artículos, y actividades de todo tipo. Tenemos, las que hemos tenido el privilegio de vivir en una ciudad llena de estas cosas y de unos movimientos sociales suficientemente importantes, un abanico muy grande de ofertas de todas las temáticas y de todos los colores. Algunas temáticas incluso se han convertido en un negocio, y moverse entra la supervivencia cuando vives la opresión y el peligro de caer en la voluntad y deseo de sacar provecho (económico o social) es un proceso complicado.
Tradicionalmente el provecho siempre se ha sacado por parte de las personas con privilegios a costa de las opresiones de les otres, explotándoles a muchos niveles. No obstante, ahora las cosas parecen complicarse bastante, aunque está claro que quien puede sacar más provecho serán las que tengan más privilegios, no tienen por qué ser directamente los privilegios desde los cuales normalmente se sacaba provecho anteriormente (las heterosexuales sobre las no heterosexuales, los hombres sobre las mujeres, las cis sobre las trans, las blancas sobre las no blancas, etc), sino más bien se suman otras, como las capacidades comunicativas, carismáticas y sociales. Es más fácil, por ejemplo, sacar provecho hablando sobre feminismos si eres una mujer con unas capacidades comunicativas más elevadas, tienes carisma y no tienes ansiedad social, y si acumulas muchos de los otros privilegios (eres blanca, cis, etc). Algunas, teniendo estos privilegios, pueden apropiarse fácilmente de discursos que se generan de forma colectiva y las redes son un buen lugar para observar y apropiar. Entiendo que algunas personas hayan querido sensibilizar sus profesiones (cómo algunas terapeutas), pero el otro lado de la balanza es que algunas de estas temáticas también se han profesionalizado. Así como, por tanto, nuestras opresiones.
El problema es que en un ambiente de este tipo es muy fácil caer en una especie de mercado de los discursos y de las atenciones. Donde hay mucha atención y mucha gente, hay público y hay mercado. La producción de discursos y de su consumo, muchas veces acrítico y con una tendencia importante al divineo según las necesidades de cada une, va mucho más allá de las altas esferas de los espacios alternativos: a veces es simplemente llenar con comentarios absurdos asambleas, o llevar a cabo acciones para auto-centrarnos en lo que podemos obtener y cómo nos coloca todo esto en una escala más elevada de un cierto guayismo, que se aparta de la motivación original que supuestamente estamos “vendiendo”. Es precisamente esto: se venden, literalmente, intenciones, discursos y motivaciones. Pero esto es como cuando compras cualquier producto: muchas veces lo que se compra acaba siendo humo, un vacío, solamente palabras que quedan muy bien, o básicamente mentiras. He visto, literalmente, seguir consumiendo cosas que sabemos conscientemente que son mentiras, y parece que nos de igual, solamente porque si no lo hacemos tampoco podremos formar parte de los grupos más privilegiados dentro de los espacios alternativos.
Este texto lo escribí y se publicó en El Salto el 21 de octubre. Podéis ver el original aquí .
Aviso de contenido: monosexismo, estereotipos, machismo, heterosexismo
Mi cuerpo, mi mente, y todo mi sentir, llevan desde que nací cambiando, mudando. No quiero imponer qué es más natural y qué no. Todo lo que pueda ocurrir y ocurra, es natural. Las cosas “buenas” y las “malas”. Lo que está bien o no está bien no tiene nada que ver con lo que sea más o menos natural, tiene que ver con la ideología de cada cual. Mucha gente cree que los cambios tienen más tendencia a producirse, y a ser más “naturales”, cuando eres pequeña, y que cuando nos hacemos mayores tendemos a ser más rígidas, menos cambiantes.
Esta no ha
sido mi experiencia. Yo siempre he sido consciente de mis cambios, y gracias a
ellos he sobrevivido y he podido salir de momentos complicados de mi vida. La
vida para mí es cambio. Siempre me he sentido yo misma como una especie de
proceso. No hace falta que nadie me diga que me estoy poniendo filosófica, yo
ya sé que me pongo así muy a menudo, puede que sea una de las pocas cosas que
no han cambiado en mí desde que tengo consciencia, y desde que con cinco años
mi gran preocupación era comprender si todo lo que veía y sentía era real o no
y qué era el “yo” y esa voz que retumbaba en mi cabeza. Pero con todo esto
tampoco quiero dar la impresión de que soy un ser que sabe mucho o que se conoce
mucho y sabe bien lo que quiere o siente. Al contrario. Simplemente soy una
rallada de la vida, sin más. Cada una tenemos lo nuestro.
Yo salí del
armario como bisexual de forma muy confusa. De hecho, salí del armario con una
amiga y conmigo misma a la vez. Le dije a mi amiga “oye, quiero decirte una
cosa”, y ella me contestó “¿el qué?”. En ese momento no sabía ni lo que le iba
a decir. “Que soy bisexual”, le dije. Y mientras lo dije la sorprendida fui yo.
Seguramente más que ella. No hubo un razonamiento anterior, ni una crisis
existencial, ni una duda mientras veía el mundo pasar. Nada, salió, así. Pero a
partir de ese momento sí empecé a rayarme, como siempre, intentando entenderme
un poco. También empezó una época muy complicada en mi vida, porque es lo que
tiene la adolescencia, y más siendo una persona femenina, bisexual y autista.
Pero hasta entonces mi vida había sido supuestamente heterosexual. O no. No lo
fue. Me di cuenta en ese momento, rebuscando en mi pasado, que yo cuando era
preadolescente era más lesbiana que otra cosa.
Sí, de eso
me di cuenta en ese momento. O sea, cuando empecé a fijarme en personas de una
forma más consciente, lo hacía básicamente con chicos. Y me atraían. Pero antes
de empezar a experimentarme sexualmente, mi atracción era hacia chicas
solamente. Y permitidme que sea así de binaria, no tenía más opciones en ese
momento. Yo no tenía ni idea de que lo que sentía era atracción, o excitación.
Obviamente aquí estaban el machismo y el heterosexismo bailándole a mi vida.
Pero no solamente esto, también estaba el problema de ser autista, y muchos
sentires míos me fueron vetados desde pequeña, algo que ha hecho que a lo largo
de mi vida haya tenido que enmascarar demasiadas cosas de mí e imitar todo lo
que me rodeaba, más que una persona neurotípica.
No quiero
que eso se lea como que mi orientación “verdadera” y “natural” es la lésbica y
que después con toda la presión social me volví más heterosexual y/o me quedé
en medio. No es eso. Tampoco quiero que se lea que pasé una fase sin
importancia. Las fases existen, son importantes, tanto como lo que
interpretamos como “no-fases”. A mí me gustan y son partes importantes de mi
vida. Pero vaya, tampoco nos pensemos, porque mi bisexualidad en ese momento
terminó por ser una fase también. La violencia a la que estuve sometida los dos
siguientes años hizo que me cerrara en una relación monógama con un hombre.
Creía que así estaba más segura. Al menos eso es lo que sentía. Y allí se
acabó. Temporalmente, claro.
Muchas
activistas bisexuales se obsesionan en decir que si tienes una relación
monógama con una persona de un género concreto esto no te convierte en
monosexual, o sea en heterosexual o en lesbiana, que sigues siendo bisexual,
sin matices, sin contextos. Yo era una de estas personas que no paraban de
repetirlo. Pero creo que depende de cada una, qué queréis que os diga. O sea,
lo que creo es que no tiene por qué, y tampoco tenemos que obligar a la gente a
que sí siga siéndolo. Las personas cambiamos y nuestras experiencias también. También
las estructuras que nos atraviesan. Las experiencias y los contextos son
distintos para cada una. Habrá que sientan que sí, habrá que sientan que no, y
habrá que no lo saben o que sientan que tal vez.
Para mí esta
retórica tiene una fuerte base monógama, con todo el rollo de que la
bisexualidad solo parece poderse demostrar fuera de la monogamia, parece que a
todas nos asuste tanto esta idea que queremos aferrarnos a esa identidad fija
de nuestro ser. En mi caso, durante esos once años de relación monógama con un
hombre pasé por varias fases: en algunas de esas fases seguía sintiéndome
atraída por mujeres, pero tampoco me importaba y no lo expresaba, y tampoco
sentía ser bisexual, así que el monosexismo no me afectaba; en algunas otras
fases sí que me afectaba y sí sentía necesidad de expresar cierto sentir; y en
otras fases simplemente me sentía heterosexual. Es así. Y estoy segura de que
no he sido la única.
Pero esas
múltiples fases pasaron también. Dejé esa relación. Y mi atracción, o al menos
como yo la percibo, se complicó. Los ejes de mi atracción no son el género.
Pero para no hacerlo simple, que sería demasiado fácil, tampoco quiero decir
que el género no cuenta para nada en mi atracción. Digamos que no filtro
totalmente ningún género, y me puedo llegar a sentir atraída por una persona de
cualquier género. Pero sí que es verdad que hay géneros que filtro más que
otros. Eso no empezó siendo así hace casi diez años cuando dejé esa relación.
En realidad, no filtraba nada en el género. Pero hay ciertas cosas que fui
aprendiendo, y ciertas experiencias que también cambiaron mis atracciones. Me
volví selectiva con algunas cosas, y mi propio cuerpo también. De hecho, una de
mis fases fue la asexualidad. Durante dos años dejé de sentir atracción. Y creo
que fue una bendición, realmente necesitaba eso. Necesitaba dejar de sentir
ciertas cosas para curarme de muchas otras. Ahora soy alosexual. Y bisexual.
Actualmente, mis ejes de atracción son más complejos que el género, y se
dibujan y desdibujan a través también de posiciones políticas, activistas e
ideológicas. No es solamente mi mente quien decide esto, es también todo mi
cuerpo. Y me gusta ser así.
Me flipa
mucho cuando hay gente que afirma con total rotundidad que la bisexualidad no
es una fase. O que cualquier otra des/orientación tampoco lo es. Parece como
que necesitamos ponerle énfasis a eso, ya que las fases y los cambios en
nuestro contexto social no valen nada. Pero es irónico, este contexto social y
estructural no nos permite cambiar según nuestras necesidades y contextos, es
algo prohibido, quiere fijarnos en algunas de las cajas para jerarquizarnos,
estigmatizarnos, colocarnos en algún lugar, sea el de productiva, sea el de
“ser despreciable”.
Pero a la
vez nos obliga a un constante fluir cambiante que nos inestabiliza,
especialmente en lo económico y relacional. Una especie de fluir que es más
bien un arrastre estructural que nunca sabes dónde te llevará.Y a las más
vulnerables suele arrastrarlas a los lugares más precarios. Es verdad que hay un
discurso en pro de las fases y de los fluires que es bastante liberal, que
borra totalmente las estructuras que nos afectan y que simplemente se suman a
una confusión apolítica intencionada. Pero lo contrario no tendría que pasar
por negar nuestros cambios. Delante de todo esto prefiero pensar en otras vías.
Vuestra bisexualidad podrá no ser una fase, pero la mía lleva siendo un gran
desfase desde el primer día.
Este texto es el segundo y último texto alrededor de los puntos problemáticos de la comunicación no violenta. El primero lo podéis leer aquí.
Aviso de contenido: CNV, capacitismo, neurocapacitismo, positivismo, racismo, individualismo
Hace un tiempo escribí un texto donde hablaba sobre los puntos problemáticos de la comunicación no violenta (CNV), que lo podéis leer aquí. Me ahorraré la introducción sobre este tipo de comunicación, ya que ya lo hice en ese texto. Este nuevo lo escribo como continuación para poder añadir algunos puntos más de la CNV que me parecen problemáticos y que no pude tocar en el otro texto por la limitación de caracteres que tenía debido a que se publicó en un medio.
Uno de los problemas que a menudo se pasan por
alto de la CNV es la voluntad de
universalizarla, privilegiándola y colocando las demás opciones en una posición
estructuralmente inferior. La CNV se
autoproclama (o el señor que la creó la llama y la proclama) la forma “natural” de comunicarse y
conectar entre las personas; según el creador de este tipo de comunicación,
las demás formas de comunicarse no son “naturales” y son violentas. Como
alternativa, los seguidores de la CNV que no la llaman la forma “natural” de
comunicarse, la llaman la “herramienta neutra”, que acaba teniendo el mismo
efecto. De esta manera borra totalmente
la vertiente cultural, no solamente de la comunicación y de los diferentes
estilos de comunicación, sino también de lo que se considera y se vive como
violento, que puede ser diferente según el contexto y la cultura. Esta táctica
de decir qué es más natural lo que pretende es darle una situación de privilegio, universalizándola: un proceso
que coloca la mirada occidental y blanca
en el centro y obvia que otras culturas y paradigmas pueden construir
formas diferentes de comunicación y de “no-violencia”.
Por otro lado, esta misma visión pretende también universalizar unas
capacidades comunicativas concretas, haciendo que se acaben considerando más
“naturales”, imponiéndolas y discapacitando a todas aquellas que no tenemos la
misma facilidad para comunicarnos de la manera que la CNV estipula como
“natural”. Es más, aquellas que
tengamos capacidades y necesidades comunicativas diferentes, se nos coloca en
la posición de “no-naturales” y “violentas”, como es a las personas
neurodivergentes o con otras discapacidades. Esto no sólo lo hace la CNV,
ya existe la idea, a través del capacitismo,
de que las personas con necesidades comunicativas diferentes no somos aptas
para tener relaciones “sanas” y se nos cataloga normalmente como personas “no
aptas” y muchas veces “violentas”. La CNV sólo reproduce la misma idea e,
incluso, acabar de asentarla.
Siguiendo con el paradigma de la
“naturalidad”, la CNV cree que el “dar
de forma natural” haría que todas las necesidades quedaran cubiertas. Según
ésta, todas las necesidades quedan cubiertas cuando no obligas nada a nadie y
solamente se hacen las cosas que cada una desea hacer de forma “natural”. Es como
aquello del “fluir”. Se supone, por
tanto, que todas las tareas siempre quedarán cubiertas porque siempre habrá
personas que las quieran hacer, algo que es fácil de sentir y naturalizar
cuando ha habido tareas que siempre te las han hecho las demás y ni siquiera
hace falta tenerlo que apreciar (como por ejemplo cuando eres un hombre y
ciertas tareas del hogar o de cuidados hacia uno siempre te han estado
cubiertas con más facilidad). Obvia la construcción social de la
“naturalidad” en la voluntad de realizar ciertas tareas, las desigualdades
sociales, y obvia que si cada une solamente hace las tareas que “naturalmente”
quiere hacer es posible que haya tareas que nadie querrá hacer y que se tendrá
que encontrar una solución compartida/colectiva a cómo hacerlas.
Normalmente de este tipo de tareas se encargan de forma sistemática personas de
colectivos minorizados y/o explotados, a las que se las ha colocado en una
posición para que parezca que “naturalmente” escogen hacer estas tareas. Por
este motivo la CNV deja fuera la responsabilidad compartida y colectiva. La CNV
se basa en un paradigma totalmente individualista.
Finalmente, apartándonos un poco de la
“naturalidad” y adentrándonos en las técnicas de dominación, la CNV puede usarse muy fácilmente para manipular
las emociones de la otra persona. La problemática añadida de considerarla,
además, una “herramienta neutra” lo que hace es borrar toda influencia y
utilización que se le pueda hacer a través de las estructuras de poder o del
ejercicio de poder. Nada escapa de las ideologías, y todo lo que se considera
“neutro” tiene la tendencia a borrar y esconder esta influencia, para, otra
vez, universalizarla. La CNV dice que no tienes que responsabilizar a la otra
persona de lo que sientes y te pasa cuando lo expresas. Esto ya lo comenté en
el anterior texto. Según la CNV para
comunicar tu sentir, lo tienes que hacer de manera que no responsabilices a la
otra, solamente tú eres la responsable. No obstante, no responsabilizar a la
otra persona de forma explícita no significa que no le hagas sentir esta
responsabilidad o no la hagas sentir culpable, especialmente cuando se tienen
ciertos privilegios respecto la persona a quien se lo dices. Es una táctica muy
fácilmente utilizada para acabar haciendo sentir culpable a la otra persona sin
haberlo hecho explícito y, por tanto, sin ser tú la persona responsable de su
sentimiento de culpa. Puedes expresarle cómo te sientes y, sin
responsabilizarla a ella, que ella misma se sienta responsable. De esta manera
muchas veces se puede conseguir que la otra persona haga o sienta lo que tú
quieres sin habérselo pedido. Esto es, por tanto, una técnica de dominación, y
la he visto usar muchas veces. Yo misma la he usado para defenderme de técnicas
de dominación que otra persona estaba ejerciendo sobre mí.
Escribo esto saltándome varias de las costumbres que suelo tener al escribir aquí. La primera es que no voy a revisar el texto. La segunda es que va a ser mucho más emocional que racional, no quiero pasar esto que voy a vomitar a través de ningún análisis, aunque al final algo de análisis siempre hay. La tercera es que voy a colgarlo sin pensar mucho cuando ni el contexto en el que lo hago. Tengo bastantes cosas escritas que me da pereza colgar. Voy a colgarlas, porque tampoco es que no me gusten, sino que me siento muy banal, sin tan siquiera saber qué quiero decir esto. Seguramente habrá por aquí algún cambio de rumbo cuando termine de colgar todo lo que tengo. Ya se verá.
El otro día
leía como alguien se quejaba de la falta de cuidados a través de la suposición
de que quien no se vulnerabiliza en las relaciones, o quien huye de ciertas
situaciones, es por una falta de compromiso o bien porque le va mucho lo de
fluir por la vida dejando atrás cualquier consideración hacia les demás. Podría
ser cierto, pero igualmente me dolió. El miedo a vulnerabilizarse y a abrazar
las vulnerabilidades de otres no siempre corresponde a formar parte de lo más
alto de las jerarquías dentro de un sistema de consumo de relaciones. A veces
es al revés, las que están debajo también les atraviesa el miedo a la
vulnerabilidad, por razones precisamente contrarias: el trauma lleva al miedo
al rechazo, el miedo a que te traten mal, el miedo a que pisen (como otras
veces te ha pasado) tus vulnerabilidades. Desnudarse no es fácil. Haber sido
consumida te convierte a veces en alguien que huye de cualquier posibilidad de
que te vuelva a ocurrir. También están aquelles que han sido infinitamente
rechazades y que eso les ha vulnerabilizado aún más. No quiero aquí hablar más
de masculinidad. Estoy hablando de otras cosas, siempre olvidadas. Hace meses
que me pregunto qué han supuesto para mí las drogas en muchos momentos de mi
vida, y por algún motivo la alienación cuando algo te duele puede ser más que
necesaria. No siempre estamos preparadas para soportarlo todo, algunas veces
simplemente no podemos.
Siento rabia
hacia cómo funcionan muchos aspectos relacionales, también en ambientes súper
alternativos. Cómo se ridiculizan fácilmente situaciones suponiendo que se está
siempre ridiculizando el privilegio, y no siempre es así. Medimos a las
personas, las medimos según su capacidad carismática, su capacidad
deconstructiva, su capacidad de supuestamente complacer, haciendo un supuesto
llamamiento a los cuidados. No tiene nada de cuidado medir a la gente. Con esto
no quiero decir que no tengamos que trabajarnos cosas, no es eso. A mí me
atraen ciertas ideologías y la voluntad. Pero hemos hecho de esto un ejercicio
de capacidad, de medida absoluta, y de consecuente ridiculización de lo que no
atraviese estas expectativas. Medimos a la gente. Como cuando nos median en el
colegio a través del bullying, a través también de una ridiculización, de una
invisibilización, de una violencia sistemática capacitista (y no capacitista
también).
Se nos
llenan los espacios de bullying y egos, peña.
Siento rabia
por la lucha de egos que realmente a veces no sé cómo puede pararse si nos
autoproclamamos críticas y anti-jerarquías. Los egos están allí. A veces no
hace falta tan siquiera hacer un zoom o apartarse para verlo. Están allí. Y
esto genera una gran bola de deseos de subirse a más carros. O simplemente una
necesidad de supervivencia que acaba generando más egos ya solamente para que
no te pisen. ¿Hay alguna forma de destruir estos carros? De verdad lo pregunto.
Es una pregunta jodidamente sincera. Podemos hacer mucha autocrítica, y dejar
de hacer ciertas cosas, ignorar también lo que vemos y sentimos acerca de lo
que hacemos. ¿Pero hay alguna forma de destruir todo esto?
No sé si es
cierta distancia por el hecho de vivir más lejos, o no sé si es cierta pesadez
cada vez que me acerco y observo. No quiero dejarlo todo y abandonar una parte
de lo que siento importante. Pero hay ambientes que me saturan. Porque muy guay
tanta deconstrucción, pero después no hay quien se ponga a hablar ni a tratar
lo que realmente está por debajo. Cómo si por el hecho de estar oprimidas haga
que no haya nada ni nadie por debajo. Sólo nos miramos el ombligo y nuestros
discursos, a veces vacíos porque solamente se materializan en ambientes muy
concretos y de formas clasistas y de jodida exclusión. Instrumentalizamos la
pobreza, la precariedad. Creemos siempre que somos las más precarias porque
casi nunca nos paramos a mirar hacia abajo. No queremos mirar hacia abajo
porque eso nos pondría en una situación de privilegio que no queremos aceptar.
Que al final en todos los activismos se repite siempre la metáfora de
repetirnos eso de que la clase media no existe (podemos usar este concepto en
cualquier estructura, no solamente la económica) porque no queremos vernos como
más privilegiadas que otras. Y ya sé que no existe. Pero algo hay que nos
sustenta más que a otras, y hay quienes están más jodides que nosotres. O,
podríamos decir, que todo es mucho más complejo de lo que vomitamos.
Pero más
allá de esto, también está el no querer ver lo mucho que hacen algunas
personas. Nos creemos muy guays porque sumamos cuantas mierdas nos atraviesan,
pensando que esto nos hace más importantes. Pero invisibilizamos muchos curros
dentro de nuestros ambientes que son jodidamente invisibles porque no los
reconocemos como importantes. No. Es más importante quien coge un micro o quien
escribe que quien mueve su maldito culo y pone su cuerpo, o su responsabilidad
a través de lo más emocional. No estoy diciendo que todes les que cojan un
micro o escriban no pongan su cuerpo en nada. Lo que quiero decir es que hemos
creado una jerarquía de tareas que solo ensalza y solo reconoce unas tareas, y
no le otorga tanta importancia a quien materializa el discurso, quienes hacen
tareas que nadie quiere hacer o a quienes hacen jodidamente algo. Esto a veces
roza la explotación y de cómo ese curro que hacen muchas es usado por quienes
ensalzan su ego. Hablamos mucho de la invisibilización de los cuidados,
pero creo que se invisibilizan
muchísimas cosas más.
Cuando hablo
de curros, no obstante, tampoco quiero caer en el capacitismo. Ya sé que no
todas podemos hacer las mismas cosas. Ni en el clasismo, no todes tenemos
acceso a lo mismo. No critico quien no
lo pone de la forma que se supone o se puede esperar que ponga. Critico a
quienes se aprovechan del curro de otras. Eso mismo es lo que me duele. O a
quienes no quieren verlo. O a quienes se creen que una cara agradable y un
discurso potente son más importantes que todo lo demás. Critico a quienes no
quieren verlo o lo esconden. Critico la jerarquía de los egos. El
reconocimiento siempre acaba siendo vertical. Por muy anti-jerarquías que nos
mostremos.
Estoy de
mudanza, gente. Y qué jodido gusto da esto. Aunque duela. Es lo que hay.
(aviso de contenido: individualismo, capitalismo de relaciones, objetificación, consumo, manipulación, mentiras)
En el mercado de las relaciones, comprar, vender, apropiarse y consumir son la base de la mayoría de las aproximaciones entre personas que quieren o pretenden tener una relación sexual, afectivosexual o romántica con otras personas. Da igual el formato: puede ser a través de aplicaciones, de redes sociales, en ambientes de fiesta, en ambientes informales más tranquilos, en ambientes formales, en el trabajo o en encuentros casuales en la plaza del barrio. El paradigma de “ligar”, juntamente con el de “cazar”, es solamente cuestionado cuando hablamos de machismo o de monogamia, pero el proceso va mucho más allá. Está, obviamente, atravesado por estructuras como el machismo, pero no se para aquí porque lo impregna el paradigma individualista y capitalista a través del cual vemos a las personas que nos rodean como objetos.
No soporto el concepto de “ligar”. Hay que decir, no obstante, que cuando digo que no soporto el concepto de ligar no me refiero a que no soporto que la gente tenga cierto interés en otras personas, en querer compartir cosas concreta, y se acerque para ver si la otra persona también puede corresponder este interés. Tampoco me refiero a que sentirse atraída hacia a alguna persona, sea sexualmente y/o románticamente, es un acto de por sí consumista, como tampoco que te guste una persona y se lo digas. No jodamos, no es esto. Tampoco tengo nada en contra de ciertos procesos un poco ritualísticos de acercamiento. Lo que no soporto es buena parte del proceso que está totalmente aceptado en el que la otra persona deviene un producto de consumo más. El proceso de compra, venta, consumo y acumulación. Y lo que más me sorprende ya no sólo es el proceso de ver a la otra como un producto más, es también el deseo de ser escogida como tal, comprada o consumida donde aceptas parte del juego de forma bastante consciente, ignorando, de paso, a quien no nos trata de esta manera suponiendo que no estará interesada en nosotras. Parece como si “si no juegas es que no tienes ningún interés en las demás”. Caemos en la competición para ver quien consigue más atenciones, quien consigue más premios, quien consigue coleccionar más relaciones, o simplemente más rollos, quien consigue ser engañado una vez y otra o quien consigue engañar más. Nos transformamos temporalmente y a ratos en otras personas, en personajes que creamos para poder formar parte de este circo.
Tampoco me refiero aquí al hecho de que si me acerco a alguien para tener solamente sexo estoy tratando a la otra persona como un producto de consumo. No tiene por qué. O sea, muchas veces sí, pero no es el sexo en sí, es el cómo, y es por cómo se instrumentaliza el sexo en nuestras estructuras, especialmente por parte del machismo y el individualismo. Pero insisto con que no es a través de una relación exclusivamente sexual porque muchas creen que la objetificación está solamente en el sexo o en la corta duración de las relaciones y no con cómo ocurre el proceso de acercamiento y/o alejamiento. A veces lo que es objetificador es el proceso de engañar a la otra persona para tener sexo con ella (una cosa muy aceptada en procesos de ligar, y es aquí donde quería ir a parar), o bien acercarse a alguien solamente para conseguir que te haga los deberes de clase, o bien estar consumiendo emocionalmente a alguien durante años de tu vida.
El acto de ligar está fuertemente relacionado con los procesos de objetificación, de consumo, de competición y de obtención de premios, trofeos, propiedades, o productos que utilizaremos para el propio beneficio. Es un acto donde se pretende normalizar, y normaliza, aquello de que “la finalidad justifica los medios”, y la finalidad es, esto, el objetivo final, que puede ser tanto puramente sexual como podría ser romántico, y el conseguir un premio/trofeo final que te permite escalar socialmente u obtener algunos beneficios. Es un acto donde la persona desaparece y deviene un producto más. Donde nosotras también devenimos un producto más, todo también dependiendo de cuales sean nuestras posiciones relativas de privilegios en comparación con las otras. Además, poder conseguir estos premios no es un proceso donde todas tengan el mismo acceso: solamente las que consigan tener un serie de privilegios podrán entrar más fácilmente en el juego, tanto si cazas como si eres cazada.
Este “ligar” es un proceso donde se normaliza la mentira, la manipulación, el llamar la atención. Consiste en “conseguir convencer” a la otra persona para que tenga un tipo concreto de relación contigo (sea sexo, sea una relación más romántica, sea solamente atenciones, sea lo que sea). Y querer convencer pasa por no querer ver realmente a la persona que tenemos delante y no tener en cuenta qué quiere, qué siente o qué necesita. Y no estamos hablando de querer convencer a la otra persona en un debate político sobre el cambio climático. Estamos hablando de querer convencer a la otra persona para que, por ejemplo, tenga sexo contigo.
aviso de contenido: monogamia, estructura monógama, gordofobia, presión estética, capacitismo, neurocapacitismo, y mención de más estructuras de forma general, exclusión, exclusión relacional, competitividad, consumo relacional, masculinidad, lenguaje capacitista*
*(aunque yo preferiría utilizar palabras como «discapacidad/es» o «discapacitades», en este texto uso «diversidad funcional», y además lo diferencio de las neurodivergencias. lo hago por una cuestión de comprensión, ya que muchas personas que van a leerlo no saben del debate y de las posiciones que hay al respecto de estas palabras y tampoco sabrían a qué me refiero cuando digo «personas discapacitadas», ya que se tiene una idea muy diferente de estos términos. el vocabulario que uso normalmente ya hace que algunas veces no sea tan comprensible (o al menos como a mí me gustaría) y a veces hago un poco de malabares comprensión-inclusión-no opresión dependiendo del contexto, la temática sobre la que escribo y la gente que creo que podría leerlo)
Hace un tiempo Kai escribió este texto en este blog hablando sobre como intersecciona la gordofobia con la deconstrucción del amor romántico y de la monogamia, y, aunque a mí no me atraviesa la gordofobia, algo me removió. Al cabo de un tiempo escribí este otro texto para hablar de cómo muchos de los discursos sobre comunicación cuando se habla de relaciones y no-monogamias excluyen a las personas que tenemos necesidades y sensibilidades diferentes a las estipuladas como normales, cómo nos pasa a les neurodivergentes. Además, también, hace bastante tiempo que hay personas quejándose de cómo las no-monogamias las excluye, o más bien, explicando cómo sienten que no pueden vivirse en ellas y señalando muchos de los aspectos liberales de muchas de las formas de llevarlas a la práctica (de hecho las más visibles, incluso en ambientes críticos y alternativos).
Muchas de
estas quejas se suelen ignorar y no verse como verdaderos problemas. Pero no
estoy hablando de machismo. Creo que el machismo en las no-monogamias es una de
las pocas críticas que sí han ganado más aceptación y el feminismo cada vez
está más presente (no siempre, pero un poco sí, y si creéis que no, imaginaros
para el resto de cosas). También es posible que todo aquello de la crítica al
“consumo de relaciones” también esté llegando, aunque muchas veces es más bien
un postureo de repetición de palabras que mola mucho decir porque queda bien.
A parte de
esto, el resto de críticas creo que se han intentado pasar por alto,
especialmente porque cuesta ver el
entramado de estructuras y de privilegios, más allá de cuando existe sólo la
violencia estructural que estamos acostumbrades a analizar: cuando no
tienes un cuerpo normativo, eres gorda, tienes alguna diversidad funcional,
eres neurodivergente, eres considerada fea, tienes estrés postraumático, no
eres carismática, etc; y esto sumándole todo el resto que también pueden hacer
que se te excluya relacionalmente: no eres blanque, no eres cis, eres pobre,
etc. Cuesta verlo cuando el problema
deviene más bien por una exclusión de las problemáticas que muches vivimos a
través de las relaciones. Se suelen ver como quejas puntuales, no
estructurales. No quiere decir que si te atraviesa alguna de estas cosas estás
automáticamente excluida, es más complejo y es contextual. Pero el problema
sigue siendo estructural.
No creo que el problema sea de las no-monogamias de por sí, el problema ya lo tenemos en la monogamia, y hemos heredado su filosofía relacional, multiplicando sus nocivas consecuencias. No la hemos liberado, la hemos hecho, en muchos casos, más liberal, una forma de coleccionar relaciones sexuales y afectivas, mientras ni siquiera rompemos con conceptos como la competitividad o la propiedad, ni con las desigualdades sociales que nos encontramos a la hora de relacionarnos.
Nos gusta hablar de deconstrucciones,
de comunicación, de salir de la zona de confort, de celos, de apego, del amor
romántico, de la NRE (New Relationship Energy), entre otras
cosas, y muchas veces sólo se contemplan realidades que no se desvían de lo que
se considera “normal”: las más privilegiadas. Muchas quedan o quedamos fuera cuando se habla de
todas estas temáticas, y se acaban teniendo muchas más dificultades para
moverse en estos ambientes y en las propias relaciones, haciéndonos sentir como
si el defecto fuéramos nosotres. Ya hablé de neurodivergencias, comunicación y
exclusión, como he comentado al inicio del texto, así que este tema no lo
tocaré ahora, pero es importante también incluirlo en esta lista de
problemáticas.
Se habla,
por ejemplo, de las “virtudes” de salir
de la zona de confort, cuando para muchas, estar expuestas a tener una sola
relación (sea del tipo que sea) ya es, muchas veces, salir de su zona de
confort; o bien hacer cualquier cosa que pueda ser considerada “normal” y
“habitual” porque todo está montado de forma que las excluye (las personas
neurodivergentes tenemos bastante experiencia en esto, entre muchas otras).
Dentro de muchos ambientes “salir de la zona de confort” significa hacer todas
aquellas cosas que socialmente no están muy aceptadas, que se nos han vetado y
que, por tanto, se supone que tendremos más dificultad para deconstruirlas, y
hacerlo nos puede empoderar. En estos casos es muy fácil hablar de salir de tu zona de confort cuando eres una
persona neurotípica, delgada, guapa, carismática, sin traumas (o con pocos
traumas), sin diversidad funcional, cis, etc. Pero hay personas que podemos tener más dificultades, o, sobre todo,
necesitaremos vías y procesos diferentes, dependiendo de lo que nos atraviese y
dependiendo del contexto. Y cuando se crean estos espacios no se suele
tener en cuenta. No es igual, por ejemplo, para una persona con un cuerpo no
normativo o gorda, salir de esta zona, cuando es el propio cuerpo el que se
expone. Tampoco es igual cuando tu sensibilidad con el contacto físico o con la
exposición a ciertos estímulos sensoriales es diferente a la estipulada como
normal, como nos puede pasar a personas autistas, y no se tienen en cuenta las
diferentes sensibilidades. Y se podrían ir sumando ejemplos.
La mayoría de veces cuando se habla de temáticas relacionadas con, por ejemplo, las no-monogamias, se parte de la suposición de que tienes acceso a tener una relación sexoafectiva o romántica/platónica/afectiva y las problemáticas vienen cuando quieres “añadir” más. Pero cuando eres una persona que ya el hecho de tener una relación de este tipo se hace complicado y te sientes a menudo excluida de tener cierto tipo de relaciones o bien rechazada, cuando entras en el mundo de las no-monogamias, todo se puede hacer más complicado, y no por la gestión de tus relaciones, sino por un montón de emociones que te tienes que tragar debido a la comparación y la competitividad(aquello que muy a menudo se niega que exista en las no-monogamias), la exclusión, la dificultad o también un conjunto de miedo, objetificaciones diferentes a las que estamos acostumbradas, problemas de autoconfianza, autoestima o afectaciones a la salud mental muy complejas.
Se nos dice,
repetidamente, que nuestro problema es un problema de falta de introspección,
cuando muches de nosotres, debido a lo que nos atraviesa y cómo nos afecta,
especialmente cuando nos excluye, ya padecemos de un exceso de introspección y
de ralladas que acaban afectando nuestra salud mental. A veces nos dicen que es
una falta de actitud, o, también, se nos suele decir que no nos trabajamos
suficiente. Y, seguidamente, esto lo arregla, como he leído y escuchado a
veces, diciendo que quien tiene dificultades para tener una relación mejor que
no sea no monógama: esto ejemplifica, como comentaba, la propia exclusión. Este no es un problema individual, es
estructural y colectivo.
¿Y qué pasa,
por ejemplo, cuando se quiere deconstruir
el amor romántico, el apego y los celos cuando has sido excluida de la
posibilidad de acceder a cierto tipo de relaciones? Imaginémonos, el caso,
de una persona que por el hecho de ser gorda, como explica Kai en el texto
mencionado al principio, ha recibido toda su vida el mensaje de que no merece
el amor, y que, por tanto, tener una relación romántica y/o sexual (y ya no
digamos más de una) le ha sido vetado o de difícil acceso. Otros colectivos,
como les autistes u otras neurodivergentes, o las personas con diversidad
funcional también reciben estos mensajes. No se vive igual esta deconstrucción,
porque no se parte desde el mismo punto. Es más, cuando tu acceso a tener cierto tipo de afectos, como el de pareja, es
mucho más restringido, el apego y la necesidad de poder acceder a ello puede
ser más alto, y sólo aquellas que siempre lo han tenido muy fácil no
entenderán cuál es el privilegio y todo lo que se obtiene de este tipo de
relaciones, especialmente cuando fuera de este tipo de relaciones es todo más
bien consumo y muy volátil. Muches, debido a esto, sienten una necesidad y un
deseo más elevado de tener cierta seguridad en los afectos.
Tampoco se pueden deconstruir los celos a través del mismo proceso cuando tu miedo es siempre que cualquier relación te dejará, te apartará o te tratará con inferioridad, por alguien más delgado, porque socialmente el premio es más elevado (y porque tu experiencia anteriormente ha sido esta), o más neurotípico, o más guapo, o porque tiene, en general un cuerpo socialmente más aceptado porque es cis o no tiene diversidad funcional, etc. Obviamente la solución no es excusarse en esto para generar violencia a otres, sino darnos cuenta de que necesitamos también otros discursos complementarios, otros relatos, otros caminos y otras formas de acompañar y de deconstruir. Y, sobre todo, una sensibilidad y una responsabilidad compartida a la hora de cómo nos relacionamos desde el privilegio y cómo colocamos a nuestras relaciones en posiciones que puede propiciar la competitividad.
Otra
temática bastante desgastada en las no-monogamias es la NRE, aquella “energía”
(normalmente descrita como muy intensa y a menudo bonita) que se tiene cuando
se inicia una relación (el enamoramiento); una energía que suele ser temporal y
que te puede arrastrar a menospreciar otras relaciones y a tomar decisiones
precipitadas en un contexto que puede cambiar al cabo de poco tiempo.
¿Todes vivimos los inicios de las relaciones de la misma manera? Cuando se habla de NRE pocas veces veo que se hable de, por ejemplo, aquelles que los
inicios de las relaciones los vivimos con miedos: miedo al abandono, miedo al
rechazo, miedo a que se nos aparte (y seguramente podría añadir más). Sumándole,
además, cómo estos miedos se nos pueden mezclar también con la intensidad, y
cómo, a veces, nos hacen abandonarlas o huir de ellas, aun cuando las deseamos
mucho. Tampoco vivimos igual los
procesos intensos emocionales las que no somos neurotípicas: habrá quien la
intensidad de lo que sienten les provocará un exceso de dolor, o bien las que
se podrían leer como desinteresadas provocando dramas neurotípicos (suposición
de que le otre no les corresponde) por parte de la otra persona.
Todo esto
que he comentado hasta ahora, además, también
afecta a otros procesos de deconstrucción, como el de la masculinidad.
Volvemos a lo mismo de antes, es muy
fácil hablar de deconstruir la masculinidad cuando eres un hombre guapo,
delgado, neurotípico, carismático, sin diversidad funcional, etc. Con esto
no quiero decir que si no eres todo esto no tienes que aceptar, cuestionarte ni
trabajarte los privilegios que tienes por el hecho de ser un hombre, sino que,
como ya he repetido anteriormente, los procesos son diferentes. Una vez escuché
en una charla cómo un hombre le decía a otro que lo mejor que podía hacer para
no ser machista cuando “ligaba” era no hacer nada, “que sean ellas las que se
acerquen”, dijo. Sé que es una chorrada de ejemplo, y que los privilegios masculinos
son más complejos que todo esto, aparte de que muchos de ellos no van ligados a
las relaciones sexuales o románticas/platónicas, pero para mí fue
metafóricamente representativo. En ese momento pensé, “muy fácil de decir para
ti, esto, cuando haciendo lo que acabas de proponer, a ti no te afecta ni a tu
capital social, ni sexual, etc”, y digo también capital social, no solamente
sexual, porque se puede aplicar esto a más allá del “ligar”. No quiero con esto
hacerle una oda a la acumulación de capital sexual o social, sino precisamente
cuestionarlo y cuestionar los
privilegios de los que acumulan este tipo de capital mientras uno se cree que
ha deconstruido su masculinidad, porque es una gran mentira. Me cuesta
mucho encontrar textos, talleres, charlas o lo que sea, que hablen sobre
deconstrucción de la masculinidad por parte de hombres que no acumulen la
mayoría de estos privilegios, y que, por tanto, hayan tenido que pasar por
procesos diferentes.
También he
visto en muchos casos, comportamientos en algunos hombres que provienen, no
solamente de su masculinidad, sino también de rasgos de alguna
neurovidergencia. La ocupación del espacio es un ejemplo; lo que se lee a veces
como falta de empatía, otro ejemplo. Y, como antes he comentado, tampoco quiero
hacer de esto una excusa para, por ejemplo, que se ocupe mucho espacio, sino
para mostrar que en estos casos también se requerirá de procesos y
deconstrucciones por vías distintas.
Sé que me he
dejado muchos ejemplos, pero creo que el texto ya es suficientemente largo y lo
único que quería era dar algunas ideas generales. Se podría decir que la exclusión relacional va mucho más allá
de la exclusión en sí misma e implica una exclusión en los discursos, los
debates y en muchos eventos que tratan estas temáticas, que no reflejan
realidades que atraviesan a mucha gente. Algunas veces, las pocas que he
podido ver que se toquen estas temáticas, ha sido muy puntual y después no se
ha reflejado en el evento en sí, ni en posteriores, solamente han ocupado el
espacio de un taller. Creo que aparte de hacerlo visible, se tiene que ir más
allá, sino es caer en un tipo de tokenización. Y es que es esto, también me da
miedo, como ya ha pasado muchas veces antes, que se instrumentalice o se
tokenicen a las personas atravesadas por todo lo que he comentado. Lo he visto
hacer con las personas arrománticas y asexuales desde discursos de la anarquía
relacional (que nos han servido de ejemplo para mostrarnos que las relaciones
no románticas y no sexuales también pueden ser importantes, pero después sus
problemáticas no se veían reflejadas realmente en nuestras comunidades).
También lo he visto hacer con las neurodivergentes, solamente para hacer las
no-monogamias más vivibles para las neurotípicas mientras se romantizan nuestras
discapacidades. Pero esto no es tenernos en cuenta, esto es sólo una forma de
apropiación.
Aun siendo
bisexual, aun siendo activista, aun considerándome “activista bisexual”, y aunque
casi cada año acabo escribiendo en un día como hoy, me cuesta muchísimo identificarme con el día de la visibilidad bisexual.
Y casi siempre acabo escribiendo algo porque creo que es seguramente el día en
el que a lo mejor puedo captar más interés o porque utilizo también esta
plataforma para lanzar algunos mensajes alternativos a los mensajes mainstream que suelen llenar todo el
día. La mayoría de los mensajes intentan
dar visibilidad a la bisexualidad y a la vez instaurar un tipo de identidad
bisexual que acaba definiéndonos, encerrándonos y otorgándonos unas
características que se alejan de lo que creo que es un verdadero empoderamiento.
Sabemos que el monosexismo se basa en el borrado de
todo aquello que no sea heterosexual ni homosexual, y que, además, aunque nos
borre, lo que hace es otorgarnos una imagen concreta. Porque en realidad no es
que no existamos socialmente, no nos hemos “inventado” ningún tipo de cosa que
no se haya mencionado a través del discurso médico y social. La historia lleva
mencionándonos desde que se inventó la orientación sexual para poder separar géneros
y apartar todo aquello que no encajaba en lo que supuestamente tenía que
perpetuar el binario de género: les
bisexuales somos primitives, somos socialmente inconsistentes, somos
inestables, somos niñes que todavía no hemos crecido ni escogido. Más bien
estamos prohibides y encajades en un imaginario asocial casi mágico. Se
crea una imagen de nosotres fuera de todo aquello que es social, que ni si
quiera es un error, desviación o enfermedad, como se acostumbra a señalar sobre
la homosexualidad. Es por este motivo por el que normalmente el activismo bisexual se basa en la visibilización y en la
negación de esta imagen creando una idea “contraria” a la impuesta, socialmente
aceptable y cerrando así una identidad totalmente basada en contra-estereotipos
y la visibilización.
Pero el
peligro de reivindicar nuestra propia existencia de esta manera es que seguimos perpetuando monosexismo y
heterosexismo haciéndole un altar a la creación de las propias orientaciones
sexuales. No quiero caer tampoco en la idea de “todes somos personas, no
veo orientaciones”, borrando a la vez privilegios, opresiones, violencias y
estructuras. Obviamente todes somos personas, pero las estructuras no nos
colocan a todes en el mismo sitio. En realidad para las estructuras no todes somos
igualmente personas. No, esto es la misma mierda de siempre. Lo que quiero es
que reflexionemos qué estamos re-creando, una y otra vez: bisexuales visibles,
bisexuales tranquilas, bisexuales existentes y estables, esencialmente
bisexuales, naturales; bisexuales que estabilizamos a una sociedad que violenta
a muches más, no solamente a nosotres. ¿Queremos formar parte de esto?
¿Queremos estabilizar la estructura de orientaciones sexuales? ¿Qué queremos
ser y hacer con todo esto?
Nos
encontramos muchas veces que delante de la crítica a la propia existencia de la
orientación sexual se nos intenta encajar en otras identidades no
heterosexuales, pero monosexuales. Y si no contemplamos nada más allá del
heterosexismo y del machismo podríamos creer que esto es suficientemente poco
esencialista y un poco menos identitario (aunque esto lo pongo en duda muchas
veces según el discurso de la persona que tengo delante). Y esto también nos
trae problemas, porque borra experiencias estructurales de muches, borra el
monosexismo. Seguimos siendo les mismes inestables de siempre, les mismes
cuestionades de siempre. Seguimos siendo les traidores, aquelles con les que no
se puede confiar, pero utilizando palabras que no nos permiten señalarlo para
acabar siendo expulsadas al grito de “no sois suficientemente queer”, haciéndonos entender que no
tenemos lo que hay que tener para poder pertenecer a la comunidad LGBTI+, o
bien no ser suficiente para formar parte de algunos ambientes feministas.
Sigo sin
entender muy bien cómo moverme entre discursos que me duelen e identificaciones
que no sé cómo llevar. Para mí no es
esencial llamarme de alguna forma, sino entender cómo funciona una estructura
que me afecta a mí y a muches más, como es el monosexismo. Nombrarse, no
obstante, a veces, forma parte de poder explicar aquello que me atraviesa.
Tampoco es una carrera para ver quien está más oprimida, ya que las estructuras
se expresan de forma contextual, y no me pondré a decir que me siento o que
estoy más oprimida que una lesbiana o bollera, porque depende del contexto de
cada una y del momento. Es más, considero a las lesbianas y bolleras
compañeras. No obstante, lo que pretendo es no borrar todo lo que me ha llevado
a la pérdida de trabajos, a la pérdida de relaciones de todo tipo, a la
violencia en relaciones sexoafectivas, a la violencia sexual, y al
empeoramiento de mi salud mental o el cuestionamiento constante de toda relación
y del valor o peso de toda esta violencia. Y esto no sólo me ha pasado por el
hecho de no ser heterosexual, sino también específicamente por el hecho de no
ser monosexual.
Las orientaciones, al fin y al cabo,
han sido creadas por estructuras como el heterosexismo, el monosexismo, el
sexismo, el cisexismo o la monogamia. Caer en mensajes normativistas y asimilacionistas
es reproducir todas estas estructuras. Aferrarnos al propio concepto de
orientación como si fuera un concepto esencial y no estructural, también. No
obstante, de momento sigo sintiendo la necesidad de nombrar todo aquello que me
atraviesa, y por tanto, seguiré en este tipo de posición extraña, donde soy
bisexual y a la vez reniego de todo lo que a veces algunas formas de ver y
expresar la bisexualidad supuran.
A veces he reclamado estereotipos, o
derivados como la desorientación, y algunas me han acusado de perpetuar el rollo este de “todas
somos personas, las orientaciones no existen”: mi desorientación es también
estructural, es el propio monosexismo que reclama que me decida, que me
oriente, hacia opciones estructuradas, jerárquicas y poco sensibles. Lo que
hacen muches como respuesta es orientar también la propia bisexualidad. Yo
prefiero mirar hacia otros lados. Pero no para mirar hacia cualquier lado,
ignorando todo aquello que hacemos a través de nuestras decisiones, relaciones
y no/orientaciones. La orientación es estructural y me reapropio de mi
desorientación como un acto político y sensible hacia todas mis relaciones y
hacia todo aquello que pretende encajarme por un lado, y también por el otro.
En vez de escoger la no-sensibilidad que todas estas estructuras quieren que
siga, construyo otras opciones, conscientes, escogidas, no orientadas hacia
donde sistemáticamente “tendría que ser”, y sensibles a como nos atraviesan
estas estructuras. Mi desorientación es una forma de resistir, no sólo a la
orientación sexual, sino también a todas aquellas formas con las que se nos
pretende orientar sobre cómo nos tenemos que relacionar con todas las demás.